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12 de julio de 2012

Caminos que Andan-Alberto Arvelo Torrealba (2)


Este es el nombre del primer  ensayo escrito por el poeta Alberto Arvelo Torrealba donde  analiza la proyección geoeconómica de los llanos occidentales desde su visión  de llanero  futurista,  y nos advierte sobre el inminente  destino de los ríos de la Venezuela Occidental y sus consecuencias en el desarrollo, población y cultivos en la zona andina y llanera.

Significó un llamado,  un alerta que obligaba a tomar medidas urgentes para  mantener la navegabilidad de importantes ríos, un llamado que no se escuchó oportunamente y que tal  cual el poeta lo vaticinó,  ha terminado  con la disminución de los cauces de muchos de ellos.

Desde el mismo prólogo, el poeta destaca la situación de los ríos barineses para el momento de su análisis y hemos decidido construir esta  entrada, la segunda relacionada con este libro, con fragmentos de ese revelador prólogo:

 “Todo el engranaje biofísico de la colectividad barinesa, toda la estructura  comercial y agropecuaria de la zona, todo su acontecer urbano y agreste estaban, hasta fines del pasado siglo vinculados estrechamente a la red de itinerarios hidrográficos de los afluentes del Apure por su margen izquierda. Por algo en el signo heráldico del estado aparece, majestuoso, un río que discurre desde lejana cumbre; y por algo el glorioso “Alto Timbre” nombre que bien cuadra al Himno del estado, condiciona la futura grandeza del mismo a que “serpee el Apure a sus pies”

Colocamos a continuación la referida estrofa del Himno de Barinas, y colocamos el  Escudo del estado, para apoyar la interpretación del alcance de las anteriores frases del poeta:




Mientras cruce veloz mi sabana
sobre heráldico potro llanero
y me quede siquiera un alero
y serpee el Apure a mis pies.








Continúa el poeta escribiendo en  su maravillosa prosa, el prólogo a la segunda edición de Caminos que Andan (1971):

“Desde el puertecito de Torunos sobre el Santo Domingo, para Barinas, para Guanare, desde el de Guerrilandia sobre el Guanare y desde Payara para Acarigua y Araure, el destino de aquellas rutas era unir pueblos de variadas latitudes (El Real, Santa Inés, Santa Lucía, San Vicente, Bruzual, Nutrias, Puerto Nutrias, Apurito, Guasdualito, Arismendi, Guadarrama, El Pao, San Fernando de Apure, Rio Negro, Ciudad Bolívar). Caminos de vitalidad permanente para el Sur de Venezuela. Café, cacao, tabaco, manteca, añil, iban río abajo con el empuje del trabajo local, permutados, en el río arriba con medicinas, muebles, víveres y toda clase de mercancías.

Las contiendas civiles, la penuria de los gobiernos, que debieron dejar los álveos fluviales a su propia abandonada suerte, la quema sistemática del agro, la tala sin renuevos, desataron a corto plazo la respuesta trágica de la naturaleza ante el flagelo humano. Al remanso apacible siguieron -escombro de cascadas- las oscuras torrenteras, despeñadas por donde bajaban antes gárrulos manantiales. El don del agua honda para ser privilegio de cuatro o cinco meses. Para el resto el año, campean los playones adustos.

Tras la pérdida de varios vapores, lanchas y bongos en la aventura de remontar el Santo Domingo, el Guanare y otras vertientes, éstas terminaron por bloquear su propio camino, interferido por arenales y carameros. Desolación y silencio señorearon en los cauces antes fecundos, mientras la gente ribereña, espectadores pasivos del desastre, aislados, desarticulados, en cautiverio sin cárcel ni cadenas, huyeron unos y se entregaron otros a la condena inapelable del  hambre y el paludismo.

Duro, aniquilante, el impacto de aquella inanición. Cerrado el camino del Río Negro se canceló con él el de la ambición trashumante. Mi padre, versado explotador de los cauchales del Sur, había emprendido ya tres o cuatro viajes a la manigua del Orinoco Equinoccial. (…..) Era la llamada, el mandato inexorable del embrujo cauchero.

Como válvula de escape de sus nostalgias y aficiones, mi padre volcó sobre mi niñez y adolescencia el mundo inquietante  de sus relatos. El viejo Santo Domingo, caudaloso antes de irse la mitad de su  volumen por el díscolo Caipe; la amplitud de los estuarios en las desembocaduras; los caimanes asoleando su hastío en los playones; los cerrados toldos formados por las alas del averío agreste; los manglares de alzada inverosímil por brujería del reflejo; la entrada al Orinoco, imponente. Después, fragoso zigzaguear de la piragua entre peñones de raudales y vertiginosos remolinos, asaltos de caucheros hostiles a los campamentos, corrida de chubascos, viajes de tres dias en hamaca por regiones inundadas a hombros de cuatro indios. Duelos de machete o a plomo por deudas irrisorias. Viajes de 1200 kilómetros, 25 a caballo  hasta Torunos y el resto sobre el río, y más adelante sobre los caños sombreados por el inmenso bosque. pared, techo y piso de selva, porque la canoa es también un pedazo de selva.

En el retorno. Al rumbo otra vez río abajo hasta la boca del Apure. Luego aguas arriba, los paisajes cada vez mas familiares del Masparro y del Santo  Domingo.

Bajo ese influjo, navegante de las claucas vaguadas imaginativas, fui de todo corazón otro cauchero. A cien metros de mi casa natal,  discurría el Santo Domingo. Sonajero en las noches de verano, atronador en las de invierno, no me desamparaba su incitación a la aventura ni su querella evocadora de días mejores. Con mis compañeros de escuela solía irme a una legua del lado arriba de Barinas. Entrábamos bullangueros en el bosque del río, cortábamos de 200 a 300 cañas bravas, las atábamos con lianas y echábamos al agua la rústica piragua. Nunca llegamos a colocar nuestra mercancía en el pueblo, por más que Salgari nos suplía generoso alta graduación marinera para los tripulantes. El Corsario Pico, llevaba la palanca; yo hacía de Armador, el Capitán Rubén de timonel; el grumete Chento, de depositario de utensilios. En el último naufragio lo vimos nadando desnudo y con sombrero, con un cuchillo entre los dientes.

“Mi libro sobre los ríos desamparados  estaba en germen  antes de obtener mi certificado de primaria superior, antes de amar a Garcilazo y a Góngora, a Lope, a Calderón y a Cervantes, yo había aprendido dos cosas fundamentales: a nadar con personal estilo y a dirigir una canoa entre la trama hostil de las carameras”

Este  hermoso prólogo revela el problema comprobable y el sentimiento de un llanero por sus ríos. Al relatar sus vivencias y sus aventuras, así como las de su padre, el poeta  nos enamora de un paisaje ya desaparecido en muchas partes y nos hace sentir dolor por esta tierra víctima de tanta desidia, ultrajada por tanto tiempo  y tan noble que aún años después, mermadas o desaparecidas algunas especies de plantas y animales, disminuidos y contaminados sus cauces fluviales, empobrecidos sus suelos, abandonados los proyectos de conservación, nos regala su maravillosa naturaleza en un eterno retoñar de esperanza.

Cuando leo al poeta Arvelo, a José Natalio Estrada, a Calzadilla Valdéz, a José León Tapia,  a Sánchez Olivo, a Fleitas Beroes, y tantos otros que de una u otra forma lucharon y luchan por resaltar y mantener las virtudes culturales, folclóricas, geográficas y naturales de nuestra Venezuela, siento el  inevitable impulso de unirme a esa lucha, aunque sea  apoyando a crear conciencia en las jóvenes mentes. El pasado ya no tiene solución,  nuestros ríos contaminados, realengos, nuestra fauna disminuida en algunas especies, nuestra Selva de San Camilo, prácticamente desaparecida, nuestro suelo llanero  sur cada vez mas infértil, nuestro estero de Camaguán en peligro, las pesca y caza indiscriminada, la explotación  incontrolada de nuestros recursos naturales no renovables y tantas otras situaciones que sólo hablan de descuido e inconsciencia, destruyendo o por lo menos afectando negativamente el futuro de las próximas generaciones. Ese pasado no es reversible en gran medida,  pero a partir de hoy, si cada quien pone un granito de arena, si cada uno de nosotros, toma conciencia, propone, difunde, si nos unimos a los ecologistas,  a los cultores de nuestras raíces, si sembramos en el corazón de nuestros hijos el amor y dolor hacia su  tierra por sobre toda influencia extranjera, pudiéramos quizás detener la carrera vertiginosa hacia la destrucción de nuestro medio ambiente  e identidad nacional.

Volviendo a Caminos que Andan, les hemos ofrecido solamente el prólogo del trabajo del poeta Arvelo, en  próximas entradas, colocaremos algo más de de este importante ensayo, donde el poeta, propone no solamente el mantenimiento de los ríos, como base del progreso, sino que  interrelaciona el potencial de la fertilidad tierra andina, con la horizontalidad del suelo llanero. 

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