Buscar este blog

....Y vió que el hombre de la llanura era, ante la vida, indómito y sufridor, indolente e infatigable; en la lucha, impulsivo y astuto; ante el superior, indisciplinado y leal; con el amigo, receloso y abnegado; con la mujer voluptuoso y áspero; consigo mismo, sensual y sobrio. en sus conversaciones, malicioso e ingenuo, incrédulo y supersticioso; en todo caso alegre y melancólico, positivista y fantaseador. Humilde a pié y soberbio a caballo. Todo a la vez y sin estorbarse, como están los defectos y virtudes en las almas nuevas" Don Rómulo Gallegos

27 de diciembre de 2016

Tradiciones Venezolanas. La Gaita y el Aguinaldo



La Gaita y el Aguinaldo Doble
Eleazar López Contreras
 
Como se sabe, recibir el año en la Plaza Bolívar pasó a la historia. Ahora las familias, amigos o parejas manejan otras opciones, pues es inevitable que las nuevas costumbres desplacen a las tradiciones, que se remontan a tiempos cuando la vida era más sencilla, lo cual puede fijarse, apartando las revoluciones, golpes y alzamientos -más o menos-, a partir de los años del guzmancismo, considerando que los jardines de la plaza fueron creados (por Juan Francisco Pérez)
en 1872.

En los viejos barrios caraqueños solían organizarse parrandas espontáneas, que iban a las casas a elogiar al dueño con sus villancicos, a cambio de recibir su aguinaldo y el correspondiente roncito.

Las visitas no eran planificadas, sino que obedecían a la ocurrencia del momento. En esos grupos resaltaba una farola, que era una verada cuya punta sostenía una voluminosa estrella, dentro de la cual había una vela encendida. Quien la llevaba no podía rascarse, porque entonces podía perder la estabilidad y la farola, incendiarse. En la vestimenta de los hombres se destacaba el pañuelo rojo, que todos llevaban en el cuello.

En contraste había parrandas más organizadas, que eran comparsas de unas diez parejas, cuya vestimenta era más elaborada. Los hombres llevaban liqui-liqui con el mismo pañuelo rojo, o azul, al
cuello; las mujeres vestían con fustanes de zaraza, de colores chillones -propios del pueblo-, blusa vaporosa, sombreros de cogollo y lazo de cinta entretejida a la cabellera. En ambos casos, las comparsas llevaban alpargatas. El organizador seleccionaba entre sus amigos a las personas a quienes iban a cantarle en diciembre, por lo que los ensayos de sus aguinaldos y rutinas comenzaban en noviembre. Acordada la posterior visita con los diferentes anfitriones, éstos debían comprometerse a poner la bebida y la comida, quedando a cargo de sus vecinos el aporte de sillas, bancos y taburetes,
vasos y cubiertos. En esos casos, porque eran casas humildes, y algunas que no lo eran tanto -hablamos del siglo diecinueve-, a nadie le exigían manteles (que por supuesto no tenían) y, por eso, la mesa la recubrían con hojas de plátano.

Los solistas de las parrandas improvisaban algunas de sus letras, sobre todo las inventadas o adaptadas en el momento, para complacer al anfitrión y benefactor, o para dedicarle algo a uno de los presentes. Esa costumbre era la misma que empleaban los joroperos, quienes lanzaban halagos (o pullas) a los presentes en sus fiestas. Como versificadores de recursos, los cantantes no pasaban trabajo buscando la ritma de un verso, lo cual podía resultar en referencias absurdas, como una que decía (refiriéndose al presidente de Venezuela entre 1888 y 1890):

Esa señorita/vestida de azul/parece un retrato/de Rojas Paúl.

Cuando la visita era acordada, los dueños de las casas fingían estar durmiendo, y la gran “sorpresa”, al verse invadidos por los parranderos. Siguiendo la corriente, entonces estos cantaban, antes de pasar:

Ábrannos la puerta/¡Qué puerta tan dura!/¿Dónde está la llave/de la cerradura?

Cuando finalmente entraban, montaban la gran parranda con sus aguinaldos. Esos aguinaldos no han
cambiado y tienen la impronta africana del rítmico merengue criollo, contraria a la española, la cual caracteriza a los villancicos derivados de la contradanza, que son más antiguos pues ésos vinieron con los Conquistadores, por ello resultan ser coplas, si bien sencillas, como en el Romancero español.

El furruco -zambomba en España- se tocaba en Caracas en 1673 y, desde entonces, se ha identificado con las parrandas navideñas. A fines del siglo 19 José Martí lo describió como “un barril pequeño, con una cubierta de madera y otra de cuero, atravesado por un palo delgado que al deslizarse produce un ruido brusco, sordo, monótono, desagradable”. El profesor Rosenblat se remitió a la onomatopeya para describir su sonido como parecido al “gruñido de un cerdo”, y el pintoresco caraqueño José García de la Concha, el último celador de la Quinta Anauco, lo asoció con otro animal cuando dijo que sonaba como “un rebuzno de burro”.

La función del ronco furruco, cuyo ronroneo se podía escuchar con seguridad en aguinaldos y parrandas, pero ahora ha quedado, básicamente, solo para tocar la gaita, se asemeja al que cumplen el contrabajo y el bombo en la batería de las orquestas de baile modernas, aunque ahora los conjuntos gaiteros emplean secciones de ritmo cubano. En cuanto a la charrasca, que originalmente era confeccionada con un cacho de toro, al que se le hacían delgadas ranuras cortadas a lo ancho para ser rasgueadas con un palito o “cepillo”, ahora ha sido suplantada por un cilindro de metal de cobre o bronce, que tiene la misma función. Este güiro metálico, que está fabricado para frotar con un largo clavo, tiene la ventaja de permitir toques adicionales que lo acercan al cencerro.

A diferencia del aguinaldo, por su ordinariez la gaita siempre encontró detractores, aun aquellas interpretadas en la forma más convencional, como las que promovía el Padre Vílchez (Rafael Moreno Vílchez), y ni hablar del peluquín con las que exhiben una instrumentación de orquesta moderna como la de Pérez Prado. Pero la gaita era algo diferente a eso.

Fue en tertulias y reuniones informales donde los improvisados conjuntos de Maracaibo le cantaban a personas o a animales, como la famosa cabra mocha de Josefita Camacho, y a hechos o productos comerciales, empleando ingeniosas letras y sorpresivos giros rítmicos; pero su temática actual ha perdido el sabor de la descriptiva parroquial de otras épocas, si bien se mantiene intacto su característico toque de ingenio. Curiosamente, las gaitas no son muy melodiosas, salvo en los abundantes coros y gracias a los armónicos arreglos modernos de ahora; además, el solista suele cantar con un vozarrón que no se encuentra en ningún otro género musical, salvo en la música lírica y en las rancheras.

Una versión alterna sobre el origen de la gaita, y que no está reñida con su evolución fuera de las iglesias, fue hallada en un cuaderno de sus antepasados, por el gaitero Alfonso Huerta Bracho, que la
encontró en un baúl (en 1982). Según lo indicado en ese cuaderno, la gaita nació un 4 de diciembre de 1782 en el Cantón de Gibraltar del estado Zulia (ahora Municipios Sucre y Baralt). La inspiración del canto que le dio origen a la misma, surgió después de que el amo de la finca Santa María le dio un golpe en la espalda a un negro esclavo, llamado Simón Chourio, por no atender rápidamente una orden suya. Otro esclavo, de apellido Chourio, al caer de rodillas al suelo, dijo llorando: «Ya esto no puede ser/ como nos tratan los amos».

Su hermana, María Dolores Chourio que se encontraba detrás de él, y quien también era esclava, al oírle ese lamento le dijo suavemente al oído: «Y si se lo reclamamos/ nos hacen más padecer».

Al oír esto, ambos repitieron al unísono la primera parte del verso: «Ya esto no puede ser». Así se compuso el canto de reclamo y de protesta contra los amos por el mal trato que recibían. Un representante del grupo de esclavos, de nombre Francisco, quien sabía leer y escribir, sugirió que se pidiera permiso a los amos para difundir el canto, y estos últimos les concedieron el permiso, siempre y cuando lo hicieran antes de su fiesta, que era el 24 de diciembre. La idea de los esclavos era hacer una fiesta parecida a la que hacen los españoles, imitando los cantos de aguinaldos y villancicos, con motivo de la celebración de las navidades y, en vista del permiso concedido, resolvieron entonar el canto que habían compuesto, el 12 de diciembre de 1782.

Constatada la autenticidad histórica del cuaderno-documento, cualquier investigador podría dar como cierto el origen primario de la gaita. Lo cierto es que ésta parece que comenzó cantándose en las iglesias, de donde se dice que el Padre José Tomás Urdaneta, párroco de El Empredrado, la sacó a la calle. Eso ocurrió hacia 1810, de modo que la gaita es prácticamente republicana, pues fue durante la Independencia cuando ésta apareció en Maracaibo. Ya en 1824 se denunciaba a Morales:

"Morales con su escuadrilla/a Maracaibo tomó/pero luego al diablo vio/en el General Padilla..."

Lo que sí tiene fecha cierta es que fue la Voz (luego Ondas) del Lago, que entonces era una emisora experimental (propiedad de Pedro Bermúdez), donde se radió la primera gaita en 1928. También es cierto que la gaita, sin importar sí provenía de una hacienda, porque entonces apareció con cierta y determinada forma, se originó en El Saladillo y El Empedrado, dos de los barrios más antiguos y populares de Maracaibo. Originalmente se trataba de un contrapunteo entre dos cuatros, con la eventual participación de una voz solista y un coro. Esta gaita primitiva tenía cierta semejanza con el punto cubano y carecía de estribillo y es muy posible que, como en aquél, su letra fuese una décima, que todavía no ha muerto de un todo y que tuvo gran auge en otras etapas de nuestra trayectoria histórica. De igual modo, en algún momento planteó Ciro Urdaneta Bravo, “es un hecho que la gaita original nació en los albores de nuestra integración racial, bajo la influencia de los cánticos pascuales trasplantados a la tierra zuliana por los pioneros españoles del catolicismo”.

Cuando Radio Caracas Radio triunfaba con la Radio Rochela y la nueva Venevisión ya despuntaba con shows musicales, pero requiriendo de algo contundente, idearon el Venemarathón. Héctor Beltrán, Amelia Román y América Alonso conocían los maratones de Jerry Lewis, recaudadores de fondos en la televisión norteamericana. Entonces adaptaron la idea, presentando a artistas de todas clases durante 24 horas seguidas, para ayudar a los niños pobres de Venezuela. Venevisión alquiló el Cine Río para hacerlo desde allí. Al comienzo no arrancaba, y probaron hasta con los Boy Scouts, por lo que Héctor Beltrán, que se limpiaba los zapatos en la puerta del cine le dio unos bolívares al niño que lo hacía y le sugirió subir al escenario, identificarse como limpiabotas y dar su colaboración. Al verlo en cámara se prendió la mecha y el público comenzó a responder de una forma increíble. El desfile de artistas y números musicales entonces creció. Todos los años se ampliaba el Venemarathón y la recaudación y entrega de juguetes crecía, a la par de nuevas atracciones nacionales y extranjeras que elevaban la sintonía del programa. Entonces aparecieron los animadores del interior, desconocidos en Caracas e invitados especialmente para el gran evento, que se celebraba todos los diciembres y que se convirtió en símbolo de la Navidad venezolana.

Ése fue el caso de Gilberto Correa, que se abrió paso en su carrera debutando en el Venemarathón, y también de su coterráneo Oscar García, quien tuvo la particularidad de introducir la casi desconocida gaita a toda Venezuela, pues fue en ese maratónico programa donde y cuando ese estilo comenzó a imponerse como música decembrina.

Después de adueñarse de las Navidades caraqueñas, las gaitas zulianas le cantan a todo, desde una botella (La botellita/no tiene tapita/el botellón/no tiene tapón), hasta el Río Orinoco, el cual se encuentra algo alejado, geográfica y afectivamente, del Catatumbo, razón por la cual, forzado por la conveniencia de la rima, el autor lo llama “río loco”.

Como se ve, durante años los grupos gaiteros han venido tratando temas que se salen de su tradicional entorno, retomando la protesta social y política en el nuevo siglo con excepcionales sonidos modernos. Esta tendencia, iniciada por Guaco, de algún modo fue asumida por Rincón Morales, Gran Coquivacoa, Maracaibo 15, los Cardenales del Éxito -algunos incorporando elementos de la tamborera panameña- y, entre muchos otros más. Guaco ha incursionado en campos cercanos a una especie de gaita con salsa o pop, empleando instrumentos y sonoridades de orquesta, lo cual los lleva
a tocar gaitas “mambeadas” con un swing moderno, tanto, que harían temblar de indignación a los conservadores de la gaita tradicional, que fue algo que se vaticinó en la Revista Teclados, muchos años antes. Atrás quedó entonces, ese tono de protesta social, quedando para el recuerdo coplas sencillas, que hoy día tendrían plena vigencia:

"La cosa está tan maluca/que hasta en el mercado viejo/tres reales vale un conejo/y medio real una yuca."

Algo que sí han mantenido todos los conjuntos gaiteros, es una coreografía más o menos uniforme, que todo el pueblo conoce e imita, y que han adoptado los cientos de conjuntos de gaitas que cada Navidad se organizan en ministerios y oficinas públicas para amenizar sus fiestas de fin de año. De
estas iniciativas salieron grupos de gaitas femeninos. Este fue el caso de las populares agrupaciones con pintorescos nombres como el pirático de Las Bucaneras o el monjil de Las Cartujas, en el cual Rosita González, por su pimienta, CAP la llamó “Rosita candela”.

Como es un hecho que la gaita prácticamente suplantó a los aguinaldos tradicionales, que ya venían en picada desde que surgieron cañones con fuego y pericos con una curiosa forma de comer, es lógico que ésta haya suscitado críticas y comentarios adversos.

Por considerarla un atentado contra el buen gusto, Aquiles Nazoa, que siempre fue su enemigo, pues era afín con El pájaro guarandol y El sebucán, que se cantan y bailan en las navidades orientales, fulminó a la gaita en los siguientes términos:

“Un signo degenerativo de nuestras Navidades son las llamadas gaitas, expresión de las más horrorosa vulgaridad y falta absoluta de imaginación o de gracia, que nos invade como una sombría peste cada año, en la forma de un mazacote ruidoso y antiestético, producto de la ignorancia con dinero, que es la peor forma de la ignorancia… Comparadas con la calidad artística y el contenido espiritual de nuestros villancicos y aguinaldos de parranda, como los que escucharon Bolívar y Bello, los que tocó Teresa Carreño, los que estudió Arístides Rojas, las advenedizas gaitas sintomatizan la involución cultural que ha sufrido Caracas en los últimos años”.

Los gaiteros no dan serenatas, cosa que sí hacen algunos parranderos. En algún momento, también lo hizo un grupo de recolectores del viejo IMAU que, en lugar de dejar tarjeticas individuales en cada hogar, solicitando “el tradicional aguinaldo”, como era la inveterada costumbre, en una oportunidad resolvieron visitar todas las casas de su habitual ruta, cantando- y recolectando- sus aguinaldos.

El líder de la parranda, que un año antes lo había recibido por partida doble, en determinado hogar, regresó a tocar con su grupo, al mismo lugar, a fin de pedirlo nuevamente. Como la dueña de la casa se negara a dárselo, señalándole que ya se los había anticipado el año anterior, éste no se inmutó y le ripostó:

“Entonces, denos el aguinaldo del año que viene”.


Tradiciones Venezolanas: San Nicolás y el Niño Jesús

A tan solo 4 días para finalizar el año 2016, quisiera primero que nada agradecer a los lectores de Vivencias Llaneras del Abuelo por su constancia y apoyo. Durante el 2016 se redujeron significativamente las publicaciones en este espacio, motivado principalmente a la necesidad de adaptarme a una nueva vida bajo otro cielo, lo cual redujo el tiempo para investigar sobre nuevos temas.
Espero que en el 2017 retomar y dedicar mas tiempo a esta labor que tanta importancia tiene para mí por mantenerme conectada con mi tierra y con mi padre.
De modo, pues, que para cerrar este año quiero compartirles dos escritos de Eleazar López Contreras sobre la navidad. No entran en el campo de las llanerías, pero sí de nuestras tradiciones Venezolanas  contadas como siempre en el estilo jocoso e inigualable de su autor, donde se juntan la crónica y el humor.
La primera de ellas tiene por título San Nicolás Vs el Niño Jesús y quiero compartirla para llamar a la reflexión de los motivos que nos han impulsado, sin duda por la transculturación que siempre ha encontrado cabida en el venezolano, a adoptar costumbres de otros países, desplazando las propias.

SAN NICOLÁS VS EL NIÑO JESÚS
Eleazar López Contreras
El alegre ambiente hogareño de las Navidades criollas de antaño, culminaba el veinticuatro alrededor de la mesa y sus suculencias gastronómicas, cuya estrella era  -y sigue siendo - la hallaca, desde los
años veinte acompañada del pavo relleno. Lo del arbolito vino después, pero primero figuraba el pesebre en las salas de las casas, cuyo montaje era todo un acontecimiento para la chiquillería de 1900.

A mediados de diciembre empezaban los muchachos a sembrar en almácigos de laticas de sardina, el maíz y el alpiste para los nacimientos. A la recolección de “barba de palo” y palmitas en Catuche, se le sumaban las donaciones que los complacientes comerciantes les daban de musgo y velitas decolores. Las muchachas confeccionaban las casitas y las figuritas con sus ovejitas, que hacían con moticas de algodón y paticas de fósforos suecos, que eran de madera con la cabecita negra. Los
nacimientos eran colocados en el comedor o en la sala, sobre parapetos de cajas, tabla y cartón, forrados con trapos de coleta, según el tamaño y los desniveles planificados. Las gruesas bolsas de papel donde venía empaquetado el cemento se cortaban para que imitaran la tierra, los valles y colinas y demás accidentes topográficos del Pesebre. Todo eso se pintaba de verde o de marrón tierra, con anilinas compradas en la botica (que entonces no se llamaba farmacia). Después de pasar un engrudo por el reverso de los papeles o coleta, se les daba forma ahuecándolos y rellenándolos con viejos periódicos arrugados, hasta lograr ciertos volúmenes para simular colinas, cruces de ríos, pozos, explanadas, cuevas, etc. Al día siguiente, una vez secos y endurecido el material se colocaban sobre
la base. Entonces se distribuía la instalación electricidad para colocar los bombillitos y los reflectores. En los nacimientos de tras antaño, cuando no había luz eléctrica, se usaban velitas de todos los colores, que se encendían breves minutos para indicar que el Niño Jesús había nacido, lo cual provocaba la algarabía.

A la estructura, terminada, se le agregaban potes de matas y los conucos se fingían con las laticas de maíz y alpiste, ya crecidos. Los laguitos podían ser espejitos y los riachuelos sugeridos por cintas de
papel celofán que traían algunas cajas de golosinas. Diminutos pedacitos de vidrio aparentaban piedras y el fino aluminio y papelitos de celofán que traían los chocolates y galletas finas, picados en
trocitos, eran luego esparcidos por todo el Nacimiento para que le dieran color y brillo al conjunto. Las imágenes de fina cerámica, de la Virgen, San José, el Niño Jesús, la mula, el buey, El Ángel Anunciador, los tres reyes magos, etc. venían de España.

El veinticuatro estaba todo listo, tanto para los expectantes niños que solo pensaban en lo que les traería el Niño Jesús (en esos tiempos: patines, muñecas de loza o muñecos de cerámica), como para la gran cena de los mayores, que era cuando en la casa irrumpían los músicos con el cuatro, la pandereta y el furruco, cantando cosas como:
Debajo de esta lumbre/y este gran portón/vamos a formar/nuestro parrandón.

Los preparativos para la Navidad comenzaban a mediados de noviembre, que era cuando se
componían los aguinaldos y se hacían los primeros ensayos para cantarlos; unos dedicados al Niño
y otros a la parranda. Algunos hablaban de asuntos pastorales y otros sobre asuntos más terrenales, haciendo alusión a la parranda. Los primeros mencionaban a Belén, por ejemplo, mientras que los segundos podían decir:
El señor (fulano)/como es tan decente/nos obsequiará/un buen aguardiente.

Está demás decir que los segundos eran de la preferencia de los cañoneros, quienes siempre estaban a la caza de una ocasión para echarse sus lamparazos gratis.

El arbolito y San Nicolás eran conocidos en los tiempos de la Independencia, tal vez traídos por la Legión Británica; pero, como país católico, el símbolo de la Navidad era el pesebre, y así se mantuvo durante muchos años, como en todo el mundo apostólico y romano, aunque, en algún momento, José García de la Concha propuso que el arbolito fuese sustituido por una matica de café con una estrella en la punta.
En los años cuarenta se mantenía el pesebre como lo más importante de la parafernalia decorativa de la Navidad en Caracas. Desde 1927 hasta 1936, en la casa de Evaristo Velazco Jaime funcionó el famoso nacimiento mecánico en miniatura de Catia; de allí el nombre de la esquina de El Nacimiento. En 1948, montaron uno, inmenso, en El Conde, también mecánico. En cuanto a mensajes cristianos, ahora no puede verse un letrero de los viejos, como los que decían: Gloria a Dios en los cielos y
paz a los hombres de buena voluntad, sino otro, bastante escueto -si bien, contundente y directo al punto- que apenas dice: Merry Christmas.
 
Y si de música se trata, nada de Adestes Fidelis o Noche de Paz, sino una sonora gaita tocada a todo volumen, tanto en las casas como en las tiendas, pues sería un verdadero milagro que en alguna zapatería de Bulevar de Sabana Grande o, si a ver vamos, en cualquier otro comercio tocaran el Mesías de Handel en lugar de una sonora y estridente gaita (ahora sustituida por ensordecedoras grabaciones de rap).

Los primeros pinos artificiales los vendió en Caracas Sear’s Roebuck en 1950. Pero, ya en los cuarenta, a través de su tienda La Canadiense (en el centro de Caracas), Eduardo Antonini trajo un lote de pinos canadienses que causaron sensación, que fue cuando comenzó la costumbre de importarlos todos los años.

A comienzos del siglo 16, los Protestantes de la Reforma adoptaron el árbol adornado, en lugar del “nacimiento”. Esa costumbre la trajeron los alemanes de la Colonia Tovar. Los que siguieron sus pasos a Venezuela, sobre todo en los primeros tiempos de Guzmán Blanco, hicieron lo mismo, tal como sus colegas comerciantes ingleses y norteamericanos; éstos últimos, a partir de la presencia del petróleo en Venezuela, desde, más o menos, 1922. Entonces se imponían el cine, el one-step, el charleston y los cocteles, porque la gente estaba abierta para las innovaciones.

El caricaturista Leoncio Martínez “Leo”, que había residido en Puerto Rico después de 1910, donde se había familiarizado con el arbolito y Santa Claus, comenzó a incluirlos en sus populares dibujos.
En ese momento comenzaron a conocerse esas figuras que hoy día son consustanciales con la Navidad criolla. También trajeron la idea de Santa Claus y el arbolito, los venezolanos que emigraron a Estados Unidos, a partir de los años veinte, así como los exiliados del gomecismo que conocieron en el exterior a esos populares símbolos de la Navidad en otros países.

Nicolás era un oscuro obispo de Myra (Turquía) que era muy generoso con los niños. Su muerte acaeció en el año de 343. Siglos después (en el año 1087), se trasladaron sus restos a Bari, Italia, donde fue canonizado. Tres siglos más tarde (entre los siglos 13 y 16), el generoso santo “repartía” obsequios y juguetes las noches del 5 y 6 de diciembre, cuando era representado con barba blanca y vestimenta religiosa, acompañado de un animal de carga.

Los holandeses, que eran muy devotos de San Nicolás, lo llevaron a Nueva Ámsterdam (la futura Nueva York) donde el nombre se transformó de Sinterklaas en Santa Klaus. En su satírica historia de
Nueva York (sobre los holandeses), el escritor Washington Irving despojó al Santo de su vestimenta clerical y lo transformó en un personaje “amistoso, alegre, bonachón y generoso”. Los rasgos definitivos fueron aportados en 1823 por el poema Relación de una visita de San Nicolás, de Clement C. Moore, quien introdujo el trineo tirado por renos, las medias colgadas de las chimeneas, la jovialidad (“jo, jo, jo”) y la barriga prominente. El toque final se lo imprimió el dibujante Thomas Nast en la revista Harper´s Bazaar, en el que estableció el Polo Norte como su lugar de residencia y el
rojo como el color de su vestimenta; pero el aspecto actual y definitivo se lo dio la CocaCola en su campaña publicitaria de 1931. La “remodelación” de la figura creada por Nast le fue encomendada al
dibujante Abdón Sundblom, quien lo hizo más alto y gordo, con rostro dulce y bonachón, reafirmando los colores del traje (rojo con ribetes blancos), que eran los mismos del popular refresco. Desde entonces, el colorido Santa Claus o Santa, se aparece sigilosamente cada Nochebuena en el Norte, a dejar sus regalos.

Eso mismo hace aquí el Niño Jesús, que no es tan pintoresco ni cuenta con la misma parafernalia, infraestructura y recursos con la que cuenta del opulento San Nicolás. Como se sabe aquél nació pobre y nada justifica que ande repartiendo regalos por doquier, como no sean buenos deseos y bendiciones, si bien su presencia en Navidad es importante para todos.

Algo de esto intuyen los niños que - viveza de por medio -buscan al bonachón San Nicolás para retratarse con él, y no con el del burrito, los reyes y el pesebre. Es un hecho que hasta los más pequeños y menos conscientes, más bien se achicopalarían y se irían en lágrimas, asustados, si les tocara retratarse al lado de algún pajarote de pecho peludo que osara aparecerse en algún centro comercial, disfrazado de Niño Jesús.

En el fondo, los pequeñines tienen razón pues, a pesar de serles inculcados mitos como el del pequeño Jesús trayendo regalos -que es similar al del ratoncito que se lleva los dientes de leche y, por cada uno, deja unas monedas bajo la almohada-, la ubicuidad del Niño- Dios (sin transporte visible) no tiene asidero, como tampoco tiene base su injustificable generosidad, la cual luce incompatible con alguien que nació tan pobre.

El cuestionamiento a su existencia es producto de la precoz intuición infantil de los niños que, aunque aceptan sus regalos en aquiescente silencio, no dejan de sospechar que quien realmente se los pone debajo del arbolito, cada Nochebuena, ni siquiera es San Nicolás sino “el Niño-Papá”.