Existe una estrecha relación entre la flora, fauna y el suelo, por lo que la afectación de uno de estos aspectos, incide en los demás directamente.
Es conocido que desde sus orígenes, el suelo llanero por su condición arenosa, (recordemos que antiguamente estaba sumergido bajo el mar) ha tenido muy mala calidad. Por tal motivo, la práctica de la quema de la llanura, tiene muy vieja data, se estima incluso que es anterior a la colonización. Al quemar el suelo, se propicia el nacimiento de nuevos brotes de vegetación, además de permitir la siembra. Sin embargo, el constante fuego a través de los siglos agravó la condición del suelo, pues seguramente impidió la acumulación de materia orgánica que junto con el polvo mineral proveniente de la meteorización de la arena, hubiera podido dar con el tiempo un resultado satisfactorio.
Quiere decir entonces que el fuego ha actuado como un elemento interruptor del proceso natural de formación de un suelo equilibrado, necesario para mantener una vegetación rica y por ende una fauna en mejores condiciones.
Cuando el fuego empezó a operar sistemáticamente, el suelo dejó de enriquecerse en humus y perdió el que pudo tener acumulado. La flora bacteriana del suelo y demás macroorganismos, sufrieron significativamente, desapareciendo quizás algunos. El suelo por si mismo, al carecer de elemento aglutinante como lo es la materia orgánica, es incapaz de retener la humedad, permitiendo que el agua percole a través de sus capas, llevándose el polvo o material nutriente que pudiera haberse acumulado en la superficie. Probablemente esto originó en las depresiones del terreno, las condiciones para la existencia de los morichales, con suelo tan diferente que permite el desarrollo de ecosistemas muy grandes
Asimismo, por estas razones, tienden igualmente a desaparecer en ciertas zonas, los pastos blandos, susceptibles por si mismos y sus semillas al fuego, permitiendo en cambio, el desarrollo de pastos duros mas resistentes a las condiciones existentes.
Es tan grave el efecto cascada de este problema, que en una fauna diezmada, existen pocos insectívoros para mantener el equilibrio natural, generándose así un crecimiento descontrolado de insectos dañinos tanto al hombre como a las plantas. Asimismo, se afectan por la misma razón las especies encargados de la polinización y diseminación de semillas.
Para finalizar, adicionalmente a los daños progresivos del suelo, se suma la erosión eólica, pues al haber una vegetación pobre, no ofrece una cobertura continua, siendo las partes no cubiertas expuestas a la acción de los vientos.
Todo este análisis está planteado por Francisco Tamayo en su obra Los llanos de Venezuela, y dice, en ese libro publicado en 1972, que esta situación puede ser revertida, tomando las medidas que quedan tácitamente expresadas en el texto anterior. Estamos en el año 2010 y queda preguntarse, se habrá hecho algo en este sentido?
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