Este es el nombre del primer ensayo
escrito por el poeta Alberto Arvelo Torrealba donde analiza la proyección geoeconómica de los
llanos occidentales desde su visión de
llanero futurista, y nos advierte sobre el inminente destino de los ríos de la Venezuela
Occidental y sus consecuencias en el desarrollo, población y cultivos en la
zona andina y llanera.
Significó un llamado, un alerta que obligaba a tomar medidas
urgentes para mantener la navegabilidad
de importantes ríos, un llamado que no se escuchó oportunamente y que tal cual el poeta lo vaticinó, ha terminado con la disminución de los cauces de muchos de
ellos.
Desde el mismo prólogo, el poeta
destaca la situación de los ríos barineses para el momento de su análisis y
hemos decidido construir esta entrada, la segunda relacionada con este libro, con fragmentos de ese revelador
prólogo:
“Todo el engranaje biofísico de la
colectividad barinesa, toda la estructura comercial y agropecuaria de la zona, todo su
acontecer urbano y agreste estaban, hasta fines del pasado siglo vinculados estrechamente a la red de itinerarios hidrográficos de los afluentes
del Apure por su margen izquierda. Por algo en el signo heráldico del estado
aparece, majestuoso, un río que discurre desde lejana cumbre; y por algo el
glorioso “Alto Timbre” nombre que bien cuadra al Himno del estado, condiciona la
futura grandeza del mismo a que “serpee el Apure a sus pies”
Colocamos a continuación la
referida estrofa del Himno de Barinas, y colocamos el Escudo del estado, para apoyar la interpretación
del alcance de las anteriores frases del poeta:
Mientras cruce veloz mi sabana
sobre heráldico potro llanero
y me quede siquiera un alero
y serpee el Apure a mis pies.
sobre heráldico potro llanero
y me quede siquiera un alero
y serpee el Apure a mis pies.
Continúa el poeta
escribiendo en su maravillosa prosa, el
prólogo a la segunda edición de Caminos que Andan (1971):
“Desde el
puertecito de Torunos sobre el Santo Domingo, para Barinas, para Guanare, desde
el de Guerrilandia sobre el Guanare y desde Payara para Acarigua y Araure, el
destino de aquellas rutas era unir pueblos de variadas latitudes (El Real,
Santa Inés, Santa Lucía, San Vicente, Bruzual, Nutrias, Puerto Nutrias,
Apurito, Guasdualito, Arismendi, Guadarrama, El Pao, San Fernando de Apure, Rio
Negro, Ciudad Bolívar). Caminos de vitalidad permanente para el Sur de
Venezuela. Café, cacao, tabaco, manteca, añil, iban río abajo con el empuje
del trabajo local, permutados, en el río arriba con medicinas, muebles, víveres
y toda clase de mercancías.
Las contiendas
civiles, la penuria de los gobiernos, que debieron dejar los álveos fluviales
a su propia abandonada suerte, la quema sistemática del agro, la tala sin
renuevos, desataron a corto plazo la respuesta trágica de la naturaleza ante el
flagelo humano. Al remanso apacible siguieron -escombro de cascadas- las oscuras
torrenteras, despeñadas por donde bajaban antes gárrulos manantiales. El don
del agua honda para ser privilegio de cuatro o cinco meses. Para el resto el
año, campean los playones adustos.
Tras la pérdida de
varios vapores, lanchas y bongos en la aventura de remontar el Santo Domingo,
el Guanare y otras vertientes, éstas terminaron por bloquear su propio camino,
interferido por arenales y carameros. Desolación y silencio señorearon en los cauces
antes fecundos, mientras la gente ribereña, espectadores pasivos del desastre,
aislados, desarticulados, en cautiverio sin cárcel ni cadenas, huyeron unos y
se entregaron otros a la condena inapelable del
hambre y el paludismo.
Duro, aniquilante,
el impacto de aquella inanición. Cerrado el camino del Río Negro se canceló con
él el de la ambición trashumante. Mi padre, versado explotador de los cauchales
del Sur, había emprendido ya tres o cuatro viajes a la manigua del Orinoco
Equinoccial. (…..) Era la llamada, el mandato inexorable del embrujo cauchero.
Como válvula de
escape de sus nostalgias y aficiones, mi padre volcó sobre mi niñez y
adolescencia el mundo inquietante de sus
relatos. El viejo Santo Domingo, caudaloso antes de irse la mitad de su volumen por el díscolo Caipe; la amplitud de los
estuarios en las desembocaduras; los caimanes asoleando su hastío en los playones;
los cerrados toldos formados por las alas del averío agreste; los manglares de
alzada inverosímil por brujería del reflejo; la entrada al Orinoco, imponente.
Después, fragoso zigzaguear de la piragua entre peñones de raudales y vertiginosos
remolinos, asaltos de caucheros hostiles a los campamentos, corrida de
chubascos, viajes de tres dias en hamaca por regiones inundadas a hombros de
cuatro indios. Duelos de machete o a plomo por deudas irrisorias. Viajes de
1200 kilómetros, 25 a caballo hasta
Torunos y el resto sobre el río, y más adelante sobre los caños sombreados por
el inmenso bosque. pared, techo y piso de selva, porque la canoa es también un
pedazo de selva.
En el retorno. Al
rumbo otra vez río abajo hasta la boca del Apure. Luego aguas arriba, los
paisajes cada vez mas familiares del Masparro y del Santo Domingo.
Bajo ese influjo, navegante
de las claucas vaguadas imaginativas, fui de todo corazón otro cauchero. A cien
metros de mi casa natal, discurría el
Santo Domingo. Sonajero en las noches de verano, atronador en las de invierno,
no me desamparaba su incitación a la aventura ni su querella evocadora de días
mejores. Con mis compañeros de escuela solía irme a una legua del lado arriba de
Barinas. Entrábamos bullangueros en el bosque del río, cortábamos de 200 a 300
cañas bravas, las atábamos con lianas y echábamos al agua la rústica piragua.
Nunca llegamos a colocar nuestra mercancía en el pueblo, por más que Salgari
nos suplía generoso alta graduación marinera para los tripulantes. El Corsario
Pico, llevaba la palanca; yo hacía de Armador, el Capitán Rubén de timonel; el
grumete Chento, de depositario de utensilios. En el último naufragio lo vimos
nadando desnudo y con sombrero, con un cuchillo entre los dientes.
“Mi libro sobre los
ríos desamparados estaba en germen antes de obtener mi certificado de primaria
superior, antes de amar a Garcilazo y a Góngora, a Lope, a Calderón y a
Cervantes, yo había aprendido dos cosas fundamentales: a nadar con personal
estilo y a dirigir una canoa entre la trama hostil de las carameras”
Este hermoso prólogo revela el problema comprobable
y el sentimiento de un llanero por sus ríos. Al relatar sus vivencias y sus
aventuras, así como las de su padre, el poeta
nos enamora de un paisaje ya desaparecido en muchas partes y nos hace
sentir dolor por esta tierra víctima de tanta desidia, ultrajada por tanto tiempo y tan noble que aún años después, mermadas
o desaparecidas algunas especies de plantas y animales, disminuidos y
contaminados sus cauces fluviales, empobrecidos sus suelos, abandonados los
proyectos de conservación, nos regala su
maravillosa naturaleza en un eterno retoñar de esperanza.
Cuando leo al poeta
Arvelo, a José Natalio Estrada, a Calzadilla Valdéz, a José León Tapia, a Sánchez Olivo, a Fleitas Beroes, y tantos otros
que de una u otra forma lucharon y luchan por resaltar y mantener las virtudes
culturales, folclóricas, geográficas y naturales de nuestra Venezuela, siento
el inevitable impulso de unirme a esa
lucha, aunque sea apoyando a crear
conciencia en las jóvenes mentes. El pasado ya no tiene solución, nuestros ríos contaminados, realengos, nuestra
fauna disminuida en algunas especies, nuestra Selva de San Camilo,
prácticamente desaparecida, nuestro suelo llanero sur cada vez mas infértil, nuestro estero de
Camaguán en peligro, las pesca y caza indiscriminada, la explotación incontrolada de nuestros recursos naturales
no renovables y tantas otras situaciones que sólo hablan de descuido e inconsciencia,
destruyendo o por lo menos afectando negativamente el futuro de las próximas
generaciones. Ese pasado no es reversible en gran medida, pero a
partir de hoy, si cada quien pone un granito de arena, si cada uno de nosotros,
toma conciencia, propone, difunde, si nos unimos a los ecologistas, a los cultores de nuestras raíces, si
sembramos en el corazón de nuestros hijos el amor y dolor hacia su tierra por sobre toda influencia extranjera,
pudiéramos quizás detener la carrera vertiginosa hacia la destrucción de
nuestro medio ambiente e identidad
nacional.
Volviendo a Caminos
que Andan, les hemos ofrecido solamente el prólogo del trabajo del poeta
Arvelo, en próximas entradas,
colocaremos algo más de de este importante ensayo, donde el poeta, propone no
solamente el mantenimiento de los ríos, como base del progreso, sino que interrelaciona el potencial de la fertilidad
tierra andina, con la horizontalidad del suelo llanero.
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