La Travesía
Acento de Cabalgadura
Enrique Mujica
Lo que nos costó pasá ese ganao. Trecientos novillos de dos cargas que le traíamos a
Fernando Aquino. Ya habían cogío agua las sabanas y andaba uno entre el barro. Veníamos
con un aguacerito ventiao y agua a punta e´coraza cuando llegamos a la orilla el Apure.
El río estaba de banda a banda. No le quedaba ni una cejita e´ playa. Diez sogueros traíamos
el ganao, que venia cabeciando entre el agua, en un solo rollo. En veces se salía una res,
pero ai mismo le caía arriba un soguero y la metía entre el arreo. Yo me acordaba del viejo Aquino que siempre decía: "El buen soguero es el novato, porque ese cuando se sale un
bicho, ai mismo le cai en los cachos. El veterano se confía y lo deja í. Ese revienta mas
alante, dice. Así se pierde la res".
Yo llegué primero al rio. Me quede viendo
la corriente, que traía jileras de espuma y carameros grandes. Pasó un masaguaro completo, después un drago con las ramas verdes, después paso un caramero seco. "Cuanta barranca se trajo este año el río... " pensé y me quedé viendo el aguaje sucio del rio que era jondo en ese paso, como veinte brazás. Ai me quedé un rato. Los otros venían llegando con el rollo e ganao. Entonces pasó un caramero blanco, de palo seco, y me acordé de la noche que nos embarcamos en Camaguán en una canoíta que
llevaba una carga e panela. Un hermano mío
y yo nos embarcamos esa noche. Cuatro deos
ajuera el agua traía la canoa. El canoero iba
atrás, agarrando el timón. En la punta, que iba alta en lo oscuro, otro hombre alumbraba hacia alante con una linterna. El de atrás, que
no veía, le decía al otro: "°Pélele el ojo a un
caramero". Ai fue que yo le dije a mi hermano,
que venía bañao de agua y rezando: "Chucho, si esta vaina se junde, en un caramero desos
es ande nos vamos a i". Ai pasó un caramero
grande y ya la gente estaba en la orilla con el
rollo e ganao. Lo aguantamos un rato mientras
venían los madrineros, cuatro toros mansos,
enseñaos, que tenían porai cerca del paso. Al
rato llegó Miguel Castillo con los toros. Un
hombre los traía, los paró en la orilla. Yo escuché el grito: "¡Madrinero, al agua!". Y vi
los cuatro toros cayéndole al agua. Las otras
reses empezaron a caile también al agua y cogieron el rumbo atrás dellos. Nosotros y los
caballos cruzamos el río en unas canoas grandes.
El ganao pasó completo pa este lao. De ai,
desde la orilla por entre unos claros de monte, cogimos un banco e sabana que estaba anegao. Las reses brillaban entre el aguazal. Como
cinco leguas anduvimos buscando los potreros
de Fabián Martínez. Esa tardecita llegamos a
los corrales de Las Cruces, ande íbamos a dejá
el ganao encerrao. Ai metimos los novillos
entre las corralejas, que no eran muy grandes.
Esa noche había que velá el ganao, de caballo
ensillao, cantándolo y conversándolo por las
orillas. "¿Por qué habrá que quitale los misterios a la noche pa que la res no tenga miedo?" me quede pensando. Porque la verdá es
que un bicho que pille, un gavilán, un lechuzo
que pase, espanta un corral entero si la noche
está en silencio.
No sé por que ese día traía yo un presentimiento. A Urbino Román le dije: "Mira, vale
ese ganao ahora es que tiene brío. Venía poco
a poco y con la fresca, entre el agua". El me
dijo: "Que va, ese ta bien cansao, a ese no lo
espanta ni un trueno". Yo no le porfié.
Comimos temprano en la casa del hato. Yo
colgué el chinchorro entre unos taparos. Ai me
acosté un rato, esperando que me tocara el
turno de ile a da vuelta al corral. El Renco Patricio y Urbino trajeron leña seca y prendieron
como tres fogones. Los otros conversaban sentaos en los tramos de Palma. El Sute Rogelio
hasta se puso a rajuñá un cuatro viejo. Yo seguía pendiente el ganao, y seria porai como a
la media noche cuando vi que unas reses se
pararon. Entre la luz poquitica de los fogones
vi el rebulicio. Unos dijeron que fue un lechuzo. Otros dijeron que fue un tábano. Yo
lo que vi fue el tropel y los corrales de la palma trabá que volaron como unos bejucos. No
tuvimos tiempo e ná. Los que siguieron el rollo
e ganao se devolvieron. Las reses cogieron un
banco e sabana, hacia el monte, con la agua a
la paleta. Se llevaron los corrales. Bien seguro
que a tres leguas había Palma regá.. Porque el
ganao corre en pilas, apretao, y en la mesa e
los lomos se lleva los corrales.
Por la mañana, ensillando el caballo, me
quedé viendo los corrales vacíos, las palmas
quebrás como si fueran varas de juajua. Entonces a Urbino, que estaba cerca, le dije: "Parece vaina e gente. Hasta el bicho amontonao se asusta".
Que cuento tan bueno y veguero
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