No hablaremos en esta oportunidad de las características zootecnicas de este noble animal, pues todos las conocemos, pero encontré un hermosísimo y poético artículo sobre su evolución, denominado “El caballo llanero – Horizonte vivo” donde el autor, Luis Alberto Crespo, destaca su fuerza, su nobleza, su incondicionalidad y su resistencia. El caballo llanero es el compañero perfecto del hombre del llano, acostumbrados ambos a la lucha, al sol inclemente, al invierno imparable, a cruzar rios crecidos, al coleo, a las vaquerías, a la comida a veces insuficiente, al ataque de insectos, al calor……
Justo es por tanto transcribir un fragmento del referido artículo, el cual vale la pena leer en su totalidad, para lo cual puedes ir al siguiente enlace: caballo llanero
"Apenas lo hizo suyo, el llanero supo que era su casa errante. Le dio nombre de pájaro, de felino, de cosa florida o fruitiva, de sentimiento.
En la guerra de Bolívar su testuz terminaba en la lanza. Si lo herían o moría en el entrevero del hierro y la pólvora, no atendía al freno de la fatalidad: se desbocaba con su espíritu, lo azuzaba la rabia. Se llamo Páez, le decían Negro Primero, Zaraza. El fue Mucuritas, Mata de La Miel, Carabobo, Boyacá, Ayacucho. Su aguante increíble soporto el ventisquero y los riscos helados de Pisba. Lo sabe el Libertador; lo jura Cedeño en Carabobo, lo repiten Rondόn e Infante en el Pantano de Vargas.
Pequeño, de piedra y espiga, rucio lo mas, si no castaño arrendajo, todavía se columbra en el potrero, en la sabana de afuera, en el yeguarizo y en la brega por los potreros y las vaquerías. Si uno lo toca tiembla, se le siente el viento en el cuerpo. Es de la “cría de la nube mañosa”, dijera Luís Barrios Cruz, que fue poeta porque le dio ese linaje. De sus abuelos del desierto marroquí guarda el perfil acarnerado, la grupa derribada, los remos nudosos, el cuello de tigre, el ojo airado pendiente siempre de la inmensidad, a la que pertenece, a la que se debe. Caballo llanero. ¡Con que otro nombre mentarlo! Cerrero, intratable, el domador ha de domeñar un ventarrón, pacificar la furia. Véanlo no más, cuando el hombre le hinca el ijar en la persecución del orejano y el cachilapo, o con su soga anudada a su cola de seda, aguantando el envión del toro matrero ahorcado en el ojo del lazo. Ha andado una eternidad de caminos, de abismos de arena y pasto, tremedales y ríos desbocados, con el jinete y el parapeto de la silla, la capotera, el porsiacaso y el cabo de soga sobre sus lomos dolido de mataduras. Le sangra el belfo de tanto ceder su libertad a la ofensa del freno. La púa de la espuela le empurpura los flancos. Para el horror de la sed reserva la saliva de su impaciencia y si el hambre lo humilla ramonea hierbas de pena. No ha dormido, a lo sumo lo consienten un rato en el corral donde lo atormenta la plaga. Y apenas lo amarran se encabrita, yergue la cabeza orgullecida y se apresta a perdurar más allá de lo insoportable. Todavía, enfangado de sudor y polvo, después de la apurada clemencia de la desensilladura, halla fuerza y coraje en la puerta del toril para lanzarse tras el toro en las mangas de coleo.
Desde hace cinco siglos prodiga su permanencia entre nosotros. Nuestra soberanía le debe su barajuste en el escudo nacional, fiel a su única patria: el horizonte."Luis Alberto Crespo-UNELLEZ
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