Páginas

3 de noviembre de 2012

La Llorona de Gorrín, cuento fantasmal del Municipo Camaguán.

A continuación otro de los relatos fantasmales del Profesor Hugo Arana Páez. HARPA Miembro investigador del Centro de Estudios Histórico-Sociales del Llano Venezolano. San Fernando. Estado Apure.

 Contexto Geohistórico 
 La locación de esta ficción, se sitúa en las inmediaciones del Puente Gorrín, un viaducto que se halla en la carretera nacional que comunica a las poblaciones de Camaguán y San Fernando de Apure. El nombre Gorrín se origina del jefe realista, Teniente Coronel, Salvador Gorrín, quien además tenía un hato en ese lugar y quien, procedente de Calabozo venía a reforzar las tropas que comandaba el general realista José María Quero, que defendía la plaza de San Fernando, la cual era asediada por el General José Antonio Páez y quien el 6 de marzo del año 1818, finalmente logra tomarla. 

El sitio a San Fernando y el enfrentamiento de Páez contra el Teniente Coronel Salvador Gorrín. (Año 1818)  lo describe el propio Páez, en su autobiografía: … “Continué estrechando la plaza por el lado del Sur, y con el objeto de cortar sus comunicaciones con la capital y los llanos de Calabozo, dispuse que el comandante Rangel atravesara el río por la boca del Coplé con ochenta hombres de la Guardia y sorprendiera al pueblo del Guayabal, situándose luego en el camino que conduce a Calabozo y Caracas. Allí interceptó una comunicación que Correa dirigía al Teniente Coronel Don Salvador Gorrín, contestándole un oficio fechado en Camaguán, que dista siete leguas de San Fernando, en el cual le participaba que venía con fuerzas suficientes para darle auxilio. Impuesto yo de que Gorrin había salido de Calabozo con quinientos hombres de infantería, trescientos de caballería y quinientos caballos para remontar los ginetes (sic) que tenía a pie en la plaza, me propuse salir a batir a aquella fuerza, pues si entraba en ella daría a los sitiados grandes ventajas sobre mí. A la cabeza de dos escuadrones marché hacia la hacienda del Diamante y después de caminar toda la noche, llegué a dicho punto al amanecer y por allí crucé el río. Dos o tres horas después pasamos también a nado el Apurito y por el camino del Guayabal fui a reunirme con Rangel que me esperaba en el lugar del Palital. En aquel momento estaba empeñada la descubierta de carabineros de éste con la de Gorrín, apresuré la marcha para llegar a tiempo de auxiliar a los míos. Apenas había formado mi fuerza, aumentada con los ochenta hombres de Rangel, cuando Gorrín rompió el fuego. Carguéle yo por el frente y el flanco y logré poner en fuga su caballería y apoderarme de los caballos de remonta que traían (500 bestias)”… 

A principios de la década de los años ochenta del siglo veinte, en pleno invierno y debido a las crecidas del río Portuguesa, sus aguas se desbordaron en el sector Gorrín (entre la población de La Negra y San Fernando), llevándose por delante una porción de la carretera, produciendo una enorme boca (cauce de agua) de aproximadamente doscientos metros. A raíz de ese desastre se formaban en ese tramo interminables colas de vehículos, esperando que alguna improvisada balsa los trasladara de un lado a otro. Este evento, incomunicó a la capital apureña con el centro del país, obligando a que las autoridades construyeran un puente de guerra, que se conocería como Puente Gorrín, que funcionó hasta el año 2009. 

Haciendo antesala a una balsa, estaba yo, donde pude observar que en ese sector había un hermoso caserío llamado Gorrín. El paisaje natural y humano, amén del hecho histórico acaecido allí en la Guerra de Independencia, me inspiraron para crear un cuento fantasmal, al que nombré La Llorona de Gorrín. 

 Dos jóvenes amigos, vecinos de San Fernando decidieron asistir a las fiestas patronales de Camaguán, que se celebran el mes de septiembre de cada año. Muy entusiasmados se marcharon a tierras guariqueñas. Al llegar, se fueron a las riñas de gallos que con tal motivo se efectuaban; luego en la tarde asistieron a los toros coleados donde conquistaron a dos muchachas, las cuales invitaron a la fiesta que esa noche se celebraría en el club de dicha población. Con las damas bebieron cervezas y bailaron todos los ritmos. Al llegar la madrugada, el club fue quedando solo y sin desearlo tuvieron que despedirse de las mujeres. Es decir, como decían los viejos y viejas apureñas, ese día los muchachos gozaron un puyero. Extenuados de tanta juerga y medio borrachos, decidieron regresar a San Fernando. Contentos y hablando más que un perdido cuando aparece, tomaron la carretera nacional rumbo a su lar nativo. El vehículo se desplazaba raudo. Cuando pasaron por La Negra, no respetaron los reductores de velocidad (policías acostados) que se hallan en esa población y así a alta velocidad continuaron el viaje. Finalmente llegaron al puente Gorrín, donde también existen otros reductores de velocidad y donde inesperadamente una gandola que venía en sentido contrario, los encandiló, obligando al conductor a frenar en el puente; fue en ese instante que de la nada salió una hermosa joven, que se les acercó llorando, solicitándoles que la subieran al vehículo, que tenía que llevar a su padre urgentemente a San Fernando. 

Los amigos se extrañaron de tan repentina aparición, el conductor pensó en un momento en subirla al automóvil, pero su acompañante le suplicó que no lo hiciera, que esa mujer era una visión, que no era real, que siguiera, que acelerara. Mientras que por la ventana del chofer, la muchacha llorando insistentemente, suplicaba a éste que la subiera al vehículo. Tal vez, el conductor, atendiendo al pedido del amigo, reanudó velozmente la marcha, sin percatarse que la mujer inesperadamente se había colocado frente al vehículo, impidiendo cualquier maniobra que el conductor pudiera hacer para evitar arrollarla; todo fue inútil. Lamentablemente el asustado chofer se la llevó por delante. De inmediato el parabrisas se tiñó de un espeso carmesí que le impedía continuar viaje. A raíz del impacto el carro dejó de funcionar y ante la imposibilidad de ver, los amigos se bajaron para cerciorarse qué le había ocurrido a la mujer. 

Ambos caminaron alrededor del carro y cosa extraña, no tenía ninguna abolladura, tampoco había ninguna persona atropellada debajo del mismo y lo más sorprendente fue cuando dirigieron la mirada al parabrisas; el cristal permanecía limpiecito como si una extraña mano lo hubiera lavado, es decir, como si nada hubiera ocurrido; a la vez el motor ronroneaba, como si algún extraño chofer de pronto lo hubiera encendido. Allí fue cuando los atemorizados borrachos se subieron al carro y continuaron raudos rumbo a San Fernando. Al fin llegaron a la alcabala que se halla en el cruce de la carretera que conduce a la población de Guayabal, donde hay un puesto de la Guardia Nacional y donde también se hallan varios reductores de velocidad. Ante la presencia de unos guardias nacionales que estaban sentados en unos bancos que se hallaban a la entrada de la caseta, los muchachos se calmaron. 

No habían pasado el ultimo reductor, cuando súbitamente se les apareció nuevamente la extraña mujer, con su lastimoso llantén, suplicando una cola para San Fernando, por supuesto, como los amigos nuevamente se negaban a dársela, la mujer repentinamente se embarcó en el automóvil, de inmediato, los jóvenes presurosamente se apearon del carro, dejando en el mismo a la tenebrosa mujer. Profiriendo horribles alaridos, los muchachos corrieron hacia la caseta donde estaban los guardias. -¡Auxilio! ¡Auxilio! Por favor ayúdennos que en el carro se metió una muerta, véanla, allá está sentada en el asiento de atrás. Los guardias al ver a los muchachos venir hacia ellos dando alaridos, se pusieron de pie, agarrando sus fusiles, por si acaso. Por cierto, cuando los jóvenes llegaron al puesto, los funcionarios pudieron ver a la luz de los bombillos que los dos jóvenes estaban mas blancos que una parcha y nerviosos no dejaban de gritar. 

-¡Vean! ¡Vean! ¡Vayan al carro pa que la miren! Les gritaba uno de los muchachos a los funcionarios. -¡Vayan al carro! Para que vean a una muerta metida en él. 

 Los gritos despertaron al jefe del puesto. Un guardia con muchísimos años de servicio. Éste presuroso se levantó y vistiéndose decía. 
 -¡Que vaina estará pasando! ¿Cuál es el motivo de tanto alboroto? Voy a ver qué vaina está pasando. 

Los muchachos al ver al viejo, se dirigieron a él, para decirle casi gritando.
 -¡Mire la mujer que está allá en el carro! Esa mujer es una muerta que se nos apareció en el Puente Gorrín, pidiéndonos la cola para San Fernando y ahora se nos metió en el carro, véala y óigala como llora. 

Extrañado el viejo, les preguntó a los angustiados muchachos.
  -¿Cuál mujer? ¿Pero dónde está esa mujer? Yo veo el carro solo y prendido, allí no hay nadie. 

Inmediatamente invitó a los jóvenes a que lo acompañaran hasta el vehículo.
 -¡Vean! Les decía a los temblorosos muchachos. -¡Miren que no hay nadie! Lo que ocurre es que ustedes están rascados. 

Ciertamente, en el carro no se veía a nadie, solo se escuchaba el ronroneo del motor. Todos constataron que ciertamente ninguna persona. Ya calmados los ánimos, el viejo guardia, invitó a todos a la caseta, donde muy sosegado les dijo, miren muchachos yo les voy a contar lo que ha ocurrido. 

 -¡No jile! No son ustedes los únicos a los que se les ha aparecido la Llorona de Gorrín. Yo llevo en este puesto más de veinte años y no son ustedes los únicos que han llegado aquí echando el mismo cuento. 

-¿Y qué sabe usted lo que ha pasado? -Preguntó uno de los guardias. 

Ahí fue cuando el viejo, lanzó una sardónica carcajada. -¡Bueno! Vamos a contarles lo que sucede. Hace más de veinte años estando muy joven y recién llegado a este puesto, ocurrió una lamentable tragedia en el Puente Gorrín. Se dice que una muchacha tuvo que salir desesperada de su casa a las tres de la madrugada, a pedir una cola para que llevaran a su anciano padre al hospital de San Fernando y ocurrió que en el carro que iba pasando en ese instante, iban dos borrachos procedentes de las fiestas patronales de Camaguán y no se percataron de la presencia de la mujer en la vía y lamentablemente la arrollaron. Ella quedó triturada bajo las ruedas del automóvil, a la vez que el parabrisas se impregnó de tinta sangre. Mientras el cuerpo de la joven quedó tendido en el pavimento, los irresponsables continuaron su viaje rumbo a la capital apureña, como si nada hubiera ocurrido. Se dice que desde entonces, cuando se celebran las fiestas patronales en Camaguán, se les aparece a los conductores borrachos que se dirigen a San Fernando, una bella joven que llorando desesperadamente les pide la cola. Aquí a este puesto, son muchos que como ustedes han llegado dando gritos; asustados porque se les ha aparecido La Llorona de Gorrín. 

Seguidamente el viejo guardia instruyó a sus subalternos que dejaran a los muchachos arrestados en el puesto, hasta que se les pasara la rasca y que continuarían su viaje por la mañana, para evitar que se les fuera a aparecer La Llorona más adelante. Inmediatamente los asustados viajeros le agradecieron al viejo guardia.

 -¡Encantados de quedarnos arrestados aquí hasta que amanezca! Contentos, los muchachos pasaron el resto de la madrugada sentados en los bancos del puesto, hasta que la aurora anunciara la llegada del nuevo día. Mientras que La Llorona de Gorrín, con su llantén, se quedaría allá, esperando a que otros borrachos, procedentes de las fiestas patronales de Camaguán atinaran a pasar por el lugar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios