El relato me gusta especialmente porque contiene esos conocimientos del llanero que son resultado de la observación, así como remembranzas del llano antiguo:
"- En las tierras de ejidos nosotros éramos los dueños- decía Melecio mirando con sus ojitos negros la sabana tostada de sol. Con las manos estrujaba el sombrero pelo e guama, amarillo como el pastizal.
Allí mandábamos y poníamos el orden aunque nada estuviera escrito, pero la ley la hacen los hombres y entonces debe cumplirse. ¿No te parece, cámara Pablo?
-Así debe ser Melecio, pero eso eran otros tiempos
-Había respeto y nadie se atrevía a robarse una res, ni siquiera el orejano esmadrao que a veces se quedaba en la hierra.
-Si aparecía alguno, nos poníamos de acuerdo, lo agarrábamos y lo asábamos para celebrar. Y como no faltaba el bautizo o el matrimonio, que nos daba el pretexto, terminábamos con aquello que podía traernos la discusión.
-Así debe ser, compañero y ahora si se me van ajilando los recuerdos.
-Baquiábamos a sabana abierta, herrando la becerrada, capando los toritos, y vendiendo los novillos. Allí mismo comíamos el avío de los polleros y hasta dormíamos sobre las mantas tendidas en los bancales.
-Juan Pedro Venegas se venía desde los cerros en su mula cana, a comprarnos la cosecha. En el bajío reuníamos el gran rodeo, cada quien con su lotecito. Yo siempre fui madrinero, sonando mi garrocha de seis aretes para dirigir los bueyes en el medanal. Y arreaba mansito el ganado con la música de las argollas.
-Y detrás de tí, Melecio, ibami compadre en su rucio mosca azul, hasta el río donde entregábamos la madrina. Por cierto en una de esas entregas se nos ahogó José Félix. ¿Te acordás de José Félix?
-Como si lo estuviera viendo, cámara Pablo. Un moremo primo mío que era un peje paél agua. Yo le decía esa tarde: No te tires José Felix, que el río está muy crecido. Pero el hombre envalentonado por lo bueno que era nadando, no vió el color del agua ni se acordó que montaba un caballo lleno de resabios.
-Castaño no sirve para el agua, el bueno es el rucio blanco, compañero. ¡No lo muerde el caribe!, como al castaño que parece sangre y nada como las toninas con la cabeza adelante.
-De nada se dio cuenta el finao por el empeño de estar luciéndose. Aunque el río venía barcino de lo guapo que estaba. Y olían a mortecina de creciente sus chiflones de aguas negras, pintadas de amarillo y verde. Desde la ceja de monte parecía una culebra mariposa bajando de orilla a orilla. Y tú veías los caballos asustados, como si olieran a muerte.
-Se tiró de puntero José Felix y detrás la novillada, ajiladitos en el cauce y eso fue lo último que vi de mi primo. Yo no sé si lo mordería un caribe o el caballo tropezó algún caramo, pero , de pronto dejó vacía la montura en el medio de la corriente. Los que pudieron verlo de relance, dicen que iba pálido y como dormido. A lo mejor lo tropezó un temblador o le dió un calambre en los tobillos-, me decía mi compadre mientras iba buscándolo para auxiliarlo.
- Que va compañero, seguimos la estela hasta el remolino y allí se perdió para siempre, porque nunca encontramos su cuerpo. Sólo recogimos la cobija colorada que flotaba a flor de chorrera.
- Ah, buen peón, el finao José Félix. Un hombre como los de antes, pura palabra empeñada y el orgullo de no quedar por debajo de nadie.
-Por eso, por querer ser el primero ante los guates de Juan Pedro, flojos para el agua como todo serrano,se perdió esa tranca de hombre. Esa es la verdad, cámara Melecio.
-En el bajío no habia sino puros hombres qeu no se les cansaba el cuerpo con doce horas de trabajo seguido, veinte tareas de desyerbe o un mes de vaquería, sin respetar la muerte como decía mi compadre, a quien siempre recuerdo cada vez que echo cuentos como éste del Paso Canalero, donde se ahogó José Félix, el mejor soguero de Banco Alegre y la flor de los llaneros"
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