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20 de marzo de 2011

El Cristo de las Misiones

En el Guárico corre una versión desde el siglo pasado que, si bien puede tomarse por una leyenda producida por la fantasía popular, también es asequible a una realidad consoladora.
Según parece, cuando se hizo el primer intento de colonización en la Misión de Abajo, apareciósele al Padre Gualberto de Echeandía el propio Jesús Crucificado y le dijo:

-En adelante, procura encaminar tus pláticas y amonestaciones a que se trate de mejor modo a los esclavos. Éstos también son hijos de la Providencia.

El Padre Echeandía se arrodilló y oró fervorosamente. Desde el día siguiente comenzó su plática encargando que tratasen bondadosa y  piadosamente a los esclavos.
Predicó mucho tiempo en ese sentido el religioso, y al cabo consiguió muchísimo: en los hatos eran exclusivamente los peones libres o manumisos los que jineteaban, pasaban ríos a nado, hacían los fatigantes trabajos del corte de madera para las casas.
 Y he aquí que desde aquel cambio en las costumbres de los amos, tornó a desaparecer también cierta infernal invención que hacía muchos estragos.

Consistía ésta en falsear los tirantes de los chinchorros para que éstos, al moverse la persona que dormía en ellos, se desatasen y el cuerpo diese contra el suelo.
Pero no es esto lo terrible: muchas veces se enterraba hasta la mitad una afilada lanza con la punta para arriba, y el cuerpo del durmiente era traspasado.
Nunca se pudo saber quién fue el autor de los muchos casos en que hubo víctimas; pero es lo cierto que con la influencia de los consejos y el ascendiente del Padre Echeandía desapareció la funesta costumbre. 

De suerte que apurando un poco la lógica y la no muy velada malicia que se desprende de la leyenda, eran los esclavos, que, enojados por los malos tratos de sus amos, causaban la muerte a aquéllos haciéndolos caer sobre una lanza de punta enterrada en el suelo.

De todos modos, partiendo las diferencias, aparecía el Cristo de la Misión haciendo el milagro. Puso fin a aquel paso forzado de los amos desde el sueño de la vida al sueño de la muerte. Desde entonces se le venera en nuestra santa catedral.

La imagen fue esculpida en madera de palo santo por el ebanista Juan Encinosa, de acuerdo con las instrucciones dadas por el Padre Echeandía, dándole la forma de cuerpo y de cara que el Padre había visto con sus ojos”. El Llanero- Daniel Mendoza

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