La Gaita y el Aguinaldo Doble
Eleazar López Contreras
Como se sabe, recibir el año en la Plaza Bolívar pasó a la historia. Ahora las familias, amigos o parejas manejan otras opciones, pues es inevitable que las nuevas costumbres desplacen a las tradiciones, que se remontan a tiempos cuando la vida era más sencilla, lo cual puede fijarse, apartando las revoluciones, golpes y alzamientos -más o menos-, a partir de los años del guzmancismo, considerando que los jardines de la plaza fueron creados (por Juan Francisco Pérez)
en 1872.
En los viejos barrios caraqueños solían organizarse parrandas espontáneas, que iban a las casas a elogiar al dueño con sus villancicos, a cambio de recibir su aguinaldo y el correspondiente roncito.
Las visitas no eran planificadas, sino que obedecían a la ocurrencia del momento. En esos grupos resaltaba una farola, que era una verada cuya punta sostenía una voluminosa estrella, dentro de la cual había una vela encendida. Quien la llevaba no podía rascarse, porque entonces podía perder la estabilidad y la farola, incendiarse. En la vestimenta de los hombres se destacaba el pañuelo rojo, que todos llevaban en el cuello.
En contraste había parrandas más organizadas, que eran comparsas de unas diez parejas, cuya vestimenta era más elaborada. Los hombres llevaban liqui-liqui con el mismo pañuelo rojo, o azul, al
cuello; las mujeres vestían con fustanes de zaraza, de colores chillones -propios del pueblo-, blusa vaporosa, sombreros de cogollo y lazo de cinta entretejida a la cabellera. En ambos casos, las comparsas llevaban alpargatas. El organizador seleccionaba entre sus amigos a las personas a quienes iban a cantarle en diciembre, por lo que los ensayos de sus aguinaldos y rutinas comenzaban en noviembre. Acordada la posterior visita con los diferentes anfitriones, éstos debían comprometerse a poner la bebida y la comida, quedando a cargo de sus vecinos el aporte de sillas, bancos y taburetes,
vasos y cubiertos. En esos casos, porque eran casas humildes, y algunas que no lo eran tanto -hablamos del siglo diecinueve-, a nadie le exigían manteles (que por supuesto no tenían) y, por eso, la mesa la recubrían con hojas de plátano.
Los solistas de las parrandas improvisaban algunas de sus letras, sobre todo las inventadas o adaptadas en el momento, para complacer al anfitrión y benefactor, o para dedicarle algo a uno de los presentes. Esa costumbre era la misma que empleaban los joroperos, quienes lanzaban halagos (o pullas) a los presentes en sus fiestas. Como versificadores de recursos, los cantantes no pasaban trabajo buscando la ritma de un verso, lo cual podía resultar en referencias absurdas, como una que decía (refiriéndose al presidente de Venezuela entre 1888 y 1890):
Cuando la visita era acordada, los dueños de las casas fingían estar durmiendo, y la gran “sorpresa”, al verse invadidos por los parranderos. Siguiendo la corriente, entonces estos cantaban, antes de pasar:
Cuando finalmente entraban, montaban la gran parranda con sus aguinaldos. Esos aguinaldos no han
cambiado y tienen la impronta africana del rítmico merengue criollo, contraria a la española, la cual caracteriza a los villancicos derivados de la contradanza, que son más antiguos pues ésos vinieron con los Conquistadores, por ello resultan ser coplas, si bien sencillas, como en el Romancero español.
El furruco -zambomba en España- se tocaba en Caracas en 1673 y, desde entonces, se ha identificado con las parrandas navideñas. A fines del siglo 19 José Martí lo describió como “un barril pequeño, con una cubierta de madera y otra de cuero, atravesado por un palo delgado que al deslizarse produce un ruido brusco, sordo, monótono, desagradable”. El profesor Rosenblat se remitió a la onomatopeya para describir su sonido como parecido al “gruñido de un cerdo”, y el pintoresco caraqueño José García de la Concha, el último celador de la Quinta Anauco, lo asoció con otro animal cuando dijo que sonaba como “un rebuzno de burro”.
La función del ronco furruco, cuyo ronroneo se podía escuchar con seguridad en aguinaldos y parrandas, pero ahora ha quedado, básicamente, solo para tocar la gaita, se asemeja al que cumplen el contrabajo y el bombo en la batería de las orquestas de baile modernas, aunque ahora los conjuntos gaiteros emplean secciones de ritmo cubano. En cuanto a la charrasca, que originalmente era confeccionada con un cacho de toro, al que se le hacían delgadas ranuras cortadas a lo ancho para ser rasgueadas con un palito o “cepillo”, ahora ha sido suplantada por un cilindro de metal de cobre o bronce, que tiene la misma función. Este güiro metálico, que está fabricado para frotar con un largo clavo, tiene la ventaja de permitir toques adicionales que lo acercan al cencerro.
A diferencia del aguinaldo, por su ordinariez la gaita siempre encontró detractores, aun aquellas interpretadas en la forma más convencional, como las que promovía el Padre Vílchez (Rafael Moreno Vílchez), y ni hablar del peluquín con las que exhiben una instrumentación de orquesta moderna como la de Pérez Prado. Pero la gaita era algo diferente a eso.
Fue en tertulias y reuniones informales donde los improvisados conjuntos de Maracaibo le cantaban a personas o a animales, como la famosa cabra mocha de Josefita Camacho, y a hechos o productos comerciales, empleando ingeniosas letras y sorpresivos giros rítmicos; pero su temática actual ha perdido el sabor de la descriptiva parroquial de otras épocas, si bien se mantiene intacto su característico toque de ingenio. Curiosamente, las gaitas no son muy melodiosas, salvo en los abundantes coros y gracias a los armónicos arreglos modernos de ahora; además, el solista suele cantar con un vozarrón que no se encuentra en ningún otro género musical, salvo en la música lírica y en las rancheras.
Una versión alterna sobre el origen de la gaita, y que no está reñida con su evolución fuera de las iglesias, fue hallada en un cuaderno de sus antepasados, por el gaitero Alfonso Huerta Bracho, que la
encontró en un baúl (en 1982). Según lo indicado en ese cuaderno, la gaita nació un 4 de diciembre de 1782 en el Cantón de Gibraltar del estado Zulia (ahora Municipios Sucre y Baralt). La inspiración del canto que le dio origen a la misma, surgió después de que el amo de la finca Santa María le dio un golpe en la espalda a un negro esclavo, llamado Simón Chourio, por no atender rápidamente una orden suya. Otro esclavo, de apellido Chourio, al caer de rodillas al suelo, dijo llorando: «Ya esto no puede ser/ como nos tratan los amos».
Su hermana, María Dolores Chourio que se encontraba detrás de él, y quien también era esclava, al oírle ese lamento le dijo suavemente al oído: «Y si se lo reclamamos/ nos hacen más padecer».
Al oír esto, ambos repitieron al unísono la primera parte del verso: «Ya esto no puede ser». Así se compuso el canto de reclamo y de protesta contra los amos por el mal trato que recibían. Un representante del grupo de esclavos, de nombre Francisco, quien sabía leer y escribir, sugirió que se pidiera permiso a los amos para difundir el canto, y estos últimos les concedieron el permiso, siempre y cuando lo hicieran antes de su fiesta, que era el 24 de diciembre. La idea de los esclavos era hacer una fiesta parecida a la que hacen los españoles, imitando los cantos de aguinaldos y villancicos, con motivo de la celebración de las navidades y, en vista del permiso concedido, resolvieron entonar el canto que habían compuesto, el 12 de diciembre de 1782.
Constatada la autenticidad histórica del cuaderno-documento, cualquier investigador podría dar como cierto el origen primario de la gaita. Lo cierto es que ésta parece que comenzó cantándose en las iglesias, de donde se dice que el Padre José Tomás Urdaneta, párroco de El Empredrado, la sacó a la calle. Eso ocurrió hacia 1810, de modo que la gaita es prácticamente republicana, pues fue durante la Independencia cuando ésta apareció en Maracaibo. Ya en 1824 se denunciaba a Morales:
Lo que sí tiene fecha cierta es que fue la Voz (luego Ondas) del Lago, que entonces era una emisora experimental (propiedad de Pedro Bermúdez), donde se radió la primera gaita en 1928. También es cierto que la gaita, sin importar sí provenía de una hacienda, porque entonces apareció con cierta y determinada forma, se originó en El Saladillo y El Empedrado, dos de los barrios más antiguos y populares de Maracaibo. Originalmente se trataba de un contrapunteo entre dos cuatros, con la eventual participación de una voz solista y un coro. Esta gaita primitiva tenía cierta semejanza con el punto cubano y carecía de estribillo y es muy posible que, como en aquél, su letra fuese una décima, que todavía no ha muerto de un todo y que tuvo gran auge en otras etapas de nuestra trayectoria histórica. De igual modo, en algún momento planteó Ciro Urdaneta Bravo, “es un hecho que la gaita original nació en los albores de nuestra integración racial, bajo la influencia de los cánticos pascuales trasplantados a la tierra zuliana por los pioneros españoles del catolicismo”.
Cuando Radio Caracas Radio triunfaba con la Radio Rochela y la nueva Venevisión ya despuntaba con shows musicales, pero requiriendo de algo contundente, idearon el Venemarathón. Héctor Beltrán, Amelia Román y América Alonso conocían los maratones de Jerry Lewis, recaudadores de fondos en la televisión norteamericana. Entonces adaptaron la idea, presentando a artistas de todas clases durante 24 horas seguidas, para ayudar a los niños pobres de Venezuela. Venevisión alquiló el Cine Río para hacerlo desde allí. Al comienzo no arrancaba, y probaron hasta con los Boy Scouts, por lo que Héctor Beltrán, que se limpiaba los zapatos en la puerta del cine le dio unos bolívares al niño que lo hacía y le sugirió subir al escenario, identificarse como limpiabotas y dar su colaboración. Al verlo en cámara se prendió la mecha y el público comenzó a responder de una forma increíble. El desfile de artistas y números musicales entonces creció. Todos los años se ampliaba el Venemarathón y la recaudación y entrega de juguetes crecía, a la par de nuevas atracciones nacionales y extranjeras que elevaban la sintonía del programa. Entonces aparecieron los animadores del interior, desconocidos en Caracas e invitados especialmente para el gran evento, que se celebraba todos los diciembres y que se convirtió en símbolo de la Navidad venezolana.
Ése fue el caso de Gilberto Correa, que se abrió paso en su carrera debutando en el Venemarathón, y también de su coterráneo Oscar García, quien tuvo la particularidad de introducir la casi desconocida gaita a toda Venezuela, pues fue en ese maratónico programa donde y cuando ese estilo comenzó a imponerse como música decembrina.
Después de adueñarse de las Navidades caraqueñas, las gaitas zulianas le cantan a todo, desde una botella (La botellita/no tiene tapita/el botellón/no tiene tapón), hasta el Río Orinoco, el cual se encuentra algo alejado, geográfica y afectivamente, del Catatumbo, razón por la cual, forzado por la conveniencia de la rima, el autor lo llama “río loco”.
Como se ve, durante años los grupos gaiteros han venido tratando temas que se salen de su tradicional entorno, retomando la protesta social y política en el nuevo siglo con excepcionales sonidos modernos. Esta tendencia, iniciada por Guaco, de algún modo fue asumida por Rincón Morales, Gran Coquivacoa, Maracaibo 15, los Cardenales del Éxito -algunos incorporando elementos de la tamborera panameña- y, entre muchos otros más. Guaco ha incursionado en campos cercanos a una especie de gaita con salsa o pop, empleando instrumentos y sonoridades de orquesta, lo cual los lleva
a tocar gaitas “mambeadas” con un swing moderno, tanto, que harían temblar de indignación a los conservadores de la gaita tradicional, que fue algo que se vaticinó en la Revista Teclados, muchos años antes. Atrás quedó entonces, ese tono de protesta social, quedando para el recuerdo coplas sencillas, que hoy día tendrían plena vigencia:
Algo que sí han mantenido todos los conjuntos gaiteros, es una coreografía más o menos uniforme, que todo el pueblo conoce e imita, y que han adoptado los cientos de conjuntos de gaitas que cada Navidad se organizan en ministerios y oficinas públicas para amenizar sus fiestas de fin de año. De
estas iniciativas salieron grupos de gaitas femeninos. Este fue el caso de las populares agrupaciones con pintorescos nombres como el pirático de Las Bucaneras o el monjil de Las Cartujas, en el cual Rosita González, por su pimienta, CAP la llamó “Rosita candela”.
Como es un hecho que la gaita prácticamente suplantó a los aguinaldos tradicionales, que ya venían en picada desde que surgieron cañones con fuego y pericos con una curiosa forma de comer, es lógico que ésta haya suscitado críticas y comentarios adversos.
Por considerarla un atentado contra el buen gusto, Aquiles Nazoa, que siempre fue su enemigo, pues era afín con El pájaro guarandol y El sebucán, que se cantan y bailan en las navidades orientales, fulminó a la gaita en los siguientes términos:
“Un signo degenerativo de nuestras Navidades son las llamadas gaitas, expresión de las más horrorosa vulgaridad y falta absoluta de imaginación o de gracia, que nos invade como una sombría peste cada año, en la forma de un mazacote ruidoso y antiestético, producto de la ignorancia con dinero, que es la peor forma de la ignorancia… Comparadas con la calidad artística y el contenido espiritual de nuestros villancicos y aguinaldos de parranda, como los que escucharon Bolívar y Bello, los que tocó Teresa Carreño, los que estudió Arístides Rojas, las advenedizas gaitas sintomatizan la involución cultural que ha sufrido Caracas en los últimos años”.
Los gaiteros no dan serenatas, cosa que sí hacen algunos parranderos. En algún momento, también lo hizo un grupo de recolectores del viejo IMAU que, en lugar de dejar tarjeticas individuales en cada hogar, solicitando “el tradicional aguinaldo”, como era la inveterada costumbre, en una oportunidad resolvieron visitar todas las casas de su habitual ruta, cantando- y recolectando- sus aguinaldos.
El líder de la parranda, que un año antes lo había recibido por partida doble, en determinado hogar, regresó a tocar con su grupo, al mismo lugar, a fin de pedirlo nuevamente. Como la dueña de la casa se negara a dárselo, señalándole que ya se los había anticipado el año anterior, éste no se inmutó y le ripostó:
“Entonces, denos el aguinaldo del año que viene”.
en 1872.
En los viejos barrios caraqueños solían organizarse parrandas espontáneas, que iban a las casas a elogiar al dueño con sus villancicos, a cambio de recibir su aguinaldo y el correspondiente roncito.
Las visitas no eran planificadas, sino que obedecían a la ocurrencia del momento. En esos grupos resaltaba una farola, que era una verada cuya punta sostenía una voluminosa estrella, dentro de la cual había una vela encendida. Quien la llevaba no podía rascarse, porque entonces podía perder la estabilidad y la farola, incendiarse. En la vestimenta de los hombres se destacaba el pañuelo rojo, que todos llevaban en el cuello.
En contraste había parrandas más organizadas, que eran comparsas de unas diez parejas, cuya vestimenta era más elaborada. Los hombres llevaban liqui-liqui con el mismo pañuelo rojo, o azul, al
cuello; las mujeres vestían con fustanes de zaraza, de colores chillones -propios del pueblo-, blusa vaporosa, sombreros de cogollo y lazo de cinta entretejida a la cabellera. En ambos casos, las comparsas llevaban alpargatas. El organizador seleccionaba entre sus amigos a las personas a quienes iban a cantarle en diciembre, por lo que los ensayos de sus aguinaldos y rutinas comenzaban en noviembre. Acordada la posterior visita con los diferentes anfitriones, éstos debían comprometerse a poner la bebida y la comida, quedando a cargo de sus vecinos el aporte de sillas, bancos y taburetes,
vasos y cubiertos. En esos casos, porque eran casas humildes, y algunas que no lo eran tanto -hablamos del siglo diecinueve-, a nadie le exigían manteles (que por supuesto no tenían) y, por eso, la mesa la recubrían con hojas de plátano.
Los solistas de las parrandas improvisaban algunas de sus letras, sobre todo las inventadas o adaptadas en el momento, para complacer al anfitrión y benefactor, o para dedicarle algo a uno de los presentes. Esa costumbre era la misma que empleaban los joroperos, quienes lanzaban halagos (o pullas) a los presentes en sus fiestas. Como versificadores de recursos, los cantantes no pasaban trabajo buscando la ritma de un verso, lo cual podía resultar en referencias absurdas, como una que decía (refiriéndose al presidente de Venezuela entre 1888 y 1890):
Esa señorita/vestida de azul/parece un retrato/de Rojas Paúl.
Cuando la visita era acordada, los dueños de las casas fingían estar durmiendo, y la gran “sorpresa”, al verse invadidos por los parranderos. Siguiendo la corriente, entonces estos cantaban, antes de pasar:
Ábrannos la puerta/¡Qué puerta tan dura!/¿Dónde está la llave/de la cerradura?
Cuando finalmente entraban, montaban la gran parranda con sus aguinaldos. Esos aguinaldos no han
cambiado y tienen la impronta africana del rítmico merengue criollo, contraria a la española, la cual caracteriza a los villancicos derivados de la contradanza, que son más antiguos pues ésos vinieron con los Conquistadores, por ello resultan ser coplas, si bien sencillas, como en el Romancero español.
El furruco -zambomba en España- se tocaba en Caracas en 1673 y, desde entonces, se ha identificado con las parrandas navideñas. A fines del siglo 19 José Martí lo describió como “un barril pequeño, con una cubierta de madera y otra de cuero, atravesado por un palo delgado que al deslizarse produce un ruido brusco, sordo, monótono, desagradable”. El profesor Rosenblat se remitió a la onomatopeya para describir su sonido como parecido al “gruñido de un cerdo”, y el pintoresco caraqueño José García de la Concha, el último celador de la Quinta Anauco, lo asoció con otro animal cuando dijo que sonaba como “un rebuzno de burro”.
La función del ronco furruco, cuyo ronroneo se podía escuchar con seguridad en aguinaldos y parrandas, pero ahora ha quedado, básicamente, solo para tocar la gaita, se asemeja al que cumplen el contrabajo y el bombo en la batería de las orquestas de baile modernas, aunque ahora los conjuntos gaiteros emplean secciones de ritmo cubano. En cuanto a la charrasca, que originalmente era confeccionada con un cacho de toro, al que se le hacían delgadas ranuras cortadas a lo ancho para ser rasgueadas con un palito o “cepillo”, ahora ha sido suplantada por un cilindro de metal de cobre o bronce, que tiene la misma función. Este güiro metálico, que está fabricado para frotar con un largo clavo, tiene la ventaja de permitir toques adicionales que lo acercan al cencerro.
A diferencia del aguinaldo, por su ordinariez la gaita siempre encontró detractores, aun aquellas interpretadas en la forma más convencional, como las que promovía el Padre Vílchez (Rafael Moreno Vílchez), y ni hablar del peluquín con las que exhiben una instrumentación de orquesta moderna como la de Pérez Prado. Pero la gaita era algo diferente a eso.
Fue en tertulias y reuniones informales donde los improvisados conjuntos de Maracaibo le cantaban a personas o a animales, como la famosa cabra mocha de Josefita Camacho, y a hechos o productos comerciales, empleando ingeniosas letras y sorpresivos giros rítmicos; pero su temática actual ha perdido el sabor de la descriptiva parroquial de otras épocas, si bien se mantiene intacto su característico toque de ingenio. Curiosamente, las gaitas no son muy melodiosas, salvo en los abundantes coros y gracias a los armónicos arreglos modernos de ahora; además, el solista suele cantar con un vozarrón que no se encuentra en ningún otro género musical, salvo en la música lírica y en las rancheras.
Una versión alterna sobre el origen de la gaita, y que no está reñida con su evolución fuera de las iglesias, fue hallada en un cuaderno de sus antepasados, por el gaitero Alfonso Huerta Bracho, que la
encontró en un baúl (en 1982). Según lo indicado en ese cuaderno, la gaita nació un 4 de diciembre de 1782 en el Cantón de Gibraltar del estado Zulia (ahora Municipios Sucre y Baralt). La inspiración del canto que le dio origen a la misma, surgió después de que el amo de la finca Santa María le dio un golpe en la espalda a un negro esclavo, llamado Simón Chourio, por no atender rápidamente una orden suya. Otro esclavo, de apellido Chourio, al caer de rodillas al suelo, dijo llorando: «Ya esto no puede ser/ como nos tratan los amos».
Su hermana, María Dolores Chourio que se encontraba detrás de él, y quien también era esclava, al oírle ese lamento le dijo suavemente al oído: «Y si se lo reclamamos/ nos hacen más padecer».
Al oír esto, ambos repitieron al unísono la primera parte del verso: «Ya esto no puede ser». Así se compuso el canto de reclamo y de protesta contra los amos por el mal trato que recibían. Un representante del grupo de esclavos, de nombre Francisco, quien sabía leer y escribir, sugirió que se pidiera permiso a los amos para difundir el canto, y estos últimos les concedieron el permiso, siempre y cuando lo hicieran antes de su fiesta, que era el 24 de diciembre. La idea de los esclavos era hacer una fiesta parecida a la que hacen los españoles, imitando los cantos de aguinaldos y villancicos, con motivo de la celebración de las navidades y, en vista del permiso concedido, resolvieron entonar el canto que habían compuesto, el 12 de diciembre de 1782.
Constatada la autenticidad histórica del cuaderno-documento, cualquier investigador podría dar como cierto el origen primario de la gaita. Lo cierto es que ésta parece que comenzó cantándose en las iglesias, de donde se dice que el Padre José Tomás Urdaneta, párroco de El Empredrado, la sacó a la calle. Eso ocurrió hacia 1810, de modo que la gaita es prácticamente republicana, pues fue durante la Independencia cuando ésta apareció en Maracaibo. Ya en 1824 se denunciaba a Morales:
"Morales con su escuadrilla/a Maracaibo tomó/pero luego al diablo vio/en el General Padilla..."
Lo que sí tiene fecha cierta es que fue la Voz (luego Ondas) del Lago, que entonces era una emisora experimental (propiedad de Pedro Bermúdez), donde se radió la primera gaita en 1928. También es cierto que la gaita, sin importar sí provenía de una hacienda, porque entonces apareció con cierta y determinada forma, se originó en El Saladillo y El Empedrado, dos de los barrios más antiguos y populares de Maracaibo. Originalmente se trataba de un contrapunteo entre dos cuatros, con la eventual participación de una voz solista y un coro. Esta gaita primitiva tenía cierta semejanza con el punto cubano y carecía de estribillo y es muy posible que, como en aquél, su letra fuese una décima, que todavía no ha muerto de un todo y que tuvo gran auge en otras etapas de nuestra trayectoria histórica. De igual modo, en algún momento planteó Ciro Urdaneta Bravo, “es un hecho que la gaita original nació en los albores de nuestra integración racial, bajo la influencia de los cánticos pascuales trasplantados a la tierra zuliana por los pioneros españoles del catolicismo”.
Cuando Radio Caracas Radio triunfaba con la Radio Rochela y la nueva Venevisión ya despuntaba con shows musicales, pero requiriendo de algo contundente, idearon el Venemarathón. Héctor Beltrán, Amelia Román y América Alonso conocían los maratones de Jerry Lewis, recaudadores de fondos en la televisión norteamericana. Entonces adaptaron la idea, presentando a artistas de todas clases durante 24 horas seguidas, para ayudar a los niños pobres de Venezuela. Venevisión alquiló el Cine Río para hacerlo desde allí. Al comienzo no arrancaba, y probaron hasta con los Boy Scouts, por lo que Héctor Beltrán, que se limpiaba los zapatos en la puerta del cine le dio unos bolívares al niño que lo hacía y le sugirió subir al escenario, identificarse como limpiabotas y dar su colaboración. Al verlo en cámara se prendió la mecha y el público comenzó a responder de una forma increíble. El desfile de artistas y números musicales entonces creció. Todos los años se ampliaba el Venemarathón y la recaudación y entrega de juguetes crecía, a la par de nuevas atracciones nacionales y extranjeras que elevaban la sintonía del programa. Entonces aparecieron los animadores del interior, desconocidos en Caracas e invitados especialmente para el gran evento, que se celebraba todos los diciembres y que se convirtió en símbolo de la Navidad venezolana.
Ése fue el caso de Gilberto Correa, que se abrió paso en su carrera debutando en el Venemarathón, y también de su coterráneo Oscar García, quien tuvo la particularidad de introducir la casi desconocida gaita a toda Venezuela, pues fue en ese maratónico programa donde y cuando ese estilo comenzó a imponerse como música decembrina.
Después de adueñarse de las Navidades caraqueñas, las gaitas zulianas le cantan a todo, desde una botella (La botellita/no tiene tapita/el botellón/no tiene tapón), hasta el Río Orinoco, el cual se encuentra algo alejado, geográfica y afectivamente, del Catatumbo, razón por la cual, forzado por la conveniencia de la rima, el autor lo llama “río loco”.
Como se ve, durante años los grupos gaiteros han venido tratando temas que se salen de su tradicional entorno, retomando la protesta social y política en el nuevo siglo con excepcionales sonidos modernos. Esta tendencia, iniciada por Guaco, de algún modo fue asumida por Rincón Morales, Gran Coquivacoa, Maracaibo 15, los Cardenales del Éxito -algunos incorporando elementos de la tamborera panameña- y, entre muchos otros más. Guaco ha incursionado en campos cercanos a una especie de gaita con salsa o pop, empleando instrumentos y sonoridades de orquesta, lo cual los lleva
a tocar gaitas “mambeadas” con un swing moderno, tanto, que harían temblar de indignación a los conservadores de la gaita tradicional, que fue algo que se vaticinó en la Revista Teclados, muchos años antes. Atrás quedó entonces, ese tono de protesta social, quedando para el recuerdo coplas sencillas, que hoy día tendrían plena vigencia:
"La cosa está tan maluca/que hasta en el mercado viejo/tres reales vale un conejo/y medio real una yuca."
Algo que sí han mantenido todos los conjuntos gaiteros, es una coreografía más o menos uniforme, que todo el pueblo conoce e imita, y que han adoptado los cientos de conjuntos de gaitas que cada Navidad se organizan en ministerios y oficinas públicas para amenizar sus fiestas de fin de año. De
estas iniciativas salieron grupos de gaitas femeninos. Este fue el caso de las populares agrupaciones con pintorescos nombres como el pirático de Las Bucaneras o el monjil de Las Cartujas, en el cual Rosita González, por su pimienta, CAP la llamó “Rosita candela”.
Como es un hecho que la gaita prácticamente suplantó a los aguinaldos tradicionales, que ya venían en picada desde que surgieron cañones con fuego y pericos con una curiosa forma de comer, es lógico que ésta haya suscitado críticas y comentarios adversos.
Por considerarla un atentado contra el buen gusto, Aquiles Nazoa, que siempre fue su enemigo, pues era afín con El pájaro guarandol y El sebucán, que se cantan y bailan en las navidades orientales, fulminó a la gaita en los siguientes términos:
“Un signo degenerativo de nuestras Navidades son las llamadas gaitas, expresión de las más horrorosa vulgaridad y falta absoluta de imaginación o de gracia, que nos invade como una sombría peste cada año, en la forma de un mazacote ruidoso y antiestético, producto de la ignorancia con dinero, que es la peor forma de la ignorancia… Comparadas con la calidad artística y el contenido espiritual de nuestros villancicos y aguinaldos de parranda, como los que escucharon Bolívar y Bello, los que tocó Teresa Carreño, los que estudió Arístides Rojas, las advenedizas gaitas sintomatizan la involución cultural que ha sufrido Caracas en los últimos años”.
Los gaiteros no dan serenatas, cosa que sí hacen algunos parranderos. En algún momento, también lo hizo un grupo de recolectores del viejo IMAU que, en lugar de dejar tarjeticas individuales en cada hogar, solicitando “el tradicional aguinaldo”, como era la inveterada costumbre, en una oportunidad resolvieron visitar todas las casas de su habitual ruta, cantando- y recolectando- sus aguinaldos.
El líder de la parranda, que un año antes lo había recibido por partida doble, en determinado hogar, regresó a tocar con su grupo, al mismo lugar, a fin de pedirlo nuevamente. Como la dueña de la casa se negara a dárselo, señalándole que ya se los había anticipado el año anterior, éste no se inmutó y le ripostó:
“Entonces, denos el aguinaldo del año que viene”.