Zamora usaba un Kepis sobre el sombrero, adornado con flores amarillas |
Continuamos el relato del Dr. José León Tapia:
"Y aquel día esplendoroso, se dió en Venezuela la primera batalla de fortificaciones pues en la selva de Santa Inés, plagada de trincheras comunicantes, que le permitían al ejército zamorano una amplia movilidad y una ventajosa posición, derrotaron asombrosamente a las tropas del Gobierno, donde venía lo más granado del ejército venezolano y los apellidos mas encopetados de la sociedad caraqueña."
Santa Inés:
“Un pueblecito de la selva, en un recodo del Santo Domingo, rodeado de árboles por todas partes y un solo camino de entrada.
Allí construyó un laberinto de trincheras y veredas, para meter 3000 hombres y esperar bien preparado.
Zamora puso un hombre a seguir al general Ramos, un coronel a quien llamaban “el mapa de Barinas” por lo baquiano que era. El 25 de octubre estaba Ramos en Guanare y el 27 Falcón y Zamora amanecieron en Barinas.
El 4 de diciembre llegaron los amarillos a la selva de Santa Inés y un ingeniero que se llamaba Charquet siguió dirigiendo los trabajos de acuerdo a los planes ya hechos y a la estrategia del general. Mientras tanto, los del gobierno, no sabían dónde se encontraba Ezequiel Zamora. Sin embargo, pasaron de largo por Barinas hasta el pueblecito de El Real y allí por primera vez oyó Pedro Ramos hablar de la aldea de Santa Inés.
La orden que traía era precisa: “Batirlos donde los encontraran, no regresar como lo hizo Silva”. Y cuando se acordaba en Bajo Seco, más obligado se sentía.
Los del gobierno pensaban que los federales estaban huyendo y por eso andaban tan rápido, pensando que se escapaban. Por ello se clavaron de cabeza donde los estaban esperando.
El 9 de diciembre en La Palma, un pueblecito que ya no existe, en la sabana que está antes de llegar a Santa Inés, la caballería de León Colina rompió los fuegos temprano, cuando el capitán Ramos Rivas tiroteó las avanzadas y se retiró al pasitrote como se lo habían ordenado.
Así comenzó Santa Inés un 10 de diciembre de 1859, como está escrito en el escudo de Barinas. La primera trinchera a la salida del pueblo sobre el caño de El Palito, la defendía Rafael Petit y sus 200 hombres. Entre los tembladales del monte, el mismo Charquet defendía otra. Y así, muchas más dejando entre ellas el terraplén del camino viejo por donde hoy no se pasa y que hemos recorrido varias veces. Al terminar éste, a la derecha y casi saliendo a la sabana, estaba EL trapiche de San José, donde José Desiderio Trias, quien era de oriente, Juan José Mora y el general Francisco de Paula Ortiz, quien era de Barinas y familiar de la esposa de Páez, doña Dominga, comandaban la gente
Cada una de las excavaciones tenía forma de trapecio y así los soldados podían disparar por los cuatro lados, de acuerdo a los movimientos.
En las de la derecha estaban Aranguren, Paz, Manuel Ezequiel Bruzual, a quien llamó “el soldado sin miedo de la Federación”. Por la banda de la izquierda eran seis, donde estaban Prudencio Vásquez, Desiderio Escobar y otros jefes que aparecen en los libros. Todas se comunicaban entre sí sin que se asomara la cabeza de la gente allí metida.
En la espesura de los bejucales y de la caña amarga, se distribuían 2000 hombres esperando que llegaran .
Temprano, con los pajaritos, se paseó Ezequiel Zamora con Antonio Guzmán Blanco y Luis Level de Goda, enseñándoles la estrategia.
Provocó Colina en la sabana y el ejército oligarca, todo entero, comenzó a entrar en batalla. Eran las 10 de la mañana cuando atacaron el trapiche e hirieron a Antonio Jelambi, justo cuando su artillería reventaba los matorrales.
Casas, quien era el jefe del estado mayor, seguía mandando divisiones. Caían los oficiales y caían los soldaditos, casi sin saber de donde los estaban tiroteando.
Después que los amarillos se retiraron por el monte, en el cañaveral que bordea el río fue donde se luchó más fuerte. Creyendo que estaban triunfando, los colorados se envalentonaron.
A las 4 de la tarde comenzó Zamora la ofensiva y si no llega la noche no hubiera quedado hombre vivo. Cuando oscurecía muy rápido en la penumbra del monte, sonaron las cornetas federales ordenando el cese del fuego y en el silencio del bosque solo se escuchaban lamentos y también maldiciones de los que se estaban muriendo.
A medianoche ordenó Pedro Ramos retirarse silenciosamente con su ejército reducido a la mitad de la gente.
Más de mil hombres quedaron entre el camino y la selva. La fila de hamacas con los oficiales heridos casi ocupaba dos cuadras, recordaba el Doctor Pablo Emilio Morales.
En la sabana, aún con rocío, abierta en alas, la caballería federal, al aire las banderas amarillas, hostigaba la retirada, cuando amanecía el 11 y Ezequiel Zamora tocaba el clarín como solo él sabía hacerlo.”
Después siguió el hostigamiento a las tropas enemigas y el sitio de Barinas, durante 13 días seguidos, donde el “hambre y la enfermedad hicieron salir a los mil hombres que quedaban, escapando una noche de Pascuas, exactamente a las 12, para tratar de llegar a Mérida como única salvación. Ezequiel Zamora se enfureció cuando supo del escape, se le ocurrió entonces lo de las antorchas, por lo que esa noche de Pascua, se conoce también como la noche de las antorchas. Las mujeres impregnaron sus enaguas en cualquier tipo de aceite y las colocaron sobre palos, apareciendo así centenares de teas encendidas, con las que los soldados se dieron a la tarea de registrar la ciudad y cuando finalmente encontraron el rastro de los oligarcas, escapados, ya era tarde para seguirlos, pues les llevaban mucha ventaja." José León Tapia. Por aquí Pasó Zamora (fragmentos)
La estrella de Zamora se apagó de una forma sorprendente con un tiro anónimo. Cuando Barinas quedó libre de “colorados”, el ejército de Zamora siguió triunfante a Caracas. Estuvieron en San Carlos el 9 de enero del 60. “Mañana tomaremos el pueblo” dijo Ezequiel Zamora, a la orilla del Río San Carlos, cuando cerraba la noche con la luna clara reluciente. “No sabemos por que se empeñó en atacar la ciudad, cuando le era tan fácil seguir adelante, aprovechando el pánico de Santa Inés, ya regado por toda la patria.” “Pasaron el río y remontaron la calle larga. El empujó el caballo llevando la bandera en alto, por delante de la metralla y se desvió en la esquina, casi encima de la trinchera enemiga de la Cruz Verde. Detrás los oficiales atónitos. Recorrió la iglesia de San Juan, subió a la torre y divisó el sitio, cuando lo llamaron allá lejos en el solar opuesto. “Pasa tú Antonio”, le dijo a Guzmán Blanco. “Detrás voy yo”. Cruzaron la calle por entre los patios de enfrente, llegaron al trincherón federal. Dirigió, ordenó y se asomó de golpe al portal antiguo en la pared carcomida. Llegó el balazo directo al ojo y su sangre caliente bañó a Guzmán que lo recibió trémulo. Lo dejaron todo en día ella casa solitaria en un cuarto de media agua, escondiendo la noticia para no desmoralizar, dando largas al tiempo, mientras la entereza daba fuerzas para recibir el impacto de quedarse sin guía. En la madrugada regresó Guzmán. Cuatro hombres le acompañaban. Volvieron al patio, silenciosos, con el frio del amanecer. Sin saber de quién era, sacaron el cadáver envuelto en cobija de colores. Con el sable curvo marcó Antonio el sitio preciso y allí, lentamente, cuidadosamente, para no olvidarlo nunca, cuatro soldados llegados de Nutrias enterraron la revolución. Había muerto Ezequiel Zamora, el ellos, que eran la causa popular, la enterraban con él. El impacto del nombre de Ezequiel Zamora se fue diluyendo en las marchas indecisas. Muchos se fueron por los tantos rumbos de la sabana, sin querer saber más de la guerra. Quienes quedaron en la lucha la perdieron en Coplé, donde León Febres Cordero los dispersó por el llano…" José León Tapia. Por aquí Pasó Zamora (fragmentos)
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