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....Y vió que el hombre de la llanura era, ante la vida, indómito y sufridor, indolente e infatigable; en la lucha, impulsivo y astuto; ante el superior, indisciplinado y leal; con el amigo, receloso y abnegado; con la mujer voluptuoso y áspero; consigo mismo, sensual y sobrio. en sus conversaciones, malicioso e ingenuo, incrédulo y supersticioso; en todo caso alegre y melancólico, positivista y fantaseador. Humilde a pié y soberbio a caballo. Todo a la vez y sin estorbarse, como están los defectos y virtudes en las almas nuevas" Don Rómulo Gallegos

28 de octubre de 2013

Apure: Evolución Histórica y Socio Cultural (2): La Sociedad Llanera Colonial-Argenis Méndez Echenique

Continuamos con la segunda etapa propuesta por el Prof. Argenis Méndez Echenique para el estudio de la historia de Apure. En la primera entrada de esta secuencia, se consideró la Sociedad Indígena Prehispánica y se mencionaron las etnias que poblaban en estado antes de la llegada de los conquistadores. En esta segunda entrada nos adentramos a una época mas documentada por contarse con los relatos de los cronistas de la época que narraron  la forma en que se fue dando el contacto entre el aborigen y el español y posteriormente con el esclavo africano que el mismo trajo consigo. El Profesor Méndez Echenique presenta esta etapa ampliamente documentada con muchas  referencias y citas textuales. El texto que hoy publicamos, aunque bastante largo,  es un extracto limitado del texto original, pero permite conocer a grosso modo la conformación del apureño de hoy.

II- SOCIEDAD LLANERA COLONIAL (1647 - 1823). 

 “Esta etapa la hemos denominado Sociedad Llanera Colonial, cuyo arranque ubicamos en 1647, como hito referencial en cuanto a su dependencia de la corona española, con el viaje exploratorio que hace el capitán barinés Miguel de Ochogavia por el río Apure (Carvajal, 1956: passim), con la intención de fundar algunos pueblos de españoles e interconectar la región barinesa con Guayana y las Antillas, aún cuando existen referencias documentales sobre presencia española o alemana (Welser) desde el siglo XVI; y llevamos esta etapa hasta 1823, fecha en que se creó la Provincia de Apure (por decreto del Congreso de la Gran Colombia, firmado por Francisco de Paula Santander, Vicepresidente de la República), desmembrada de la antigua Provincia de Barinas."

 “La descripción que hace el Padre Carvajal sobre los habitantes indígenas de la región, de los caudalosos ríos y otros espacios acuáticos, de una flora multicolor y de una variada fauna, con abundancia de reses vacunas en estado silvestre, hacen pensar en un inagotable manantial de riqueza natural, parecido al Paraíso Terrenal." 

“En ese momento (siglo XVI) se inicia la ocupación del territorio, pero de una manera intermitente; pues, en casi dos siglos (XVI y XVII) apenas se señala la presencia de algunas misiones jesuitas en zonas aledañas al Orinoco, Capanaparo, Sinaruco y Meta, que van a desaparecer al poco tiempo sin dejar apenas huellas de su existencia (solo persisten hoy poblaciones como Cabruta y La Urbana  (a orillas del Orinoco), debido a la expulsión de todo el Imperio Español que se le aplica en 1767 a estos religiosos.”

 El autor continúa la narrativa diciendo que a pesar de la penetración de los misioneros, las poblaciones realmente se asentaron en territorio apureño cuando se desarrolló la ganadería ya que esta actividad influyó para que las pequeñas poblaciones se constituyeran en villas o pueblos españoles. Fray Jerónimo de Gibraltar, misionero apostólico capuchino en la Provincia de Venezuela, en 1769 solicitó permiso al Gobernador para iniciar la reducción de los indígenas existentes entre el Meta y el Apure:  “…para proceder con acierto al caso de fundaciones como también de camino tratar con las naciones de indios de su reducción y población, para lo que se hacen indispensables varias gratificaciones de rescates y herramientas para agradar y habilitar a dichos indios a que se funden en su propio país, lo que considero harán gustosos, respecto a que ya van poblados en dicho terreno tres pueblos de indios sus circunvecinos, que de dos años a esta parte tienen fundados mis hermanos misioneros de esta provincia...” 

 “Es en este tiempo cuando se comenzaría a conformar étnica y culturalmente un nuevo ser humano, por el cruce de blancos, indígenas y africanos, acompañado del caballo y las reses vacunas. El resultado fue el ente llanero, “hombre a caballo y de sabana abierta”, producto de ese triétnico y cultural mestizaje. “El Llano nuestro se dio el lujo de fabricar hombres a su imagen y semejanza y los difuminó luego con la soledad y las sequías para que sus nombres se olvidaran para siempre”, según el intelectual araucano Hugo Mantilla Trejo (1987:33). 

 Estos aspectos culturales se manifiestan por excelencia en sus expresiones artísticas, que tienen una alta reminiscencia andaluza: en su música (arpa, cuatro y maraca), en su canto (coplas, décimas, corridos y contrapunteos) y en su danza (“joropo”), que le sirven para dar salida a sus sentimientos y emociones. Sus canciones están impregnadas de telurismo, amor a la flora y la fauna, apego a las costumbres y tradiciones llaneras (en cantos de ordeño y cantos de arreo, por ejemplo), a las vicisitudes del diario quehacer, entre otras cosas. 

Así se observa en la producción literaria de tres connotados poetas llaneros: Julio César Sánchez Olivo (Apure), Alberto Arvelo Torrealba (Barinas) y Germán Fleitas Beroes (Guárico): 

 “Mi verso viene del Llano 
 y vuelve al Llano mi verso; 
 de alla viene, hacia allá va, 
 por el rumbo del recuerdo. 
Como me lo dio mi tierra
 así mismo lo devuelvo, 
rudo, orgulloso, sencillo, 
 sin adornos forasteros. 
Retorna con su pureza, 
 íntegra, de nacimiento” 
 (JCSO). 

“Sabana, sabana, 
 tierra que suda y se hace querer, 
parada con tanto rumbo, 
 con agua y muerta de sed, 
 una con mi alma en lo sola, 
una con Dios en la fe, 
 sobre tu pecho desnudo 
 yo me paro a responder” 
 (AAT). 

“¡Guárico!, mi sol, mi luz, 
origen de mis mayores. 
¡Haz dado más ruiseñores 
 que todo el campo andaluz! 
 (G.F.B.) 

"Yo diría que la música y el canto, el caballo y las vaquerías, la flora y la fauna de la sabana, con sus ríos, lagunas y esteros, y su pasión por la libertad, son rasgos que pueden definir la personalidad del llanero.” 

 “El historiador catalán Miguel Izard (Todos Adentro. Nº 276. Caracas, Febrero 2009), al estudiar los orígenes de la comunidad llanera apureña, señala: “En estos territorios había numerosas naciones indígenas, cada una de ellas de pocos habitantes, y durante el período colonial huyeron al Llano una cantidad de personas para refugiarse, porque no toleraban su situación en el norte, el grupo más evidente fue el de los esclavos traídos del África que querían dejar de ser siervos y recuperar su libertad, trabajaban y eran considerados como bestias. El acoso laboral era muy fuerte, otros escapaban de la Inquisición. En esa época era mucho más sensato tratar de fugarse hacia el sur que rebelarse. Había un aparato represivo muy eficaz. No solamente huyeron africanos, sino también indios, mestizos, mulatos y blancos […]. Este autor, Izard, precisa muy bien las características de la sociedad llanera de estos tiempos: “Los cimarrones llaneros formaron una sociedad muy libre que tenía una forma de organización que a nosotros nos parece inexistente, pero ahora sabemos que estaban organizados. Cada persona es muy autónoma, cada quien vivía a su manera en una especie de hedonismo, constituyeron un tejido social que a nuestra vista parecía invisible. Tenían una forma de relacionarse sutil, en momentos de necesidad se organizaban de una forma extraordinaria, para cada actividad escogían un responsable, al más capaz, que solo dirigía ese evento concreto. Si querían cazar caballos se agrupaban y escogían al más hábil para coordinar la faena; si eran atacados desde el norte, cosa que ocurría a veces porque venían a cazar esclavos, ellos se organizaban para enfrentar al enemigo […]. Creo que es un hecho fundamental, me gusta utilizar la misma expresión de los conquistadores castellanos cuando se encontraron con ellos: “Son gente sin ley, sin dios”. “ 


“El periodista Manuel Abrizo, en su artículo “Apure, pasión por la libertad, y el más allá de más nunca” (Ob. Cit., 2007: 54 y 55)y citando al cronista Méndez Echenique, dice del Norte se venían para acá y aquí eran recibidos casi con los brazos abiertos. Nosotros vamos a ver que los apureños son gente reacia a aceptar cualquier autoridad. El negro escapado del Norte es un rebelde; viene con toda su amargura. Y el indígena de aquí, aunque mucha gente lo ha calificado de flojo, habría que ver por qué es flojo. Si se le examina desde la concepción europea, en donde todo es manejado con una idea mercantilista, él no te va a producir para ir a vender al mercado. El indígena prácticamente vivía en un paraíso. Simplemente con estirar la mano conseguía una fruta. Iba al río y con tirar un anzuelo sacaba un coporo. No necesitaba sacrificarse por otro para vivir. Aquí también en el indio vamos a ver esa rebeldía. Y el español que viene para acá, en mayor grado el andaluz, en cierto modo es un rebelde en España. Por ello, la gente de aquí se acostumbró a vivir libremente, sin atender ni respetar ninguna ley; entonces eso implica que si le vas a imponer normas, no te las va a respetar”. 

 Los terratenientes y ganaderos catalogaban a los llaneros de “vagos, ladrones, cuatreros y malentretenidos”. La vinculación y una posible nivelación social entre una y otra sociedad realmente se va dar con la irrupción violenta del llanero en la historia de nuestro país, durante el siglo XIX, primero con Boves, luego con Páez y después con Zamora. 

" La presencia española en Apure,realmente se inició a principios del siglo XVIII, de manera firme y duradera, con las fundaciones ganaderas del caballero barinés Don José Ignacio del Pumar (Marqués del Pumar y Vizconde de las Riberas de Boconó), en el Alto Apure, que culminaron en la fundación de la ciudad de Guasdualito (1769). En el Bajo Apure, para la misma época, esta tarea la cumplieron los misioneros religiosos jesuitas, primero, y luego los capuchinos andaluces, dando como resultado el establecimiento de poblaciones como Cunaviche, San Juan de Payara y San Rafael de Atamaica. Siempre con miras a lograr una economía de exportación de productos hacia la metrópoli española."

(…) "los dueños de hato (“hateros”) del centro y norte del país se establecieron en Apure atendiendo a dos motivos claves: uno, saciar sus ansias terrófagas que dieron origen al latifundio colonial) y, otro, buscando un desahogo para sus ya congestionadas sabanas; pues, los grandes propietarios calaboceños, sancarleños, guanareños, barineses, caraqueños y valencianos vieron en Apure la tierra prometida, porque los pastos de este lado del río eran ideales para el pastoreo y engorde de sus ganados en el “verano” (época seca). "

 "Alrededor de los hatos y pueblos misionales se fueron conformando núcleos humanos de diversa índole, encontrándose entre ellos individuos de dudosa procedencia y que no respetaban ni a Dios ni a la autoridad real, como señalan algunos investigadores del tema (los llamados “llanerólogos”)."

 Estas personas, catalogadas como libres, servían ocasionalmente en los hatos como peones asalariados (podían ser blancos, indios, pardos o negros), que por su supuesta condición de hombres libres y avezados a los rudos trabajos del Llano eran aceptados por los hateros, quienes en muchas ocasiones, en gesto de confianza y reconocimiento a sus servicios, permitían que se asentasen en sus tierras, con un pequeño número de animales domésticos y que hicieran sus pequeños sembradíos (“conucos”, reminiscencia indígena). Los pocos esclavos negros, por lo general, eran destinados a hacer labores domésticas en los hatos (se les conocía con el nombre de “Chofoteros”); pero también algunos fungían de mayordomos, logrando acumular dinero y ganados para comprar su libertad. 

Esta sociedad llanera era más abierta, igualitaria, libre de prejuicios y espontánea que la de otras regiones de Venezuela. La relación del dueño de hato, que aún cuando podía estar emparentado con los grandes cacaos de los valles de Caracas, Aragua o del Tuy, era, muchas veces, de camaradería; probablemente como consecuencia del hecho de compartir los peligros y vicisitudes en los trabajos sabaneros. Más bien, debemos hablar de una sociedad con características patriarcales, donde la voz experimentada de los llaneros viejos era ley. La unión espiritual hatero - peón se establecía muchas veces con el nexo sagrado del Compadrazgo. 

 La economía regional estaba basada en la explotación pecuaria extensiva y rudimentaria, en la agricultura de subsistencia (los ya mencionados “conucos”), en la caza y la pesca. El intercambio comercial con las regiones vecinas era a base de trueque: cueros de res, sebo, carne seca y queso, por útiles de labranza, armas, sal, aguardiente, sombreros, telas, aperos de montar, chimó, tabaco, etc. 

El choque del habitante de la llanura con las autoridades constituidas y los terratenientes se produce por el maltrato, los vejámenes y atropellos recibidos por ese personaje en las regiones centrales del norte venezolano, controladas por el mantuanaje criollo, de donde había escapado. Las autoridades españolas establecieron represivas leyes (las famosas Ordenanzas de Llanos, antecedentes de los actuales instrumentos jurídicos que rigen la actividad ganadera y que en su momento perseguían reducir a los centros urbanos a quienes deambulaban por los campos, por considerarlos “vagos y malentretenidos”, que atentaban contra la tranquilidad ciudadana y sus intereses pecuniarios). En otras palabras, es un enfrentamiento entre el rico, todopoderoso y cómodo sedentarismo citadino y la libre, azarosa y ruda existencia del hombre de la sabana, “libre como el viento”, “dueño y señor de las cuerdas de su pescuezo”, como dice el llanero apureño; “sin puerta de tranca que lo ataje”. 

La participación de la gente de Apure fue decisiva para lograr la victoria bolivariana durante la Guerra de Independencia. Sus aportes en jinetes, caballos y reses fueron los que hicieron posible alcanzar los laureles de la libertad. La actuación de José Antonio Páez con sus mesnadas llaneras le abrieron a los venezolanos las puertas a la gloria, con sus homéricos triunfos en Mata de la Miel (1816), El Yagual (1816), Mucuritas (1817), Paso del Diamante (1818), Queseras del Medio (1819), Carabobo (1821) y Puerto Cabello (1823). Y como indica un versado historiador colombiano: “Al evocar la gesta (…), no podemos dejar que el héroe se apee de su caballo humeante y espumoso, porque la batalla la ganaron juntos. Es el Centauro el protagonista de la epopeya” (Caballero, 1986: 245). 

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