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3 de agosto de 2012

Viento de Huracán - José León Tapia


Ya hemos comentado en varias oportunidades el maravilloso legado que dejó el Dr Tapia especialmente al estado Barinas,  a través de sus libros que  cuentan la historia  con base a  los recuerdos y vivencias de sus antepasados.
En esta oportunidad  hablaremos un poco de VIENTO DE HURACÁN, basado en la llegada de la industria petrolera a  Barinas.
Es un relato  que contiene reclamo, dolor, tristeza y un profundo sentimiento nacional, ya que la explotación del  petróleo  trajo consigo un cambio en el modo de vivir, en el modo de pensar, en  las costumbres, tradiciones y valores criollos.  El petróleo vino acompañado de desafuero y libertinaje pero peor aún, trajo esclavitud de pensamiento y corazón. Los “Americanos”, como nos hemos acostumbrado  equivocadamente a llamar a los nacidos en los Estados Unidos, como si fueran los amos del continente; instauraron su industria, trayendo sus costumbres y tradiciones  y comprando la mente de muchos venezolanos: unos simplemente  dejaron los campos y los medios habituales de trabajo; otros  entregaron su tierra por precios irrisorios, otros se enriquecieron a costa de sobornos, falta de escrúpulos y destrucción del medio.

Dice José Vicente Abreu en los comentarios de la obra:
“Allí comenzó a gestarse, todo con el beneplácito  de la piñata extranjera, repartidora de unas migajas precarias para algunos, y la pobreza y miseria para muchos. Nacen fácilmente los dos extremos desiguales, los dos polos de una nación enajenada, corrompida y cargada  de contabilidades en manos extranjeras, y la parte pulcra y sana, infeliz que se opone-sin hierros y sin miedos- a los grandes intereses de las explotadoras transnacionales, para salvar algunos rasgos de nuestra cultura y las economías tradicionales.”
“No creo que José León, se refiere a Barinas en particular. Barinas siempre será su motivo, su lar de hidalgo, su jugo, su razón de ser,  su entronque con el mundo, el cementerio de sus vivos recuerdos que todavía le dan esperanzas. Él parte de allí para abarcar todo el país. Toda esa nación donde van los Ministros de Hacienda con sus negociadores, para ofrecer un poco mas de hambre y de miseria para el pueblo. Barinas fue quizás una de las últimas conquistas de las compañías petroleras”(…) “ había un arraigo largo a la tierra desde la Guerra Federal y los más viejos la defendían-sin armas- como a la del propio padre.
Entonces nada se vio como un ocaso, sino como un amanecer: amenazaron, usaron los jefes civiles, expropiaron, penetraron, violaron (…) y se llegó a la práctica del despojo como lo más natural entre los hombres. Los ríos se secaron de llanto, se murieron los peces, quedaron solamente los cantos rodados de siglos pulidos y redondeados que perdieron su verde y su musgo ante la intemperie y la luz solar. Ríos que se murieron de petróleo, de ignominia e invasión de yanquis desatados que encontraron  otro oeste con mestizos sin Toros Sentados ni Gerónimos.”

 “Es la historia del despojo. Despojo de tierras, de paisajes y culturas. Trajeron otra manera de vestir, música diferente, un tratamiento distinto a las gentes y una manera diferente de mirar a las mujeres. Andaban locos de poder (…) los yanquis se convirtieron aquí en gerentes o  simples jefes de pozos. Y los más grandes bebedores de cerveza y putañeros a quienes se les reservaban las mejores recién llegadas, todavía para mirar las cosas con amor de conquistadores. Y trajeron hasta su discriminación y blancura, ya liquidada por la Guerra Federal”

Podríamos decir que en el relato hay dos venezolanos básicos: el que ve la explotación petrolera como un negocio y aprovecha todas las ventajas de la misma subestimando y menospreciando su sangre criolla,  y el venezolano iluso, en lucha constante contra el abuso y la  depredación de suelo e identidad  nacional. Ambos enfrentados en toda la novela,  amigos desde niños pero con distintos rumbos. El primero siempre vencedor y el segundo, el perdedor indiscutible que nunca se entregó.
 Juan José Bazán, barinés emprendedor con estudios en el extranjero y una indiscutible habilidad y visión comercial, pero inescrupuloso al extremo:

Juan José Bazan, con su vestimenta de vaquero del Far West, imponía la moda entre sus servidores y desde entonces era corriente verlos usando   anchos sombreros de picuda copa, camisas de cuadros y colores vivos, pantalón desteñido blue jean y media bota de agudo tacón. Al cinto suplantando la ancha faja de los llaneros, gruesa correa de hebilla dorada, en forma de dos casquillos entrelazados

Cristóbal Moreno,  barinés de origen humilde,  abogado graduado en Caracas. Defensor  constante de  trabajadores explotados, hizo que se firmaran contratos de trabajo y se aprobara el sindicato

“En la euforia de los tragos, Cristóbal Montero  habló prolongadamente de los compromisos con el pueblo, del cariño por lo propio, de la obligación de mantener los principios y aceptar el progreso, sin dejarse  cambiar el pensamiento

-          Que lástima Juan José, ya te cortaron las raíces y al árbol que se las cortan, pronto empieza a morir."

“-Soy el defensor de los proletarios- decía con petulancia- al  servicio del  pueblo donde esta mi sangre, mis vivencias, mis afectos. Un estrecho afecto de pueblo a líder nacido en sus propias filas, un trueno en las distancias, un sol embravecido. Su voz en la tribuna era un clarín de triunfo: su dialéctica un ejemplo de razonamiento y sus gestos tenían la dureza del hombre que  no se doblega nunca

Otros personajes terminan de perfilar ese momento de nuestra  historia:  Freddy Sánchez el criollo adulador del extranjero, que a fuerza de servilismo ascendía social y económicamente. Nando el Napolitano, otro extranjero  haciendo dinero a costa de la flora de un estado privilegiado y respaldado  totalmente por Juan José Bazan:

-Te encargaras de la distribución  y mercadeo que todo lo que nazca en estos contornos, ablándame los empleados del gobierno para que me entreguen pronto los permisos forestales, esos se convencen fácilmente. Nando,  money  y nada más que money, como si fueran putas,  mi querido Nando. A ti te sobra labia para hacerlo y como eres extranjero, no te avergüenza el soborno. Eso es lo tuyo amigo mío. Y para eso viniste a America ¡para ser un hombre rico sin tanta pendejada!! Avanti  Nando, avanti. Negocio grande el de la madera fina, negocio pequeño pero jugoso, el de las mujeres de Nicolasa. Business are business, sin escrúpulos y adelante, que el futuro es nuestro, mi querido Nando”

por donde pasaba la exploración, iba dejando el rastro: un sendero de destrucción sobre todo lo que vivía.  Árboles talados, cauces resecos porque los buldozeres desviaron sus aguas, sabanas incendiadas para clarear los espinares, ríos contaminados por el aceite arremansado en natas viscosas.

Nada detenía la avanzada destructiva y cuando algún hombre, propietario de terreno y amante de su lar, negaba el paso,  se aprovechaban de su caballerosidad y deslumbramiento enviándoles  como negociantes, hermosas mujeres americanas  que los convencían rápidamente.

 Los peones serviles apoyaban la actividad devastadora de los forasteros que acababan con la fauna nativa para distraerse. Para pescar, tiraban un taquito de dinamita  en el fondo de un caudal. Cazaban indiscriminadamente venados, dantas, guacamayas, paujies,  cocodrilos, báquiros, jaguares, yaguazos, lapas, y demás. En avioneta y guiados por baquianos criollos que les enseñaban los sitios y después les cargaban  las presas  entre las risas  de hombres rojizos borrachos.

Juan José Bazán representa en la novela, el progreso sin  amor a lo propio, el progreso impulsado por la avaricia, por el afán de ganancia ilimitada, la vida licensiosa sin moral. Poderoso, rico, llegó a ocupar cargo de Gobernador y en ese rol, con su pasión modernista,  remodelaba la ciudad inspirado en lo ajeno. Burdeles escandalosos por doquier. Árboles  milenarios talados en las plazas, centenarias casas coloniales  de calicanto y mezcla real demolidas, letreros  luminosos por todas partes y las calles se llenaron de “Americans Bar, restaurantes, Grills,  Boites y cabarets. Era como si se avergonzara de la tradición, de las raíces. Renegó de los sones folclóricos y en lugar de las retretas colocaba música de swing, boogie boogie, charleston y jazz.

Desaparecían las antiguas costumbres, la música de la propia tierra, las fiestas de santos y penas de muertos, los pesebres de Navidad, las plazas umbrosas,  los viejos libros, el amor, la vida tranquila y sosegada a la que nadie quería retornar. El progreso para aquellos seres deslumbrados, era ganar dinero a manos llenas, arrasar con el pasado, copiar las costumbres extrañas,  comprar o vender hasta la Iglesia Catedral, si así lo imponía el interés comercial. Y allá continuaban, como escarabajos gigantescos, los camiones de Nando, los buldozers tronantes, humo azul, humo negro, polvo, ruido y destrucción, arrasando bosques, casas, pueblos, ríos, para que sobre la tierra limpia, cubierta de cemento, surgiera el hecho civilizador.
 
-Progreso, Juan José, no es calcar con servilismo todo lo que viene del exterior, como lo haces tú: progreso es lograr los adelantos más novedosos para desarrollar tu propio país de acuerdo a su modo de ser. ¡Vivir, educar, gobernar, sembrar, construir, industrializar, aprovechando las tecnologías del universo, pero sin destruir las raíces, los valores culturales de la nacionalidad. Eso es progreso, Juan José Bazán, no vender la patria borrándonos el alma y regalando nuestros recursos naturales para adularle a los gringos como lo estás haciendo tú. Ya verás como la vas a pagar… ¡Ya verás!,- le decía Cristóbal Moreno

Y se cumplió la profecía: ese “progreso” que tanto ayudó a forjar Juan José Bazán, se fue convirtiendo en un monstruo insaciable  que lo fue desplazando. Mucha gente vino a hacer dinero, negocios, importación, pero con ellos, se acentuaba la destrucción:

Mientras tanto, proseguía avanzando en densa niebla, el manto rosado de la transformación; los hombres abandonaban los campos, las tierras fueron vendidas, arrebatadas o hipotecadas por los bancos, los políticos, los consorcios, comerciantes y poderosas empresas de ultramar. Ganados rojos, blancos, pardos, gordos, exuberantes, lagunas azulosas, en la distancia, cercas de acero brillantes, lujosas haciendas, farms, ranchs como los del propio Texas, tan hermosos en las películas de John Wayne

Allá lejos, en la ciudad, caminaban los desplazados;  taciturnos, silenciosos, sombras andantes como los fantasmas de Carlota Bazán, entre el bullicio de las sinfonolas, alaridos del micrófonos, muchedumbres presurosas. Sombreritos de alas caídas, anchas fajas de arabescos, miradas esquivas, asustadizas, miedo en los ojos escapándoseles.

En las plazas, escuchando  la música exótica de los altavoces, sus hijos y nietos, de pantalón blue jean y camisas de cuadros rojos, como sangre fresca diluida en arrebol. Sobre sus melenas rizadas, el sombrero de alas anchas, al ritmo del caminar de aires tejanos.

Gene Austries desafiantes por las calles, en los caminos,  sobre motocicletas veloces, siempre hablando la extraña jerga, idioma sagrado en los nuevos rumbos de la cultura occidental: chévere, pana, acelera brother, en la pomada, como siempre. Mientras los otros, los hombres tristes que fueron dueños de la tierra fértil, su mundo y su pasado, observaban extrañados sin comprender.

Al  caer la noche, se encendían las luces de sus ranchos que en círculo miserable rodeaba  la ciudad.
Miles de seres que atraídos por la esperanza del petróleo, habían abandonado todo en busca de nuevas oportunidades para una vida mejor que tardaba mucho en llegar."

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