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15 de diciembre de 2013

Tendrá el Estero Florecida Corte, Silva Criolla, Estancia VI

La Silva Criolla, obra maestra de  Don Francisco Lazo Martí, nos muestra magistralmente en cada una de sus estancias,  el paisaje llanero en sus distintas etapas: verano, primavera e invierno, y es por ello que representa una guía de incalculable valor cuando se quiere contar con palabras, la magnificencia de  ese llano indómito y bravío, pero a la vez dulce, fragante  e imponente.

En esta oportunidad transcribiremos la estancia VI del bellísimo poema, referida, al igual que la  IV, ya desarrollada, a la primavera llanera. Pretendemos con ello,  transmitir al lector,  los colores, olores, sonidos, brillo y vida  que ofrece el llano venezolano en esta época del año.

Es la hora inicial del amor y la fecundidad. " Por abril", "  por mayo"   cuando la naturaleza recobra "  el rumor inagotable de su vida",   dice Lisandro Alvarado. 

VI
Al tomar frescos hálitos del Norte
Del país de la nieve,
En junco silbador y bora leve
Tendrá el estero florecida corte.
Al pié de sus ganados,
Y cuando caiga la primera bruma,
Volverán los pastores emigrados,
Volverán las vacadas
A repletar las cercas y de espuma
Al coronar los botes
La linfa de las ubres ordeñadas.
Concertará de nuevo la alegría
El coro de sus voces;
Tras de recia labor – ya muerto el día-
Caballeros veloces
Partirán de amorosa romería;
Y al calor del brasero,
Cuando la noche pavorosa avance,
Cantando irán, de trovador llanero,
La copla, el tono triste y el romance.

El poeta Arvelo en el análisis de la obra, determina que las estancias IV, V y VI aluden a tres facetas de la entrada de aguas llanera: IV: caida de los primeros aguaceros; V: prórroga del verano por número variable de días con quemas de rozas para las nuevas siembras; VI: nueva llegada de las lluvias, pero sin la copiosidad que solo se ve a  fines del mes de junio.

Los cuatro primeros versos regalan al lector la visión de los primeros verdes que lucen los juncos y boras, reyes del paisaje, los siete siguientes hablan del retorno del llanero con el ganado que llevó hace algunos meses a pastorear suelos menos afectados por el verano: "Llaneros de su sabana y de su oficio, cubren la trocha sin cansancio, solidarios con el deber de reintegrarles a los bancos nativos el patrimonio semoviente que antes arrearan hacia el Sur, y que hoy vuelve lustroso de gordura.

Tornan alardosos de su hazaña con su tropa mugidora a los hatos de origen, listos para empatar lucha con lucha en la nueva faena madrugadora. Héroes de la segunda quesera del año, que es prórroga de la que entrecruzó rejos y cantares y bramidos, bajo los orores y merecures de las islas, otra vez distantes. Ahí están, desde lejos el alba, entre los corrales repletos, fortalecidos en las dos virtudes del ordeñador: garganta clara para la saeta festiva y buena muñeca para ordeñar cada uno cuarenta vacas entrel el lucero becerrero y los últimos lebruneos del sol sobre el rocío."
Vaquería via Camaguán

La estancia VI nos traslada entonces a un día llanero, cuando el ganado que se marchó en la transhumancia regresa a su sabana, cuando se hacen las vaquerías, cuando se instala nuevamente la quesera, cuando en el llano se multiplica el movimiento, el trabajo y la vida. Los últimos versos muestran otro cuadro: el final de la faena del día, donde  tras la ruda labor del día, el llanero tiene aún energía para la "parranda" de la noche, donde pareciera que el festejo  elimina las fatigas "al pensamiento siempre alerta y al músculo siempre tenso y batallador". Sobre este particular consideramos enriquecedor, el siguiente  fragmento complementario de la imagen que transmiten esos  versos:

"En los dinámicos trances de las vaquerías, para las cuales se escoge con frecuencia la entrada de aguas, esas recias labores vislumbradas forjan la legendaria fortaleza que puso en el indómito Catire la sabana. Dan el temple austero de la llanería. Son la parada del rodeo, la selección de orejanos, vacas, toros y novillos, el arreo a los corrales, el sometimiento a soga y nariceo de los bichos mañosos, la capada de toros, la hierra, la marcada de becerros y mautes, la velada de los encierros las fogatas, el trajín imprevisto de los nocturnos barajustes, el pastoreo, el paso de los caños hondos, la reducción de potros cerriles y la doma, sin contar menudencias que son mas bien caseras, tales como el baño de las bestias, la fábrica de quesos y la salazón de carne.

Después de todo eso ¿para donde salen en la noche estos hombres festivos y austeros, poniendo aún mas a prueba su increíble reciedumbre? Van acaso hacia el último velorio de cruz, aplazado, porque un grupo de amigos los esperan. Hacia el cálido joropo en la aldea o el hato vecino, la noche de San Juan, donde el arpa se enfila en viejo golpe atravesao con el cuatro y las maracas de traspunteros, para la arreada, entre crudos rones, de zapateos enardecidos. Hacia el brasero humeante, alardoso de doradas cecinas, donde se calientan en los pies las capelladas, en las gargantas las cadencias de los tonos, en las sienes los veneros de la canta y el corrío. Van hacia la heredad del romancero, sita en el corazón de la patria. Hacia la eternidad del arte, por donde ellos transitan sin saberlo."
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