Tenemos la gran satisfacción de contar con otro colaborador en Vivencias Llaneras del Abuelo, que nos ha honrado al darnos la oportunidad de publicar parte de su trabajo de investigación sobre hechos, poesía, leyendas, tradiciones y costumbres antiguas del llano apureño.
Se trata de Francisco Castillo Serrano, farmacéutico egresado de la ULA, pero también músico, compositor y escritor, que se puso por tarea regalar a San Fernando de Apure, su lar nativo, una recopilación de relatos e historias recogidas en las calles de la ciudad, con la intención de dejar como legado “algo que nos interese como lectores y enaltezca como pueblo”.
Nos envió dos de sus libros publicados: El Ultimo Violín y Lecturas del Apure Legendario, los cuales nos permitirán asomarnos al Apure viejo, a ese Apure lleno de historia, de trabajo y de lucha, a esa tierra inolvidable para el que allí nace o crece, porque, a sentir de Francisco Castillo: “El Apureño cuando pierde su sabana, el caudal de su vida, se queda íngrimo y distante, soñando quimeras, sabaneando recuerdos…..”
Los domingos nos gusta publicar temas frescos, agradables y sencillos, por lo que tomaremos de El Último Violín, las remembranzas de los juegos infantiles antiguos del llano apureño:
Imagen: uncontinuogoteo, blog |
“Ya iniciándose el siglo XX la vida sanfernardina transcurría con aceptable tranquilidad para los jóvenes lugareños, distantes de hábitos nocivos; y lo malo, no pasaba de ser travesuras u ocurrencias de adolescentes que más bien divertían a los adultos.
Por las tardes, decenas de muchachos se agrupaban en plazas o calles, a dejar volar la inventiva, ejecutando infinidad de juegos, según la época.
En vísperas de semana santa, desprendían un leño de guayabo o anoncillo sobre el cual labraban una sapa, artefacto propio para dar inicio a la temporada tromperil
¡Cacho adentro y apagao…!
Gritaban los topadores, cuyo premio consistía en hender el mayor número de trompos y convertirse en campeón de aquella diversión popular, verdaderas rochelas pueblerinas, donde sin discriminación participaban mozos de ambos sexos.
Al mismo tiempo se cubría el cielo de papagayos y zamuras, provistas de luengas colas artilladas con hojillas, ingenua batalla aérea que permitía el verano con sus ventoleras.
El rayo de parapara. Una marca en el suelo cubierta de semillas simulando metras, y los diestros jugadores se esforzaban, para tomar de él la mayor cuantía.
¡Pepa..! (jugada simple)
¡Pepa y palmo…! (cobraba doble)
Alardeaban entes de cada turno.
Las niñas corrían al son de la concha, y otras, tal vez más apacibles se recreaban con la víbora de la mar. Los más ágiles hacían de ladrones y policías y los ya crecidos, con el célebre guatáco.
Las aguadas de ríos y caños proporcionaban otro deleite: bañarse tirao. Acción que se cumplía desafiando las chorreras y profundos boquerones donde algún elevado árbol servía de catapulta para alcanzar la mas abismal hondonada. Esto, y las inundaciones , proveían de un recreo adicional, los menores desde temprano retozaban en aquellas aguas apostando al caimán bobo en las propias calles de la ciudad.
Tal circunstancia los convertía en nadadores reconocidos, habilidad considerada como una necesidad primaria para los hijos de esta tierra obligados a la doma inclemente de la naturaleza.
Pancho, participó en ellas casi hasta la adultez, refería como sus pasatiempos predilectos los atribuidos a festividades locales: el sartén enmantecao, actividad que consistía en adherir con grasa a aquel objeto móvil una moneda, que debía desprender el concursante con los labios; o el otro, fundamentado en despojar algunos billetes atados en los cachos de un toro, relataba que para lograrlo jineteaba el animal a la inversa, es decir: de espaldas a la cabeza, sujetándose con una mano al rabo del vacuno para con la otra procurar el dinero en aquella suerte de audacia e intrepidez.
Sapa: especie de trompo más abultado hacia los lados. Guatáco: Juego tradicional que consiste en asirse a una correa, mientras un juez emitía una pregunta (nombre de alguna fruta, árbol, animal, pueblo, etc) quien acertara tomaba el cuero y perseguía a los demás dándole azotes. Finalizaba la acción cuando el juez gritaba: Guatáco.
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