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21 de mayo de 2013

Acento de Cabalgadura, Enrique Mujica

Hace bastante tiempo que quería ofrecerles no solamente una reseña de este libro y su autor, sino copiar algunos de los relatos contenidos en la obra, por considerarlos una referencia importantísima sobre la vida del llanero humilde, propiamente del campo.

La obra está conformada por 44 relatos cortos, donde el protagonista, no identificado en ninguna parte del libro, narra sus vivencias.

Lo curioso y especial de estos relatos, es que están escritos utilizando el lenguaje propio de la zona, es decir, las palabras son escritas tal cual las pronuncia ese llanero sin preparación académica pero con un cúmulo de conocimientos obtenidos de la observación de su medio. Los relatos versan sobre la forma de pensar de un hombre campesino, pero además encierran muchísimas enseñanzas de medicina natural, de costumbres y tradiciones, de malicia llanera, de faenas, de fauna, de vida en el llano, entre otros, todo en el marco de la inocencia y candor de la gente sin educación formal.

Pudiera pensarse que un libro escrito de esa forma, carecería de interés para lectores cultos por su extrema sencillez y lenguaje utilizado, sin embargo, el real efecto es todo lo contrario, es un libro cargado de expresiones, refranes, diálogos que nos muestran la idiosincracia del llanero, es un libro para ser analizado minuciosamente, saboreado y digerido para sacarle el máximo provecho y conocer la vida en las llanuras venezolanas.

Esta obra al igual que el Diario de un Llanero de Antonio José Torrealba, constituyen verdaderos tesoros para la filología nacional Luis Alberto Crespo lo define como: " un círculo de tierra y cielo, porque tiene en la palabra meandros que dan vueltas en los temas de siempre, temas de aparecidos, de tierras de miedo en la noche, de faenas y caballos heroicos, animales que desaparecen del ojo humano y se meten en la piel para de nuevo desaparecer convertidos en palabras recién fundadas. Allí está el valor de este libro de Enrique Mujica, en la forma de decirlo, de inventarlo, de oírlo para nosotros, con la mayor pronunciación de un hombre que un día se sentó bajo el alero a decir una conseja."

Afortunadamente y gracias a la labor de rescate de la literatura nacional que hace la Fundación el Perro y la Rana, es relativamente fácil conseguir y adquirir este libro, sin embargo, siempre con la intención de facilitar el acceso a los temas llaneros, al igual que hicimos con el Diario de un Llanero  (que lamentablemente no ha sido reeditado), abriremos una etiqueta para Acento de Cabalgadura, en la que les ofreceremos algunos de los relatos allí contenido.

Empezaremos con uno al azar,  para dar una idea a quienes no lo han leido, de la concepción de este libro: 

LA MIEL

 El matajei hembra es el que carga. Ese es redondo, como una bola, como una tapara. Ese es el que carga porque el macho, que es largo y delgao como una manga, lo que echa son unos ramitos de miel. En un palo que llaman diente e´ perro se cría el matajei. Yo creo que es porque ese palo echa unos tallos, unas varas con crucetas que es de ande se agarra el matajei, de ande se va tejiendo. 

De ai del Porvenir pa´ abajo, pacia El Barinal, buscando una jilera e´ cujises que van orillando una madrevieja y unos Conucos, seguro que se consigue uno con un matajei cargao. Será porque por esos laos la tierra es una grea negra y lo que hay son unos rastrojos sombríos que se llenan de ese bachaco culón rojo. Debe sé por eso que por ese camino abunda el matajei, y también porque más abajo, en los conucos, eso tá apretao de topocho y cambur y más allaíta se ven las jileras de melero y en el palmar la flor de campana y la fruta e´ palma. 

 Porai por esas costas del Barinal pasábamos pa la escuela. Eso fue en un tiempo en que la Niña Isabel Valera nos daba la primaria en una casita e palma con corredor de cin que el viejo Vicente Valera, su hermano, había hecho en la entrá el hato. Un verano tuvimos yendo pa esas clases, un puño e muchachos, como treinta. 

Me acuerdo que la Niña Isabel, que estaba bien vieja, se ponía a comé hallaquita con queso, entonces empezaba a conversá, a esplicanos. No se le entendía lo que decía, nosotros lo que hacíamos era ve como se le salía de la boca aquel burucero de pan y queso que nos echaba encima. La Niña Isabel no duró en las clases sino hasta ese verano. Después pasamos un tiempo con el maestro Jesús Garrido, que era un viejo largo y seco que hablaba roncote. Ese nos decía versos y nos ponía a sacá cuenta. "Ese pez largo y redondo que vimos desde la orilla juguetear, allá en el fondo", nos decía, y otros versos que no recuerdo. También nos contaba las historias de Bolívar y nos enseñaba el mundo en una pelota azul. 

Solamente ese tiempo tuve yo en la escuela, hasta que aprendí a leé. Eso era cuando tenía diez o doce años. Después no supe más de lecturas, lo que me gustaba era un caballo bien bueno y una soga. Nunca más vi al maestro Jesús Garrido, no sé que se hizo. Por ese tiempo lo que sí aprendí fue a castrá un matajei. 

Un día por la mañanita nos quedamos castrando uno. Nos pusimos de acuerdo y no fuimos pa la escuela. Le dejamos un jumo e bosta un rato largo, hasta que se le fueron toas las avispas. Después fue que lo abrimos y nos trajimos la miel en dos taparas. Esa era una avispa brava y peligrosa. Un día jurungamos unas y nos picaron. Llegamos a la escuela y la Niña Isabel tuvo que ponenos cataplasmas de saliva e tabaco. Pasaron muchos años y yo seguí yendo a castrá matajei en ese punto. Más de uno castré. Ai era ande me acordaba de la escuela, del chorro e muchachos saliendo de la escuela, como avispas. Entonces pensaba que la escuela era también un matajei, pero sin miel.

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