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14 de junio de 2012

Animas Apureñas: El Anima del samán Llorón

En la acogedora población llanera de San Fernando de Apure, existe una ánima cuya notoriedad data de largo tiempo. Para algunos fue un soldado del General José Antonio Páez, que murió peleando en el lugar; para otros perteneció a las montoneras que en esta población combatieron contra el ejército de línea del gobierno de Juan Vicente Gómez, en la intentona del 20 de mayo de 1922, las cuales estuvieron comandadas por el General Waldino Arriaga Perdomo, Pedro Fuentes, al que apodaban Quijá e´ Plata, el general  Marcial Azuaje, apodado Cuello e Pana y por el no menos célebre Piquijuye. 

Se dice que un soldado integrante de la tropa de los alzados murió en ese lugar y que el cadáver estuvo enredado en los hilos de una empalizada varios días, sin que los zamuros lo tocaran. De ahí viene la leyenda que le ha merecido entrar al grupo de ánimas intercesoras. Este soldado quedó engarzado en la alambrada de un potrero que se hallaba cerca de un samán, nombrado Samán Llorón, el cual se hallaba donde ahora está el cruce de la Avenida Los Centauros y la Calle Leonardo Ruíz Pineda. Viejos sanfernandinos contaban que en esa mata se escuchaban de noche horribles alaridos que atemorizaban a los viandantes que a esas horas se atrevían a pasar por el tenebroso lugar. 

…  “Curiosa resulta la leyenda del aparecido de Samán Llorón. Paraje retirado del poblado y separado –entonces- por inmensos chorrerones, que en el sitio de Casa de Zinc, promovía el río desde su cauce hacia la sabana en épocas lluviosas y por terronales polvorientos en tiempos de sequía.
Un vulgar camino de recua, paso obligado a viajeros procedentes de Biruaca, El Orore, la Horqueta, La Cipriana, El Negro y otros asentamientos foráneos.
 Llamaban Samán Llorón a un vetusto y frondoso árbol plantado a la vera del camino, donde –una vez entrada la noche- se hacía presente un espanto. Referían los marchantes que se trataba de un personaje sin cabeza, de lúgubre aspecto, arropado en blanco lienzo y posición  de ahorcado que profería  espeluznantes alaridos y lecos lastimeros:

¡Aaaa…caigo o no caigo…!
¡Ayyyyy…caigo o no cai…go!
¡Ummm..!

A dicha voz, los peregrinos irrumpían alarmados, jurando no transitar jamás por esos predios y menos al oscurecer.
Vecino de San Fernando era Don Cantalicio García, viejo veterano oriundo de El Tocuyo dedicado al transporte en arreos de burros, sobre los que movilizaba: enfermos, panela, madera, piritu, mudanzas o cualquier otra carga para lo cual fueran buenos sus servicios; al anciano le habían prevenido sobre el acontecimiento de Samán Llorón, pasadizo inevitable al cumplir sus travesías.
Cuentan que cierta ocasión, apenas manchaba el ocaso, Don Cantalicio franqueaba justo bajo el ramaje del tétrico arbolejo no haciéndose esperar los gritos de ultratumba:

¡Aya…Ay…yayay…caigo o no caigo..!
¡Caraaaa…caigo o no caigo..!

A lo que el hombre, que no se amontonaba por vivos y menos por muertos y raspacueros, peló por su vera sacachispas, compañera de un cuchillo tasajero que al cinto nunca le faltaba y encaró al aparecido, propinándole una pasada de palos que no solo lo hizo caer, sino que acabó por siempre con el cuento del ánima del samán.
Muy maltrecho quedó el mamador de gallo, quien por mucho tiempo, fue azote de los infelices transeúntes.

No obstante, existe otra versión y tiene que ver con el episodio histórico suscitado el 20 de mayo de 1922. La narración habla que allí murió, enredado a una cuerda de alambre, un soldado participe de la sangrienta refriega; los vecinos relatan  que de noche se oían sus lamentos. Lo cierto del incidente es que próximo a la antigua gasolinera de Guarino, hoy Estación de Servicio Llano II, salida hacia Biruaca y adosada al Teatro Metropol, calle Leonardo Ruíz Pineda vía El Picacho de San Pedro, aún se conserva el pequeño túmulo de aquel infeliz soldado desconocido que dio origen a esta trágica fantasía.
Luego un día de noviembre de 1988, el progreso cegó por siempre los restos vegetales del soberbio y respetado Samán Llorón independentista”…
No obstante, a pesar de que hoy no existen el potrero, ni la alambrada y menos el Samán Llorón, que le diera nombre a un populoso barrio sanfernandino, los devotos de esta ánima, continúan colocando en el bendito lugar, sus ofrendas representadas por cirios y coronas de flores. 

Hugo Arana Páez

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