Vivencias Llaneras del Abuelo quiere sumarse a las personas y grupos ecologistas que luchan y advierten los daños irreversibles que se hacen diariamente al planeta. Un grano de arena es insignificante, pero muchos granos pueden hacer la diferencia.
Venezuela es, ya está dicho de mil formas, un país de naturaleza privilegiada, sorprendentemente dotado de hermosísimos paisajes totalmente contrastantes pero todos de un poder natural envidiable. Y es precisamente esa condición, la que nos hace importantes a nivel mundial en lo concerniente a la protección de ese importantísimo recurso para la vida como lo es el agua.
El documental Tierras de Agua Dulce, que ya hemos comentado en este espacio y que puede leer en el enlace más abajo colocado, plantea que Venezuela está entre los 12 países más ricos en agua y ocupa el tercer lugar de los humedales de América Latina. Estas condiciones nos comprometen mundialmente en la protección del planeta.
Queremos invitarles a seguir el Blog Humberto Silva Cubillán (humbertosilvacubillan.blogspot.com), donde este venezolano nos mantiene informados de lo que está pasando a nivel mundial a nivel ecológico y hace hincapié en nuestros propios crímenes ecológicos.
Nosotros, nos circunscribiremos al llano, y les ofreceremos a través de una nueva etiqueta que denominaremos ALERTAS ECOLOGICOS LLANEROS, escritos antiguos y nuevos, además de nuestras propias experiencias. La importancia de los escritos antiguos estriba precisamente en demostrar que estos alertas tienen mucho tiempo ofreciéndose y que probablemente no ha habido en muchos casos acciones contundentes para impedir estos desastres ecológicos. Agregaremos en esta etiqueta artículos anteriores relacionados y que hemos ubicado en EL LLANO QUE HEMOS PERDIDO, para delimitar los temas relacionados con protección al medio ambiente natural.
Queremos ofrecerles, en esta oportunidad, un escrito de Don José Natalio Estrada, que data de 1970, hace 42 años, donde nos cuenta sus recuerdos sobre el río Arauca:
“El hombre tiende a quedarse solo en la tierra. La fauna y la flora que tan grata hacen la vida, están desapareciendo de todos los continentes. En los ríos de los países industrializados ya no hay peces; la contaminación con desechos de las fábricas los han exterminado; en los mares del globo ya se nota la disminución de las especies piscícolas, envenenadas por los detritus que son arrojados a ellos; y el smog en la atmósfera nos amenaza a todos con males hasta ahora desconocidos. Venezuela no podía quedarse a la zaga en estas manifestaciones de la actual civilización, si bien entre nosotros, país sub-administrado, la contaminación procede de los malos gobiernos.
Los vestigios de las antiguas civilizaciones reposan bajo las arenas de inmensos desiertos. El hombre de entonces, ignorando como el actual que el equilibrio de la Naturaleza no puede ser roto impunemente, al destruir el árbol, se destruyó a sí mismo y destruyó su obra.
Me tocó en suerte conocer al río Arauca cuando era una polifonía de cantos, aleteos, rugidos y barullo acuático constante. Al final de la época de las lluvias y al reducirse el cauce el río, las aguas que inundaron y fertilizaron las sabanas, regresaban también las diversas especies de peces que se habían regado en ellas en busca de alimento variado. Y entonces se enfilaban aguas arriba hacia las cabeceras del río los nutridos cardúmenes de pequeñas sardinas primero; luego seguían las palometas y los coporos de menor tamaño; y finalmente subían los grandes cardúmenes de peces mayores, que tornaban el agua inservible para el consumo por su fuerte olor a pescado. Eran días y días de continuo pasar de peces aguas arriba a desovar en las cabeceras. Y en el aire la algazara y el continuo revolotear de las gaviotas, que de tanto en tanto se lanzaban raudas contra los peces. Las cotúas o cormoranes en bandadas asediaban a los cardúmenes en los remansos y hacían su agosto. Hieráticas, las garzas blancas y las morenas se mantenían inmóviles hasta el momento de lanzar el picotazo fulmíneo contra algún pequeño pez.
Entre tanto, los grandes peces entraban al asalto de los cardúmenes de peces más pequeños, con un chasquido como un latigazo. Y el dorado, luego de golpear, dejaba escurrir un segundo su sombra dorada a flor de agua. Este era el breve momento en que el pescador alerta sobre el barranco del río descargaba el arponazo vertiginoso para asegurarlo.
En el centro de la corriente a veces saltaba en el aire un enorme pez y nosotros comentábamos “se bañó el valentón”, suerte de gran pez de nuestros ríos llaneros. Esa visión ya desapareció del paisaje fluvial.
Luego, en las noches de luna, los pequeños ladridos de los perros de agua; el roznido de algún caimán o el ruido seco que hacía el sacudir contra el barranco del río para despedazarlo, algún gran pez que había atrapado.
Los grandes manatíes, como gruesos bueyes, afloraban en pares y lanzaban al aire al respirar, tenues chorros de vapor blanquecino.
Para la época en que compramos el hato de manos de nuestro padre, no había instalaciones sanitarias en casi ninguna parte del llano, y nos tocaba bañarnos con una totuma en el río. En cierta ocasión en que me acercaba a mi sitio favorito en el río, oí un gran ruido de aguas violentamente removidas y me fui acercando con cautela. Muy cerca de la orilla remontaba la corriente un gran temblador o anguila eléctrica. Seiscientos voltios de descarga mortífera. Entre dos aguas asomó el puntiagudo hocico de una tonina y agarró rápida y violentamente al temblador, sumergiéndolo. Al recibir la descarga eléctrica que posiblemente ella aminoraba mordiéndole en donde no tuviera células electro-generadoras, la tonina escapaba con ruido de aguas alborotadas. Minutos después reaparecía el temblador nadando aguas arriba y nuevamente repetía la tonina su ataque y escape apresurado. No hay duda que estaba descargándolo de su potencia eléctrica para finalmente engullírselo.
En las noches de luna nos íbamos a las playas en profundo silencio con el fin de sorprender a los terecayes y tortugas poniendo. Pero a veces los sorprendidos resultábamos nosotros, al toparnos inesperadamente en alguna oquedad de la playa con alguna caimana depositando huevos en el enorme hoyo que había cavado en la arena.
Ya todo esto es cosa del pasado. Los caimanes fueron totalmente exterminados y las babas van por el mismo camino. Los peces escasean en el río Arauca.
La pesca indiscriminada y sin vigilancia ha privado a las poblaciones ribereñas de esta fuente de alimentos, en beneficio de unos pocos chinchorreros que solo resuelven su propio problema económico, con gran perjuicio para la colectividad.
El río perdió sus pájaros, sus peces y su voz"
Octubre, 01 de 1970
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