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....Y vió que el hombre de la llanura era, ante la vida, indómito y sufridor, indolente e infatigable; en la lucha, impulsivo y astuto; ante el superior, indisciplinado y leal; con el amigo, receloso y abnegado; con la mujer voluptuoso y áspero; consigo mismo, sensual y sobrio. en sus conversaciones, malicioso e ingenuo, incrédulo y supersticioso; en todo caso alegre y melancólico, positivista y fantaseador. Humilde a pié y soberbio a caballo. Todo a la vez y sin estorbarse, como están los defectos y virtudes en las almas nuevas" Don Rómulo Gallegos

30 de septiembre de 2014

Fiestas Patronales de San Jerónimo de Guayabal

Imagen Manuel Abrizo
Hoy, 30 de septiembre, es el día de San Jerónimo. Todos los años desde el 28 al 30 de este mes, el  pueblo de San Jerónimo de Guayabal,  se viste de fiesta en honor a su santo patrono.

San Jerónimo  tiene una bonita historia que se ha transmitido de generación en generación. Es un santo milagroso y muchos habitantes del pueblo lo atestiguan.

Cuenta la tradición oral  que  encarnaba a un viejito y se le aparecía a los campesinos del sector, especialmente en una montaña y un caserío que después llevaron su nombre. Jineteaba un caballo blanco y tocaba una corneta.

En la iglesia del pueblo, el santo está en una caja de cristal y luce con una rodilla en tierra y el torso desnudo. Su mano derecha sostiene una esfera y del brazo izquierdo le cuelga una corneta, dentro de la caja hay muchas ofrendas de los devotos agradecidos.

En los dias festivos, manos amorosas lo  sacan de la caja y lo llenan  de flores, lo contemplan y lo tocan en señal de bendición.

 


Guayabal es un pueblo sencillo como casi todos los pueblos de nuestra patria, se le llega por una carretera que regala un hermoso paisaje de estero y sabana. Su gente  afable y cordial es muy devota de su patrono y se esmera en mantener su iglesia  cuidada.


La señora Margot de Fleitas, esposa del poeta Germán Fleitas Beroes nos ha contado sobre su infancia en el pueblo, recuerda sus calles de tierra y los inviernos que hacían crecer el ramal de río que lo limita,  hasta el punto de impedirles salir de la casa. Recuerda los juegos infantiles, las misas de aguinaldo y las fiestas patronales. Recuerda los largos viajes en "bestia" y en canoa a San Fernando o Camaguán en tiempos en que no había carreteras.

Su hermana Bárbara de Bautista, se quedó siempre en el  pueblo, allí vivió y allí es recordada como la primera maestra de la población, que daba  clases en su misma casa. De  sus recuerdos, Manuel Abrizo escribió sobre San Jerónimo:

 “Esa imagen dicen que la regaló una mujer, una india. Nadie lo sabe. Cuando yo estaba pequeña oía que San Jerónimo venía para el pueblo a caballo y recorría sus calles. Y que cuando lo iban a sacar de la iglesia, y él no quería, crecía y no cabía por la puerta”. 
"Una vez, cuenta Bárbara, estaba vistiendo al santo en la iglesia cuando se apareció un hombre y al ver el rostro de la imagen dijo con asombro: “pero si éste es el que se apareció por allá”. 
Ese hombre, en silla de ruedas, y su esposa, estaban en la puerta de su casa, cuando se les acercó alguien y les preguntó que les pasaba. Explicaron que él no podía caminar. El desconocido les dijo: “Vayan a ver a San Jerónimo el 30 de septiembre”. El paralítico caminó al poco tiempo y cuando fue a la iglesia de Guayabal se encontró con la sorpresa de que el rostro de la imagen del santo era el mismo del desconocido. “San Jerónimo ha hecho muchos milagros", dice Bárbara.
Para las fiestas patronales del  santo, vienen los hijos de Guayabal desde todos los rincones del país  y el día 30, es recordado por todos.

A continuación les ofrecemos los sentidos versos de una hija de Guayabal que aún estando en el extranjero, mantiene  su corazón en la calidez del pueblo de su infancia
SAN JERONIMO DE GUAYABAL
Guayabal mi pueblo amado
Por qué nunca te he cantado
Si en ti comenzó mi luz
Y con tu luz me alumbré

Como le dije a Maylida,
Quien difunde su belleza
Guayabal tiene su historia
tantas cosas que contar
Y un libro en blanco esperando
por sus memorias plasmar

En Guayabal, tierra mía!
Viven! vibran! y descansan
seres que me pertenecen
Almas que siento tan mías

Recordando a San Jerónimo
Mi madre dijo algún día:
"Ha hecho muchos milagros,
Tuve el chance de saber"

Poetas, buenos doctores,
Científicos, labradores
Dentistas y contadores
Abogados, agricultores
Maestros y profesores
Músicos, compositores
Cantantes y escritores
Han salido de esa FERTIL
Tierra que todo lo da'

De cerca o de muy lejos
Con dignidad y certeza
Con orgullo y alegría
O tal vez melancolía
Los hijos de Guayabal
Muchos o todos los días
De su origen hablarán

En el día de San Jerónimo
Estas letras leerá
Cualquier hijo agradecido
De su pueblo, Guayabal!

Margarita Bautista-Vigas
Maryland 2 de abril del 2013
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29 de septiembre de 2014

Pueblos de Guárico: Camaguán


Sobre un potrillo alazán, cuantas veces en mi infancia, me topé con tu fragancia, Estero de Camaguán
Germán Fleitas Beroes




HIMNO DE CAMAGUAN.
Música :Antonio Lauro.
Letra:Germán Fleitas.Beroes.

CORO.
Camaguán con su Estero grandioso
que parece un pedazo de mar
es un pueblo que vive orgulloso
de su gente sencilla y cordial.

(BIS)

Las estrofas de un Himno sentido
inspirado en el nombre de Dios
te cantamos ¡Oh pueblo querido!
con patriótico acento en la voz.

Tus lagunas, tus garzas, tu río,
tus palmares, tu "Caño Falcón"
son un símbolo eterno y bravío
que es orgullo de nuestra nación.

CORO.

La Humildad y Paciencia es tu guía,
tus jinetes, del llano la flor,
descendientes de aquellos que un día
escoltaron al Libertador.

Que los ecos remonten el vuelo
y en un tierno mensaje de amor
al llegar a las puertas del cielo
le den gracias a tu fundador.


Caño Falcón

Caño Falcón

 Camaguán, hermoso nombre que asociamos con cosas hermosas, entre las cuales destaca su famoso Estero. Decir Camaguán es decir, pues,  palma, sol,  agua, luz, llanura, vida, color, bora, garza, matraca, caño Falcón, Humildad y Paciencia, médano, pasaje, inspiración, Cástor Vasquez, Mariano Hurtado Rondón, Cupertino Ríos, Juan Vicente Torrealba, Juan Briceño Zapata y Germán Fleitas Beroes, entre otras muchas asociaciones con la naturaleza y con hombres célebres.

Camaguán está ubicado al sur del estado Guárico y muestra al visitante como antesala, su maravilloso estero que últimamente muestra menos agua y pasa mas tiempo seco que hace apenas unos pocos años, lo cual hace pensar que esa maravillosa reserva de fauna silvestre y biodiversidad, tiene los dias contados.

Ver el estero de Camaguán es llenar el alma de energía que entra por todos los sentidos y un atardecer  en su contemplación, no tiene precio. Dicen que son los atardeceres mas hermosos del Llano.

La población de Camaguán tiene una larga historia, pues se fundó en cuatro oportunidades entre el año 1690 y el xxxx. Las dos primeras fundaciones fueron destruidas por inviernos copiosos, la tercera, no constituyó una real fundación y fue finalmente la última la que sentó las bases de lo que hoy es Camaguán.

La primera fundación fue en 1690 y le dio el nombre de San Buenaventura de Camaguán. Dice Oldman Botello en su libro Orígenes de Camaguán:
"En el sitio que los indígenas llamaban Camaguán, un médano alto a salvo de las crecientes del río La Portuguesa (….) iba a fundarse por primera vez este pueblo de misión. Se cumplía así una real Cédula del año 1689, fechada en Madrid el 22 de septiembre; ordenaba el Prefecto de las misiones en Caracas que solicite “…la reducción de los indios, así gentiles como apóstatas, por medio únicamente de los religiosos de las misiones, con la blandura y suavidad que conviene, para que sea la palabra evangélica la que los sujete y recobre….” En esos lugares, según una relación de 1745 -incluyendo la banda de Apure- moraban indígenas de las etnias siguientes: Guamos, Atarures, Cucuaros, Guajibos, Chiricoas, Guaranaos, Otomacos, Amaibos, Yaruros, Chiripas, Atamaipas, Dazaros, Cherrechenes, Taparitas, Guaiguas, Güites, Gayones, Achaguas, Guaiquires ( o Guaiqueríes), Mapoyes, Tamanacos y Araucaimas. Una variedad, muchos de los cuales son de origen Caribe, con lenguas idénticas y otros de distinta naturaleza"

"En primer intento, en el año 1690, fray Ildefonzo de Zaragoza, acompañado de pocos indígenas que le servían de intérpretes, recorrió desde el actual estado Cojedes hasta “llegar al brazo de Apure que se junta con el Guárico (¿el Apurito?)", tratando de convencer a los indígenas que encontraba, para que formaran un centro poblado. No tuvo éxito. En el mismo año, fray Buenaventura de Vistabello, viajando por los ríos y acompañado igualmente por indígenas intérpretes, llegó al sitio de Camaguán, donde los naturales sí consintieron en reducirse a centro poblado. Se llamó esta población San Buenaventura de Camaguán. "

Plaza de los Artistas
Sin embargo, al poco tiempo de estar conformada, la creciente de invierno, mayor que la usual, puso en peligro a la población reducida a la zona mas alta. Esto ocasionó el disgusto de los indígenas quienes querían vengarse matando al sacerdote, quien tuvo que huir por las aguas desbordadas.

En el camino se encontró con el padre Arcángel de Albaida, quien se dirigía a la población con provisiones, y ambos sacerdotes regresaron al poblado. La respuesta de los indígenas fue la misma y los sacerdotes, sintiéndose continuamente amenazados, decidieron abandonar el pueblo después de un mes con tal premura, que solo llevaron lo que tenían puesto. Lograron finalmente salvarse, aún cuando los indígenas los siguieron con su hostilidad.

Después de este suceso, se perdió definitivamente la fundación realizada. Los indígenas se dispersaron por montes y ríos y recuperaron su forma de vida natural.

“En Junio de 1749, el fraile Antonio de la Higuera, a instancias de un grupo de indígenas que se habían salido de otras misiones, emprendió la refundación de Camaguán, en el mismo sitio de su emplazamiento 59 años atrás. (….) Allí permanecieron en el caney que tenían por iglesia y unas cuantas casas alrededor, hasta que nuevamente la temporada lluviosa en 1750, los hizo salir. El agua se metió por todas partes y debieron marcharse hacia el este, al sitio nombrado Guatarama y se aposentaron, pero el dueño de las tierras, don Alejandro Pio Blanco reclamó lo suyo y conminó a desalojar el lugar”. En Guatarama habían construido la Iglesia y se encontraban reunidos 225 indígenas, que ante la presión e influencia de don Alejandro, nuevamente se dispersaron. Fracasaba así el segundo intento de fundación de Camaguán.

En la segunda mitad del siglo XVIII, en los alrededores de Camaguán existían varios hatos de renombre, pertenecientes a terratenientes caraqueños; hacia 1758 el hato El Alcornocal era propiedad de Pedro Vicente Blanco de Uribe. Este hato tuvo mucha importancia en el poblamiento de la zona, ya que contaba, para esa fecha, con 29 esclavos y 30 libertos. Al año siguiente, el hato que pasó a manos del padre Antonio Alejandro Blanco Blanco de Uribe, tenía ya 69 esclavos. Entre los hatos más pequeños pero igualmente importantes de la zona, estaba el hato Las Animas, perteneciente a José Antonio de Beroes (también Veroes), que se encontraba al sureste y era llamado en los documentos Las Animas de Beroes.

Tantos hatos y su producción de ganado y queso aumentaron la población, aún cuando las inundaciones periódicas, la plaga, las fieras y demás inconvenientes dificultaban un poco la permanencia en esos lugares.

Se hacía necesario, pues la fundación de un centro poblado, para establecer a las comunidades indígenas que deambulaban por los ríos cercanos.

Entre los que deambulaban esos territorios, estaba un negro liberto: Fabián de Uribe, a quien se le ocurrió fundar un pueblo en el sitio de Camaguán. Reunió un grupo de negros libertos, zambos, mulatos y algunos indígenas y se fue a Caracas a hacer gestiones ante la Gobernación y la Iglesia. El negro Fabián exigió que en lugar de un misionero, se nombrase un cura secular para la nueva población y se designó al presbítero Juan Antonio de Urbina el 23 de enero de 1768, con el título de “…cura de la nueva fundación de Camaguán con el título de Nuestra Señora de la Merced

El sacerdote designado se dirigió pues a Camaguán, donde fue recibido con respeto y dio su primera misa. Había para ese momento en Nuestra Señora de las Mercedes de Camaguán, 50 indígenas de diferentes etnias entre las que estaban Güires, Mapoyos, Guamos y Atapaimos. Había también varios negros y zambos. El capitán de los indígenas se llamaba Juan Ventura.

Sucedió que al día siguiente de haber llegado el padre; Juan Ventura, Fabián de Uribe y unos pocos indios y negros, se embarcaron en dos canoas y se largaron supuestamente a la búsqueda de un Capitán llamado Tomás que había pedido que lo buscaran. Tardaron varios días sin volver, dejando al padre preocupado pues en el pueblo habían quedado algunas personas de las que desconfiaba. Finalmente volvió Fabián, pero volvió a marcharse con otra excusa.

Al final, el nerviosismo del padre que recelaba de todo, su incomodidad con el calor y la plaga, y la conducta oscura de Fabián que al parecer estaba permanentemente ausente cometiendo delitos, hizo que renunciara a su misión y se marchó a Caracas a poner su denuncia.

El Negro Fabián fue apresado y el pueblo se disolvió nuevamente al faltar el guía espiritual. Pero vista la importancia de fundar un centro poblado en Camaguán, el 24 de septiembre de 1768, el Prefecto de las misiones, designó un nuevo misionero.

Iglesia de la Humildad y Paciencia
El fraile andaluz Tomás Bernardo de Castro, fue el designado para acometer la fundación de Camaguán por cuarta vez. Hombre también nervioso y calificado de violento, “tomó un grupo de indígenas guamos con los cuales emprendió la fundación que puso bajo la advocación de la Humildad y Paciencia de Camaguán, definitivamente, tal vez pensando en lo humilde y en la paciencia de que debía revestirse para soportar la situación pues ya había antecedentes negativos”

Se construyó la iglesia de bahareque y techo de palma, las casas de los indígenas y del cura. Bajo su égida quedaron los 22 hatos de la jurisdicción.Ya en 1770 se empieza a observar la importancia de la fundación y en 1792 en un informe del Prefecto padre Lucena a sus superiores en España ratifica: “Esta misión ha sido y es muy útil para las entradas al terreno de entre los ríos Apure y Meta y para las nuevas fundaciones que en otros terrenos se van estableciendo…” No fue fácil, sin embargo, consolidar la fundación. Hubo deserciones de indígenas motivadas a su naturaleza errante, rechazo a la doctrina y a la autoridad que al parecer era muy estricta.

En resumidas cuentas- dice Oldman Botello –“la Humildad y Paciencia de Camaguán, la isla de
Juan Vicente Torrealba
Camaguán como la citan algunos documentos, tuvo cuatro fundaciones: la de 1690, 1749, la de febrero de 1768 y la de septiembre-definitiva-de 1768 por el padre fray Tomás Bernardo de Castro, quien se mantuvo por largos años allí, sosteniendo su obra, a pulso, valor, disciplina, organización y estoicismo.

Camaguán es un pueblo bonito, con sus casas pintadas de colores y sus calles limpias que tiene en sus entrada, la estatua de Juan Vicente Torrealba. Más allá, una pequeña placita donde se colocaron bustos de  hombres insignes de esa tierra, aunque  el vandalismo hizo su parte y ya no queda ninguno. Como todo pueblo,  tiene sus leyendas, entre las cuales destacan:

Puerto de Camaguán, río Portuguesa
Río Portuguesa, leyenda: La leyenda se inicia a principios del siglo XX, cuando Camaguán empieza a crecer como pueblo. Describe que había una señora que tenía dos niños, que se quedaban solos en el rancho cercano al río La Portuguesa mientras su madre asistía a su trabajo. El hijo mayor le contaba a su madre, que su hermano se pasaba mucho tiempo en la orilla del río hablando y riendo con alguien que sólo él veía, pero ella no le prestaba atención a los comentarios de su hijo. Un día una mujer salió del agua, tomó al niño de la mano y se lo llevó con ella.
Desde esta experiencia se comenzó a creer en la leyenda de que en el río La Portuguesa vivía un encanto que llamaba la atención de los niños, sobre todo de los varones, para apoderarse de ellos.
Comentan que dicho encanto formó su propio hábitat en un charco de Camaguán y se manifiesta de diferentesformas o figuras, generalmente, del sexo femenino.
Hay quienes aseguran haber visto en invierno una canoaconducida por una mujer llevando a bordo a varios niños, o una gallina con muchos pollitos y hasta un a garza con varios pichones.

Laguna de las mujeres, leyenda: Esta laguna se encuentra ubicada en la parte este de Camaguán,en el barrio Toquito, vía carretera Los Mangos. Antiguamente, su agua se empleaba para el riego y las actividades domésticas. Era hábitat de una variada fauna como los chigüires, venados y peces.
Esta laguna posee una leyenda que relata la muerte de una de las mujeres que frecuentaba el lugar para bañarse y lavar la ropa. Cuenta que la mujer se ahogó tratando de salvar a un niño. Desde entonces el agua cambió de color, la laguna comenzó a secarse, los animales no bajaron a tomar agua, los peces murieron y los cazadores comenzaron a sentir y a mirar extrañas situaciones.
Esta laguna ha servido de inspiración a poetas, compositores y cuentistas. Es una leyenda que forma parte de la historia de Camaguán.

El Carretón: Es una leyenda que trata de una inmensa carreta tirada por dos caballos, sin ningún conductor ni viajeros. Ha sido vista y escuchada a altas horas de la noche por la calle Bolívar.
Parece que la presencia de la misma se deja sentir por el retumbar de los cascos de los caballos sobre el asfalto, el arrastrar de las ruedas y el tintinear de las riendas que se unen para formar un ruido ensordecedor que asusta a los trasnochados y bebidos que deambulan por las calles.

Costumbres y Tradiciones:
Mercado del Queso

La feria del queso: Se desarrolla durante todo el año, los días lunes de cada semana, en el puerto de Carrizalero de Camaguán. Es organizada por los ganaderos, caveros y vendedores ambulantes.
Esta manifestación favorece la economía del pueblo, de los ganaderos y de los comerciantes ambulantes. El queso de los ganaderos es proveniente de Barinas y del centro del país. Los vendedores ambulantes y los consumidores camaguanenses obtienen el queso a precios accesibles.






Fiestas patronales de Camaguán:
Se celebran del 12 al 14 de septiembre. Constituyen uno de los eventos culturales de mayor realce de la comunidad de Camaguán. Se realizan en honor al Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia de los Médanos de Camaguán. Se llevan a cabo una variedad de actividades tradicionales, tales como: toros coleados, riñas de gallos, ternera a la llanera, piñatas a la chiquillería, intercambios deportivos, bailes populares, concursos y festivales. A estas fiestas acuden
muchas personas de la zona, luciendo de gala para la noche de la serenata, donde interpretan los mejores de la canción criolla de la comunidad. El día 14 de septiembre se conoce como El retorno, debido a que la mayoría de los nativos de Camaguán retornan a su pueblo para celebrar con fuegos artificiales y caravanas el encuentro de los santos patronos.






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28 de septiembre de 2014

El Llanero de la Capital - Daniel Mendoza

Daniel Mendoza, reconocido escritor guariqueño nacido en1823, se considera uno de los precursores de los estudios sociológicos de Venezuela, en razón de su dedicación al plasmar en sus escritos la naturaleza y costumbres llaneras.

El Llanero, está considerado una  de sus obras mas importantes aún cuando presuntamente  la autoría corresponde a Rafael Bolívar Coronado,

                          

Como observador de la naturaleza y de las costumbres llaneras, y por sus reflexiones a tal respecto, Daniel Mendoza es un precursor de los estudios sociológicos en Venezuela.
                 

    EL LLANERO DE LA CAPITAL


— ¡Pum, pum, pum; jiá, jiá, jiá!
— ¡Muchacho, mira quién toca!
— ¡Ahiá, ahiá, ahiá!; ¿dónde están los blancos de aquí? ¿No hay quién choque al tranquero? ¡Ahí, ahí, ahí!
— ¡Va!
—Ya tumbo la palisá, ¡huó, huó, huó!
—Pase usted adelante: ¿qué se le ofrece a usted?
—¿No bibe aquí el Dotor?
—Sí, señor; ¡pase usted adelante!
—Pero ¿por dónde choco? ¡Caramba! Mire usted que no quiero perderme más.
—Por aquí, por aquí... Siga usted, ¡entre!
—Oh, mi Dotor, Dios me lo guar... ¡Candela!, ¿tuavía está usted durmiendo cuando ya es hora de sestiar? ¡Arriba, arriba!
—¡Hola! ¿Palmarote por aquí? ¿Cuándo ha llegado usted?
—¡Cañafístola!, que tris no doi con su comedero. Dende que apuntó el lusero, lo ando sabaniando por estos pedreguyales, y aquí caigo, ayí levanto; acá me arrempujan, ayá me estrujan; y por onde quiera el frío, y la gente y la buya; y los malojeros juio, juio, juio; y las carretas rruuu. ¡Caramba! ¿Cómo diablos pueen ustedes bibir y entenderse en esta grisapa?

Así se anunció en mi casa, no ha muchas mañanas, el personaje que voy a presentar a mis lectores. No será necesario decir que era un llanero, tipo tan conocido en esta capital, que las pinceladas precedentes bastarían a bosquejarlo; tipo original e interesante al propio tiempo; tipo, en fin, que difiere esencialmente de los demás caracteres provinciales de aquesta nuestra pobre República.

Serían las ocho de la mañana todo lo más, y yo dormía aún, o, con más propiedad, yacía aún en el lecho en ese estado de parálisis que suspende el uso de nuestras facultades físicas y morales. Grata y deliciosa parálisis, en que ni se duerme, ni se está despierto; en que los objetos se ven como al través de un prisma y los sonidos se oyen como a una gran distancia; parálisis, de una vez, que quisiéramos prolongar indefinidamente y de la que nos arrancamos por un esfuerzo de decidida voluntad.
 

Bien se me alcanza, desde luego, que el escritor que así describe esta situación se compromete a algo, porque parece que se declara abogado de la pereza, echándose a cuestas, por añadidura, una grave responsabilidad higiénica. Empero, yo protesto que no es mi ánimo comprometerme a nada. En la inconstancia e inestabilidad de mi carácter, hoy aplaudo lo que tal vez mañana censure; ahora saboreo las delicias de la cama, acaso más tarde escriba una filípica contra los dormilones. ¿Y qué remedio lectores míos? Cada uno es como Dios lo ha hecho y a veces un poquito peor, según decía Sancho. Lo que sí no puedo pasar sin someterlo a mi férula, es el candoroso error en que incurren algunos cuando exclaman: «¡Oh, qué grato es levantarse temprano!». Grave error gramatical, imperdonable confusión de tiempos! Señores, será grato y muy grato HABERSE levantado, pero ¿levantarse, Dios mío? ¿Puede haber maldito el placer en arrancarse el placer mismo de los labios? Pasemos adelante, lectores míos, y no hablemos más de LEVANTAMIENTOS, que es plato que indigesta en estos climas.
 

Palmarote acababa de llegar a esta melancólica capital, adonde se había encaminado, no por capricho, ciertamente, sino a consecuencias de no sé qué pecado cometido en junio último en la provincia del Guárico; y no menos quería sino que yo le enderezase a esas notabilidades del poder o del favor. ¡Yo precisamente, que no sé dónde paran las unas ni las otras! Pero, paciencia, me dije, que ésta es una de las ventajas del tener paisanos, y después de rebullirme y desperezarme lentamente, salté al fin de aquel lecho, sepulcro de mis gratos o desagradables ensueños.
 

En tanto que Palmarote lo registraba todo con ávida curiosidad, en tanto que comentaba las láminas de algunos libros y examinaba atentamente los muebles, tocándolo todo con sus manos, como para salir de algún error o mejor fijar una idea, en tanto, digo, hacía yo mi TOlLETTE, que, de paso sea dicho, ni es tan esmerada como la de un pisaverde, ni tan descuidada como la de un avaro. Y a propósito, el vestido de Palmarote no dejaba de interesar por su originalidad. Corto el calzón y estrecho, terminando a media pierna por unas piececillas colgantes que remedan, aunque no muy fielmente, las uñas del pavo, de donde toma su nombre; la camisa curiosamente rizada, no abrochado el cuello, ajustada al cinto por una banda tricolor, como el pabellón nacional, y cuyas faldas volaban libremente por defuera; un rosario alrededor del cuello del GUARDACAMISA ostentaba sus grandes cuentas de oro; desnudo el pie, y la cabeza, metida, por decirlo así, entre un pañuelo de enormes listas rojas, soportaba un sombrero de castor de anchas alas.
 

Mirábame el llanero, no sin curiosidad, pasar de una función a otra de TOlLETTE y me abrumaba con repetidas preguntas.
—Y ese palito, Dotor, ¿qué significa?
—Es la escobilla de dientes, Palmarote: sirve para el aseo de la dentadura.
—De moo que el que no tiene dientes... ¡probe mi bale Alifonso!, ¡se quedó sin el palito! ¿Y ese otro artificio, Dotor?
—Esa es una relojera: ahí se pone el reloj cuando no lo lleva el individuo.
—¿Y la cabuyita negra?
—Es el cordón del reloj. ¡Mire usted un curioso tejido de cabellos de mujer! ¡Y se lleva así, mire usted!
—¡Ja, ja, ja!, Dotor, eso es cargar la soga en el pescueso. ¡Caramba!, que ya las mujeres enlasan con su mesma serda. Pues ahora, mi Dotor, tiene usted que cabrestiar hasta el botalón o tirar para atrás y rebentar la soga. Pero ¡qué malo es este espejo!
—Al contrario, Palmarote, tiene muy buena luz.
—Pues, ¿cómo me beo yo tan feo? ¡Jesú, qué espantamio!
—Porque ese espejo refleja fielmente las imágenes, amigo mío.
—¡Candela!, pues cuando mi samba se mira en estos ojitos, dice que ya tiene sueño. ¿Y estos cueritos, Dotor, para qué son buenos?
—Esos son guantes, Palmarote: se llevan en las manos de este modo, ¡mire usted!
—¡Caramba!, ¡cuántos aperos! ¿Sabe lo que se me ocurre, Dotor? Si todo lo que ustedes emplean en tantos cachibaches, lo hubieran empleado en nobiyas de primer parto, ¿cuántos beserros no jerrarían en este berano?
—Pero es menester, Palmarote, no ver la vida de sociedad sólo por el lado de las invasiones que ella hace al bolsillo, sino también por el de los goces que da en cambio.
—¡Oh!, mucho que se gosa aquí con el frío y con las piedras y con la buya y dos riales por el sancocho y cuatro ramas de malojo por dos riales y los marchantes con sus tiendas y los nobiyos a rial y medio y uno tan corto y... Dotor, ¿usted necesita esta pistolita?, ¡qué bonita!
—No dejo de usarla algunas veces, Palmarote; pero eso no es un inconveniente para que yo tenga el gusto de ofrecerla a usted: ¡tómela usted!
—Dios le yebe al sielo, mi Dotor, aunque creo que ayá no dentran los papeleros.
 

Aquí interrumpí yo la serie de preguntas de mi paisano para ponerme a su disposición, estando ya en aptitud de salir de casa. Mis servicios, le dije, se limitarán a dar a usted la dirección de esos señores, de quienes anda usted tan solícito. Sin contestarme una palabra, sacó de su bolsillo un envoltorio de hojas de tabaco (del detestable que se produce en el país), mordió una dosis más que mediana que masticaba con entusiasmo, luego me ofreció para que yo mordiera a continuación, lo rehusé desde luego, me protestó que su oferta era sincera, le probé que mi negativa lo era también, y por último, yo adelante y él atrás (humildad característica del llanero), salimos de casa y nos echamos a rodar por las inmensas calles de esta capital.
 

En puridad de verdad, no andaba Palmarote escaso de razón al quejarse del frío, acostumbrado, por otra parte, al calor sofocante de las llanuras. La humedad de la atmósfera helaba las extremidades del cuerpo, por lo cual tomamos la acera azotada entonces por el sol. Palmarote abría unos ojos llenos de avidez y de curiosidad. Estamos en la calle del Comercio, le dije.
—¡Mire usted, Dotor!, con rasón yaman a esta suidá la empoya de las letras: ¡mire cuántos letreros!
—El emporio de las letras, querrá usted decir.
—Lo mismo bale, Dotor, que yo no soi plumario. ¡Cuántos letreros!, uno, dos, tres... ¡Caramba!, cada casa tiene el suyo. ¡Deletréeme aquél!
—«Pastelería nacional».
—Eso si es berdá. Dotor: en cuanto a pasteleros, aquí no reconosemos padrote, y para descubrir el pastel, también estamos solitos. ¡Lea aquel otro, aquel del pabo!
—«Pavos y pichones para los parroquianos vivos y asados».
—¡Jesú, y qué lástima les tengo a los parroquianos bibos!, porque al fin ya los asados pasaron por la candela. ¡El de más ayá, Dotor!
—«Códigos nacionales para instrucción de los empleados que se venden a precios cómodos».
—¡Gran consuelo es ése para los probes, mi Dotor! Mire aquel otro; pero apártese que lo tumba ese burro. (¡Vuelta burro, juío, juío, juío!)
—«Aquí se amuela casi de balde».
—¡Caramba!, ya lo creo; pero buélbase a apartar, Dotor, ¡mire esa carreta! (¡Ese buei palomo, choooó! Marchantes, ¿compran carbones?) ¡Ah lusero!, mire, Dotor, aqueya ojos negros, pelo negro... ésa. ¡Candela y qué buena pata debe tener! ¡Mire cómo pisa en la piedra, ni se trompieza, ni pierde el golpe! Tiene toas las condiciones.
—¡Sepamos, Palmarote, cuáles son esas condiciones!
—Ancas, pecho, siete cuartas, suabe de boca, y güen mobimiento. ¿No correrá con la silla, Dotor?
—Pero entendámonos. Palmarote, ¿habla usted de mujeres o de caballos?
—Pué entonce léame aquel otro letrero, que ya beo que no nos vamos a entender. Y apártese que ahí ba una carreta con basura. ¿Pa onde yeban esa basura, Dotor?
—Para aquel basurero que ve usted allí.
—¡Cómo!, ¿en la capital de Berensuela hai un basurero entre la suidá?
—Uno no más, no, Palmarote; todavía hay algunos otros.
—¡Corotos! Y buélbase a aparear, Dotor, y le aconsejo que se biba apartando: mire una trosá de gente que biene ayí, y aquí biene otra, estos barriles, y ese borracho, mire, mire (¡Lepruu! ¡Biba la emocracia! ¡Bibaa! ¡Caramba! —¡Compran piedras de amolar! ¡Arre burro, juío, juío, juío! ¡Ea, ñó elombre, apártese! —¿Usted habla conmigo? Mire que si me le boi al bosal jase barro con el rabo).
—Vamos, Palmarote, continuemos y tomaremos ahora la calle del Sol.
—Ja, están crendo estos muñecos que como anda medio inquilino no puee cantar en patio ageno, y no saben que yo ni miro joyo ni palma chiquita, y cuando no tumbo al toro le arranco el rabo.
—Estamos, pues, ya en la calle del Sol, Palmarote.
—¿En la caye del Sol, Dotor? Acaso el sol sabanea más por esta caye que por las otras?
—Tienes razón: este es un nombre de capricho; pero esto viene de la necesidad de nombrar las calles, bien que algunas tengan un nombre alusivo o histórico. En los pueblos de las llanuras no se conoce esta necesidad, ni tampoco la de numerar las casas, porque allí las poblaciones son reducidas, las calles pequeñas, las casas más distantes puede decirse que están vecinas y los individuos todos se conocen entre sí. No sucede así en las grandes ciudades atravesadas por muchas y extensas calles, con casas varias y en número infinito y con una población considerable, enriquecida casi siempre con gran número de extranjeros.
—Sí, ya comprendo la necesidá de jerrar las casas, así como sucede con el ganao, que habiéndose aumentao tanto, ha sido menester pegarle un jierro. Y diga usted, Dotor, ¿algunas casas orejanas que he visto aquí, no podría el vecino quemarlas con su jierro?
—Eso seria un robo, Palmarote, como lo seria el hecho de apropiarse el individuo un Orejano que no está en sus sabanas. Esas casas no están numeradas por descuido.
—Y a propósito de estranjeros, diga usted, Dotor, esas gentes de esas otras tierras, ¿serán cristianos?
—No todos lo son, Palmarote; porque no todos los pueblos adoran al Cristo del Calvario. Hay los judíos que, no reconociendo al Hijo de Dios, observan el antiguo código de Moisés. Hay los mahometanos, que...
—No siga, Dotor, que ni yo tengo catria de tos esos códigos, ni es eso lo que he querío preguntarle. Lo que yo quiero saber es si esos Musiusque bienen de por ayá hablando en lengua, son gente güena.
—La sola calidad de extranjeros, Palmarote, o de naturales no hace a los hombres buenos ni malos. El corazón, la índole y los principios de educación son las causas de la bondad o maldad del individuo. Así que entre los extranjeros, como entre los naturales, hay gente buena y gente mala. ¿No conoce usted venezolanos malos, Palmarote?
—Y tantos, Dotor, que más balía que no los conosiera.
—Pero hay una circunstancia en favor de los extranjeros. Todos los más vienen al país por conveniencia, y siendo desconocidos en él, necesitan hacerse una reputación, tienen que hacer dobles esfuerzos para merecer la estimación pública. De ahí viene que sean por lo regular más morigerados y más laboriosos que los naturales, y de aquí el rápido incremento de su fortuna.
—¿Y cómo ha de ser güeno, Dotor, que esos marchantes bengan aquí a yevarse los riales?
—Malo y muy malo sería que se los llevasen, si no dejasen en cambio un equivalente. Pero al contrario, ellos, plegando a esa sed insaciable de riqueza, que no sentimos nosotros por cierto, contraen todas sus fuerzas al trabajo, establecen industrias desconocidas en el país, que van a ser otras tantas fuentes de riqueza pública, emplean en sus establecimientos gran número de obreros naturales, que más tarde se harán empresarios, o al menos se harán más hábiles y diestros en su industria, fomentan, por tanto, y hacen popular el amor al trabajo, satisfacen con sus productos gran parte de las necesidades del país y sirven, por último, de estrechar más y más los lazos de nuestra República con las distintas naciones a que ellos pertenecen. ¿Qué importa, pues, que en cambio de tantas ventajas se lleven parte de nuestro numerario? Porque has de saber, Palmarote, que la riqueza de una nación no consiste en el dinero que ella tenga, sino en los productos que...
—¡Alto ahí, Dotor!, ¿cómo es eso? ¿La riqueza no consiste en el dinero? ¡Cañafístola! Si yo dijera eso ayá en mi tierra, me apedriarían.
—Y sin embargo, esa es la verdad, Palmarote, como lo persuaden los economistas.
—¡El diablo serán esos aconomitas, Dotor! No dormiría yo con eyos ni que me dieran una baca paría.
En esa sazón y coyuntura atravesábamos mi paisano y yo la plazoleta de San Francisco:
—Y ese edificio que ve usted a su izquierda es lo que fuera un tiempo el convento de frailes franciscanos, destinado hoy a las sesiones de las Asambleas Legislativas. ¡Acerquémonos!
—Y diga usted, Dotor, ¿aónde se han dio esos flaires?
—A la eternidad, Palmarote. Después de la extinción de los conventos todos han muerto ya.
—Serían traviesos los tales flaires, Dotor, porque yo sé unas historias de sus paternidaes... ¿Y dise usted que aquí biben ahora esas señoras Asambleas?
—Decía yo, Palmarote, que en ese local se hacen nuestras leyes.
—¡Caramba, Dotor! ¿Y pa una cosa tan pequeña un caserón tan grande? Pues andarán eyas toas regás quini frutas de maraca.
—Continuaremos, si le place, Palmarote, y volviendo esta esquina, ganaremos la calle de las Leyes Patrias: ¡Mire usted ese paredón, que arrancando desde aquel edificio que ve usted allí, recorre toda la manzana! Todo eso es el convento de Reverendas Madres Concepciones.
—¡Hum, malo, malo! ¿Tan cerca de los flaires esas madres? ¿Y no es pecao que las monjas sean madres, Dotor?
—No, Palmarote; es un título que se da a las religiosas, quienes renunciando al mundo y abrazando una religión de las aprobadas, se dice que son esposas de Jesucristo, nuestro Padre, así como a los clérigos se les llama padres, considerados como esposos fieles de la Iglesia, nuestra madre.
—¿Y qué dirán esas santas mujeres de nuestras cosas, Dotor? ¡Y gordasas que estarán ahí entrese potrero, y cómo chocarán al tranquero por berse a toa sabana!
—Ese edificio que está al frente, Palmarote, es el Seminario Tridentino, el establecimiento más útil y más célebre de nuestro país. Ahí se enseñan las ciencias más importantes al hombre...
—Hablemos claro Dotor: ¡aquí se conseña a papelero; aquí es que se apriende a Dotor; pero ya naidie quiere aprender a cura, no señor! Papeles ban y papeles bienen; pero naidie dice «dominos bobisco». Cuando saben haser cuatro gasetas, se cren ya unos hombresitos; pero coja usted un Dotor y póngale una soga en la mano, pa que lo bea too regao en siya. Ni sabe apiársele a un toro, ni arriar una madrina, ni trochar una potranca, ni pasar su siya, ni maldita la cosa ¡Y esto no es sencia! No, señor; gasetas ban y gasetas bienen; Dotores por aquí y Dotores por ayí; y ni el toro se tumba, ni se jierra el beserro, ni se arrea la madrina, ni se trocha la potranca y se moja la siya. ¡Y tóo no es sencia!
—¡Qué disparates, Palmarote! ¿Qué seria de la sociedad si todos fuéramos arreadores de madrinas, como dice usted? Los cultivadores de las ciencias, como los industriales, como los que ejercen oficios, etc., todos, todos prestan un gran servicio a la sociedad, auxiliándose recíprocamente, y es necesario que todos desempeñen funciones distintas. Sería imposible que...
—Pare, pare, Dotor, que ya beo que usted también es papelero, y dígame: ese jumo blanco que se be ayí arriba del serro ¿qué significa? Porque, jumo no puee ser, porque ¡hombre!, ¿quién ba a estar asando tanta carne ayí a estas horas? Polbo tampoco, porque ¡candela!, ¿qué bestias puee estar barajustando ayá arriba? Yo digo que eso debe ser el paro frío.
—Esos son los vapores que exhala la tierra, Palmarote, que no pudiendo ascender más por su peso, ni descender por ser más ligeros que las capas inferiores del aire, se quedan en esas regiones atmosféricas 1.
—Apártese, Dotor, que aquí biene uno a cabayo. ¡Guá!, el mocho es de la cría padronera: ¡béale el jierro en este ganso! Mire, Dotor: yo tengo un mocho rusio, grande; buen moso, y con unas ancas, que se puee escribir una carta, y tan baquero, que la ilasión es que el toro se mené, cuando, ¡sas!, ya me yeba a la buelta del cacho; ¡mocho de responsabilidá! ¿No le gustan a usted los mochos, Dotor?
—¡Oh!, mucho, muchísimo, me desvivo por un mocho.
Al llegar aquí nuestro diálogo, tiempo había ya que nos encontrábamos parados en la esquina que forman al cortarse las calles de las Leyes Patrias y de las Ciencias.
—Mire usted —dije a mi protegido, señalando hacia el oriente , aquella plaza que ve usted allí es la de San Jacinto.
Al oír esta palabra Palmarote hizo un movimiento convulsivo, semejante a esos sacudimientos galvánicos, y palideció.
—¡Caramba! —dijo después de un momento de silencio—, si yo juera desos jasedores de leyes, la primera lei que sacaba del morde sería: «que se compusieran las cárseles y se les añadieran algunas piesas más», porque, Dotor, puee ofrecerse pará un rodeo ayí y no hai sabana; bien es que en un barajuste de ganao hai nobiyo biejo que ba a tené al inprosulto.
 

Palmarote calló, su frente se puso un tanto sombría, un profundo suspiro salió de lo íntimo de su corazón y una preñada lágrima rodaba lentamente por la mejilla de aquel rostro tostado por el sol y arrugado por las fatigas de una vida rudamente laboriosa. A pesar mío interrumpí aquella situación interesante e hice seña al paisano de continuar nuestra carrera. De allí a poco nos encontramos al frente del Palacio de Gobierno. La entrada estaba sellada de gente. Volvíme hacia Palmarote y le dije:
—Está cumplida mi oferta, amigo mío: está usted en el Palacio de Gobierno, y aquí tocará usted, como Dios lo ayude, con las personas cuyo favor solicita.
—Y diga usted, Dotor, ¿detrás de ese serro no haberá algún yano?
—Sí, Palmarote: detrás de ese cerro está el horizonte. ¡Adiós!