Hemos encontrado una manera muy especial de hablar sobre este artista, a través de la pluma de Germán Fleitas Nuñéz, el hijo mayor del poeta Fleitas Beroes, Historiador y Cronista de La Victoria, estado Aragua. El texto que ofrecemos a continuación, está narrado como un cuento, como una de esas historias que nos encanta escuchar en las noches de reuniones familiares. Con información de primera mano, el Dr. Fleitas Nuñez nos adentra en la vida de un camaguanense del siglo antepasado. En la bellísima foto que acompaña la entrada, podemos ver en primer plano a Ramón Santana Torrealba, padre del virtuoso del arpa, Juan Vicente Torrealba y a su lado, Mariano Hurtado Rondón. La fotografía data de 1910 y en ella puede apreciarse el vestir llanero de esa época, representado por un Liquiliqui de saco mas largo, mas bién tipo batola y en el caso de Don Torrealba, con un pantalón de distinto color. Sin más preambulos, disfrutemos de esta historia:
“Pude conocer a don Mariano Hurtado Rondón, porque su hermano don Francisco Hurtado Rondón, conocido, respetado y recordado en todo el llano como “Don Pancho Hurtado”, era el esposo de mi tía Aurora Fleitas Beroes, hermana de mi padre Germán Fleitas Beroes.
Desde muchacho tenía curiosidad por conocer al autor de esos tres monumentos de la música llanera que son “María Laya”, “Los Caujaritos” y “Cariño Lindo”, pero fue en los años sesenta, a raíz de mi estada en Caracas para estudiar en la U.C.V., cuanto lo visité varias veces en su “Quinta Camaguán” de Valle Abajo. Era un llanero recio, nacido en el siglo XIX en el centro de la llanura, en Camaguán, el mismo pueblo de donde era nativo mi padre.
Don Mariano había sido guerrero, ganadero, poeta, Jefe Civil y Militar con el grado de Coronel gomero, pero me interesaba principalmente como compositor y muy especialmente como autor de la letra de “María Laya”, el gran joropo llanero.
Sus padres, don Mariano Hurtado y doña Rosa Rondón, se casaron ante el Ayuntamiento de Calabozo en julio de 1880. Don Mariano Hurtado (padre), otorgó poder a Juan José Briceño el 14 de julio de 1880 en Camaguán, para que en su nombre contrajera matrimonio civil con la señorita Rosa Rondón, lo cual hizo inmediatamente.
De fácil conversación, respondía a todas las preguntas, con respuestas salpicadas de buen humor, algunas de ellas con altas dosis de malicia llanera.
Uno de mis intereses era conocer la verdadera historia de “María Laya”, porque ya en ese entonces se tejían diferentes versiones sobre el legendario joropo.
Varias veces me contó la historia que voy a repetir sin añadirle ni una coma:
Desde muy niño don Mariano había mostrado interés por las letras y facultades para su cultivo, como lo probó posteriormente. Cuando tenía apenas doce años, existía en Camaguán un “pesero” que en su juventud, había sido bandolista del general José Antonio Páez, y quien de tarde en tarde en los descansos que le permitía el expendio de carne, tomaba la bandola que siempre lo acompañaba en su “pesa” y pajuela en mano, tocaba la “Juana Bautista”, el “Pájaro”, el “Gabán” el “Zumba que Zumba” y otros aires que animaron los reposos del viejo guerrero, muchos de los cuales solía tañer el propio general.
Entre esas piezas estaba un joropo instrumental, preferido de Páez y del “pesero”, quién al tocarlo frente al joven Martiano, siempre le repetía lo mismo: “Mariano, apréndete este joropo y cuando estés grande le pones letra”. Todos los arpistas del pueblo y de la región se lo sabían y era pieza obligada en los bailes, pero instrumental, porque no tenía letra.
La oportunidad esperada llegó con el primer amor. Me contó don Mariano, que siendo apenas un mozalbete de unos dieciséis o diecisiete años, llegó a trabajar en la cocina de su casa, una señora llamada Juana Laya, con una hija llamada María que tendría unos catorce o quince años y a quien él recordaba como el primer verdadero gran amor de su vida. El amorío pasó a mayores con el beneplácito de la mamá de la muchacha. Ella se iba a dormir en un chinchorro en el corral y Mariano se quedaba en la pieza con la muchacha y le hacía visitas que se prolongaban hasta el amanecer. Una madrugada llanera, cuando venía de regreso hacia su cuarto, en el pasillo de la casa estaba atravesada la figura imponente de doña Rosa Rondón de Hurtado quien lo miró pasar sin pronunciar una sola palabra. Mariano salió ese día a sus labores, más temprano que nunca, pero en la tarde cuando regresó, la muchacha no estaba.
Comenzó entonces una búsqueda infructuosa en la que la suerte no lo acompañó, pero que en cambio le dejó a la música llanera uno de sus joropos más hermosos. La buscó en los pueblos del entorno y en San Fernando, sin éxito, y solo muchos años después llegó a saber, que la madre se había llevado a la muchacha para un punto en la costa del río, cerca de la Unión de Barinas. Quien oiga los armoniosos compases, la cadencia, toda la nostalgia y toda la esperanza que encierran la música y los versos de “María Laya”, encontrará en sus notas toda la alegría, la tristeza y la fe que acompañan a quien ha conocido el amor verdadero, lo ha perdido y confía en recuperarlo.
Mariano, como hacían los antiguos juglares, cantó en sus versos su amor, su esperanza, su historia.
En vuelta de unos años, la música llanera, confinada a los límites de la inmensa pampa, se dio a conocer en toda Venezuela gracias a las grabaciones de Juan Vicente Torrealba e Ignacio “Indio” Figueredo, a las voces de Ángel Custodio Loyola y Magdalena Sánchez y a las letras de Mariano Hurtado Rondón, Ernesto Luis Rodríguez y Germán Fleitas Beroes.
En la oportunidad de grabar “María Laya”, se le recomendó a don Mariano, ya hombre adulto, guayabo superado y despecho lejos, que le diera a la letra un sentido de búsqueda, pero de una mujer desconocida, tarea que le resulto fácil dada su destreza en el manejo de la versificación. “El Indio Figueredo no es autor ni de la música ni de la letra, pero es quien mejor la interpreta en el arpa, aunque la toca muy “telegrafiao”.
En las primeras grabaciones aparece claramente la verdad, cuando se dice que es “música del cantar popular” y letra de Mariano Hurtado Rondón.
Originalmente decía:
“Salí para el Bajo Apure
en una potranca baya
tan solo por encontrar
a la “India” María Laya”.
María Laya es muy bonita,
es dulce y es muy hermosa
yo quisiera conseguirla
a ver si la hago mi esposa.
Si María Laya supiera
lo grande que es este amor
a mi me hubiera entregado
alma vida y corazón.
Yo había perdido la fe
de que pudiera encontrarla
pero me dieron razón
que la habían visto en Achaguas”.
No era cierto. No la podían haber visto ni en Achaguas ni en todas las vastedades apureñas ni guariqueñas; el destino los había enrumbado por caminos diferentes.
Algunos de los versos fueron cambiados. Donde decía “tan solo por encontrar” dice ahora: “tan solo por conocer”...como que si no la hubiera conocido con toda profundidad y la pureza con que se conocen dos jóvenes que juntos descubren el amor. “Me han dicho que es muy bonita, es rica y es muy hermosa”, es un verso superpuesto. Quien conoció a don Mariano sabe que no se hubiera interesado por una mujer, porque le hubieran dicho que era rica. No era ese el valor que lo animaba a salir a buscar a una mujer, especialmente cuando el rico era él, por pertenecer a una de las familias pudientes de Camaguán.
Inmediatamente la música llanera irrumpió en todos los ámbitos nacionales y tomó el lugar que había ocupado el joropo caraqueño tan magistralmente interpretado por Lorenzo Herrera y Vicente Flores y sus llaneros.
“María Laya”, “Tierra Negra”, “Los Caujaritos”, “La Catira”, “El Uno y Catorce”, “El Cabestrero”, “La Kirpa”, “Cariño Lindo”, “Guayabo Negro”, “Caminito Verde”, “El Pajarillo”, “Zumba que Zumba”, “El Carnaval”, y mil títulos más, encontraron refugio en la memoria del pueblo.
Mariano Hurtado compuso muchos otros poemas y asoció su nombre al de los primeros impulsores de nuestro folklore. Muy conocidas son sus letras de “Las Flores”, “El Macán” dedicado a mi tío Pedro Fleitas Beroes, versos de “El Gavilán”, “Cariño Lindo”, “Los Caujaritos”, “María Laya” y muchos otros.
No solo componía sino que completaba. Era muy frecuente que a joropos que tenían un solo verso conocido, se le compusieran otros para poderlos grabar. Un buen ejemplo es “Mango Verde”. Desde tiempos de la colonia se conoce el verso que dice:
“Yo no como mango verde
porque me pela la boca;
yo lo como madurito
porque así es que me provoca”.
Como con ese solo verso no se podía grabar, el poeta Fleitas Beroes le compuso tres coplas más.
Lo mismo hizo don Mariano con “El Gavilán”. Al verso conocido:
“Si el gavilán se comiera
como se come el ganao’
ya yo me hubiera comido
el gavilán colorao’”
le agregó el conocidísimo:
“En la barranca de Apure
suspiraba un gavilán
y en el suspiro decía
muchachas de Camaguán”.
Le cantan a los dos grandes amores del llanero: la mujer y la llanura.
En sus letras siempre aparece, sin que él la mencione, y tal vez sin que se hubiera dado cuenta, una mujer que se ha ido lejos, cuyo permanente recuerdo lo entristece y a la que trata de llegarle aunque sea con los suspiros, para despenarse, le canta en “Los Caujaritos”:
“Si los suspiros volaran
como vuela el pensamiento
no serían tantas mis penas
ni tan grandes mis tormentos
Triste canta la pavita
Y triste canta el paují
Más triste me pongo yo
Cuando me acuerdo de ti.
Cuando estoy a solas lloro
Y en conversación me río
Canto para distraer
Un poco los males míos.
Y en el bellísimo “Cariño Lindo” le canta un amor a primera vista y confiesa:
Cuando por primera vez
Cariño lindo tuve la ocasión de verte
Me fuiste tan agradable
Que terminé por quererte.
Los días que paso sin verte
Son para mí de amargura
Verte siempre y con
Frecuencia sería mi mayor ventura
Algunas de sus coplas son de desesperanza; no encontrar lo que busca le hace decir:
Yo no canto porque sé
Ni porque mi voz es buena
Canto para que no caigan
Más culpas sobre mis penas”.
-----
Si María Laya supiera
lo grande que es este amor
a mí me hubiera entregado
alma vida y corazón.
Tal vez desesperanzado, sin imaginar que ella hubiera podido sufrir la ausencia igual que él, la culpa:
Estoy más que convencido
de la triste realidad;
que tu nunca me has querido
y que jamás me querrás.
Una vez hizo don Mariano un largo viaje. Remontó el río y fue a tener a un apartado pueblo barinés donde sabía que estaba María Laya. La encontró casada con un buen hombre y “cundida de muchachos”. Tenía seis o siete hijos. Pasó el día en el pueblo, conversaron mucho, y en el momento de la despedida, ella le preguntó varias veces si se iba “ido ido” o si pensaba volver algún día.
“Si te vas para siempre te voy a decir algo, pero si piensas volver no te lo digo”. Cuando estuvo segura de que el adiós era definitivo, señalándole al hijo mayor, le reveló un secreto que ni don Mariano me confió, ni yo insistí en conocer.
Al final en el momento de la definitiva y dolorosa despedida, revela toda la pena que le ha causado la ingratitud de su “Cariño lindo” lleno de encantos incomparables; y desesperanzado ante la pérdida, confiesa que no hubiera padecido tanto sufrimiento, si no la hubiera conocido; si no la hubiera visto nunca.
Adiós ingrato cariño,
de incomparables encantos;
si nunca te hubiera visto,
no hubiera sufrido tanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios