“No vio a Manoa ni halló sus torres en el aire, ningún indicio de sus piedras. Nada vio parecido a Manoa ni a su leyenda. Anduvo absorto detrás del arco iris que se curva hacia el sur y no se alcanza. Toda mujer que amamos se vuelve Manoa sin darnos cuenta. Manoa no es un lugar sino un sentimiento. Manoa es la otra luz del horizonte, quien sueña puede divisarla, va en camino, pero quien ama ya llegó, ya vive en ella".
En los llanos estuvo, tierra adentro, hacia el alba de soles salvajes, donde la única montaña es uno mismo o su caballo. Donde la vida nos madruga y hay que salir a galopar hasta alcanzarla, aunque su rastro se pierda en lejanías y crucemos a veces sin verla, o quede atrás, fija en el vuelo de lentos gavilanes. Nada trajo consigo (quien va a los llanos sabe que no puede traerse nada que sobreviva en las ciudades) salvo sensaciones, asombros, poesía y la mirada recta de los hombres, la mirada natal de aquellos horizontes cortados a navaja”. Eugenio Montejo. Al encuentro con lo sagrado (Trópico Absoluto)
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