Por la misma época en que Lorenzo Herrera se hacía famoso, teníamos en Venezuela a “Dos pícaros” a decir de Don Eleazar López Contreras: Alfredito Alvarado (el Rey del Joropo) y Jacinto Pérez (el Rey del Cuatro), haciéndose también famosos. Fueron dos personajes muy especiales. El dicho "Dios los crea y ellos se juntan", es muy apropiado en este caso.
Hemos querido hacer una reseña picaresca de estos venezolanos que hicieron época, y encontramos que la mejor manera de hacerlo es mediante anécdotas individuales y conjuntas, de las cuales hemos seleccionado algunas.
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ALFREDO ALVARADO, EL REY DEL JOROPO (1922-1988)
Fue un bailarín nato. Desempeñaba con maestría todos los bailes de la época y su vida tenía particularidades muy especiales por su forma de ser, siempre envuelto en situaciones jocosas e incluso peligrosas, saliendo de ellas de forma insólita. Fué un fiel representante de lo que llamamos “el vivo criollo”. Se destacó entre los años 1940 y 1950.Para bailar Joropo, colocaba las maracas en sus alpargatas que tenían ademas, casquillos en la punta y talones. Su título como Rey del Joropo, lo ganó en una feria en la que participaban bailarines expertos.
Encontramos un Blog donde están varias de las anécdotas de Alfredito Alvarado, escritas por su hija, son cuentos de muy agradable lectura, que recomendamos leer en su totalidad en el siguiente enlace: ALFREDITO ALVARADO (NEURONEANDO.BLOGSPOT). Gran parte de sus anécdotas fueron recopiladas en un libro titulado LOS CUENTOS DE ALFREDO ALVARADO, EL REY DEL JOROPO, escrito por Edmundo Aray. También su vida fue reflejada en el film "Alias, El Rey del Joropo". Colocaremos algunas de estas anécdotas:
Contaba Alfredito:
“Mi papá, al observar mis cualidades, me buscó a lo mejor del baile venezolano, a Mamerto García, el rey del Joropo, el tuerto Mamerto. Lo más grande que había. Mamerto se caracterizaba por un joropo fuerte, sin floreo, brusco, dominante.
En esa época los pisos de las casas eran de tabla. Cuando Mamerto bailaba se caían los floreros, las lámparas temblaban, empezaban a caer vainas de todas partes, tám, tám, pám, pám, porque mamerto usaba un joropo de tá, tá, tá, tá, tá, tá, tá, un zapateo fuerte. A mi papá le gustaba. Agarró a Mamerto por un brazo y le dijo: a este muchacho me lo enseñas a bailar joropo. Y comenzó a enseñarme. Cuando estuve listo en el joropo, le dijo a mi papá: préstame al muchacho, que me lo voy a llevar por ai, a que lo vean bailar en las fiestecitas. La verdad es que él pasaba raqueta en las fiestecitas, se guardaba los reales y a mí me daba caramelos, unos caramelos gordotes, de bola.
Un día me llevó a casa del general Juan Vicente Gómez, en Maracay. Me acuerdo que el general tenía un sombrerote, unas bototas, con un bastón en la mano. Sentado en una sillota lo recuerdo. Allá llegamos. Mi general -le dice Mamerto- aquí le traigo al muchacho para que lo vea. Ajá, ajá -dijo-, muy bien, que baile. Y yo bailé mi joropo. El general aplaudió. Después sacó la carterota, y de ella un puño de billetes. A mí me dieron mis caramelos otra vez. Regresé a Caracas, contentísimo.
El Rey del Joropo y Xavier Cugat
"El presidente del club Venezuela me mandó a llamar para que bailara un joropo en la gran fiesta del club, amenizada por Cugat, Quiero que te bailes un joropo -me dice- en medio del espectáculo. Va a ser una cosa muy bonita. Viene el General (Marcos Pérez Jimenez) y la Junta en pleno. Le vas a a bailar a lo mejor de la alta sociedad. Usted se viene vestido a lo criollo, para que sea un contraste, una animación, con alpargatas y sombrero de cogollo y con una muchacha muy criolla también. Yo había enseñado a bailar a la muchacha muy bien el joropo, y cuando me tocó el turno, Ospina se le acerca a Cugat y le dice: Cugat, le presento al Rey del Joropo venezolano. Lo hemos traído para que usted le toque el Alma LLanera y él baile. Entonces Cugat, con el mayor desparpajo, le dijo: ¡oh! carramba yo siento mucho no poderr acompañar al indio porque mi música no es para indios, es una música... Yo no oí más. Ospina se retiró, me tomó por el brazo y me llevó a la oficina, abrió la caja fuerte y le firmé un recibo por mil bolívares. Me fui a la casa. Al llegar pregunta mi padre: ¿Y cómo te fue, Alfredo? Una linda fiesta. Estaba el General, la alta sociedad, yo no bailé... ¿Cómo que no bailaste?. Le conté lo sucedido. Mi papá era un hombre atravesadísimo, le daba una tunda a cualquiera; el tuerto Alfredo -así le apodaban por una catarata en uno de sus ojos. Me dijo: ¿qué es eso? Tu no eres hijo mío, tu eres un sinverguenza. ¿Cómo es posible que ese hombre te venga a insultar y tú no le hayas dado ni siquiera un cabillazo? Te vas de la casa y no regreses si no tienes una vaina con ese hombre. Me fui. Al día siguiente estaba en radio Continente, donde tocaba Cugat.
Me quedé en la puerta, esperando que saliera. De pronto un remolino de gente. Cugat venía bajando las escaleras con Lina Romay, una artista que bailaba rumba y otras cosas. La Lina tenía un ramo grande de flores enormes. Entonces me metí en el bululú, me acerqué a Cugat y lo paré: ¿Usted se acuerda que anoche me llamó indio? Pero él no se acordaba de nada. No, yo no rrrecuerrdo nada -me contestó-. Le zampé un tanganazo en la boca, ¡caraj! ¡plum! ¡pam!, y aquel labio comenzó a echar sangre, y la sangre a chorrearle por el esmoquín blanco, y gritos ¡un loco! la gente corriendo, el ramo de flores por el suelo, y aquel bochinche, la gente para un lado y pal otro, y Cugat pegado a la pared con un pañuelo en la boca, y el militar de guardia, porque en esos días la cosa estaba fea y había soldados en todas las radios, se me vino encima. ¡Un momento! -le grité-, el señor insultó a la patria y a Bolívar. El soldado se canchó su bayoneta al cinto y se fue a sentar otra vez. Pero me agarró un policía: ¡está detenido! y con la misma me metieron en una camioneta. En la mañana grandes titulares en los periódicos: "El Rey del Joropo le da una trompada a Xavier Cugat porque insultó a Venezuela". En una caricatura salía una mano así, y al pie: "La mano vengadora". La cosa se ponía difícil para Cugat y el empresario, pues había una presentación en el Metropolitano y la noticias y el bochinche de la prensa podían afectr la popularidad de Cugat. De manera que un tal Legorbu, empresario, habló con Cugat y el propio Cugat sacó la boleta de libertad para mí y se fue con todos los periódistas para 'la Modelo' (una cárcel). Entonces me llamaron: ¡Alfredo Alvarado! cuando salí del buzón de la cárcel Modelo me estaba esperando Cugat con los brazos abiertos y una gran sonrisa y un punto de sutura en un labio. ¡Venga un abrazo! -dijo- Y con el abrazo las fotos. Cerrado el impase Xavier Cugat-Alfredo Alvarado. Una simple y mala interpretación del artista criollo.
Con el Indio Figueredo
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"Me trajeron al Indio Figueredo para que me tocara el arpa en otra Gran Feria Exposición. A esa Feria vino Pérez Prado, y vinieron las mellizas Dolly, el hombre más grande del mundo y unas gordas. El Indio Figeredo no sabe medir: él toca muy bien el arpa pero no sabe medir. Pues salgo a bailar con el Indio al arpa... Al Indio me lo encontré en estos días por la radiodifusora Venezuela. Recordamos esa historia, el Indio tocando el arpa, tán tán tín, tiquín ti, taca tán tán tán tán, tirín, tán tán, taca, taca, triqui, taca tá... y yo cansadito, tán tán tín, el joropo se estaba haciendo largo y yo cansado, hasta que hace tá dám, y yo creo que terminó pero vuelve otra vez, tá ca, ta ca ti qui tán , ta trán, ta ta ca, ti qui ti tán, tá tran, ta tran clán, y yo creo que ha terminado, y ta cata ra ca ta ca tri, bueno, y qué vaina es ésta, y me le arrimo y empiezo a cazarlo y cuando hace tica rica rica trán, le agarré el arpa y le dije: ¡Tá bueno ya, que me estás matando! la gente aplaudió frenéticamente. Y yo con el arpa en las manos, que no la soltaba.
Imagen de Aureliano Alfonzo, blogspot |
JACINTO PÉREZ, EL REY DEL CUATRO
Muy poco se conoce sobre este artista, solo que era un hombre de pueblo
de origen humilde y con una destreza nata para la música, la cual
manifestó a través del cuatro. Inventó una técnica muy personal y
particular, modificando la afinación del instrumento logrando así una
ejecución muy especial
“Jacinto era locuaz, pintoresco y algo presuntuoso. Nervioso e
impresionable. La palabra “muerte” le sobresaltaba en sumo grado y le
hacía gesticular con aspaviento. Cuando caminaba por los pasillos de la
emisora, nunca faltaba alguien que se le acercara por la espalda para
propinarle un gran susto que siempre terminaba entre risas y bromas.
Todos le apreciaban y querían por su trato sencillo y gentil.” Aureliano
Alfonzo Blogspot
Podemos ofrecerles
información de primera mano contada por Germán Fleitas Nuñez,
Cronista de La Victoria, quien lo conocíó muy de cerca y lo protegió en
sus correrías.
Nos cuenta el Dr Fleitas:
Jacinto era un pícaro, que tenía que ser un pícaro para poder vivir. Nació en La Guaira en 1900, yo tengo todos los papeles de él.
Yo le conseguí una pensión con el Dr. Caldera que había sido mi profesor y acababa de ser nombrado presidente:
-Mire profesor yo vengo por Jacinto Pérez
-Y donde esta Jacinto Pérez, chico. Debe estar rascao
-Si pero yo quisiera que usted le pusiera una ayuda
-Esta bien, yo le voy a dar 600 Bs mensuales con una condición: tú vienes todos los meses a Miraflores, retiras el cheque, lo cambias y no le des los riales porque se los bebe, vas le compras algo, le compras ropa, lo que sea.
Y asi hicimos y eso funcionó hasta que se murió Jacinto.
Las Pensiones
Cuando yo lo conocí, él aplicaba ésta: llegaba a una pensión y no pagaba y se justificaba diciendo:
- Es que me deben unos reales, el gobierno me debe un dinero de unos conciertos.
Entonces estaba en esa pensión como unos dos meses comía y además pedía real prestado:
- mire adelánteme 10 bolívares, mire tengo que ir a Caracas a buscar el cheque porque me dijeron que ya salió.
Y siempre estaba en eso hasta que llegaba un momento que la gente se obstinaba y entonces Jacinto empezaba a montar unos dramas delante de todo el mundo en el comedor:
-yo soy un pobre viejo, soy un venerable anciano, no tienen por qué limpiar el piso con mi orgullo -Jacinto por favor no llores
-Pero es que me han herido en el corazón
-Bueno sr Jacinto no nos debe nada, pero váyase
Y para cuando le decían eso ya tenía otra pensión, pero para irse a otra pensión me pedía que le diera la cola, pero era por el carro mío que tenía una placa del Poder Judicial, entonces yo le decía:
-Bueno Jacinto vamos, pero yo cargo hoy un carro prestado de un amigo porque..
-No no doctor, no hay apuro puede ser mañana- me interrumpía- Cuando viene usted con su carro? Entonces yo llegaba a la pensión donde él estaba parado en la puerta con sus maletas, pero cuando llegábamos a la nueva pensión que había que subir escalera, me decía:
-Doctor… el lumbago, déjeme respirá, me duele mucho, hágame el favor y súbame la maleta.
Y yo sabía como era la movida: yo llevaba las maletas y él adelante con el bastón, llegaba renqueando pero cuando estaba la dueña de la pensión, me decía:
-Por aquí doctor, por aquí. Miren conozcan al Juez de La Guaira
-Por aquí doctor, pase por aquí, póngamelas aquí .
Era para que vieran que venía llegando y el sirviente era el juez de La Guaira.
Los conciertos a dúo
El tenia una costumbre que era la siguiente: contrataba conciertos y me metía a mí. Entonces una vez me dice: -Doctor vamos a tocar en el Venezolano Americano, vamos a cobrar 6000 Bs., yo le dije a ellos que yo no cobraba porque soy un pobre cuatrista del montón, pero que el Juez si era un Doctor y el sí cobraba 6000 Bs. Y el cheque va a nombre suyo, yo le voy a agradecer que usted me lo endose y me lo dé. Entonces yo le respondía: -No Jacinto, yo lo cambio y se lo voy dando poco a poco para que se los beba en cinco partes por lo menos.
El vals de los mil nombres
Un dia va a la casa:
-Le traigo un regalo a las niñas, un valse que les compuse.
Me toca el vals y que belleza de vals! Y dice:
-se llama Alejandrina.
-Pero Jacinto, el problema es el siguiente, que yo no tengo ninguna hija que se llame Alejandrina.
-Pero tiene dos, una que se llama Andreína y otra que se llama Alejandra y es un solo vals, que le puse Alejandrina.
Un dia bautizan una niña de una familia adinerada y cuando yo llego, veo que hay una tarima y está Jacinto y la gente está aplaudiendo y lo escucho decir: -Y ahora voy a tocar un vals que le compuse a la recién cristianada. Se llama Elenita. Y empieza a tocar el mismo vals. En eso entro yo, me paro frente a él y dejó de tocar rapidito y yo me hice el loco, me fui por ahí y él me buscó -Doctor yo tengo que hablar con usted. -Jacinto yo no tengo nada que hablar con usted. -Pero yo si doctor, yo tengo que decirle algo. -Jacinto por favor, estoy en una reunión social y no quiero hablar. Después me pregunta delante de todo el mundo: -Doctor usted me puede hacer el favor de darme la cola para Caracas, es que yo no tengo como irme y ya es tarde. No me quedo más remedio que decirle: -si como no, Jacinto. Cuando nos vamos, se monta en el carro y cuando voy cogiendo la autopista, se tira en el suelo del carro, hincado de rodillas: -Doctor por esta cruz y por la memoria de mi santa madre le juro que ese vals se llama Alejandrina, pero mire, es mucho el centavo que yo le he sacao. -Esta bien Jacinto.
Un día, después que Jacinto se había muerto, voy por una calle y escucho el vals, pregunto y me sacan un disco, busco el nombre y se llamaba…….¡ Ricardito!, y me explica el de la tienda que se lo había compuesto al nieto del sr Antor que era quien grababa los discos…
Y ahora lectores, que ya conocen el tipo de personajes que eran estos “reyes”, les contaremos algunas de sus picardías conjuntas:
Cuenta Alfredito Alvarado:
Una noche salimos de la Feria, Jacinto y yo, y nos metimos en una bodeguita. El pulpero conocía a Jacinto. ¿Qué hubo, Jacinto, qué te trae por aquí? ¿Qué hubo compadre? Estas nuevecito. Es el Cocuy. ¿Sigues en la Feria? En la misma. El Rey tocando, y el otro Rey bailando. Conócelo. Mucho gusto. Gusto el mío. Y digan en qué puedo servirles. Se oye... ¿qué van a tomar? Un cocuy, dice Jacinto. ¿Y tú? ...Tómate un palo, hombre. Me tomé dos cocuy. ¿Por qué no tocas algo? dice el pulpero. Bueno, vamos a hacerle un registro, compai. Sacó el cuatro y comenzó a registrar. Y empezó a juntarse gente en la bodega, tiriquitín, tiriquitín, tán, y gente y gente, tiriquití, y cuando vinimos a ver la bodega estaba llena de gente. pero comenzó a llegar más porque me arranqué a bailar, ¡Baile! colega, me dijeron, déjese de profesionalismo, y yo a bailar y la gente adentro y afuera de la bodega, hasta que aquello parecía un tumulto y llegó la policía en una camioneta y un sargento con un sable. El sargento entra, se enmochila el sable y pregunta: ¿Qué es lo que pasa aquí? Esto es como un motín. No, no es ningún motín, y la gente le abrió paso. Entre, Sargento. ¿Qué es lo que pasa aquí? -grita el Sargento-. Murmullos y otros gritos. El Sargento se puso violentísimo. ¿Qué es lo que pasa? Esto es un tumulto y aquí va todo el mundo preso. Entonces se le acerca Jacinto: mire, compai, aquí no pasa nada, sencillamente estamos dando una fiesta. No -responde el Sargento-, ustedes están alterando el orden público. Sargento -le dice Jacinto- usted está equivocado. Yo estaré equivocado -grita el Sargento-, pero usted está preso. Intervengo yo: ¡Caramba! señor Agente, no sea usted tan... ¡Usted también va preso! Y uno del público que dice: esto es una injusticia. ¡Pues usted también está preso! Pero no puede ser -grita otro de la barra-. ¡Y usted también! Nos metieron en la camioneta. Sólo se oía un murmullo en la bodega. Fuimos a parar a la Jefatura. En la Jefatura el Agente le dice al guardia: alteración del orden público y oposición a la autoridad. Interviene Jacinto: ¡Escúcheme señor Agente! No lo escucho, cállese la boca, se opusieron y se opusieron, tenían un motín en la calle. Anjá, muy bien -dice el policía desde el escritorio-, déjeme tomar los datos. ¿Qué número es usted? Agente número tal. Ahora usted, diga: ¿Cédula, estado civil, profesión? Espere un momento, señor Agente -dice Jacinto-, ¿usted sabe quién soy yo? Pues yo soy Jacinto Pérez, el rey del Cuatro. ¡Anjá! -le responde el Agente-, usted es Jacinto Pérez, el Rey del Cuatro... pues vamos a meterle cuatro días de calabozo. Entonces Jacinto le contesta: ¡Caray! compai, menos mal que no soy el Rey del Arpa!. Los policías y la gente que estaba de curiosa se echaron a reír. El Sargento también rió. De pronto dijo: suelten a esta gente que dentro de un rato nos tienen montado un bochinche. Regresamos a la bodega a celebrar.
Ay, mi cuatro!
“Fuimos a trabajar al Colegio de Abogados. Nos pagaron 500 Bs. Pero a Jacinto no le pareció suficiente Y me dice: Compai, aquí hay que sacar mas dinero. ¿Pero cómo?- le preguntó- Aguántese, ya va usted a ver. Entonces una vieja lo interrumpe: -Jacinto, que bien toca usted. ¿Porqué no nos toca unos pajarillos aquí en la mesa, fuera del espectáculo? Como no, señora! Jacinto me picó el ojo. Seguimos a la señora. Nos sentó en unas sillas situadas frente a una mesa donde estaban los mesoneros. La gente se acercaba a dejar sus vasos y tomar otros. Jacinto captó bien el movimiento. En una de esas se paró un doctor de paltó cruzado. Un presidente de un banco muy nombrado, Mientras el hombre esperaba que le sirvieran el “guisqui”, Jacinto le puso el cuatro sobre la silla. El doctor vino a sentarse y ¡cras, cras, cras ¡Ay que pasó! Y Jacinto grita ¡Ay mi madre! ¡Que desgracia! ¡Mi pan de cada día! ¡Mi cuatro de pino amarillo! ¡ Mi cuatro traído de Panamá! Y se puso a llorar. Y la gente ¡Consuélese señor! No es nada. El Doctor, todo atribulado le hizo un cheque al portador de mil bolívares. ¡el cuatro no valía más de veinticinco en Barquisimeto!
En esa oportunidad Jacinto compartió el dinero con su "socio", pero no siempre ocurría así:
Fueron invitados a tocar y bailar gratis: “Ahora vamos a tener el gusto de presentar para ustedes al rey del Joropo venezolano, Alfredo Alvarado (aplausos) y al Rey del cuatro, Jacinto Pérez (aplausos) Y cuenta Alfredito: “Yo salí a quemarme el pecho-¡ran, ran ran!- y bailé un tronco e joropo. Muchos aplausos, gritos ¡Otra, otra! Y vuelve Jacinto con otro pajarillo. ¡Arriba Alfredo! Y salgo a bailar. Aplausos y bis. Salgo, agotado, sudando por todas partes. Cuando voy de retirada veo el espectáculo más tremendo: Jacinto con el sombrero de cogollo recogiendo por todas las mesas. Al primero que recogió fue al presidente Medina: General – le dijo- eche aquí algo porque esto aquí es gratis y usté sabe como es la vaina, estamos pelando. A Jacinto se le fue llenando el sombrero de billetes. Cuando lo vio lleno, lo cerró y cogió camino de la puerta principal. El cuatro lo dejó abandonado. Cogió un carro de alquiler y desapareció”
Jacinto era un pícaro, que tenía que ser un pícaro para poder vivir. Nació en La Guaira en 1900, yo tengo todos los papeles de él.
Yo le conseguí una pensión con el Dr. Caldera que había sido mi profesor y acababa de ser nombrado presidente:
-Mire profesor yo vengo por Jacinto Pérez
-Y donde esta Jacinto Pérez, chico. Debe estar rascao
-Si pero yo quisiera que usted le pusiera una ayuda
-Esta bien, yo le voy a dar 600 Bs mensuales con una condición: tú vienes todos los meses a Miraflores, retiras el cheque, lo cambias y no le des los riales porque se los bebe, vas le compras algo, le compras ropa, lo que sea.
Y asi hicimos y eso funcionó hasta que se murió Jacinto.
Las Pensiones
Cuando yo lo conocí, él aplicaba ésta: llegaba a una pensión y no pagaba y se justificaba diciendo:
- Es que me deben unos reales, el gobierno me debe un dinero de unos conciertos.
Entonces estaba en esa pensión como unos dos meses comía y además pedía real prestado:
- mire adelánteme 10 bolívares, mire tengo que ir a Caracas a buscar el cheque porque me dijeron que ya salió.
Y siempre estaba en eso hasta que llegaba un momento que la gente se obstinaba y entonces Jacinto empezaba a montar unos dramas delante de todo el mundo en el comedor:
-yo soy un pobre viejo, soy un venerable anciano, no tienen por qué limpiar el piso con mi orgullo -Jacinto por favor no llores
-Pero es que me han herido en el corazón
-Bueno sr Jacinto no nos debe nada, pero váyase
Y para cuando le decían eso ya tenía otra pensión, pero para irse a otra pensión me pedía que le diera la cola, pero era por el carro mío que tenía una placa del Poder Judicial, entonces yo le decía:
-Bueno Jacinto vamos, pero yo cargo hoy un carro prestado de un amigo porque..
-No no doctor, no hay apuro puede ser mañana- me interrumpía- Cuando viene usted con su carro? Entonces yo llegaba a la pensión donde él estaba parado en la puerta con sus maletas, pero cuando llegábamos a la nueva pensión que había que subir escalera, me decía:
-Doctor… el lumbago, déjeme respirá, me duele mucho, hágame el favor y súbame la maleta.
Y yo sabía como era la movida: yo llevaba las maletas y él adelante con el bastón, llegaba renqueando pero cuando estaba la dueña de la pensión, me decía:
-Por aquí doctor, por aquí. Miren conozcan al Juez de La Guaira
-Por aquí doctor, pase por aquí, póngamelas aquí .
Era para que vieran que venía llegando y el sirviente era el juez de La Guaira.
Los conciertos a dúo
El tenia una costumbre que era la siguiente: contrataba conciertos y me metía a mí. Entonces una vez me dice: -Doctor vamos a tocar en el Venezolano Americano, vamos a cobrar 6000 Bs., yo le dije a ellos que yo no cobraba porque soy un pobre cuatrista del montón, pero que el Juez si era un Doctor y el sí cobraba 6000 Bs. Y el cheque va a nombre suyo, yo le voy a agradecer que usted me lo endose y me lo dé. Entonces yo le respondía: -No Jacinto, yo lo cambio y se lo voy dando poco a poco para que se los beba en cinco partes por lo menos.
El vals de los mil nombres
Imagen: Hemeroteca de la Música Popular, Blogspot |
Un dia bautizan una niña de una familia adinerada y cuando yo llego, veo que hay una tarima y está Jacinto y la gente está aplaudiendo y lo escucho decir: -Y ahora voy a tocar un vals que le compuse a la recién cristianada. Se llama Elenita. Y empieza a tocar el mismo vals. En eso entro yo, me paro frente a él y dejó de tocar rapidito y yo me hice el loco, me fui por ahí y él me buscó -Doctor yo tengo que hablar con usted. -Jacinto yo no tengo nada que hablar con usted. -Pero yo si doctor, yo tengo que decirle algo. -Jacinto por favor, estoy en una reunión social y no quiero hablar. Después me pregunta delante de todo el mundo: -Doctor usted me puede hacer el favor de darme la cola para Caracas, es que yo no tengo como irme y ya es tarde. No me quedo más remedio que decirle: -si como no, Jacinto. Cuando nos vamos, se monta en el carro y cuando voy cogiendo la autopista, se tira en el suelo del carro, hincado de rodillas: -Doctor por esta cruz y por la memoria de mi santa madre le juro que ese vals se llama Alejandrina, pero mire, es mucho el centavo que yo le he sacao. -Esta bien Jacinto.
Un día, después que Jacinto se había muerto, voy por una calle y escucho el vals, pregunto y me sacan un disco, busco el nombre y se llamaba…….¡ Ricardito!, y me explica el de la tienda que se lo había compuesto al nieto del sr Antor que era quien grababa los discos…
Y ahora lectores, que ya conocen el tipo de personajes que eran estos “reyes”, les contaremos algunas de sus picardías conjuntas:
Una noche salimos de la Feria, Jacinto y yo, y nos metimos en una bodeguita. El pulpero conocía a Jacinto. ¿Qué hubo, Jacinto, qué te trae por aquí? ¿Qué hubo compadre? Estas nuevecito. Es el Cocuy. ¿Sigues en la Feria? En la misma. El Rey tocando, y el otro Rey bailando. Conócelo. Mucho gusto. Gusto el mío. Y digan en qué puedo servirles. Se oye... ¿qué van a tomar? Un cocuy, dice Jacinto. ¿Y tú? ...Tómate un palo, hombre. Me tomé dos cocuy. ¿Por qué no tocas algo? dice el pulpero. Bueno, vamos a hacerle un registro, compai. Sacó el cuatro y comenzó a registrar. Y empezó a juntarse gente en la bodega, tiriquitín, tiriquitín, tán, y gente y gente, tiriquití, y cuando vinimos a ver la bodega estaba llena de gente. pero comenzó a llegar más porque me arranqué a bailar, ¡Baile! colega, me dijeron, déjese de profesionalismo, y yo a bailar y la gente adentro y afuera de la bodega, hasta que aquello parecía un tumulto y llegó la policía en una camioneta y un sargento con un sable. El sargento entra, se enmochila el sable y pregunta: ¿Qué es lo que pasa aquí? Esto es como un motín. No, no es ningún motín, y la gente le abrió paso. Entre, Sargento. ¿Qué es lo que pasa aquí? -grita el Sargento-. Murmullos y otros gritos. El Sargento se puso violentísimo. ¿Qué es lo que pasa? Esto es un tumulto y aquí va todo el mundo preso. Entonces se le acerca Jacinto: mire, compai, aquí no pasa nada, sencillamente estamos dando una fiesta. No -responde el Sargento-, ustedes están alterando el orden público. Sargento -le dice Jacinto- usted está equivocado. Yo estaré equivocado -grita el Sargento-, pero usted está preso. Intervengo yo: ¡Caramba! señor Agente, no sea usted tan... ¡Usted también va preso! Y uno del público que dice: esto es una injusticia. ¡Pues usted también está preso! Pero no puede ser -grita otro de la barra-. ¡Y usted también! Nos metieron en la camioneta. Sólo se oía un murmullo en la bodega. Fuimos a parar a la Jefatura. En la Jefatura el Agente le dice al guardia: alteración del orden público y oposición a la autoridad. Interviene Jacinto: ¡Escúcheme señor Agente! No lo escucho, cállese la boca, se opusieron y se opusieron, tenían un motín en la calle. Anjá, muy bien -dice el policía desde el escritorio-, déjeme tomar los datos. ¿Qué número es usted? Agente número tal. Ahora usted, diga: ¿Cédula, estado civil, profesión? Espere un momento, señor Agente -dice Jacinto-, ¿usted sabe quién soy yo? Pues yo soy Jacinto Pérez, el rey del Cuatro. ¡Anjá! -le responde el Agente-, usted es Jacinto Pérez, el Rey del Cuatro... pues vamos a meterle cuatro días de calabozo. Entonces Jacinto le contesta: ¡Caray! compai, menos mal que no soy el Rey del Arpa!. Los policías y la gente que estaba de curiosa se echaron a reír. El Sargento también rió. De pronto dijo: suelten a esta gente que dentro de un rato nos tienen montado un bochinche. Regresamos a la bodega a celebrar.
Ay, mi cuatro!
“Fuimos a trabajar al Colegio de Abogados. Nos pagaron 500 Bs. Pero a Jacinto no le pareció suficiente Y me dice: Compai, aquí hay que sacar mas dinero. ¿Pero cómo?- le preguntó- Aguántese, ya va usted a ver. Entonces una vieja lo interrumpe: -Jacinto, que bien toca usted. ¿Porqué no nos toca unos pajarillos aquí en la mesa, fuera del espectáculo? Como no, señora! Jacinto me picó el ojo. Seguimos a la señora. Nos sentó en unas sillas situadas frente a una mesa donde estaban los mesoneros. La gente se acercaba a dejar sus vasos y tomar otros. Jacinto captó bien el movimiento. En una de esas se paró un doctor de paltó cruzado. Un presidente de un banco muy nombrado, Mientras el hombre esperaba que le sirvieran el “guisqui”, Jacinto le puso el cuatro sobre la silla. El doctor vino a sentarse y ¡cras, cras, cras ¡Ay que pasó! Y Jacinto grita ¡Ay mi madre! ¡Que desgracia! ¡Mi pan de cada día! ¡Mi cuatro de pino amarillo! ¡ Mi cuatro traído de Panamá! Y se puso a llorar. Y la gente ¡Consuélese señor! No es nada. El Doctor, todo atribulado le hizo un cheque al portador de mil bolívares. ¡el cuatro no valía más de veinticinco en Barquisimeto!
En esa oportunidad Jacinto compartió el dinero con su "socio", pero no siempre ocurría así:
Fueron invitados a tocar y bailar gratis: “Ahora vamos a tener el gusto de presentar para ustedes al rey del Joropo venezolano, Alfredo Alvarado (aplausos) y al Rey del cuatro, Jacinto Pérez (aplausos) Y cuenta Alfredito: “Yo salí a quemarme el pecho-¡ran, ran ran!- y bailé un tronco e joropo. Muchos aplausos, gritos ¡Otra, otra! Y vuelve Jacinto con otro pajarillo. ¡Arriba Alfredo! Y salgo a bailar. Aplausos y bis. Salgo, agotado, sudando por todas partes. Cuando voy de retirada veo el espectáculo más tremendo: Jacinto con el sombrero de cogollo recogiendo por todas las mesas. Al primero que recogió fue al presidente Medina: General – le dijo- eche aquí algo porque esto aquí es gratis y usté sabe como es la vaina, estamos pelando. A Jacinto se le fue llenando el sombrero de billetes. Cuando lo vio lleno, lo cerró y cogió camino de la puerta principal. El cuatro lo dejó abandonado. Cogió un carro de alquiler y desapareció”
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