Tiempos de Transhumancia les ofrece hoy un escrito actualizado sobre las remembranzas del Profesor Hugo Arana Páez, sobre los antiguos puertos fluviales de San Fernando de Apure, en aquella época de oro donde el poderoso río Apure era uno de los canales de comercio más importantes del país. El relato muy al estilo del profesor Arana, está lleno de referencias de los ayeres de San Fernando, narrados con un increíble sentido del humor. Colocamos al final la versión anterior de dichas remembranzas.
Puerto El Cañito visto desde el actual Hotel La Fuente Imagen: Fundación cultural Ítalo Decanio D´ Amico |
SAN FERNANDO Y SUS PUERTOS
Hugo Arana Páez HARPA
San Fernando, 3 de noviembre de 2018
"A orillas de un brazo del Apure, frente a San Fernando, se hallaba un importante puerto fluvial de la ciudad, conocido coloquialmente como El Cañito. Por cierto, estaba donde ahora se hallan El Monumento a la Bandera; la Plaza de la Mujer, La Fuente de la Abundancia, conocida popularmente como La Fuente de los Caimanes, la estatua ecuestre Hombre a Caballo (conocida erróneamente como Negro Primero) de Alejandro Colina el mismo que esculpió la venerada estatua de María Lionza, situada en la Avenida Francisco Fajardo en Caracas, frente a la entrada Tamanaco de la Universidad Central de Venezuela.
Observando la desteñida y desenfocada imagen de El Cañito, se ven en primer plano, las barandas de tubos galvanizados y columnas de concreto que protegían a los asiduos visitantes a este fondeadero; detrás, a la izquierda destaca la fachada del edificio de los Hermanos Barbarito, sobre el cual, sobresale la torre de hierro galvanizado, que el Cronista Lugareño, Pedro Laprea Sifontes, refiere, la instaló el joven Juan Porrello y su hijo mayor. Por cierto, esa torre era la que sostenía el cable del telégrafo que atravesaba el Apure y que se sustentaba de otra torre similar, situada en Puerto Miranda; de esta manera, desde tiempos de Guzmán Blanco, San Fernando y parte del Estado Apure, se hallaba comunicado con el resto del país. A la derecha se mira el espacio donde se hallaba el parque o Plaza Independencia, nombrada así, por cuanto, fue inaugurada en tiempos del Presidente Gómez, cuando el 24 de junio del año 1921, se cumplió el primer centenario de haberse celebrado la Batalla de Carabobo, acción que dio la independencia a este país. Por cierto, a esta plaza, los gobernantes de turno han cogido la manía de cambiarle el nombre a su antojo; así hemos visto que primero se llamó Plaza Independencia, después en el año 1923, Plaza Gómez, en honor a uno de los hermanos del dictador Juan Vicente Gómez, quien fungía como primer vicepresidente de la República de Venezuela, apodado Juancho Gómez (Juanchito lo llamaba El Bagre) y quien ese año fue apuñalado en su residencia del Palacio de Miraflores. Por cierto, a raíz de la muerte de El Bagre, se dice que entre la enardecida multitud, un hombre a caballo enlazó la efigie y la arrastró por las calles del pueblo, donde los enfurecidos apureños aplaudían el gesto del osado jinete. Posteriormente se llamó Plaza Sucre, cuando en el año 1951 se echó abajo el Palacio de Gobierno del Estado Apure (Gobernación del Estado), construido e inaugurado por el Presidente del Estado en el año 1876 (conocidos ahora como gobernadores), el sanrafaeleño, General Raimundo Fonseca; por cierto esa magnífica edificación se conoció coloquialmente como El Palacio Fonsequero, el cual se hallaba situado frente a la desaparecida Plaza Libertad, entre las calles Fonseca y Juan Pablo Peñaloza (exactamente donde ahora se halla la tienda por departamentos Seven´s). Entonces, frente a ese palacio se exhibía en una plazoleta, un busto del mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, el cual a raíz de la demolición del Fonsequero, se colocó en el Parque Independencia y desde ese año comenzó a llamarse Plaza Sucre. Últimamente se instaló un busto del patriota neogranadino Atanasio Girardot y ahora se llama Plaza Girardot.
Bien, hemos visto la evolución de los nombres oficiales de este céntrico parque de la ciudad (Parque Independencia, Plaza Sucre y ahora Plaza Atanasio Girardot). Paralela a esta manía de cambiarle nombres a la Plaza Independencia, el pueblo, tampoco se quedó atrás, por cuanto, coloquialmente, a partir de las dos primeras décadas del siglo veinte, a raíz de la llegada del primer automóvil a San Fernando (6 de febrero de 1814), comenzó a nombrarla Plaza de los Choferes, por cuanto, en ese parque se estableció la primera línea de taxis en San Fernando; siendo los primeros taxistas del pueblo (entonces llamados despectivamente choferes de plaza), un señor de apellido Carrillo, El negro Candelario, un músico de apellido Mendoza, los hermanos Rafael y Modesto Ibáñez, Don Jesús Aponte (propietario del Cine Royal y de la ferretería Agencia Royal, situada en el cruce de las Calles Juan Pablo Peñaloza y Bolívar), Don Julio Aray, quien años más tarde sería el propietario de un negocio situado a la entrada del pueblo, conocido como La Bomba y repuestos automotrices Juan Bimba y del Cine Libertador, situado en la calle Bolívar, entre el Paseo Libertador y la Calle Arévalo González; lo cierto es que estos choferes para atender las solicitudes de su “numerosa clientela” instalaron un teléfono de la empresa telefónica del emprendedor Emilio Rodríguez Saintón. Desde entonces, los sanfernandinos comenzaron a nombrar ese parque Plaza de los Choferes; años más tarde, en la década de los años ochenta, nuestra viejo y emblemático Parque Independencia, se vio plagado de asiduos bebedores y comenzó a nombrarse Plaza de los borrachitos y últimamente a raíz, de haberse instalado en ese parque, la empresa de transporte de pasajeros del Estado Transapure, con sus cómodos, bonitos y baratos autobuses chinos, marca Yutong, el pueblo comenzó a llamarla Plaza de los Yutong, ja ja ja.
Pero volviendo, con la difusa imagen de El Puerto El Cañito, observamos que al fondo a la derecha del Palacio Barbarito, se ve una hermosa casona de tejas, donde ahora se halla el Banco Provincial, la cual fue conocida como La Colmena, una viejaza pulpería (actuales bodegas), que le dio nombre a esa esquina. Por cierto, su propietario era Don Chicho García, quien años más tarde cerró su modesto negocito y se dedicó al oficio de vendedor ambulante (buhonero); Don Chicho, andaba del Timbo al Tambo, por las calles del polvoriento, caluroso y soleado pueblo; iba sudoroso, elegantemente trajeado con un paltó y pantalones de dril blanco, una corbata negra, un sombrero de fieltro marca Barbisio o Borsalino, un maletín donde llevaba la mercancía; además, colgados a su ropa exhibía algunos de los artículos. En sentido literal, me atrevo a decir que este hombre era una vitrina ambulante.
Al lado de La Colmena, se hallaba otra hermosa vivienda de adobe, techos de tejas y anchos portones de madera, propiedad de Don Pablo Rodríguez, propietario de una panadería muy concurrida y al lado estaba el Hotel Danelo; más bien era una posada, propiedad del italiano José Danelo, quien se había venido de Los Teques a montar su negocio en San Fernando; se dice, que entre otros celebres personajes, se hospedaba Francisca Vásquez de Carrillo, la hatera dueña de los Hatos Mata de Totumo y Menoreño, allá en la Trinidad de Arauca y quien se alojaba en ese hotel cuando venía a arreglar unos asunticos con su abogado el doctor Andrés Eloy Blanco. Por cierto, Francisca Vásquez, apodada Pancha Vásquez, fue el personaje que inspiraría a Don Rómulo Gallegos, para construir el personaje conocido también como la marimacha, la hombruna, La Guaricha o La Dañera de la novela Doña Bárbara; al lado del negocio de Musiú Danelo, siguiendo por la misma acera, en la esquina del cruce de las calles 24 de julio y Comercio, estuvo la Botica Central (como se conocía a las antiguas farmacias), que le dio nombre a la conocida Esquina Botica Central y la cual era regentada por su dueño, Don Pedro Segundo Salas, quien había aprendido el oficio de boticario en la Botica del Llano, propiedad del San Rafaeleño, Don Jesús Cedeño, que estuvo situada en el cruce de las calles Miranda y Comercio.
Hemos visto como oficialmente un patrimonio cultural edificado de San Fernando, como es nuestro Parque independencia, ha sido víctima de los caprichos de los gobernantes, pero también el pueblo, quizás con justificada razón, coloquialmente ha sabido colocarle los nombres como se le ha conocido en distintas épocas ¿Será por aquello de la costumbre se hace ley?
En primer plano se miran apilados aproximadamente cincuenta sacos, infiero que son de fique (coleto), llenos de sal en grano de aproximadamente cincuenta kilogramos. Entonces la sal no era refinada, yodada ni fluroada como la conocemos hoy. Eso explica que en el llano, por carencia de yodo, era frecuente ver entre la población pacientes de bocio endémico, conocida esta enfermedad coloquialmente como Paperas. Asimismo, era habitual observar pacientes de caries dentales, debido a la carencia de flúor en la sal. Por supuesto, esta sal en granos era traída de las salinas de Araya, primero en vapores de chapaleta impulsados por leña y después en barcos a Gasoil, siendo descargada en el Puerto El Tamarindo, exactamente donde ahora se halla la Biblioteca José Manuel Sánchez Osto. Una vez descargada la sal, era almacenada en un edificio llamado La Salina (donde ahora funciona el CDI de la Calle 19 de abril), de ese depósito se distribuía a las pulperías del pueblo. Por eso en los hogares de San Fernando, no faltaba una piedra de moler, donde precisamente la cocinera no solamente se esmeraba en pulverizar los terrones de sal, sino en machacar la carne y los ajos. También esos sacos de sal en granos (terrones de sal) eran llevados a los hatos para elaborar quesos, salar la carne de res (llamada salpresa, tasajo o carne seca salada), preparar los llamados salones de chigüire, salar los babos y pescados.
El Puerto El Cañito, en los meses de invierno era un popular mercado adonde acudían los compradores a adquirir a bajos precios productos del campo (entonces Venezuela era una economía de precio fijo, es decir, sin inflación, no sujeta a las variaciones de precios de un día para otro). Por supuesto, tampoco faltaban los Caleteros (estibadores) del pueblo, quienes diligentes acudían a esa ensenada a buscar el sustento diario, caleteando productos y mercancías. Asimismo, no faltaban los muchachos ofertando en azafates de madera sus empanadas, tabletas de coco, rosquitas, orejitas, tostadas (arepas rellenas con pisillo de carne de res, de queso y rebosadas en huevo), pandehornos, cachapas; por supuesto, no faltaban los sabrosos majaretes (granjería elaborada a base de maíz, azúcar, leche, coco rallado y espolvoreados con canela). Tampoco faltaban los vendedores de quinticos de lotería como el cieguito Sotillo con su acordeón, Tamaro Piche, conocido como el Poeta Ochoa y Pedro Aray; asimismo los habituales borrachitos y locos del pueblo; tampoco los muchachos pescando arenquitas o bañándose en las cristalinas y quietas aguas del puerto; asimismo era habitual ver recostados de las seguras barandas a una pareja de enamorados haciéndose carantoñas.
También se observa en esa vieja viñeta a los asiduos parroquianos trajeados a la usanza de las primeras décadas del siglo veinte, es decir, el elegante pantalón y saco de dril blanco, corbata y sombrero de fieltro. Estimo que entonces el color blanco, preferido por hombres y mujeres, era debido a que el blanco repele los tibios rayos del sol.
Al fondo se observan unas magníficas edificaciones, de anchos corredores, seguramente serían sedes de importantes casas comerciales (importadoras-exportadoras) con filiales en Europa. Por cierto, la que destaca en primer plano estaba situada donde ahora se halla la sede del Palacio del blúmer. Detrás de esa edificación resaltaba el negocio de dos niveles, propiedad de los hermanos Fernández, ubicado en la Calle Comercio, donde ahora se halla el Centro de Economía Popular, restaurado por la Alcaldía de San Fernando. Entonces San Fernando, era un pueblo donde se observaba la presencia del capital inglés, que se evidenciaba en esas edificaciones estilo antillano, me refiero a esas casas de madera, de dos plantas, de anchos corredores y techos de zinc galvanizado similar a las de Trinidad y demás islas del caribe. Por supuesto, abundaban las viviendas de bahareque o de adobe, de anchos y altos portones de madera y techos de tejas como un día fue la Ciudad de los techos rojos de Enrique Bernardo Núñez.
CONCLUSIÓN:
Comparando las viejas viñetas con una imagen actual de lo que otrora fue El Puerto El Cañito, observamos con un dejo de tristeza que de aquel bucólico pueblo ya no está frente a San Fernando, un brazo del Apure conocido como El Cañito, con sus límpidas, refrescantes y mansas aguas, donde tranquilos flotaban los bongos; tampoco están sus caleteros, sus borrachitos, sus pedigüeños, sus locos, sus casas comerciales con sus anchos corredores, sus vendedores de loterías o de tostadas como El Loco Rogelio, un muchacho que ofertaba en un azafate de madera este exquisito plato, al que los sempiternos mamadores de gallo de la Plaza Libertad o del Parque Independencia, para verlo enfurecido, lanzando sapos y culebras por la boca (ahora llamado eufemísticamente lenguaje escatológico) le espetaban ¿Rogelio a cómo tienes las Tostadas de bicho muerto? Ja ja ja. Tampoco están los muchachos pescando o bañándose en el malecón de El Cañito y menos las parejas de enamorados haciéndose carantoñas frente a sus aguas. En cambio, ahora lamentablemente, observamos una ciudad donde impera el concreto de una hirviente calle de asfalto, el ruidoso, peligroso y contaminante tránsito de vehículos distintivos de una ciudad deshumanizada."
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