La gran novela Casas Muertas de Miguel Otero Silva, se desarrolla en Ortiz, estado Guárico y relata las desgracias que azotaron al pueblo hasta acabar definitivamente con él. La fiebre amarilla, paludismo, hematuria, hambre, uno tras otro o uno con el otro, cual plagas bíblicas, destruyendo la vida y la esperanza, hasta dejar, tal como lo indica el nombre, solo casas muertas.
Quiero transcribir aquí fragmentos relacionados con el paludismo, que dan una idea muy clara de lo que se vivió en Venezuela con ése mal, convertido en epidemia entre 1930 y 1940:
" Celestino, que bien podía ser Diego o José del Carmen, se sintió invadido en pleno trabajo por pastosas oleadas de pereza, de lasitud, de abandono, sacudido por breves latigazos de frío.
-Tengo el cuerpo cortado-dijo y caminó hacia la sombra.
Pero Celestino, que bien podía ser Diego o José del Carmen, sabía que ya venía a su encuentro el ramalazo de un acceso palúdico y se dispuso a recibirlo."
“Acurrucado sobre los hilos del chinchorro sintió llegar a su piel, a la pulpa de su carne, a la raíz de sus cabellos, a la masa blanca de sus huesos, un frío que iba creciendo como un caño y haciéndose mas hondo como una puñalada. Se estremeció el chinchorro bajo el temblor de sus miembros y el entrechocar de sus dientes ….”
“El frío se extinguió al rato. En su lugar surgieron aletazos de calor cada vez mas intensos, cada vez mas frecuentes. Celestino se despojó de la cobija, de la sábana, de los trapos todos que lo cubrían y comenzó a arder como una lámpara, encendida el rostro como la flor de la cayena, de arcilla los labios resecos, de espejo brillante las pupilas dilatadas……”
“Era un sudor a raudales que traspasaba las ropas, diseñaba manchones en el tejido del chinchorro y goteaba en el suelo como el rocío.
Después descendió la fiebre y Celestino experimentó una extraña, inesperada sensación de ternura, un injustificado bienestar de sentirse liviano y con vida, no obstante que le dolían los músculos de la espalda, las coyunturas de los brazos, los huesos de la cabeza.
También lentamente, desaparecieron los dolores. Y Celestino, que bien podía ser Diego o José del Carmen, se alzó del chinchorro y caminando en silencio, con la frente baja y los ojos cansados, volvió al trabajo que había dejado abandonado cuatro horas antes.”
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