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17 de diciembre de 2011

El Diario de un Llanero - Los escritos de un caporal de sabana

En las navidades de 1949, el profesor Ángel Rosenblat, director y fundador del recientemente constituido para esa época, Instituto de Filología Andrés Bello, emprendió su segundo viaje al llano apureño, con la finalidad de ubicar hablantes de la lengua otomana y comprobar si la misma aún podía considerarse viva. No encontró lo que buscaba, pero sí descendientes de los indígenas otomacos; entre ellos, la familia de Antonio José Torrealba, “nieto de otomana pura”.

Antonio José Torrealba, al parecer, el mas genuino de los representantes de esa etnia, había fallecido en julio de ese mismo año. Pero como resultado de esa investigación, el profesor Rosenblat recibió del sobrino de Torrealba, una serie de cuadernos manuscritos por éste último, a los que había llamado DIARIO DE UN LLANERO


Narran la cotidianidad de un grupo de llaneros, el día a día, desde que amanece hasta que anochece, con una continuidad sorprendente. Incluyen costumbres criollas e indígenas, refranes y expresiones locales de mucho interés, coplas, galerones, joropos, septillas, corridos, contiendas, vida animal y vegetal, creencias, conocimientos médicos populares, detalle de faenas, de alimentos, entre otros, haciendo mucho hincapié en lo autóctono en lo auténticamente llanero, condición que enaltece en el personaje protagonista , llamado Agamenón, el cual los entendidos dicen que es su propia representación. A pesar de la rusticidad de la narración, está matizada con pinceladas de cultura general, de mitología y de historia. Dicen también los que han analizado esta obra, que muchas de las coplas y textos son invención de su autor, pero que otros son recopilación del folclore popular

Estos cuadernos estuvieron olvidados por más de 30 años, en el Instituto de Filología de la UCV, hasta que la intuición crítica de la profesora María Teresa Rojas, directora del Instituto para esa fecha, con la finalidad de rescatar parte de la memoria del pueblo apureño, encargó a Edgar Colmenares del Valle, la publicación de los mismos.

La publicación final constituida por 6 tomos de aproximadamente 500 páginas cada uno, cuenta con un análisis o estudio crítico de cada cuaderno, y un glosario de términos aportado por Edgar Colmenares del Valle

Contaba El Dr Rosenblat:
“Don Antonio había muerto hacía un año. Dejó escritos cuarenta enormes cuadernos de letra menuda, con un título general: Diario de un Llanero. Los diez primeros, parece que los envió a Rómulo Gallegos y fueron la base con la cual escribió sus dos grandes novelas sobre el llano: Doña Bárbara y Cantaclaro; no fueron encontrados posteriormente y se dieron por perdidos. Los otros treinta cuadernos, los hemos traído a Caracas, por generosidad de Gregorio Jiménez, su sobrino, bisnieto de otomacos, que es secretario de la Corte Superior de San Fernando de Apure. Estos cuadernos no se pueden publicar en bruto. Pero tienen una riqueza inmensa de materiales que adecuadamente elaborados pueden constituir una obra formidable sobre la vida llanera que se esta modernizando a ritmo vertiginoso”

Además de los 40 cuadernos, Antonio José Torrealba dejó 3 libretones de contabilidad completamente llenos de coplas y versos, que quedaron temporalmente en manos de Ricardo Mendoza Díaz quien acompañó a Rosenblat en el viaje que hemos mencionado y que posteriormente fueron también entregados al Dr Colmenares del Valle, que pudo rescatar gran parte de su contenido, aunque muchas páginas estaban destrozadas por polillas y preparar un libro con ellos que pensó llamar VERSOS RUSTICOS. (desconozco si fue publicado)

Nos cuenta Edgar Colmenares del Valle:
Con los originales de los Cuadernos del Diario (del N° 10 al N° 40), con las partes reelaboradas del Cuaderno N° 41 y con tres textos más que incluí como Epílogo, armé la estructura definitiva de la obra.”(…) “por respeto al albedrío de cada creador y también, por considerar que la creatividad existe como manifestación primitiva, no hice cambios ni modificaciones en los textos originales, exceptuando algunas correcciones de ortografía y en la escritura propiamente dicha, pues las creí necesarias para facilitar la recepción del discurso de Torrealba y sobre todo para unificar las inconsistencias de representación derivadas del hecho de que este discurso narrativo fue dictado a varios “amanuenses” y del mismo, tal vez se hicieron varias copias”.

“El diario de un llanero es una síntesis, una proposición que simboliza la búsqueda del perfeccionamiento humano. No se trata solamente de contar historias o de modular un uso verbal, se trata también de expresar un descontento del hombre con su realidad y de clamar por un modelo humano: el llanero auténtico, que ahora solo existe como un recuerdo. Por ello, hoy más que nunca, frente al olvido de nuestras huellas primitivas y de nuestra presencia en la Historia como signos homólogos de la libertad e identidad, Torrealba, en verdad, inquieta y alarma. Su voz, "puntera en la soledad" marca el rumbo baquiano de la insatisfacción de si mismo; del ejercicio poético como acto que impide el marasmo espiritual aún en un medio como el Llano, en donde -como dijo Rosenblat- “un universitario se olvida pronto hasta de las primeras letras”, del desarrollo de un modo propio de expresión y en fin, de la creencia en la que el hombre puede mejorarse a si mismo, y en consecuencia, mejorar el mundo.

Personalmente tengo la convicción de que Torrealba intuía que todo escrito genuino es, por naturaleza, un descontento y, por lo tanto, a pesar de su arte rudo y primitivo, sabía por qué y para qué escribe. El y sus escritos son las voz y conciencia de un pueblo que aún “sufre y espera”.

Torrealba se apoyaba en muchachos del pueblo a quienes dictaba sus historias desde su chinchorro. Esta es la razón por la cual, los cuadernos tienen distintas letras. Cuenta Carmelo Aracas, músico apureño, de quien haremos una breve reseña próximamente:   “De noche, a las 9:00 de la noche él se acostaba en un chinchorro y nos dictaba sobre las costumbres de los llanos, la fauna, la flora, los caballos, las vacas, todas esas cosas. Torrealba nos decía: ‘Algún día ustedes sabrán para qué están escribiendo, para qué yo le envío esto a Gallegos".

Llama mucho la atención que un hombre de campo, aparentemente sin mayores estudios, se ocupara de dejar estas historias sentadas para la posteridad, sobre todo por la sencillez del contenido de las mismas, que como ya se dijo narran la cotidianidad. Para haber escrito 40 cuadernos, es obvio que se esmeró en transmitir sus vivencias, por mas sencillas y rústicas que éstas hubieran sido, porque eran la esencia de su vida; consiguiendo textos de  fácil lectura pero que mantienen el interés. Mucho hay que aprender de la obra de Torrealba, cada cuaderno deja mucho conocimiento del llano antiguo, así como de las creencias y costumbres indígenas, ya que uno de los personajes es un yaruro muy conocedor. Pero además del aprendizaje y conocimiento de la memoria apureña, hay en dicha obra el orgullo de un llanero por su condición, por su tierra, por sus costumbres y por sus raices, siendo precisamente éste el gran mensaje y ejemplo que transmite esta obra.


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