En Cantaclaro, Don Rómulo Gallegos coloca un capítulo llamando CUENTOS DE VAQUERIAS, donde la peonada de El Aposento, previo al baile, canto y joropo, hacía una especie de concurso de cuentos, a cual más fantástico, pero que reflejan la imaginación y la naturaleza picaresca del llanero. Se deja ver en la costumbre de aquellos tiempos, la jovialidad y espíritu juguetón de esos hombres recios, que abiertamente ponían en duda el testimonio del “cuentaembuste” que estuviera narrando su historia. En dicha obra, estos cuentos los llaman “pasaje”
Se transcribe a continuación uno de ellos, obviándose algunos diálogos para no hacer muy larga la entrada:
“Esto fué en el mes de febrero. Cuando florece el masamoso de la flor rosada en forma de campana y a lo lejos se distinguen los méanos de la sabana, que con el reverberar del sol, parecen grandes montones de oro.
El mes en que el veguero del Orinoco lo obliga el frío a abandonar el chinchorro y acostarse en la arena de las playas. Él al levantarse, se para dándole el frente al río, bosteza, se rasca la barriga por encima de la franela, ve la Cruz del Sur, suspira y piensa en el mes de marzo. No por el mes propiamente, sino por los terecayes, que ya saldran a poner sus sabrosos huevos en la caliente arena de las playas. En una ocasion se fue un veguero orinoqueño a velar unos terecayes en una boca seca que por allí daba al Orinoco. El veguero no encontró ná, por mas que agujereó toa la playa con su puya y viendo que estaba perdiendo su tiempo, aunque ná de mayor provecho tenía que hacé, se acostó en la playa.
Tan profundamente dormío se quedó, que cuando dispertó creyó que tenía una pesadilla, porque sentía un gran peso sobre la boca del estómago, pero al pelá los ojos cató de vér que era un caimán que le estaba pasando por encima.
Él no se asustó, pa que vean, sino que se quedó quietecito hasta que el caimán le acabó de pasá. Pero lo grande es que serían como las doce y minutos del día cuando el veguero abrió los ojos y se vio con tan terrible fiera encima…… y cuando dejó de sentí el peso sobre la boca del estómago, ya las cabrillas estaban serenitas donde en denantes estuvo el astro encandilador.
-¡Doce horas pasándole por encima! – prorrumpió el auditorio- ¡Ave María Purísima! Asina sería de largo ese caimán.
-Tres leguas por lo menos tendría
- Y la flor de masamoso y los montones de oro, qué tenían que vé con el tamaño del caimancito ése, compae Dimas?
- Eso lo van a ilucidá los peritos, compae Tereso. Ca uno se adorna a su manera".
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