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8 de febrero de 2011

Historia del Alma Llanera. Entrada 2/4

Continuando con el análisis realizado por Erika Perera, (Ver primera parte) nos parece interesante hablar sobre la noche del estreno de la zarzuela:

El estreno de “Alma Llanera” –zarzuela en un acto, original de Rafael Bolívar Coronado (1884-1924) y Pedro Elías Gutiérrez (1870-1954) –constituía un atractivo más en las tandas del Teatro Caracas, el “viejo y querido Coliseo de Veroes”, en el decir de la crítica y en el sentir de los caraqueños.

No solamente se estrenaba una zarzuela nacional con “escenas de la vida de las sabanas venezolanas a las riberas del Arauca” –como decía una gacetilla del día– sino que la obra estaba avalada por firmas populares. Dos personajes conocidos y con ambiente en la capital: Bolívar Coronado, de amplia labor periodística, y el maestro Gutiérrez, con su amplio prestigio de compositor y su brillante batuta, tan famosa en los conciertos o retretas así como en actos protocolares al frente de la Banda Marcial, de tan sonora actuación en los fastuosos festejos del Centenario, en 1911.

Además, corría una “bola”, de esas de toda índole que jamás han faltado en Caracas. Corría sobre algo “que no estaba en el programa” y que resultaría noticia cierta, evidente, en medio de la función: - La obra tiene un joropo y de seguro que lo baila Mamerto: el “negro” Mamerto. 

Era Mamerto un criollo refistolero, lo que se dice pimientoso, “más alegre que un cascabel”, según ciudadanos de la época, coterráneos y contemporáneos que no le olvidan chanzas ni andanzas, ni su chispa venezolanísima de pies, ojos y lengua. ¡Ah, Mamerto!”

El reparto estaba constituído por la compañía española de Matilde Rueda, artista presente en las marquesinas del Caracas, quien fungía como primera actriz y directora del elenco, los primeros actores Jesús izquierdo (1881-1937) y Rafael Guinand (1881-1957)

El polvo que levantó el joropo la noche de su estreno en las tablas históricas y caraqueñísimas del Teatro Caracas, se extendió como las sucesivas polvaredas de las veces que lo bailó Mamerto y las incontables que lo disfrutó todo el mundo en los arroces de San José y San Juan. Por ese camino de la popularidad plena, capitalina y nacional, vino la consagración en las retretas de la Plaza Bolívar caraqueña y una costumbre infalible: que “Alma Llanera” se utilizara como broche de oro para funciones, conciertos y fiestas. (...) El gran joropo había nacido en el corazón de aquel libreto que a peninsulares y canarios y a criollazos como Guinand e Izquierdito, hacía pronunciar con acento llanerísimo parlamentos como éstos de un diálogo de Enriqueta y Rita, la trágica heroína:

–¡Jesús muchacha! Parece que nunca has dío a un joropo! ¡Se vuelven locas las muchachas de ahora por esos bochinches!
–Lo mismo sería uste!
–¡Calla la jeta, grosera!

Expresiones como la de “más seco que tasajo de chigüire en Semana Santa” y “sacar el verraco que se quedó atascao en la jorqueta” abundan en el curso de la zarzuela, que algunas veces hereda cierto tonito andaluz como en los términos señá, barquiná, jojana y en muchos giros de conversación. Eso sí: entremezclados éstos con vocablos, modismos y refranes requetecriollísimos, como: confiscás y confiscaos, barajo, espaviento, nariciao, “ más pesao que una vaca torrealbera” o hace más bulla que “un pichón de guaca”.

De Venezuela pasó a América y del continente al mundo, como pasó de la pianola y el organillo a los primeros discos ortofónicos y hoy anda de lo más orondo –vivo y alegre como nunca– en antologías de “long play” nacionales y extranjeros, interpretado por las mejores orquestas del mundo. Las andanzas universales de este joropo han hecho que se conozca bajo los más diversos cielos. Así, esta música alegre y hermosa que emociona y ahonda, ha originado nostálgicas o eufóricas emociones a venezolanos que la han encontrado entre Estocolmo y Buenos Aires, entre San Francisco y Damasco. 

Porque “Alma Llanera” tiene además esa virtud: brota de repente, cuando menos se espera. A ello se debe su carta de universalidad. En otros casos a delicadezas de anfitriones, “maitres” o “barmen” que para nosotros los venezolanos tan viajeros como el mismo joropo- tienen un disco a mano, un pianista a la orden o una insinuación a la orquesta: –Por favor: para los señores, que son venezolanos:¡“Alma Llanera”!”

Imágen tomada del libro: Un Hombre con más de seiscientos nombres ( Rafael Ramón Castellanos)

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