Llano Guariqueño |
Llano Guariqueño |
Llano apureño |
Publicada originalmente el 29/07/14 y modificada el 0./10/2016
El Llano venezolano tiene dos caras opuestas de muy marcado contraste: el verano y el invierno. El invierno llega en mayo después de una breve primavera y finaliza ya por noviembre cuando las aguas empiezan a retirarse para ir abriendo espacio al verano.
El Llano venezolano tiene dos caras opuestas de muy marcado contraste: el verano y el invierno. El invierno llega en mayo después de una breve primavera y finaliza ya por noviembre cuando las aguas empiezan a retirarse para ir abriendo espacio al verano.
Ambas temporadas tienen un encanto inigualable, ambas son extremas y en ellas, el habitante del llano sufre incomodidades y limitaciones, que no ven como tales sino como un período natural del que sacan el máximo provecho.
Ir al Llano en invierno es una experiencia definitivamente impresionante, es ver la naturaleza en máximo esplendor, es la esperanza de la renovación, de la vida y sobre todo de que el noble Llano, a pesar de la influencia negativa del hombre destructor y antiecologista, no se acaba y nos muestra su fuerza telúrica en cada centímetro cuadrado de su superficie.
¿Pero cómo describirlo?, si ni siquiera las fotografías pueden captar en toda su magnificencia la gama de verdes extendida sobre el
lienzo de la llanura, verdes brillantes, aterciopelados, llenos de brotes y vida.
Matizan esos maravillosos verdes, el lila de la bora
extendida en grandes tramos haciendo contraste
con el verde oscuro de sus hojas, y algunas pinceladas blancas de florecillas
silvestres que salpican el paisaje en
otros sitios.
Bajíos y esteros muestran con orgullo el agua que los
embellece y reflejan en ellas el cielo azul que los cobija. Los ríos, de banda a banda corren a sus anchas por su cauce, mostrando su ímpetu y su fuerza.
A lo lejos, el elegante y pausado vuelo de una garza blanca y
más cerca, el garbo sin par de la garza morena inmóvil mirando hacia el infinito. El gallito
lagunero caminado o medio volando sobre
el agua le da un toque de movimiento al verde. Los alcaravanes se elevan en bandada lanzando su grito característico y los güires también levantan vuelo silbando su “güirirí” al viento.
Mas allá, los yaguazos siempre en pareja observan al llanura y algún
gavilán o chiriguare se lanza en picada y en vuelo majestuoso tras alguna presa.
Y aparecen los rebaños de ganado, ganado de colores,
pastando plácidamente y disfrutando del festín de la hierba fresca y renovada.
Algún cabrestero está conduciendo un grupo hacia alguna parte.
Y sobre esa visión maravillosa, el impresionante cielo llanero color azul intenso con
alguna que otra nubecilla en la lejanía.
El sol, siempre radiante, ofrece su luz para dar más vida al paisaje.
Los palmares de moriche y de palma llanera, mueven sus hojas con prestancia, como agradeciendo a la brisa que pasa
entre ellos.
Si cerramos los ojos, podemos deleitarnos con el trinar de miles de
pájaros acompañado con el bajo del mugir de las vacas. Incluso el viento se deja oir cuando viene a refrescar el calor sofocante.
Y si llueve, el paisaje no es menos impresionante, todo lo contrario. El cielo se cubre de grises nubarrones y aguaceros copiosos acompañados de fuertes ventarrones pueden intimidar al visitante, sin embargo, cuando la lluvia se va, la llanura muestra su nuevo vestido húmedo que intensifica sus verdes.
Pero lo más
impactante, es la carga de energía que entra por los sentidos y se aloja
en el corazón que lleno de emoción puede dejar escapar una lágrima o una
exclamación de sorpresa o alegría, llevando esto a sentir que el Llano es una tierra bendita y que el privilegio de
contemplarla no tiene precio.
A medida que avanza el invierno se ve el agua por toda la inmensa llanura, la gente cambia el tractor por la canoa, incluso para las faenas rutinarias. Las casas quedan aisladas y el ganado que no es llevado oportunamente a tierras altas, queda atrapado en ese inmenso estero en que se convierte todo el territorio. Pero ni aún así se pierde el encanto, el carrao sigue lanzando su grito estridente pidiendo más agua y las chenchenas anidan en las copas de los árboles que desde la canoa se ven mas cerca. Grandes familias de araguatos lanzan sus gritos guturales y ven pasar la gente desde las alturas como preguntándose por qué estan allí. Solo el llanero con su impresionante sentido de orientación puede llegar a su destino en un mar sin referencias para orientarse. Y mientras tanto, la lluvia copiosa no deja de caer.
Y ya en octubre, aunque el paisaje muestra aún los plateados del agua, la lluvia empieza a cesar y el agua extendida a secarse o a volver a los cursos de los ríos. Muchos peces se quedan en el camino atrapados en pequeñas pozas que irremediablemente se secarán para empezar a formar los terronales de verano.Se empieza a perder el verde esmeralda para aparecer una vegetación mustia y empantanada.
Así es el ciclo de vida y muerte en el Llano venezolano: hermoso, fuerte, telúrico, contrastante, impasible e indetenible.
A medida que avanza el invierno se ve el agua por toda la inmensa llanura, la gente cambia el tractor por la canoa, incluso para las faenas rutinarias. Las casas quedan aisladas y el ganado que no es llevado oportunamente a tierras altas, queda atrapado en ese inmenso estero en que se convierte todo el territorio. Pero ni aún así se pierde el encanto, el carrao sigue lanzando su grito estridente pidiendo más agua y las chenchenas anidan en las copas de los árboles que desde la canoa se ven mas cerca. Grandes familias de araguatos lanzan sus gritos guturales y ven pasar la gente desde las alturas como preguntándose por qué estan allí. Solo el llanero con su impresionante sentido de orientación puede llegar a su destino en un mar sin referencias para orientarse. Y mientras tanto, la lluvia copiosa no deja de caer.
Y ya en octubre, aunque el paisaje muestra aún los plateados del agua, la lluvia empieza a cesar y el agua extendida a secarse o a volver a los cursos de los ríos. Muchos peces se quedan en el camino atrapados en pequeñas pozas que irremediablemente se secarán para empezar a formar los terronales de verano.Se empieza a perder el verde esmeralda para aparecer una vegetación mustia y empantanada.
Así es el ciclo de vida y muerte en el Llano venezolano: hermoso, fuerte, telúrico, contrastante, impasible e indetenible.
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