Fotografía Miguel Delgado-Mastranto |
Cesaron ya los largos y monótonos aguaceros, y aún empiezan a distanciarse las lloviznas. Lagunas y esteros se recluyen hacia el recinto central de los álveos, a menudo tapizados de junco silbador y tupidos borales. Asi se inicia el transito del aguazal hacia las humaredas. Sobre las cuencas a “media caja” se vuelve temblorosa y bullente la progresiva concentración de vida acuática. Hace visos en los recodos, el lomo de los peces, para señuelo y festín de las garzas, que caen en legiones sobre los remansos. Disciplinadamente compartidos entre domicilio y residencia, vuelan de tarde hasta los dormideros y tornan en la mañana a los próvidos sitios de pesca. En ese cotidiano ir y venir se las verá siempre reorriendo la misma ruta. Entre el descanso y la faena, pasarán sobre los mismos árboles, playas, bancos y bajíos del paisaje.
Por eso es tan frecuente que, cuando el bajante empieza, las encendidas bandadas de corocoras, crucen vastos sectores del cielo guariqueño. Ello sin contar con los vuelos locales de reonocimiento, cada vez que alguna incidencia las espanta de los pescaderos, ni del gran desplazamiento migratorio que más tarde emprenden hacia los distantes garceros del Sur. Lazo Martí, Vigencia en Lejanía- Alberto Arvelo Torrealba
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