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....Y vió que el hombre de la llanura era, ante la vida, indómito y sufridor, indolente e infatigable; en la lucha, impulsivo y astuto; ante el superior, indisciplinado y leal; con el amigo, receloso y abnegado; con la mujer voluptuoso y áspero; consigo mismo, sensual y sobrio. en sus conversaciones, malicioso e ingenuo, incrédulo y supersticioso; en todo caso alegre y melancólico, positivista y fantaseador. Humilde a pié y soberbio a caballo. Todo a la vez y sin estorbarse, como están los defectos y virtudes en las almas nuevas" Don Rómulo Gallegos

5 de noviembre de 2013

Cantando sin reposo la Guacaba. Silva Criolla - Estancia VIII

Como ya hemos dicho en oportunidades anteriores, la Silva Criolla, obra cumbre del médico y poeta Francisco Lazo Martí, nos presenta un llano cambiante por sus estaciones, no solo desde el punto de vista del clima, sino  también nos aporta los mensajes de los sonidos  y colores, a través de la imagen de la vida en cada temporada.

La Estancia VIII de dicho poema, es también una fuente para conocer nuestro llano en invierno.

Tus pasos vuelve hacia el hogar ¡Oh Bardo!
Yace por tierra el matizado velo
con el cual primavera engalanaba
los montes de tu suelo.
Cantando sin reposo, la guacaba
pide lluvias al cielo;
conquistan por la fuerza y la osadía
nidos para el invierno los turpiales;
en los ralos matales
mueve el amor trinada algarabía;
y con tesón rayano del enojo
en la verde oquedad de la montaña
el carpintero de bonete rojo
cincela el tronco hasta la dura entraña.
Nueva decoración y nuevo encanto
lucen las atrayentes lejanías
que tu espíritu amó con amor santo
Grises tapicerías
cubren el horizonte. La Llanura
tiene otra vez reverdecido manto.

Como en aquellos dias 
del venturoso tiempo ya lejano,
en pos de mis pasadas alegrías
vuelvo a poner la vista sobre el llano

Caído en la remota lontananza
sin su manto de gloria
el moribundo sol parece un cirio
que alumbrase honda cámara mortuoria.
El viento sin rumor apenas riza
la silente laguna en cuyo espejo,
invisible dolor vertió ceniza.
Y con vuelo despacio
de la tarde los pálidos reflejos,
las garzas que se van, que se irán lejos,
pueblan de cruces blancas el espacio

Hoy como ayer, andando a la ventura,
absorta la mirada, lento el paso,
traendo margaritas del ocaso
miro bajar la noche a la llanura
¡Mas de pronto, pensando que fué triste,
pensando con dolor, pensando en ella,
me arrodillo en el polvo del camino
que en hora igual de gozo vespertino
recibió la caricia de su huella!


¡Oh destino de todos los que amaron!
¡Oh destino cruel! ¡Tu me condenas
A buscar en las móviles arenas
Unas huellas que ha tiempo se borraron

Llanura o cielo, cúspide o abismo
¡Santa naturaleza!
Para el dolor que vive en tu grandeza
¿Cuál palabra mejor que tu mutismo?

¡Oh madre! ¡El áureo broche de tus días,
Y tus campos que amó la Primavera,
Retienen prisionera
El alma muerta de mis alegrías!
Hoy como ayer, y de la noche oscura
Bajo la inmensa nave,
en tono triste, quejumbroso y grave
brota  doliente canto en la llanura.
Y tras breve silencio, cual sonoro
Trueno de burlas al cantor vecino,
En son de fiesta alcaravanes pardos,
Abierta el ala de purpúreos dardos,
Rompen a carcajadas en un trino.

De pavura o dolor, el grave canto,
Y la seguid estrepitosa burla
De crueldad casi humana,
Hieren mi corazón; lo hieren tanto
Que anheloso y de prisa me levanto
A mirar si está sola mi sabana

Del camino a la vera
Fingen los alineados matorrales
Muda legión de sombras espectrales
En momentos de espera

Alada flor de broche diamantino,
Errante flor de fúlgida hermosura,
Flor de luz; el cocuyo peregrino
Irradia en la espesura
Y náufrago en la noche sin ribera,
Mi espíritu se abstrae
Pensando que de un mar desconocido
El llano es una ola, que ha caído
El cielo es una ola, que no cae


Mucho contenido tienen los versos de la Estancia VIII de la Silva Criolla. El poeta demuestra en ellos su capacidad de observación del entorno.Trasluce su conocimiento pleno de la naturaleza del suelo natal. 

Los versos ricos en imágenes visuales y auditivas, nos hablan de un atardecer “el moribundo sol parece un cirio”; de la proximidad de la lluvia: “grises tapicerías cubren el horizonte”, de los sonidos naturales de la fauna; “trinada algarabía”; "cantando sin reposo la guacaba pide lluvias al cielo” “cincela el tronco hasta la dura entraña”; “brota doliente canto en la llanura”; "rompen a carcajadas en un trino”. El movimiento de los versos lo da la fauna pues el resto del paisaje pareciera inmóvil: “El viento sin rumor apenas riza la silente laguna”. 

Hay infinita tristeza en la Estancia VIII, el poeta se encuentra solo y pareciera que su alma se encuentra intranquila, pues busca presencias en los sonidos e imágenes ensombrecidas. El poeta atravesaba durante la creación de este poema, por el duelo consecuencia de la muerte de su esposa, compañera de toda la vida; muchos expertos que han analizado este poema, dan esa justificación al lamento que se infiere de los versos. Sin embargo, Alberto Arvelo Torrealba en su análisis del poema además de esta justificación,  plantea otra entre líneas: el dolor patrio de Lazo Martí por haber resultado vencido el movimiento anticastrista en el que había estado participando: "el derrumbe de los ideales revolucionarios del poeta en La Victoria y Ciudad Bolívar, que a la hora en que él se propuso recrear la parte final de la Silva Criolla, bullía volcánicamente en su conciencia cívica, la convicción profunda de su pueblo agotado por el desangre de la guerra y por el agobio de insaciables tributos”.

El poeta Arvelo analiza por partes los versos de la Estancia VIII. La primera de ellas la enfoca la época del año en que se desarrolla, que ubica en el “veranito de agosto” que es un breve período donde las lluvias de invierno menguan para luego volver con fuerza, y en la avifauna nativa. Las aves mencionadas: guacaba, turpial y carpintero son para el poeta Arvelo, reflejo de la vida de los hombres con su movimiento, lucha y trabajo: la guacaba, ave agorera solfea sus notas llamando la lluvia, dejando además de la nota supersticiosa reflejo del alma del llanero, la imagen del hombre que pide; la imagen violenta de los turpiales abusivos también trasluce, al modo de ver el poeta Arvelo, la arbitrariedad y abuso del gobernante sobre el pueblo humilde. Arvelo estaba convencido de que mientras el poeta desarrollaba su Silva, tenía en su mente la imagen del pueblo agotado por la guerra y por los impuestos. La imagen del pájaro carpintero de bonete rojo, representa para él el trabajo y la lucha del hombre. .

El segundo cuadro analizado por el poeta Arvelo, habla más de paisaje, todo está cubierto de verde, pero no hay flores como en la primavera, se anuncia la lluvia nuevamente mediante nubarrones oscuros (“grises tapicerías cubren el horizonte”). Visualiza a lo lejos la vegetación donde se escucha la “trinada algarabía”, la laguna silente e inmóvil, el sol en ocaso y las sombras bajando con él. 

A pesar de pintarse un paisaje diferente, con verdores, agua y trino de aves, el momento reflejado en la Estancia nos lleva, o por lo menos me recuerda el paisaje en que Florentino recibe el reto del Diablo, ya que se trata también de un sol moribundo, de un horizonte solitario que “parece que para el mundo la palma sin un vaivén” y de un alma en recogimiento. El poeta Arvelo dice sobre el paisaje y la connotación fúnebre narrada en los versos: “Tras su relieve literal hay otra imagen subsumida. El astro en declinación crepuscular sobrepuja el estrato funeralesco de la similitud expresada. Lo llena y lo desborda. Deja lejos la enfermiza tonalidad lúgubre: la visión de la vela entre los muros enlutados, alumbrando artefactos mortuorios, para que toda la figura de Ocaso se trasmute en emblema del desierto nativo, bajo la sañuda inclemencia de la barbarie” “es el sol de la libertad el que Lazo ve hundirse, caído en remota lontananza, sin su manto de gloria, o sea sin el tricolor cuya pretérita grandeza pisotean y desgarran los caudillos”. Rematan la imagen lúgubre de tiempo detenido y de muerte, las garzas semejando cruces en el cielo. 

Un tercer cuadro lo conforman las imágenes auditivas del momento en que el paisaje se oscurece más: “en tono triste, quejumbroso y grave brota doliente canto en la llanura”. Nos dice el poeta Arvelo: "Un doliente coro suele oírse las noches de los días lluviosos en las calles de las aldeas y junto a los charcos de los caminos. (..) Codazzi describió esta misma experiencia: “otra particularidad no menos notable se advierte en estos sapos y la de cantar en coros compuestos de 46 o más individuos; y parece que hay uno que hace de maestro de capilla, según la igualdad con que empiezan o terminan su concierto, no verificándose el oír a uno solo antes o después del expresado coro que dura de seis a ocho minutos” Y durante ese breve espacio en que quedan en silencio los sapos, entra la segunda imagen acústica representada por los alcaravanes. El poeta, conocedor de la conducta de estos animales, sabe que los sapos quedan en silencio cuando alguien se acerca, y que por el contrario, los alcaravanes ”armados centinelas del recodo palustre, lanzan en cambio su alerta, su sonoro ¡Quien vive! Ante algo viviente que se acerca”. Finalmente ante el entorno de la llegada de la noche, los sonidos de sapos (presentes en invierno), la “burla” de los alcaravanes, los matorrales sombríos que semejan personas,  inquietan el alma del poeta aportando más tristeza a su corazón, viene la imagen de luz: el cocuyo,  y sobre esto, el poeta Arvelo nos da una explicación muy interesante: "El cocuyo, faro errante y siempre encendido, aerolito viviente, traza caminos por la sombra. Raya con su tiza de luz el atezado pizarrón de la noche de invierno (…) anda casi siempre íngrimo y solo, sincero de su presencia, su origen y su rumbo en su permanente fanal. Siempre uno sabe dónde está, de donde viene y hacia donde ronda. Se le ve en las vegas, bajo la alta espesura o revolando sobre los sembríos. En veces incursiona hacia las matas y arbustos de los hatos o de las aldeas nemorosas y aun hacia la flora herbácea de la tierra abierta". 

Observaciones adicionales del Poeta Arvelo:

  "Humbold, cuando viajaba de Cumaná a Cumanacoa, vió un arbol colmo de nidos, los cuales atribuye a la industria laboriosa de los turpiales. Varios años llevo investigando sobre tal antinomía entre el poeta y el científico ¿Construyen los turpiales sus viviendas, o las conquistan? ¿Son obreros o salteadores?. Don Lisandro Alvarado admite que ocupan pisos abandonados en los nidos de los cucaracheros. Pero en conteste testimonio, todos los pobladores de la campiña venezolana, afirman que el turpial, pájaro fiero que riñe hasta con los gavilanes, jamás se ocupa de hacer nido. Por todos los campos lo han visto, año tras año, atracando a los guaitíes o cucaracheros de montaña, conculcando (él también) a picotazo limpio, la garantía constitucional de la inviolabilidad del domicilio. Cierra la lista ornotológica del pasaje el carpintero de bonete rojo que "cincela el tronco hasta la dura entraña". "El breve elenco con que Lazo sintetiza este trozo de avifauna nativa, abarca todas las categorías de seres en cuanto al modo como adquieren patrimonio, fama o beneficios: los pedigüeños como la guacaba, los que asaltan y roban como el turpial y los que trabajan como el carpintero de bonete rojo."

 El paisaje que se vislumbra en el contexto es de "orilla de monte" tras cuyas copudas ramazones se presiente, sinuosa y remansa, el agua de una cuenca. De un lado los árboles corpulentos y apretujados que la ocultan. Del otro el campo raso y regados aquí o allá, palmas , chaparros, espinitos, robles, cujíes, alcornoques..."     "   Los costados, abiertos a la luz, de estos arbustos son zona preferida por los pajarillos víctimas del despojo. Allí cuelgan sus enormes nidos, como para tener a la vista el horizonte y huir a tiempo a la hora del asalto (....) Por eso es que "   en los ralos matales", contrapuestos a la "  verde oquedad de la montaña", donde, "  mueve el amor trinada algarabía".


En los llanos de Barinas, la gente del campo y de los pueblos distingue con entera precisión entre cocuyo y candelilla. El primero, faro errante y siempre encendido, aerolito viviente, traza caminos por la sombra. Raya con su tiza de luz el atezado pizarrón de la noche de invierno. La candelilla, guasanillo luciérnaga según Codazzi, de tegumento blando y mucho más pequeña que el cocuyo, da como éste, luz fosforescente, mas su destello es efímero. Prende y apaga. No llega a ser línea. La luciérnaga es gregal. Orillas de caños, rios y lagunas, se ven juntas, por centenas tal vez por millares en guiño instantáneo. Visibles solo por fracciones de segundo, uno no puede precisar si son las mismas, revoloteando en un solo paraje o si es que se renuevan en profuso, incesante desfile. Por contraste, el cocuyo anda casi siempre íngrimo y solo, sincero de su presencia, su origen y su rumbo en su permanente fanal. Siempre uno sabe dónde está, de donde viene y hacia donde ronda. Se le ve en las vegas, bajo la alta espesura o revolando sobre los sembríos. En veces incursiona hacia las matas y arbustos de los hatos o de las aldeas nemorosas y aun hacia la flora herbácea de la tierra abierta". 
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