ÁNGEL CUSTODIO LOYOLA:
LA ALTIVEZ DEL LLANO EN
UN GRITO
A 30 AÑOS DE SU PARTIDA!
Ángel Custodio Loyola 24/09/26 - 04/09/85
Omar Carrero Araque
Baquiano
2015
La noche del cuatro de septiembre de mil novecientos veintiséis un
llanto gritao estremeció las Fundaciones de Mata Arzolera, un hato remoto en la
desolada llanura guariqueña, rayana con la unión de los dominios de Barinas y
Cojedes. Con esta resonancia a modo de pregón se anunciaba la llegada de un
nuevo miembro al hogar de Casildo Laya y Albertina Loyola.
Un grito que desde entonces no ha dejado de oírse en los llanos de
Venezuela y Colombia porque se ha hecho eco repetitivo en el Pajarillo, el
Gabán o La Catira, un eco que ha servido para reafirmar la presencia de
una tierra abierta, cuna de la franqueza y del albedrío, que se arropa con una
colcha cultural entretejida con hebras arrancadas de la sabana extendida y de la
recia faena vaquera.
Este niño que días más tarde fue cristianado en la Iglesia de Calabozo
recibió con las aguas bautismales el nombre de Ángel Custodio como
“premonitoriando” su misión de custodiar el canto puro y abierto de la tierra
llana.
Esta premonición se hizo patente a la temprana edad de catorce años
cuando dejó escuchar en público la fuerza de su garganta en una fiesta familiar
celebrada en El Berraco (1), un caserío barinés situado entre Santa
Rosalía y la Boca del Pao.
Desde sus primeros cantos empieza a definir un estilo cargado de
sentimiento llanero porque desde sus inicios entendió que el “cantar joropos
llaneros no es para cantores finos”, una apreciación que lo indujo a buscar ese
estilo propio que lo haría único e irrepetible en el canto recio del
llanero.
En sus primeras coplas da a conocer el entorno que lo marcó en sus años
de mozo cuando veía con embeleso como la lambedora que crecía en los topiales
de Corocito, doblaba sus puntas “pa´ los lados que va el viento”.
Igualmente sirvieron para su inspiración pura y sencilla, las calcetas de Monte
Oscuro, el Palmar de los Rosas y los atascaderos de Fangurrial, pero sobre todo
la hermosa catira del Hato Corocito (2), fundado por Don Roberto Vargas en
tierras arismendeñas, pero en su tiempo en manos de su heredero Don José Miguel
Vargas, padre de esa bonita muchacha “ojos de culebra brava”.
Entre canto y canto alterna con el oficio de Llanero en el Hato Santa
Teresita que la familia Del Nogal poseía por los lados de Oliveros, una época
que nunca olvidó pues más tarde en sus coplas recordaba al hato y a sus
propietarios: “Si algún día van a Oliveros y ven los Del Nogal”. De
Santa Teresita salió como conscripto junto a su compañero Pedro Rengifo con
quien se aparejaba como Puntero en las tripulaciones de arreo (3).
Después de su paso por la milicia, en la que fue enrolado a pesar del
defecto físico con que la polio lo marcó, se radica en Calabozo en donde bajo
la guiatura de Manuel Pérez Acosta aprende a tocar el arpa y a cultivar la voz.
A mediados de los años 40
ya su valía es reconocida en el sur guariqueño y en el bajo Apure por lo que,
un hombre de los medios radiales aragüeños conocido como como “Musiú” Abraham,
lo recomienda ante Juan Vicente Torrealba para que ingresara como cantante del
conjunto Los Torrealberos (4).
En 1951, una vez que ha superado las pruebas exigidas por el conocido
arpista, es contratado como integrante de este grupo musical y ese mismo año
realiza las primeras grabaciones entre las que destacan El Gavilán, Tierra Negra, Pasaje Nº 1, El Carnaval,
San Rafael y El Gabán (4), composiciones de corte netamente llanero mediante el
cual el artista quería dar a conocer la música de su tierra y diferenciarla del
joropo capitalino, tal como se aprecia en su copla: “Muchos pasajes mi
hermano – que por ahí se oyen tocá – que dicen que son llaneros – como el
tabaco e´mascá – te lo juro por Dios Santo – del llano no tienen ná”
El canto
sabanero gritao no cuadraba con el gusto de Torrealba quien llegó a señalar que Loyola “con
sus gritos corría a los turistas”, por lo que el Cantador, de quien
se dice tenía un carácter “querrequerrístico”, se apartó molesto con el Maestro
Torrealba, en un acto que ahora agradecemos pues de haberse plegado a las
exigencias de su patrón, nos hubiéramos privado de ese tañío vibrante
y quitaflojera con el que marcó el rumbo de la llanerización musical de
Venezuela.
Después de su rompimiento con Torrealba se declaró “agente libre” por lo
que se unió al Indio Figueredo para grabar algunos discos en 45 rpm y además
ganar la experiencia que lo condujo a formar su propio grupo al que denominó
Los Guariqueños, compuesto en sus comienzos, entre otros por Rigoberto
Varela, Juan Briceño Zapata, Manuel Luna y Lucio Mendoza (1).
Con este grupo grabó varios larga duración (LP) para el sello Discomoda,
entre ellos: Pasaje Contramarcado, Buenos Aires Llaneros, Sentimiento Llanero,
Corrío Apureño, El Guachamarón, Travesías de Mata Larga, El Tigre de
Masaguarito, Señores aquí está un Llanero y Ay Catira Marmoleña. Después con
Cachilapo grabó El Guariqueño si sabe; con Palacios, El Indio Modesto Laya y
por último, con Philips grabó Sentir Venezolano. (1)
Aunque la
música de muchas de sus canciones, como quirpa, seis, carnaval, periquera o
gabán, había sido compuesta entre los siglos XVIII y XIX, llegó a nuestro
tiempo en el cordaje de las arpas de José Cupertino Ríos y Clímaco Herrera que
sirvieron de molde para Rafael Hurtado, Pedro Pablo Molina e Ignacio Figueredo. (4 )
Este último
tuvo el privilegio de poder grabar gran parte de la música creada por estos
arpistas “primitivos” incluida la de su propio padre Francisco (Pancho) López,
pero sobre todo las del atamaiqueño Clímaco Herrera, creador de la Quirpa, del
San Rafael y del Carnaval, según lo apunta el afamado declamador, músico y
folklorólogo peruano Nicomedes Santa Cruz, después de sus conversaciones con el
propio Indio Figueredo (5).
Las letras
de las canciones de Loyola adaptadas a estas melodías se convirtieron no sólo
en clásicas sino que sirvieron para difundir estos aires musicales hasta ahora
desconocidos por la mayor parte del pueblo no llanero. La música del
Pajarillo, el Carnaval, la Quirpa, el San Rafael, el Gabán, el Seis por
numeración y La Catira, entre otras, se popularizaron al ser grabadas por
Loyola para convertirse en arquetipos melódicos que han servido de soporte para
el montaje de otras letras.
Entre las
canciones grabadas por Loyola se necesita de un estrado especial para montar a
“Cajón de Arauca Apureño”, un elevado poema de Julio César Sánchez Olivo
que al ser musicalizado por Lucio Mendoza, fue grabado por Loyola para ensalzar
a esa impresionante llanura encajonada entre los emblemáticos ríos Arauca y
Capanaparo. En esta canción, en su primera versión, Loyola logra mostrar
cabalmente su facultad para expresar en el canto todo el sentimiento que
guarda el llano auténtico, al mostrar con este emblema musical la plenitud de
un llano que se recuerda en toda su expresión así se tengan "cien leguas de por
medio".
Porque en
ese llano de sabanas parejitas, la palma y el cielo se ven
cariñosas besándose allá bien lejos, a la espera de la llegada de los
aguaceros para que las garzas blancas vuelvan a cubrir de blancura el rostro de los esteros y apuren la salida de
las coplas desde un alma vibrante de
sentimiento. Por estas razones Cajón de Arauca Apureño es considerado por
los apureños como su himno sentimental, adquiriendo también el viso de
distintivo musical de los llaneros de otros lados y de todos aquellos que sin
ser llaneros, se sienten como tales.
El 24 de
septiembre de 1985 cuando en Cagua sobrevino su pase a otros planos, seguramente
que en espíritu fue a despedirse de los espacios de su impronta juvenil: los
topiales de Corocito, las sabanas sancheras del Ave María, las fundaciones de
Mata Arzolera, las calcetas de Monte Oscuro, los bancos de Palo Quemao,
los atolladeros de Fangurrial, los corrales de La Perdisa y el médano de Los
Moraos. Su partida física no logró acallar su resonante voz porque ésta
permanece en el tiempo como el puntero del alba, pero sin los indicios de haber
sido “enlutado por llamas de ayer” puesto que cada día su fulgor aparece más
brillante entre las auroras que se despliegan sobre la tierra de su querencia
mayor: la tierra venezolana.
Los
testimonios que sustentan este artículo provienen en su mayor parte de la
memoria de la Sra. Belén González Parra, educadora villacurana y amiga personal
del “Renco” Loyola, trasmitidos a través de su sobrino José Guevara González
(el Coco Guevara), botánico-naturalista y llanerólogo. Igualmente, las
tertulias con el Poeta Ángel Eduardo Acevedo aportaron precisos datos que
refrescaron los que obtuve directamente del Cantor cuando vino a Mérida, tal
vez en 1971, para sus presentaciones en el Teatro César Rengifo de la ULA y en
el Auditorio del Liceo Libertador.
Los datos puntuales se obtuvieron de la consulta de
las siguientes páginas:
1.- orinocopadrerio.blogspot.com/.../tejedores-de-nacionalidad-angel.html)
cellunerg.blogspot.com/2009/09/angel-custodio-loyola-el-cantor-del.html
3.- Belén González Parra - Conversaciones
5.- Nicomedes Santa Cruz. Obras Completas II. Investigacion (1958-1991)
6.- Prof. Elvin Barreto
Guédez. Dpto. de Formación General y Ciencias Básicas
Universidad Simón Bolívar.
Sede del Litoral
7.-Premio Ángel Custodio Loyola. Fundallanura
dialogoconnelsonpadilla.com/site/.../option.../limitstart,40/)
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También se extrajeron frases de las Canciones:
Cajón de Arauca Apureño
El Palmar de Los Rosas
Los Rosales
Pasaje Contramarcado
Sentimiento Llanero
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