Hace unos días escribimos sobre El Baúl y en la investigación consultamos la página web Letras de Cojedes, administrada por nuestro amigo Isaac Medina López, donde encontramos este hermoso poema que complementa la historia de este pueblo, tan representativo del estado Cojedes y tan amado por sus hijos. Copio textualmente el análisis de Isaac Medina L. sobre el poema:
"Panegírico de mi pueblo es una de las obras más importantes en la bibliografía de Ramón Villegas Izquiel y de toda la llaneridad cojedeña. Esta pieza literaria posee casi trescientos versos que condensan las luchas y logros del pueblo de El Baúl, comunidad hija de San Miguel Arcángel y entrañable terruño del estado Cojedes, también conocido como “la tierra de los arpistas”. Esta región se caracteriza por mantener la historicidad sentimental y tangible de su colectivo humano en medio de enormes zozobras y esperanzadoras visiones que, Villegas, intenta rastrear en las raíces mismas de su comarca basadas en creer que en la búsqueda “del origen está la originalidad”, como el poeta lo citara de manera expresa.
Mal podría Villegas eludir este compromiso, dada su condición de cronista oficial de su ciudad natal y de poeta experimentado en diversas variantes de la poesía. En su fuerte simiente oral apreciamos que el recurso literario que elige es el romance español, de verso octosílabo y rima asonante, como es la costumbre cantoral en el Llano. El romance es un canto de los juglares del siglo XIV, de poetas andariegos que siembran en las memorias de las comunidades distintas semblanzas recurriendo a embrujos poéticos muy sentidos, en los que destaca la sonoridad musical y afectiva que tramite cada verso."
Tiene mi pueblo dos ríos:
El Cojedes i el Tinaco
que lo ciñen efusivos
en un fraternal abrazo.
Viene el primero de Lara
y llega casi borracho
de regar cañaverales
y tablones de tabaco.
Pero el goza de abolengo
que tiene de largos años,
porque figura en el Himno,
pues le dio nombre al Estado.
Además, por referencias
llegadas a nuestras manos,
que al presente todavía
no las hemos confirmado,
“Cojedes” procedería
del indígena vocablo
“Coaherí”; que traducido
grosso modo al castellano,
“Río encantado” sería
su hermoso significado.
I aunque no fuera tan cierto
ese poético dato,
es fascinante de veras
como se va deslizando
con languidez de agua mansa
entre música de pájaros,
con gorgoritos de espumas
que arrullan sueños poblanos
i con ansias de infinito
que llegan al oceano.
Por él bajó el capuchino
–luenga barba, gesto manso-
pero con alma templada
en el crisol del cruzado q
ue vino a oponerse el siglo
sacrosanto del cristiano
a la otra cruz de muerte,
de desolación y pasmo,
encachadura en la espada
del conquistador villano
que del áureo frenesí
hizo razón de sus actos.
* * * * *
De la centuria dieciocho,
el año cuarenta y cuatro,
el día primero de mayo
que ahorita estoy recordando,
Frai Pedro de Villanueva
viene por estos barrancos
con su indígena flotilla
de curiaras y sus santos;
con sus indios, i los indios
con sus flechas, i los arcos
con las cuerdas siempre tensas,
los arpones atinados,
para cobrar el sustento
según lo venían hallando,
durante días de penurias,
de inseguridad i espanto,
sin más alivio que Dios,
viajero de sobrecargo
en la fe del joven fraile,
de cuyos mejores años
en surcos de abnegación,
le retoñó este poblado.
Que el catorce florecido
de ese mismo mes i año
bautizara humildemente
en terroso altar indiano,
cuando en la primero misa
bajo rústico techado,
trazara en el aire límpido
la santa cruz en su mano.
Bendijo, como quien dice,
su soleado camposanto,
porque su carne i sus huesos
aquí nos dejó sembrados
como semilla perenne
que siempre está retoñando,
en bauleñas voluntades
de eternizar lo empezado.
I ha sido orgullo el Cojedes
de los bauleños aldeanos;
perpetuo testigo ha sido
por más de doscientos años,
de incontables sufrimientos
que este recio grupo humano,
con telúrico cariño,
con llanero desparpajo,
ha vivido en el empeño
de mantenerse apegado
a ese terruño que es
para nosotros tan caro.
Que amansaron los sudores
de nuestros antepasados
i lo ilumina el recuerdo
de nuestros jóvenes años,
con sus propias travesuras,
pero bien aleccionados
de andar por camino real
que es el camino más franco.
Aquí lo encuentro i se funde
en Cojedes el Tinaco,
cuyo nombre nos recuerda
a otro noble pueblo hermano.
I fue en su propia ribera
en donde nació el poblado,
que el buen cura encomendara,
en el futuro pensando,
a un arcángel aguerrido
a quien no tembló la mano
en batallas celestiales
para derrotar al Diablo.
De allí le viene su nombre
de San Miguel de Tinaco:
El Baúl es un apodo
que más tarde le aplicaron…
I será por el padrino
que hemos sido sus ahijados
tan recios batalladores
en amores i trabajo.
Amores para dar hijos
i vencer el despoblado
con que las calamidades
nos vivían amenazando,
i trabajo para crearle
porvenir a lo engendrado
i sembrarles la consigna
en la conciencia i los actos,
de que sólo la firmeza
del estudio i del trabajo
afirma las voluntades,
capacidades i brazos
para engrandecer los sitios
donde la vida nos trajo.
* * * * *
Apenas contaba el pueblo
poco más de sesenta años;
era tan sólo un infante,
entonces, si comparamos
las edades seculares
que otros estaban contando,
cuando resonó el clarín
en el Caracas lejano,
anunciando que la patria
otro rumbo había tomado.
Que orientes de libertades
nos estaban alumbrando,
pero que por el poniente
se izaban negros presagios
en banderas de reacciones
por mantener lo gozado
durante más de tres siglos
que fuimos avasallados.
El Cojedes i el Tinaco
que lo ciñen efusivos
en un fraternal abrazo.
Viene el primero de Lara
y llega casi borracho
de regar cañaverales
y tablones de tabaco.
Pero el goza de abolengo
que tiene de largos años,
porque figura en el Himno,
pues le dio nombre al Estado.
Además, por referencias
llegadas a nuestras manos,
que al presente todavía
no las hemos confirmado,
“Cojedes” procedería
del indígena vocablo
“Coaherí”; que traducido
grosso modo al castellano,
“Río encantado” sería
su hermoso significado.
I aunque no fuera tan cierto
ese poético dato,
es fascinante de veras
como se va deslizando
con languidez de agua mansa
entre música de pájaros,
con gorgoritos de espumas
que arrullan sueños poblanos
i con ansias de infinito
que llegan al oceano.
Por él bajó el capuchino
–luenga barba, gesto manso-
pero con alma templada
en el crisol del cruzado q
ue vino a oponerse el siglo
sacrosanto del cristiano
a la otra cruz de muerte,
de desolación y pasmo,
encachadura en la espada
del conquistador villano
que del áureo frenesí
hizo razón de sus actos.
* * * * *
De la centuria dieciocho,
el año cuarenta y cuatro,
el día primero de mayo
que ahorita estoy recordando,
Frai Pedro de Villanueva
viene por estos barrancos
con su indígena flotilla
de curiaras y sus santos;
con sus indios, i los indios
con sus flechas, i los arcos
con las cuerdas siempre tensas,
los arpones atinados,
para cobrar el sustento
según lo venían hallando,
durante días de penurias,
de inseguridad i espanto,
sin más alivio que Dios,
viajero de sobrecargo
en la fe del joven fraile,
de cuyos mejores años
en surcos de abnegación,
le retoñó este poblado.
Que el catorce florecido
de ese mismo mes i año
bautizara humildemente
en terroso altar indiano,
cuando en la primero misa
bajo rústico techado,
trazara en el aire límpido
la santa cruz en su mano.
Bendijo, como quien dice,
su soleado camposanto,
porque su carne i sus huesos
aquí nos dejó sembrados
como semilla perenne
que siempre está retoñando,
en bauleñas voluntades
de eternizar lo empezado.
I ha sido orgullo el Cojedes
de los bauleños aldeanos;
perpetuo testigo ha sido
por más de doscientos años,
de incontables sufrimientos
que este recio grupo humano,
con telúrico cariño,
con llanero desparpajo,
ha vivido en el empeño
de mantenerse apegado
a ese terruño que es
para nosotros tan caro.
Que amansaron los sudores
de nuestros antepasados
i lo ilumina el recuerdo
de nuestros jóvenes años,
con sus propias travesuras,
pero bien aleccionados
de andar por camino real
que es el camino más franco.
Aquí lo encuentro i se funde
en Cojedes el Tinaco,
cuyo nombre nos recuerda
a otro noble pueblo hermano.
I fue en su propia ribera
en donde nació el poblado,
que el buen cura encomendara,
en el futuro pensando,
a un arcángel aguerrido
a quien no tembló la mano
en batallas celestiales
para derrotar al Diablo.
De allí le viene su nombre
de San Miguel de Tinaco:
El Baúl es un apodo
que más tarde le aplicaron…
I será por el padrino
que hemos sido sus ahijados
tan recios batalladores
en amores i trabajo.
Amores para dar hijos
i vencer el despoblado
con que las calamidades
nos vivían amenazando,
i trabajo para crearle
porvenir a lo engendrado
i sembrarles la consigna
en la conciencia i los actos,
de que sólo la firmeza
del estudio i del trabajo
afirma las voluntades,
capacidades i brazos
para engrandecer los sitios
donde la vida nos trajo.
* * * * *
Apenas contaba el pueblo
poco más de sesenta años;
era tan sólo un infante,
entonces, si comparamos
las edades seculares
que otros estaban contando,
cuando resonó el clarín
en el Caracas lejano,
anunciando que la patria
otro rumbo había tomado.
Que orientes de libertades
nos estaban alumbrando,
pero que por el poniente
se izaban negros presagios
en banderas de reacciones
por mantener lo gozado
durante más de tres siglos
que fuimos avasallados.
Cada ciudad, cada pueblo
cada rincón ignorado,
en el cáliz de sus hijos
su sacrificio ofrendaron.
Trepidaron las sabanas
con galopar de caballos:
Eran hordas de llaneros
de calzones arremangados
que una vez tras el realista
corrieron por puro engaño,
hasta que un catire recio,
hijo como ellos del Llano,
les agarró las charnelas,
los sacó para lo claro
i al grito de “Vuelvan caras”
les orientó el entusiasmo.
Unos fueron por los Andes
que jamás habían pisado,
tirititando el cuerpo
con el frío cordillerano,
pero calientita el alma
tras el Titán inflamado.
Los otros con el catire
en sus llanos se quedaron
hasta que al fin Carabobo,
cuyo sol salió en San Carlos,
alumbró la patria propia
que ellos estaban buscando.
En todos los avatares
que aquí les dejo esbozados
dieron muestras los bauleños
de su corajudo rango;
cuyos nombres principales
tiene la historia, anotados
para orgullo i para ejemplo
de sus actuales paisanos.
* * * * *
Después vinieron las iras
de hermano contra hermano
en las civiles contiendas
que el país ensangrentaron. T
ambién allí los bauleños
-los hombres y sus rebaños-
se inmolaron tras las huellas
de caudillescos baqueanos,
sin reparar que tras ellos,
de amarillo galoneado,
llegaba otro general
más terrible que el hispano:
El general Paludismo,
con hordas de fríos macabros
i banderas enlutadas
de muerte i de desamparo.
Se aposentó en este pueblo
hasta casi aniquilarlo.
Tristezas que dan tristeza
se fueron acumulando;
en derredor de las cunas
la muerte marcaba pasos;
como antros fantasmales
casas solas se quedaron
los campesinos llegaban
con sus chinchorros guindando
con una muerte jipata
que a los chicos daba espanto.
I los médicos heroicos
que entre nosotros moraron
se afanaban impotentes
sin poder erradicarlo.
Pero, recia nuestra cepa,
así fuimos aguantando
impávidos al flagelo
que a todos quería matarnos,
hasta que la ciencia un día,
traída por hombres sabios,
nos apuntaló el valor
i pudimos derrotarlo.
* * * * *
Hoi el bauleño es orgullo
de nuestro querido Estado,
por su salud, por sus bríos
i su amor por el trabajo;
por su alegría y su gracejo
de amplio llanero “rajado”
i porque somos cantera
de intelectos cultivados
que le sirven al país
en los más diversos campos.
Por eso, porque podemos,
con optimista llamado,
en los momentos propicios
a las promesas de hermanos,
los invito a rescatar
el compromiso heredado
al nacer en este sitio
del solar venezolano:
Que si en él vimos la luz,
hemos también de alumbrarlo… ¡
* * * * *
Estas cosas yo deseaba
decirlas desde hace años,
i como quiero que el pueblo
haga suyo este relato
i lo canten sus juglares
con arpa, bandola y cuatro,
he pedido inspiración
al romance castellano;
porque es éste poesía
sin artilugios ni engaños
que se parece a los ríos
en su peregrino encanto.
Nos lo trajo el español
en luengos años pasados
i aquí se quedo latente
con su grácil desenfado
en los festivos corridos
del pueblo venezolano.
* * * * *
Estas cosas yo deseaba
decirlas desde años
i tuve ocasión de hacerlo
al instaurar en mi canto
el inicial Día del Pueblo.
* * * * *
Pueblo porque somos pueblo,
pulso y tesón provincianos;
manos recias del bauleño
en la esteva del arado;
garganta i libros abiertas,
certero lance del lazo,
cabalgando voluntades
en abierto pasillano,
porque luces de bonanza
ya nos alumbran los pasos.
(El Baúl, 6 de mayo de 1978)
cada rincón ignorado,
en el cáliz de sus hijos
su sacrificio ofrendaron.
Trepidaron las sabanas
con galopar de caballos:
Eran hordas de llaneros
de calzones arremangados
que una vez tras el realista
corrieron por puro engaño,
hasta que un catire recio,
hijo como ellos del Llano,
les agarró las charnelas,
los sacó para lo claro
i al grito de “Vuelvan caras”
les orientó el entusiasmo.
Unos fueron por los Andes
que jamás habían pisado,
tirititando el cuerpo
con el frío cordillerano,
pero calientita el alma
tras el Titán inflamado.
Los otros con el catire
en sus llanos se quedaron
hasta que al fin Carabobo,
cuyo sol salió en San Carlos,
alumbró la patria propia
que ellos estaban buscando.
En todos los avatares
que aquí les dejo esbozados
dieron muestras los bauleños
de su corajudo rango;
cuyos nombres principales
tiene la historia, anotados
para orgullo i para ejemplo
de sus actuales paisanos.
* * * * *
Después vinieron las iras
de hermano contra hermano
en las civiles contiendas
que el país ensangrentaron. T
ambién allí los bauleños
-los hombres y sus rebaños-
se inmolaron tras las huellas
de caudillescos baqueanos,
sin reparar que tras ellos,
de amarillo galoneado,
llegaba otro general
más terrible que el hispano:
El general Paludismo,
con hordas de fríos macabros
i banderas enlutadas
de muerte i de desamparo.
Se aposentó en este pueblo
hasta casi aniquilarlo.
Tristezas que dan tristeza
se fueron acumulando;
en derredor de las cunas
la muerte marcaba pasos;
como antros fantasmales
casas solas se quedaron
los campesinos llegaban
con sus chinchorros guindando
con una muerte jipata
que a los chicos daba espanto.
I los médicos heroicos
que entre nosotros moraron
se afanaban impotentes
sin poder erradicarlo.
Pero, recia nuestra cepa,
así fuimos aguantando
impávidos al flagelo
que a todos quería matarnos,
hasta que la ciencia un día,
traída por hombres sabios,
nos apuntaló el valor
i pudimos derrotarlo.
* * * * *
Hoi el bauleño es orgullo
de nuestro querido Estado,
por su salud, por sus bríos
i su amor por el trabajo;
por su alegría y su gracejo
de amplio llanero “rajado”
i porque somos cantera
de intelectos cultivados
que le sirven al país
en los más diversos campos.
Por eso, porque podemos,
con optimista llamado,
en los momentos propicios
a las promesas de hermanos,
los invito a rescatar
el compromiso heredado
al nacer en este sitio
del solar venezolano:
Que si en él vimos la luz,
hemos también de alumbrarlo… ¡
* * * * *
Estas cosas yo deseaba
decirlas desde hace años,
i como quiero que el pueblo
haga suyo este relato
i lo canten sus juglares
con arpa, bandola y cuatro,
he pedido inspiración
al romance castellano;
porque es éste poesía
sin artilugios ni engaños
que se parece a los ríos
en su peregrino encanto.
Nos lo trajo el español
en luengos años pasados
i aquí se quedo latente
con su grácil desenfado
en los festivos corridos
del pueblo venezolano.
* * * * *
Estas cosas yo deseaba
decirlas desde años
i tuve ocasión de hacerlo
al instaurar en mi canto
el inicial Día del Pueblo.
* * * * *
Pueblo porque somos pueblo,
pulso y tesón provincianos;
manos recias del bauleño
en la esteva del arado;
garganta i libros abiertas,
certero lance del lazo,
cabalgando voluntades
en abierto pasillano,
porque luces de bonanza
ya nos alumbran los pasos.
(El Baúl, 6 de mayo de 1978)
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