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20 de mayo de 2011

Los Ríos Llaneros son Escuelas

LOS RIOS LLANEROS COMO ESCUELA
Prof. Omar Carrero
Los ríos del llano han sido una escuela de baquianos porque su contacto permanente enseña. Allí se aprende sobre el oficio de pescador, a ser palanquero y patrón, sobre las crecidas y bajadas de las aguas, la época de las ribazones, los nombres, hábitos y uso de los peces, las aves vadeadoras, los animales peligrosos, las caramas, el aguaje, las matas orilleras, y la poesía. El Caparo, río donde aprendieron los baquianos mayores cuya semblanza se presenta en esta cartilla, se reseña de manera especial.

CAPARO: ANDILLANO RIO
Caparo, vocablo distintivo de un importante río nacido en las serranías del sur merideño que a manera de sierpe desciende el pie de monte hasta alcanzar la planicie barinesa, camino final hasta su rendición en el Apure. Con 350 Km. de longitud, 150 navegables, puede vanagloriarse de ser uno de los tantos padres del Orinoco.

El nombre del río parece venir de los monos Caparros o Capuchinos, otrora abundantes en la región. Sea cual fuere el origen de su nombre, cierto es que esta arteria fluvial que discurre hacia el naciente, representa para los moradores de la región del suroeste apureño-barinés un recurso de múltiples valores, tangibles e intangibles, siendo creador de una cultura extendida a lo largo de su llano recorrido, al permitir la mezcla de pueblos andinos y llaneros.

Los valores concretos del río, se pueden apreciar a través del tributo que prodiga a los ribereños, en forma de camino de agua, que con sus caños y brazos facilita la comunicación de uno al otro extremo, permitiendo la estructuración de complejas relaciones entre comercio, transporte, turismo y pesca. Las actividades que se generan entre los pueblos y hatos de la región mantienen un febril intercambio de bienes y servicios, notorio cuando se observa la multitud de chalanas, bongos y canoas que surcan el río en uno u otro derrotero.

En otro sentido se presentan los valores intangibles; representados por la magnificencia del paisaje, pintado en el lienzo de un horizonte pleno de dinamismo y policromía, donde la luz y el tiempo se conjugan para cambiar constantemente de motivos: Ahora son las aves vadeadoras, de majestuoso vuelo congraciándose con las térmicas; más tarde, reptiles y quelonios en las playas y barrancas en una fusión de siesta y soleo.

Otra vez, la gracia de los monos que en manadas se balancean sobre los copos de los árboles, altos custodios del viaje de las aguas. En el fondo, un cielo de azul templanza, matizado de arreboles o arrumazones, caprichos del frente intertropical. En conjunto, la magia de Caparo como espacio está íntimamente ligada a la magia de andillano río, abluente del espíritu. 

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