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....Y vió que el hombre de la llanura era, ante la vida, indómito y sufridor, indolente e infatigable; en la lucha, impulsivo y astuto; ante el superior, indisciplinado y leal; con el amigo, receloso y abnegado; con la mujer voluptuoso y áspero; consigo mismo, sensual y sobrio. en sus conversaciones, malicioso e ingenuo, incrédulo y supersticioso; en todo caso alegre y melancólico, positivista y fantaseador. Humilde a pié y soberbio a caballo. Todo a la vez y sin estorbarse, como están los defectos y virtudes en las almas nuevas" Don Rómulo Gallegos

27 de junio de 2011

Las Animas del Taguapire de Venezuela

Hemos encontrado un interesante artículo en el Blog San Juan de los Morros y el Estado Guárico, donde el Cronista de Altagracia de Orituco, Carlos A. López Garcés,  reseña que existen en Venezuela dos Animas del Taguapire, ambas oriundas del estado Guárico. La primera, ubicada en Santa María de Ipire, es Pancha Duarte y la segunda, ubicada en Orituco, pertenece a un hombre de nombre Ro
sendo Mendoza. Colocaremos algunos fragmentos de la narrativa.

 (SIGUE EL ENLACE SI DESEAS LEER EL ARTÍCULO COMPLETO)

“El general Juan Vicente Gómez era el mandamás de Venezuela. Los quehaceres domésticos se cumplían rutinariamente con pocas variaciones. El período de sequía se había establecido con su inclemencia característica. Don Agustín tenía veinte años de existencia; vivía entonces en Las Guabinas (caserío del distrito Monagas, estado Guárico) cuando a las seis de la tarde, aproximadamente, de un día que el narrador no recuerda ahora con exactitud, a su casa se presentó un hombre desconocido para él; andaba a pie; era viejo, de figura muy delgada, estatura baja, piel oscura (“negro”), cabello ensortijado, etcétera; llegó con unos trapitos enrollados debajo del brazo. Era Rosendo Mendoza, quien residía en las montañas de El Criollo (sitio donde convergen los estados Aragua, Miranda y Guárico); de allí había salido muy afectado por una diarrea sintomática del llamado colerín. Rosendo Mendoza debió de confesar su nombre y procedencia a don Agustín, quien reveló así mismo esa información, confiado acaso de la honestidad de aquél.

Don Agustín decidió llevarlo hasta el hospital San Antonio de Altagracia de Orituco. Antes informó su decisión a don Juan Agustín Freites, a la sazón Comisario de El Pegón, lugar vecino a Las Guabinas; le solicitó que lo acompañara a trasladar al enfermo para evitarse complicaciones judiciales, pues preveía un desenlace fatal. Aquella autoridad acató la petición.

El paciente había empeorado al amanecer del día siguiente. Se alistaban para partir muy temprano, oscuro aún, con agua suficiente para todos. Aperaban los burros cuando supieron que Rosendo Mendoza no era jinete y se negaba a cabalgar en esos animales por temor a caerse (hecho extraño en un hombre de esa época, ¿o el temor lo motivaba la debilidad que sentía?). Don Agustín le pedía que se montara para viajar más cómodos, pero aquél se negaba porfiadamente, hasta que se convenció de lo razonable del pedimento.
Iniciaron la marcha cuando amaneció.

Eran las dos de la tarde, quizás. Habían andado más de ocho horas. Faltaban aproximadamente dos kilómetros y medio para llegar a San Rafael de Orituco cuando Rosendo Mendoza se agravó más; tanto que no pudo continuar. Pedía agua; ésta se les había agotado. Por esta razón los acompañantes decidieron acampar a la sombra de un taguapire, que era la única más cerca que encontraron en aquella vía desolada. Don Agustín Sosa resolvió inmediatamente buscar ayuda en San Rafael de Orituco. Juan Agustín Freites se quedó con el enfermo.

Natividad Arocha dio el auxilio demandado por don Agustín; juntos se encaminaron al sitio donde estaba Rosendo Mendoza. Este había fallecido cuando aquéllos llegaron. Al muerto lo prepararon y trasladaron al cementerio de San Rafael de Orituco. Allí lo velaron. Al día siguiente lo enterraron.

 En el lugar donde falleció aquel paciente, bajo la sombra de un taguapire, colocaron una cruz pequeña de madera. Un montón de piedras de escasas dimensiones aumentaba lentamente; representaba la sumisión y reverencia de los creyentes, los cuales depositaban sus limosnas en un perolito puesto allí con esa finalidad. Así le manifestaban además el agradecimiento por los servicios realizados a un “ánima” que tuvo nombre antes de demostrar su “capacidad milagrosa”. Se le llamó Anima del Taguapire y tuvo celador desde el principio. Natividad Arocha fue el primer encargado de atender bien el sitio donde seres devotos asistían a pagar sus deudas a esa “ánima”; algunas personas lo mencionan como el “fundador” de ella.

Después se supo que Rosendo Mendoza era “milagroso” y que su “ánima” tenía nombre: es el Ánima del Taguapire. El árbol donde acampó Rosendo Mendoza desapareció. En ese sitio fabricaron una capilla pequeña; ahora la han reformado y ampliado; el 24 de julio retropróximo la inauguraron con actos religiosos, que incluyeron una peregrinación desde San Rafael de Orituco hasta ese oratorio recién remodelado. Este templo está ubicado aproximadamente a dos kilómetros y medio de San Rafael de Orituco, a un lado de la segunda curva de la carretera que conduce de ese pueblo a Taguay (vía San Juan de los Morros), conocida como la Curva del Anima del Taguapire. Personas devotas acuden allí a cumplir sus promesas. Llama la atención que la tumba de este difunto sólo la visitan ocasionalmente algunos seres piadosos; ahora está abandonada.”

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