Continuamos el relato de Franco Castillo, publicado en su libro EL ÚLTIMO VIOLIN, donde narra las penurias de un pueblo azotado por las guerras y la enfermedad.
En verano....
Hubo quienes aguardaron la bajada de las aguas y tomaron el camino de verano. Partieron de la desolada Villa de El Baúl, francoas hacia el surt, repisando trillos, abriendo picas, caminos. Hurtando el agua cobriza de profundos jagüeyes hasta llegar al vecindario de Arismendi en la margen norte del río Guanare. Sin mengua continuaron su difícil travesía, enceguecidos por lejanos espejismos que proporcionan aquellas sabanas tostadas, sino inclemente del desértico llano en estío.
En las escasas lagunas que el sol consumía, atónitos advertían el chapotear de chigüires y tablones de galápagos formando cuentas en sus márgenes resecas.
Ya sobre el escalón que marca el paso de San Antonio de Barinas, admiran al río Apure, cansados, ansiosos por llegar y cargando los recuerdos de quienes quedaron en el camino y, por fin en la opuesta ribera Santo Tomás Apóstol de Apurito; a decir de Felipe Martínez Veloz, "caserío conocido como la puerta del llano apureño y trocha del centro para la época".
Alentada la esperanza y disimulado el cansancio, prosiguieron rumbo hacia la Villa de Santa Bárbara de Achaguas, marginal de Apure Seco, no menos ruinosa y pordiosera como otros asentamientos a quienes infestó la peste y la guerra, dejándoles solo pobreza.
En adelante, el fatigoso viaje se abreviaba por las sabanas de La Cipriana, rodeando la laguna de Caramacate, hasta alcanzar una humilde ranchería alojada sobre un brazo del Apure, de quien tomó su nombre y los moradores llamaban Biruaca, antesala de la comunera Villa de San Fernando del Paso Real de Apure.
Esta ruta la secundaban innumerables peligros; a ratos se hacía frente a guerrillas serviles de cualquier faccioso, lo mismo que a salteadores de caminos, sin menospreciar la áspera estación con su brutal inclemencia. Pasos de caños, inhóspitos rastrojos, remolinos polvorientos y chibiritales, marcaban la huella de aquellos senderos solitarios.
Sin embargo, la cicatriz del sufrimiento llevó a estos compatriotas a enfrentar semejantes adversidades antes que sucumbir a merced de la malaria, las riñas domésticas y sus designios de muerte.
A la capital sanfernandina llegaron numerosas familias procedentes de las tierras bauleñas, fundaron hogares fomentando con su trabajo, educación y respeto, valores que unidos al resto de los habitantes conformaron la sufrida estirpe apureña.
Sobre este acontecimiento relata Don José Manuel Sánchez Ostos su experiencia, como protagonista de aquella cruzada en la emigración de 1875:
Eran días, no digamos días, años de calamidades, enfermedades, guerras, migraciones forzadas, dispersión familiar aquí apra ir a integrar un nuevo hogar o grupo social más allá. El comerciante arruinado por la guerra enOrtiz o Guardatinajas, por ejemplo, a poco surgía como ganadero próspero en Apure.... O moría desesperanzado y vencido acá. Pocos vivían apaciblemente. Los demás moríanse en constante solicitud del pedacito de tierra donde asentarse y trabajar en paz. Muchos lo consiguieron en Apure, aunque no tan paradisíaco como era deseable, pero se vivía y respiraba más libremente y al menos se robustecían los grupos sociales y laborales
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