"Es frecuente en nuestras latitudes que después de caídos los primeros chaparrones, génesis del retoñado revivir de la campiña, vuelva a “meterse” por varios días el verano, con sus austeras características locales: retazos del alisio en la atmósfera, vuelta del polvo a las calles y caminos y consecuente prórroga del fuero de las chicharras en en la plaza del pueblo y en los montes del caño y del río. Aprovechan esa oportunidad los campesinos para quemar sus rozas, cuando no habían logrado hacerlo antes de las lluvias". Alberto Arvelo Torrealba. Lazo Martí, Vigencia en Lejanía.
Estancia V
En estas dulces tardes veraniegas
cuando el sol se va, desde lejano
puepurino confín luz moribunda
esparce por el llano;
y del boscaje rumoroso,
y de un amor desconocido en alas,
por el aire sutil suben serenas
la canción funeral de las chicharras
y la ronca oración de las colmenas.
Cuando se apaga el púrpura sangriento
y brota el color gris: al horizonte
baña de nuevo en rojo
la columna de fuego que calcina
la tostada maleza del rastrojo.
Y por la faz siniestra de la noche,
y bajo el cielo trémulo y sin nube,
en ondas mueve su plumón, y sube
y la esperanza lleva,
el humo: la plegaria del trabajo;
el holocausto de la roza nueva
Silva Criolla
Dice igualmente el poeta Arvelo, gran observador de los cambios climáticos del llano, que posterior a ese regreso del verano, se da un nuevo arribo de las lluvias, pero sin "esa irrefrenada copiosidad que solo se inicia en junio"
El estero en el llano, es la capital del paisaje. Cuando empieza a llenarse, a la cuenca de ayer no mas enjuta se le olvida el agobio de la sequía. Lirios sabaneros, “como espumas del mar” montan guardia, desde lejos en sus flancos reverdecidos. Para eso los bulbos soportaron valientes seis meses de candela y sol. En la ceja de monte de la hoya, espinitos y jazaharitos revientan en brusca floración que coincide con el retoño, hermanados en blancura con las primeras chusmitas que regresan.
Pero nada como la bora y el junco para la galanura del estero y el alma del artista. Porque esas plantas entretejen el tapiz central de la cuenca, el que proteje las ultimas gotas palustres cuando se prolongan las terribles veranadas.
"La frente teñida de arreboles y la chispeante noche del conuco “prendida a la espalda”, destacan en esa quinta jornada del poema dos cálidas imágenes, cardinalmente típicas del verano nativo: la de las voces vespertinas del boscaje y la de la candela nocturna. A ambas expresiones las sacude un hálito de ascenso. Sube hacia el cielo límpido el alma telúrica del paisaje hecha canción en la selva que aún palpita, hecha plegaria y holocausto en la humareda roja de la roza nueva.
Casi a la sordina, bordonean las abejas en la breve onomatopeya de la ronca oración. Mientras las chicharras copan y rebalsan todos los timbres de la tarde, en cadencia mayor, aquí, allá y más lejos, cual un interminable deshoje en el que Poniente estremeciera y echara a volar sus pesadumbres.
El poeta Arvelo se extiende un poco más en el análisis de los 6 últimos versos referidos a la noche y a la esperanza del que siembra:
"Ante un presente de humo y llamas, cuando doran el futuro espiga y mazorca de un maizal que es apenas voluntad de sembrarlo, no hay arrimos al desconsuelo, ni menos arraigos y retoños de la vencida cepa decadente. Hay sí, gesto de admirable tesón para el aguante de las duras veranadas, entre la choza, el pozo enjuto y el sembrío"
“La noche siniestra arruga su faz al ensueño. Pero la conflagración del rastrojo madruga esperanzas sobre las almas de quienes anochecen en el sudor. La bandera de éstos no la arrió jamás el poeta. Por lo mismo que supo el secreto de los cenizos surcos y los agotados aljibes, cuando el indolente San Isidro retarda su ración de garúas. Por todo lo cual el timbre de dulce salmodia con que abre la Estancia V se vivifica a la mitad del canto, y asume el tono de un himno cálido y solemne a los hijos del desierto. A quienes, cuando la sequía todo lo aplana, se cruzan a diario el estoico saludo: “Sigue el viento, compadre, sin una sola seña de lluvia”. Mora trágica la del agua del cielo. Don rebelde. Aún el único, en dias del poeta, que le avala el pan a quienes muestran en las manos “el limpio sucio de la tierra”
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