BARRANCOS DE GUAMO CHIGUO
Tierras de la altillanura
Omar Carrero Araque
Baquiano
La cruda brasa solar se abatía sobre el embarcadero de El Caribe convirtiendo a las revueltas aguas de aquel caño en una fuente de reverberación. El Caribe al desprenderse del Arauca sirve de comunicante entre el vibrador río de los criollos y el Capanaparo de los Pumé.
El esplendor del firmamento, indiciaba que el frente intertropical en su viaje al sur, ya había dejado atrás al séptimo paralelo. En ese punto de El Caribe emprendimos el viaje hacia el Este, el rumbo de los ríos de la cuenca del Apure, en busca de la Boca del Tronador y de las fundaciones de El Merey, costeras del Riecito. La marcha a media máquina exigida por las características del caño puso a prueba la pericia de Joan el motorista para esquivar carameras y buscar recovecos que acortaran la distancia.
Una vez en el Capanaparo, dada la profundidad del cauce y los largos tendíos del río, pudieron soltarse los 75 caballos del Yamaha, dando al viaje la sensación de un vuelo, pues la lancha apenas rozaba la corriente como las gaviotas que a flor de agua nos acompañaban rayando el espejo. De trecho en trecho un pequeño oleaje se asomaba en la superficie haciendo las veces de saltanejas que perturbaban la quietud de la barca.
Profundos barrancos de lado y lado encajonan al río, dejando ver en su perfil la señal del movimiento de las aguas, así como decenas de agujeros en sus paredes que sirven de hogar a las Matracas. Centenares de Chiguos bordean el río como observando la procesión de la espuma, aunque en muchísimos trechos, esta tupida cortina arbórea ha dado paso a chaparrales y pajales gracias a los desaciertos del hombre.
A diferencia de lo que ocurre en el llano de aluviones, pocas aves se observan en las riberas de este río, pues sólo algunas Garzas Reales y Morenas se dejan ver en calmoso vuelo cuando el ruido del fuera e´borda las espanta. Por el contrario, se destaca la cantidad de águilas pescadoras que cruzan el afluente en arrogante vuelo, un hecho que comprueba la riqueza pesquera del río.
Al paso del tiempo, cuando ya el reloj señalaba las cuatro horas de viaje, llegamos al sitio de encuentro de dos ríos; un punto marcado por el tono bicolor del agua que por un trecho se niega a mezclar el negro guayanés del Riecito y el pardo aluvión del Capanaparo. De allí en adelante comenzamos el remonte cambiando de rumbo hacia el oeste para enfrentarnos al resplandor de un sol bajante que crea bonitos matices al conjugar luces y sombras que se reflejan en el espejo de agua.
El viaje riecitero deja ver que la barrera vegetal bordera del cauce ahora luce más compacta y prístina pues quizá la lejanía de los centro poblados mengua el impacto del hombre en el medio.
Una hora después aparecen, entre médanos y sabana, las casas del fundo que hará las veces de posada. Frente al tranquero nos recibe Don Erasmo García, el propietario, quien afablemente nos abre las puertas de su casa y presentándonos a su familia y al equipo que brega junto a él en esas soledades, entre quienes destaca el baquiano Arturo Nieves.
Dos casas conforman la morada: una de reciente construcción con amplios corredores en derredor y grandes patios con bien cuidados jardines que asoman la mano y el cariño de Doña Carmen. La otra casa, de antigua data, alberga la cocina, el comedor y la despensa. Árboles frutales sombrean los patios y decenas de gallinas, patos y pavos se pasean en sus vecindades. Tres grandes perros cuya bravura es contenida por un pesado trozo de madera atado a su cuello con una larga cadena se mueven amenazadoramente a nuestro lado. Un poco más allá está la caballeriza construida recientemente con techo de zinc y gruesos horcones de Congrio. Los corrales de tubos ocultos dentro del anticorrosivo bordean el establo. Numerosas reses pastan en los potreros, casi todas del color blanquecino propio del ganado mestizo que ha desplazado al criollo llanero. Esta uniformidad en el color del ganado hace pensar que algunos términos del léxico llanero como sardo, barcino, barroso o lebruno sólo quedarán en las letras de los joropos.
Erasmo es un llanero zamarro que conoce bien “el trabajo de llano” porque en su juventud fue hombre de toro, soga y caballo. Ahora, cuando ya monta la sexta década, la visión de una “gaza” (artificio que permite liberar desde lejos el amarre de una res embravecida) colgada de un garabato le abre la puerta de los recuerdos para soltar una especie de “preliminar” con el que da inicio a sus historias: “Esta era la gaza que usaba cuando yo era llanero”, dejando ver con esta expresión que el ser llanero se define más por un oficio y no por el sólo hecho de haber nacido en el llano.
Su vista pasa por encima de la última vara del tranquero para mirar la lejanía y desde allí, desempolvando recuerdos, acota que antes para traer el ganado cimarrón a los corrales se contrataban vaqueros diestros con el lazo y se les daba unos 2 ó 3 caballos por vaquero, unos freneros y otros potrones. El trabajo comenzaba en la madrugada, entre tres y cuatro, cuando después del pocillo de café y habiendo llenado las alforjas de panela, queso y agua, se salía a recoger el ganado que estaba disperso en la anchura de la sabana sin cercas o escondido entre las Matas o los Cachales. Una vez reunida la manada se dejaba descansar para ejecutar el Ojeo, es decir, para separar a ojo a los animales de acuerdo a ciertas particularidades o fines específicos: cimarrones, rencos (animales con lesiones en los chíscanos), vacas paridas, mautes, becerros o reses flacas (chifles).
Otras veces con el ojeo se separaban los ganados de los hatos vecinos una vez que las reses amadrinadas habían sido reconocidas por sus dueños. Después se seleccionaba a “la tripulación” encargada de arriar las manadas hasta los corrales: La tripulación se dividía en dos grupos, destacando a una mitad por un lado y la otra mitad por el otro, hasta rodear completamente al rebaño. Se asignaban los puestos de los vaqueros en función de su destreza y veteranía; así se tenía que el Cabrestero iba delante de los madrineros (animales mansos que se habían traído del hato, ya conocedores del camino hacia los corrales y que se dejaban guiar sin problemas), este Cabrestero con cantos y silbos era quien guiaba la Punta; inmediatamente después se colocaban los Punteros y Traspunteros encargados de evitar que el ganado se dispersara hacia los lados, y por último los Culateros, quienes mediante gritos y acosos se encargaban de arriar el ganado.
El Caporal de sabana era por lo general el dueño o el encargado del hato. Cuando algún toro matrero se les desgaritaba (escapaba), de inmediato partían los punteros o los traspunteros, que lo perseguían a toda carrera para enlazarlo; el primer vaquero le ponía un “cachimuela” (el lazo le queda entre un cacho y la quijada) y el segundo con un lazo más abierto le enlazaba desde el lomo hasta la cruz. Si pelaban el lazo le caían a la mota (la borla del rabo) para colearlo. A veces era necesario narizearlo y destoconarlo para dominarlo más fácilmente y llevarlo de arrebiate hasta los corrales.
Una vez que el rebaño llegaba a los corrales, se prendía un candelorio para calentar los hierros para el herraje. Los animales se enlazaban y se pegaban al botalón para inmovilizarlos mediante el “guayuqueo o verijeo” pasándole la cola entre los chíscanos traseros para que no pudieran levantarse. Una vez tumbado y maneado, el animal se herraba, se marcaba en las orejas y, en el caso de los toros, se capaban.
Las bestias cerreras se trabajaban con una pareja de 4 amansadores (en este caso “pareja” tiene el significado de equipo) y por lo general para estos trabajos se contrataban 3 parejas. Cada una de éstas debía “Pegar” (enlazar y llevar a los corrales) 20 caballos cada día, escogiéndose el tiempo de menguante para realizar dicho trabajo.
El tiempo de amansamiento podía durar hasta tres meses porque cada una de sus etapas “se llevaba con calma y no como ahora que se quiere amansar un potro en una semana”. Al potro, una vez “sueltiao” (inmovilizado a medias con suelta o manea), primeramente se le ponía el tapaojo, el bozal, un cabresto resistente y por último, la “tereca” (silla de montar rústica) bien ajustada. Para iniciar la doma se le quitaban las sueltas y se le levantaba el tapaojo dándose paso así a la fuerte lucha del potro por librarse del inusual peso que ahora sentía sobre sus lomos. La lucha se manifestaba con violentos saltos hacia adelante, fuertes corcovos y patadas al aire. A estos potros en proceso de amansamiento no se le puede poner frenos ni puyar con las espuelas. En vez del freno se usaba el Barbiquejo, que es un bozal rústico hecho con cabuya resistente que se mantiene por largo tiempo, hasta que se considere que el potro esté bien domado y haya mostrado obediencia por la cabeza. Después se le monta un freno suave para que vaya habituándose a cargar peso en la boca, y por último se monta el freno verdadero que en Apure era preferiblemente del tipo mantecaleño.
Después del amansamiento de las bestias y del ganado se realizaban los negocios con los compradores, que por lo general era gente que bajaba de la serranía andina atravesando la legendaria montaña de San Camilo. Un comprador que se hizo muy nombrado fue Francisco García Camacho, más conocido como “el Guate García”, quien cargado de morocotas bajaba del cerro acompañado de su hombre de confianza o “edecán” llamado Trinidad Castro. Las ventas del ganado se hacían únicamente en mayo y en diciembre y se pagaban en moneda efectiva.
Ahora, dice el hatero, esto se acabó porque a nadie le gusta arriar ganado, las jaulas ganaderas llegan hasta la puerta de los hatos. Las cercas, además de dividir las propiedades, sirven para mantener el ganado recogido y así ya no hace falta su búsqueda en la sabana abierta. Las reses, una vez en los corrales, se pasan por el brete y allí, sin botalón ni nada, se inmovilizan para herrarlas, vacunarlas, desparasitarlas, destoconarlas, marcarlas o caparlas. Ahora el ganado se vende en cualquier época del año.
Por estos cambios drásticos en las costumbres llaneras, señala que “el llano se murió”.
Actualmente muchas de estas experiencias se mantienen vivas gracias a los cantadores que en sus joropos o pasajes rememoran tiempos idos. Tal es el caso de Ángel Custodio Loyola en Las Vaquerías (o Faenas llaneras) y Jorge Guerrero en Al café y a los caballos. Sólo falta saber si los escuchas entienden las expresiones llaneras manifiestas en las canciones.
En el viaje de regreso a Elorza sentíamos que la barca venía mucho más pesada no sólo con el fardo de información sobre paisajes, plantas e insectos recogida en Riecito para la agenda ambiental que The Nature Conservancy (TNC) ejecuta para el Municipio, sino también con la carga de historia oral de los llaneros que fueron!!!.
Hato El Merey (Riecito - estado Apure)
Noviembre de 2012
Vocabulario:
Cachimuela (Lazo que cae sobre un cacho y media quijada)
Carameras (Grupo de troncos arrancados por las corrientes y apilados en el lecho del río)
Cimarrón (Res bravía o montaraz)
Cachal (Matorral enmarañado dominado por árboles de Cacho)
Capar (Castrar)
Chifles (Reses muy flacas)
Chiguos (Nombre vulgar de los árboles pertenecientes al Género botánico Campsiandra)
Chíscanos (Hueso largo de las extremidades y por extensión, las patas de las reses)
Destoconar (Rebajar los pitones de los toros)
Frenero (Caballo que responde bien al movimiento del freno)
Freno mantecaleño (Freno artesanal construido en Mantecal utilizando el hierro del eje de motores fuera de borda en desuso)
Gaza (Artificio que permite liberar desde lejos el amarre de una res embravecida)
Guate (Término empleado en el llano occidental para designar a los andinos venezolanos o colombianos)
Guayuqueo o verijeo (Artimaña que consiste en pasar la cola de la res entre las patas traseras, es decir entre las verijas para evitar que esta se levante)
Madrineros (Toros mansos que se ubican delante de las manadas cerreras a fin de conducirlas más fácilmente hacia los corrales)
Narizear (Perforar la nariz de la res cerril para atarla y poder conducirla dócilmente)
Ojeo (Acción mediante la cual los llaneros separan a ojo las reses de una manada de acuerdo a ciertas características)
Pegar (Enlazar caballos salvajes y llevarlos hasta los corrales)
Potrones (Potros jóvenes que aún no responder bien al freno)
Rencos (Animales con lesiones en los chíscanos)
Suelta (Especie de manea. Se coloca en los cuartos anterior y posterior de los caballos)
Tendíos (Trechos largos en los ríos encajonados, que están libres de meandros)
Tereca (Silla de montar rústica. El nombre es una corrupción de Terecay, un quelonio similar al Galápago, como también se suele llamar a estas sillas)
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