Sigue contando Ño Aguedo:
"Cupertino Ríos nació en el Alto Apure, en “Crescencio” a orillas del río Apure, en el Cañón del Ruende, hijo de Don Hermenegildo Ríos y Doña maría de Jesús Viña de Ríos. Conocí dos de sus hermanas: Ángela y Carmelita y su sobrina Petrica, quien a pesar de la ausencia y de los años transcurridos estimo y aprecio mucho y conservo un recuerdo de Petrica, la novela ¿Quo Vadis? que me regaló en San Fernando, la que conservo todavía en mi biblioteca.
Cupertino fue discípulo de Joselito Dávila, apureño, hombre rechoncho, grueso, de voz bronca, áspero, de manos ordinarias, pero cuando éstas se confundían con la encordadura del arpa, brotaba de ella una música criolla que encantaba y enardecía las multitudes. Joselito era un mago del arpa. Lo sucedió Juan Dávila, su hijo, pero nunca como su padre. Apareció Cupertino, la flor de sus discípulos, que junto con Félix Zárate, su guitarrero, llevó al occidente de nuestra patria los arpegios incomparables de su arpa maravillosa. Luego vino Ruperto Sánchez, tercer discípulo de Joselito: no hubo, ni hay, ni habrá otro arpista cuyo bordoneo de oiga a una cuadra de distancia como ejecutaba Ruperto Sánchez. Un viejo llanero conservador, me decía en estos días: “y mucho menos ahora, que le ponen al lado del arpista un violinote, pa´que el arpista se ponga más flojo en el bordoneo” y se le notaba en la mirada un resquemor profundo contra el bajo de cuerdas. Los llaneros de pura cepa, no están de acuerdo con ese “violinote”.
La estrella de Cupertino fue ensanchando su órbita y su fama creció. Era poeta relancino “al pié del arpa”, famoso cuatrista, autor de bellos “pasajes”, no fumaba ni tomaba ninguna clase de licores, pero tenía una pasión suprema por “el bello sexo”, que lo acosaban, admiraban y se le entregaban al conjuro magnético de su arte. Las mujeres más bellas que vimos en aquellos tiempos en los “bailes populares” de los llanos, fueron las favoritas de Cupertino. Realizaba todos los años, una gira cumpliendo contratos de su música en San Fernando, La Unión, Arismendi, Guadarrama y remataba en Camaguán, donde tenía su Bar y salón de baile.
Apareció una noche en un baile en La Unión de Barinas, una mujer cuyo nombre, nadie supo jamás, alta, elegante, de línea impecable, morena, de pelo negrísimo y ojos “como dos paraparas”, llevaba la ropa muy ajustada al cuerpo y por tanto, se le notaban los senos, tan perfectos que parecían dos guayabitas, no dos guayabas, sino guayabitas dulces de esas que se usan para darle más sabrosura al gustoso carato llanero en los días de Navidad.
Tenía esta mujer la singularidad, de ser la primera que cimbreara la cintura, llevando exactamente el compás del golpe o el pasaje que ejecutaban mientras bailaba. Eso armó un escándalo, lo que se oía en el pueblo, era “la mujer que se menea bailando”. Era costumbre que los dueños de los bailes hicieran, contiguo al salón de baile, un tablado con asientos especiales, para que “la clase grande” del pueblo, contemplara el baile de la clase popular, allí estaban Don Miguel Emilio Barrera, el Dr. Julio Sojo ( un joven médico entonces), Dr. Carrizales, el cura Florentino Pujarra, y muchas señoras y señoritas de la alta sociedad del pueblo. A las diez de la noche se iban todos. El dueño del baile le rogaba a la mujer que no meneara la cintura, mientras esos señores estaban en el tablado. Ella accedía. Pero muchos de la “Alta" regresaban y “que cogiendo fresco”. El Dr. Julio Sojo, mi tocayo, y grande amigo mío, se disfrazó de garrací y camisa y sombrero de cogollo y bailó con la mujer a su gusto.
Cupertino contempló y admiró esta mujer en todo el curso de su gira; le agradaban las formas esculturales, era su pasión favorita, pero se abstuvo de tratarla porque Indalecita viajaba en su compañía.
Una noche la vió entrar en su salón de baile en Camaguán, me llamó aparte y me dijo: “compadre (nos llamábamos compadres), ahí viene la mujer de "las guayabitas” y desde aquella noche, a la mujer la llamamos “La guayabita”
Cupertino cantó aquella noche a la mujer así:
“Con tus ojos Guayabita
Sin piedad me estás matando
Primera vez que los vi
En mi pueblo San Fernando
Segunda vez los miré
De Barinas, en La Unión
Y quedó, mi guayabita
Prendado mi corazón
Arismendi de Barinas
Te vio menear la cintura
Y allí quedé embelesado
Al contemplar tu hermosura
Yo bendigo con amor
Aquella feliz mañana
Cuando besaba tus ojos
Paseando allá en Guadarrama
Ahora cuando te veo
Bailando aquí en Camaguán
Te digo, que son tus ojos
Los que me van a matar
Entre Rito Ortega y Cupertino crearon el pasaje “La Guayabita”, y cosa rara, Rito Ortega, ejecutaba mejor el pasaje que Cupertino. La Guayabita tocada por Rito Ortega, es lo más sabroso-llaneramente hablando- que yo he oído.
Continuara......
Les cuento amigos lectores, que ahora siento muchas ganas de escuchar ese pasaje "La Guayabita", alguno lo ha escuchado?