Ya hemos comentado en varias
oportunidades el maravilloso legado que dejó el Dr Tapia especialmente al
estado Barinas, a través de sus libros
que cuentan la historia con base a
los recuerdos y vivencias de sus antepasados.
En esta oportunidad hablaremos un poco de VIENTO DE HURACÁN,
basado en la llegada de la industria petrolera a Barinas.
Es un relato que contiene reclamo, dolor, tristeza y un
profundo sentimiento nacional, ya que la explotación del petróleo
trajo consigo un cambio en el modo de vivir, en el modo de pensar, en las costumbres, tradiciones y valores
criollos. El petróleo vino acompañado de desafuero y libertinaje pero peor aún, trajo esclavitud de pensamiento y corazón. Los
“Americanos”, como nos hemos acostumbrado
equivocadamente a llamar a los nacidos en los Estados Unidos, como si
fueran los amos del continente; instauraron su industria, trayendo sus
costumbres y tradiciones y comprando la
mente de muchos venezolanos: unos simplemente dejaron los campos y los medios habituales de
trabajo; otros entregaron su tierra por
precios irrisorios, otros se enriquecieron a costa de sobornos, falta de
escrúpulos y destrucción del medio.
Dice José Vicente Abreu en los comentarios
de la obra:
“Allí comenzó a gestarse, todo
con el beneplácito de la piñata
extranjera, repartidora de unas migajas precarias para algunos, y la pobreza y
miseria para muchos. Nacen fácilmente los dos extremos desiguales, los dos
polos de una nación enajenada, corrompida y cargada de contabilidades en manos extranjeras, y la
parte pulcra y sana, infeliz que se opone-sin hierros y sin miedos- a los
grandes intereses de las explotadoras transnacionales, para salvar algunos
rasgos de nuestra cultura y las economías tradicionales.”
“No creo que José León, se
refiere a Barinas en particular. Barinas siempre será su motivo, su lar de
hidalgo, su jugo, su razón de ser, su
entronque con el mundo, el cementerio de sus vivos recuerdos que todavía le dan
esperanzas. Él parte de allí para abarcar todo el país. Toda esa nación donde
van los Ministros de Hacienda con sus negociadores, para ofrecer un poco mas de
hambre y de miseria para el pueblo. Barinas fue quizás una de las últimas
conquistas de las compañías petroleras”(…) “ había un arraigo largo a la tierra
desde la Guerra Federal y los más viejos la defendían-sin armas- como a la del propio
padre.
Entonces nada se vio como un
ocaso, sino como un amanecer: amenazaron, usaron los jefes civiles, expropiaron,
penetraron, violaron (…) y se llegó a la práctica del despojo como lo más natural
entre los hombres. Los ríos se secaron de llanto, se murieron los peces,
quedaron solamente los cantos rodados de siglos pulidos y redondeados que
perdieron su verde y su musgo ante la intemperie y la luz solar. Ríos que se
murieron de petróleo, de ignominia e invasión de yanquis desatados que
encontraron otro oeste con mestizos sin
Toros Sentados ni Gerónimos.”
“Es la
historia del despojo. Despojo de tierras, de paisajes y culturas. Trajeron otra
manera de vestir, música diferente, un tratamiento distinto a las gentes y una manera
diferente de mirar a las mujeres. Andaban locos de poder (…) los yanquis se
convirtieron aquí en gerentes o simples
jefes de pozos. Y los más grandes bebedores de cerveza y putañeros a quienes se
les reservaban las mejores recién llegadas, todavía para mirar las cosas con
amor de conquistadores. Y trajeron hasta su discriminación y blancura, ya
liquidada por la Guerra Federal”
Podríamos decir que en el relato
hay dos venezolanos básicos: el que ve la explotación petrolera como un negocio
y aprovecha todas las ventajas de la misma subestimando y menospreciando su
sangre criolla, y el venezolano iluso,
en lucha constante contra el abuso y la depredación
de suelo e identidad nacional. Ambos
enfrentados en toda la novela, amigos
desde niños pero con distintos rumbos. El primero siempre vencedor y el
segundo, el perdedor indiscutible que nunca se entregó.
Juan José Bazán, barinés emprendedor con estudios en el extranjero y una indiscutible
habilidad y visión comercial, pero inescrupuloso al extremo:
“Juan José Bazan, con su
vestimenta de vaquero del Far West, imponía la moda entre sus servidores y
desde entonces era corriente verlos usando anchos sombreros de picuda copa, camisas de
cuadros y colores vivos, pantalón desteñido blue jean y media bota de agudo
tacón. Al cinto suplantando la ancha faja de los llaneros, gruesa correa de hebilla
dorada, en forma de dos casquillos entrelazados”
Cristóbal Moreno, barinés de origen humilde, abogado graduado en Caracas. Defensor constante de trabajadores explotados, hizo que se firmaran
contratos de trabajo y se aprobara el sindicato
“En la euforia de los tragos, Cristóbal
Montero habló prolongadamente de los
compromisos con el pueblo, del cariño por lo propio, de la obligación de
mantener los principios y aceptar el progreso, sin dejarse cambiar el pensamiento
-
Que lástima Juan José, ya te cortaron las raíces
y al árbol que se las cortan, pronto empieza a morir."
“-Soy el defensor
de los proletarios- decía con petulancia- al
servicio del pueblo donde esta mi
sangre, mis vivencias, mis afectos. Un estrecho afecto de pueblo a líder nacido
en sus propias filas, un trueno en las distancias, un sol embravecido. Su voz
en la tribuna era un clarín de triunfo: su dialéctica un ejemplo de razonamiento
y sus gestos tenían la dureza del hombre que
no se doblega nunca”
Otros
personajes terminan de perfilar ese momento de nuestra historia:
Freddy Sánchez el criollo adulador del extranjero, que a fuerza de
servilismo ascendía social y económicamente. Nando el Napolitano, otro
extranjero haciendo dinero a costa de la
flora de un estado privilegiado y respaldado
totalmente por Juan José Bazan:
“-Te encargaras de la distribución y mercadeo que todo lo que nazca en estos
contornos, ablándame los empleados del gobierno para que me entreguen pronto
los permisos forestales, esos se convencen fácilmente. Nando, money y
nada más que money, como si fueran putas,
mi querido Nando. A ti te sobra labia para hacerlo y como eres
extranjero, no te avergüenza el soborno. Eso es lo tuyo amigo mío. Y para eso viniste
a America ¡para ser un hombre rico sin tanta pendejada!! Avanti Nando, avanti. Negocio grande el de la madera
fina, negocio pequeño pero jugoso, el de las mujeres de Nicolasa. Business are
business, sin escrúpulos y adelante, que el futuro es nuestro, mi querido Nando”
“por donde pasaba la exploración,
iba dejando el rastro: un sendero de destrucción sobre todo lo que vivía. Árboles talados, cauces resecos porque los buldozeres
desviaron sus aguas, sabanas incendiadas para clarear los espinares, ríos
contaminados por el aceite arremansado en natas viscosas.”
Nada detenía la avanzada
destructiva y cuando algún hombre, propietario de terreno y amante de su lar,
negaba el paso, se aprovechaban de su
caballerosidad y deslumbramiento enviándoles
como negociantes, hermosas mujeres americanas que los convencían rápidamente.
Los peones serviles apoyaban la actividad
devastadora de los forasteros que acababan con la fauna nativa para distraerse.
Para pescar, tiraban un taquito de dinamita
en el fondo de un caudal. Cazaban indiscriminadamente venados, dantas,
guacamayas, paujies, cocodrilos, báquiros,
jaguares, yaguazos, lapas, y demás. En avioneta y guiados por baquianos
criollos que les enseñaban los sitios y después les cargaban las presas
entre las risas de hombres
rojizos borrachos.
Juan José Bazán representa en la
novela, el progreso sin amor a lo
propio, el progreso impulsado por la avaricia, por el afán de ganancia
ilimitada, la vida licensiosa sin moral. Poderoso, rico, llegó a ocupar cargo de Gobernador y en
ese rol, con su pasión modernista, remodelaba
la ciudad inspirado en lo ajeno. Burdeles escandalosos por doquier. Árboles milenarios talados en las plazas, centenarias
casas coloniales de calicanto y mezcla
real demolidas, letreros luminosos por
todas partes y las calles se llenaron de “Americans Bar, restaurantes,
Grills, Boites y cabarets. Era como si
se avergonzara de la tradición, de las raíces. Renegó de los sones folclóricos y
en lugar de las retretas colocaba música de swing, boogie boogie, charleston y
jazz.
“Desaparecían las antiguas
costumbres, la música de la propia tierra, las fiestas de santos y penas de
muertos, los pesebres de Navidad, las plazas umbrosas, los viejos libros, el amor, la vida
tranquila y sosegada a la que nadie quería retornar. El progreso para aquellos
seres deslumbrados, era ganar dinero a manos llenas, arrasar con el pasado,
copiar las costumbres extrañas, comprar
o vender hasta la Iglesia Catedral, si así lo imponía el interés comercial. Y
allá continuaban, como escarabajos gigantescos, los camiones de Nando, los
buldozers tronantes, humo azul, humo negro, polvo, ruido y destrucción,
arrasando bosques, casas, pueblos, ríos, para que sobre la tierra limpia,
cubierta de cemento, surgiera el hecho civilizador.
-Progreso, Juan José, no es
calcar con servilismo todo lo que viene del exterior, como lo haces tú:
progreso es lograr los adelantos más novedosos para desarrollar tu propio país
de acuerdo a su modo de ser. ¡Vivir, educar, gobernar, sembrar, construir,
industrializar, aprovechando las tecnologías del universo, pero sin destruir
las raíces, los valores culturales de la nacionalidad. Eso es progreso, Juan
José Bazán, no vender la patria borrándonos el alma y regalando nuestros
recursos naturales para adularle a los gringos como lo estás haciendo tú. Ya
verás como la vas a pagar… ¡Ya verás!,- le decía Cristóbal Moreno
Y se cumplió la profecía: ese “progreso”
que tanto ayudó a forjar Juan José Bazán, se fue convirtiendo en un monstruo
insaciable que lo fue desplazando.
Mucha gente vino a hacer dinero, negocios, importación, pero con ellos, se
acentuaba la destrucción:
“Mientras tanto, proseguía avanzando
en densa niebla, el manto rosado de la transformación; los hombres abandonaban
los campos, las tierras fueron vendidas, arrebatadas o hipotecadas por los
bancos, los políticos, los consorcios, comerciantes y poderosas empresas de
ultramar. Ganados rojos, blancos, pardos, gordos, exuberantes, lagunas
azulosas, en la distancia, cercas de acero brillantes, lujosas haciendas,
farms, ranchs como los del propio Texas, tan hermosos en las películas de John
Wayne
Allá lejos, en la ciudad,
caminaban los desplazados; taciturnos,
silenciosos, sombras andantes como los fantasmas de Carlota Bazán, entre el
bullicio de las sinfonolas, alaridos del micrófonos, muchedumbres presurosas.
Sombreritos de alas caídas, anchas fajas de arabescos, miradas esquivas, asustadizas,
miedo en los ojos escapándoseles.
En las plazas, escuchando la música exótica de los altavoces, sus hijos
y nietos, de pantalón blue jean y camisas de cuadros rojos, como sangre fresca
diluida en arrebol. Sobre sus melenas rizadas, el sombrero de alas anchas, al
ritmo del caminar de aires tejanos.
Gene Austries desafiantes por las
calles, en los caminos, sobre
motocicletas veloces, siempre hablando la extraña jerga, idioma sagrado en los
nuevos rumbos de la cultura occidental: chévere, pana, acelera brother, en la
pomada, como siempre. Mientras los otros, los hombres tristes que fueron dueños
de la tierra fértil, su mundo y su pasado, observaban extrañados sin
comprender.
Al caer la noche, se encendían las luces de sus
ranchos que en círculo miserable rodeaba
la ciudad.
Miles de seres que atraídos por
la esperanza del petróleo, habían abandonado todo en busca de nuevas
oportunidades para una vida mejor que tardaba mucho en llegar."
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