Edgar Pérez
Como un símbolo colonial situado a orillas del río Santo Domingo, fundado en 1799, cuando en Barinas se fundaban pueblos entre sus esplendores breves y sus fastos, que poco durarían por cuestiones de la libertad, o como una parroquia foránea del Municipio Barinas, ubicado a 35 Km de la capital, se describe y se describirá Santa Inés, siempre.
Sus señas de identidad incuestionables unidas al rigor de lo geográfico y lo determinante e inexorablemente que tiene lo tangible sobre la vida de los pueblos. Pero es, también, y será siempre, otras cosas más.
O por lo menos, dos trascendentales hechos en la vida cierta y eterna de la literatura universal y en la hora inexorable de la historia nuestra; la batalla que lleva su nombre y el privilegio de ser eterno escenario del contrapunteo (entre la vida y la muerte, dirá Orlando Araujo) de Florentino y El Diablo, el mítico texto de Alberto Arvelo Torrealba.
La primera es una página proteica, candente en la historia de Venezuela. Un duro golpe a los que siempre se creyeron dueños de la tierra, estas tierras de gracia que desde siempre anduvieron enredadas en abandonos por más de trescientos años (y hasta una matemática elemental: 300 años de calma que habló Bolívar, más de 60 años, huracanados y significativos, donde, sin embargo, y a pesar de la gesta mayor de la independencia y de los libertadores, no se saldaron las deudas sociales), liderada por el general Ezequiel Zamora y que sucedió un 10 de diciembre; el más alto de todos los 10 de diciembre que desde ese tiempo en nuestro mundo llanero, han sido como hubiera dicho Fray Luis de León, siempre poeta.
Se dice y se dirá que ese es el triunfo de la estrategia sobre la sin razón, la valentía pura y simple sobre los privilegios, la idea de estar en lo cierto sobre la reacción de lo incierto y sobre todo la construcción del blasón del igualitarismo social que siempre, desde ese día, en Santa Inés, formará parte de nuestro devenir de pueblo. Lamentablemente la muerte de Zamora unos días después, retardaría el efecto inmediato que tendría en los anhelos y sueños del pueblo venezolano las consecuencias concretas de la gran gesta popular acaecida en el ribereño pueblo del río Santo Domingo.
Pero fue asiento Santa Inés, también, de otras batallas. O la batalla verbal, única, a orillas del río crecido, en un rancho llanero, el encuentro definitivo, el contrapunteo, la guerra de la palabra entre los dos mejores copleros del llano: Florentino, buen jinete y buen cantor y conocedor de todos los caminos del llano y, el Diablo, que animan el gran poema de Alberto Arvelo Torrealba.
El más alto de todos los encuentros entre copleros que haya conocido el llano. Por un lado, el Diablo, conocedor de casi todo por antonomasia y Florentino, taumaturgo de su tierra, sus libros, sus cartillas y emblema de todo lo creador del llanero, para quien no habrá circunstancia, ni obstáculos para el tamaño de su compromiso; enredados en una confrontación mística en los espacios sencillos de un rancho a orillas de un río crecido porque “ en la negra orilla del mundo se han de hallar de quien a quien aquel que ve sin mirar , y aquel mira sin ver” y que al final, asediado el maligno por la invocación de todas la vírgenes conocidas o porque el alba lo atropellaba con toda la simbología de la luz o porque Florentino conocía como lo dice Humberto Febres que las dos virtudes fundamentales de la lucha son resistir y florecer; como el chaparro en la candela y como los lirios a las primeras lluvia; el “indio de grave postura ojos negro, pelo negro frente de cálida arruga pelo de guama luciente que con el candil relumbra” al amanecer se fue huyendo, derrotado.
Es por eso, que Santa Inés será siempre referente de libertad en aquellos que andan siempre en sus códigos, relación sencilla del triunfo de la vida y la poesía y los más altos ideales igualitarios del venezolano “aviva las candelas el viento barinés y el sol de la victoria alumbra en Santa Inés”; lugar donde echó andar el igualitarismo social de los venezolanos, de la pelea “del siempre con el nunca” y siempre proteico lugar para el encuentro fraterno y el palique abierto como el río, pueblo acogedor como los samanes “enormes de la plaza donde se nos murió Don Teófilo”.
Tomado de:
Diario La Noticia. Barinas 03 de Diciembre de 2011. Memorias del Museo de Barinas Alberto Arvelo Torrealba. Órgano divulgativo del Centro de Investigaciones Literarias José León Tapia.
SANTA INÉS
Humberto Febres Rodríguez
Es largo el camino a Santa Inés, el calor, los ajetreos,
el polvo ahogando gargantas y visiones imponen la cerveza
a grandes sorbos o el ron a trago largo.
Inconmovible, el sol revienta las figuras. Cuando al fin da una tregua
ves un pequeño pueblo tan igual a tantos.
Y otro trago, para aceptarlo así, sin tanta historia encima, sin leyendas.
Treinta casas desparramadas, pálidas, sobre una tierra oscura
rompiendo el verde de bosques y sabanas.
Cortas veredas entre la espesura buscando un río huidizo, mudable, ubicuo.
Miras la gente tal vez un gesto, un brillo de antigua heroicidad
Los más ancianos puede que aún recuerden cosas que contaban seres que ya murieron
Y ellos tímidos, de reojo buscando la mala huella.
¿Dónde las trincheras y el trapiche? ¿el paso de Las Brujas? ¿el alcornocal del Frío?
General del Pueblo Soberano tararí, tararí tarará.
Catire quitapesares arrendajo y turupial.
¿Una bandola? ¿el viento en las copas añosas?
Todo sigue impasible.
Si caminas más allá de las calles, por donde estaba la tupida montaña,
puede que tal vez encuentres toscas bayonetas calcinadas atravesando un omóplato
Y el calor sofoca y otra vez el sol diluyendo contornos y sed y trago
Alguna voz cansada que no oyes, y piensas, y sientes
Aquí un día… Aquí una noche… Aquí siempre…Aquí nunca…
Yo soy el coplero errante nacido entre la pobreza
Así que aprendí a cantar por pura naturaleza
A las seis de la mañana rompieron fuego las avanzadas
Zamora puso flores amarillas en su kepis. Disparaban a derecha e izquierda
Las descargas cerradas estremecían el bosque
Los artilleros entraron por el centro del camino, reventando la montaña a cañonazos. Muertos y heridos obstruían los callejones
Hubo una sola orden: ¡Adelante! Llegaron hasta El lomo del perro. El choque fue estupendo y horrible.
La noche y las cornetas acallaron el fuego
Desde entonces el silencio penetró en el bosque
Más vale jugar con tierra
y no con la ciencia mía,
porque la tierra se come
y la ciencia no es comía.
Cantaron toda la noche. A ratos, el trueno lo acompañaba
Pero Florentino convocó todas las voluntades
La vida en primas y bordones rechazando los oscuros acosos
El alba lo vio huir, solo, por donde mismo vino
Todos tan en lo que están
y yo estoy en mi porfía,
machucando este corozo
pa` comele la comía.
El lomo del perro desapareció y el río, ya ni se sabe por donde corre
Lo que sí permanece son los dos samanes, enormes de la plaza
pero se nos murió don Teófilo. Parecía eterno.
Yo anduve por todas partes y en ninguna tuve suerte.
………………..
Una vez invadimos unas tierras. Puros campesinos.
Unidos. Desafiantes. Entonces vinieron, unos con armas, otros con labia
Habladores. Embusteros. Nos dividimos… Migajas, eso nos quedó. Todo sigue igual.
Soñamos dicen, ¿y qué más? Siempre se puede
Algún día……………… y aquí estoy residenciado hasta que llegue la muerte
En los patios hay flores, frutas y niños que juegan
Una mirada limpia te despide, desde aquí, desde hoy.
(La Negra Orilla del Mundo, la batalla interminable, el contrapunteo de siempre.
Es largo el camino. Barinas, 1994)
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