Continuamos con las Creencias plasmadas por el profesor Hugo Arana Páez en su trabajo denominado: APURE: TIERRA DE LEYENDAS, CREENCIAS,
FANTASMAS, ENTIERROS, APARATOS Y
CUENTOS.
¿Con quién vamos?
Creencia popular de los bongueros y Chicharroneros apureños de mediados del
siglo XX, quienes invitaban a Dios para
que los acompañara en sus travesías y poder
enfrentar exitosamente los riesgos a que se exponían. Los que no lo hacían
corrían con la mala suerte de sufrir serios percances.
Se nos quedó El Viejito
No
es casual que el primer capítulo de la novela Doña Bárbara su autor lo
haya titulado ¿Con quién vamos? y es que hasta mediados del
siglo veinte, los bongueros y chicharroneros apureños cuando se aventuraban en
las aguas de los bravíos ríos llaneros;
los marineros o bogas preguntaban al
patrón o espadillero:
¿Con quién vamos?
Y éste les respondía:
–Con Dios y
la virgen-
En pocas ocasiones, cuando se
les olvidaba formular la pregunta de rigor y habiendo navegado algún trecho;
alguno de los marineros o el patrón, se acordaba del Viejito y súbitamente
exclamaba ¡Muchachos vamos a regresarnos, que se nos quedó el Viejito! Inmediatamente enrumbaban la nave al puerto
de origen, para hacer la acostumbrada pregunta
y reiniciar el viaje, confiados esta vez en que la providencia los conduciría a
su destino sin ningún inconveniente. Es que el Viejito era Dios, el pasajero
más importante de la embarcación.
En Apure hasta finales de la década de
los años cuarenta del siglo veinte, había la creencia de que los marineros y el
patrón debían solicitar la compañía de Dios en sus embarcaciones, a quien apodaban
respetuosamente El Viejito, en caso
contrario, la nave, su tripulación y pasajeros podían naufragar. El patrón del
bongo que llevaba a Santos Luzardo de San Fernando, navegando por el Apure
hasta el río Arauca; conversaba con el patiquín, cuando repentinamente fue
interrumpido por uno de los palanqueros,
para advertirle:
… “¡Vamos
solos, patrón!
-Es verdad, muchachos. Hasta eso es
obra del condenado Brujeador. Boguen para tierra otra vuelta.
-¿Qué pasa? – inquirió Luzardo.
-Que se nos ha quedado el Viejito en
tierra.
Regresó el bongo al punto de partida.
Puso de nuevo el patrón rumbo afuera, a
tiempo que preguntaba, alzando la voz.
-¿Con quién vamos?
-¡Con Dios!- respondieron los
palanqueros.
-¡Y con la Virgen!- agregó él. Y luego
a Luzardo -. Ese era el Viejito, que se nos había quedado en tierra. Por estos
ríos llaneros cuando se abandona la
orilla, hay que salir siempre con Dios. Son muchos los peligros de trambucarse y si el Viejito no va en el bongo, el bonguero no va
tranquilo. Porque el caimán acecha sin
que se le vea ni el aguaje y el temblador
y la raya están siempre a la parada
y el cardumen de los zamuritos y
de los caribes, que dejan a un cristiano en los puros huesos, Antes De que se
puedan nombrar las Tres Divinas Personas”… (1)
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(1)
GALLEGOS, Rómulo Doña Bárbara,
Págs. 43-44.
¿Con quien vamos?
¡Vamos con Dios!
Sobre un río de recuerdos
cruza mi bongo de versos,
el "Viejito" va en la borda
¡Aguáitelo, compañero!
Germán Fleitas Beroes
El Bongo del Diablo
Rómulo Gallegos en Cantaclaro, en el capítulo nombrado Al Abrigo de las matas, pone en labios
de Florentino Coronado narrar a Crisanto Báez, apodado El Baquiano, lo que le ocurrió a un enfurecido bonguero,
que sin razón empezó a blasfemar y cómo fue víctima de los designios del maligno….
“Una vez que se me había mancado el caballo en una bomba de medanal y no
llevaba remonta, como iba costeando el monte del Arauca al paso cojitranco de mi bestia, escuché que venía
un bongo remontando. Atravesé el monte y
caí a la playa junto a una vuelta del río. Era punto de mediodía, estaba la
playa silencia bajo el reventadero de sol y solo se escuchaba, detrás de la
vuelta, el ruido de los pasos de los palanqueros del bongó: tam.....tam....tam..... -Cuentan que un
día un bonguero maldiciente, al separarse de la orilla en aquel sitio, cuando
los palanqueros le preguntaron -¿Con
quién vamos?- y que en vez de
responderles: -Con Dios- les contestó:
-Con el Diablo—Y dice el cuento que allí mismo empezó a hundirse el
bongo, como si llevara un gran peso a bordo, al mismo tiempo que los
palanqueros no encontraban fondo y la espadilla no le obedecía a la mano del
patrón, que no por eso dejaba de maldecir, hasta que reventó a bordo una gran
carcajada de un pasajero invisible, que era el Diablo, con cuyo peso se estaba
hundiendo la embarcación, como allí mismo se trambucó y desapareció en el
agua, con todo patrón y palanqueros. Y como esto y que sucedió a punto de
mediodía, a esa hora se escuchaba siempre el bongo del Diablo remontando detrás de aquella vuelta. Yo
entonces no conocía el pasaje y allí estaría todavía esperando el bongo, si una
voz no me dice, cuando ya me disponía a quitarle el apero al caballo: -“No desensille joven”. Volví la cabeza, busqué por todas partes y no vi a nadie por todo
aquello, ni en la playa, ni en el monte. A mí no me asustan los espantos cuando
se me aparecen de noche, pero si me salen de día todo el cuerpo se me
descompone. Sin embargo, haciendo de tripas corazón, comencé a aflojarle la
cincha al caballo, para soltarlo allí mismo, ya que para nada me servía y
seguir mi viaje en el bongo. No había hecho sino agacharme cuando vuelvo a
escuchar entonces ya no como quien
aconseja, sino como quien manda: -“No
desensille, le digo”. (2)
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(2) GALLEGOS, Rómulo Cantaclaro, Págs. 24-25
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