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30 de enero de 2014

Peregrinos (2/3). Francisco Castillo Serrano




Voy bajando el Portuguesa 
A palanca y canalete 
Cuando llegue a San Fernando 
Me esperas… que quiero verte 

¡Los pasos de invierno. Donde la palanca casi nunca toca tierra..!

De pronto cabecea el Portuguesa, rendido ante la majestuosa presencia del río Apure, custodio de la capital posada incólume sobre la ribera opuesta.

 Los viajeros enmudecen al cruzarlo, su corriente avasallante y el oleaje pertinaz salpicaba sus cuerpos y bamboleaba la falca sobre aquellas aguas terrosas que apenas dejaba ver los caimanes al acecho, la brisa húmeda acariciaba sus rostros, mientras inmensos carameros irrumpían agua abajo infundiendo alarma.. peligro.

 Al fin de la travesía, ya próximos al pique de tierra que servía de apostadero y mentaban el Paso Apure, justo al frente del Villorio, se hacían visibles en los salientes semi-húmedos del barranco –cual troncos enjutos- grupos de babas con sus fauces entreabiertas, disfrutando su siesta solariega.

 A lo lejos, haciendo fondo, se oía un sordo rechiflar de cornetas, el tronar de tambores y la algazara de una parada, los militares pitaban y marchaban a sus anchas por el borde del río, mientras el bongo se aproximaba, las órdenes marciales eran percibidas con más nitidez, señal inequívoca de que San Fernando era objeto de guerras y refriegas.

 ¡Los soldados de la Liberación!

 Así llegaron, intimados por turbulentas corrientes…. Mitigando su angustia con el dibujo de la planicie que mostraba un escenario de riesgos pero incomparablemente hermoso.  

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