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Las mujeres llevaban la zaranda que se hace con una tapara, que se le atraviesa un palo y tiene una paleta con un agujero por donde se mete la cabuya; se lanza y ella salta y se queda bailando. El juego consistía en que cuando las mujeres tiraban su zaranda, los hombres les lanzaban los trompos para rompérselas. A veces era peligroso, pues podían saltar los pedazos y pegarle a alguien. De repente se lanzaban cuatro zarandas y le caían esa trompamenta encima.
La otra forma era en la troya; los muchachos se pasaban el día jugando y ni se acordaban de comer. Primero se hacía un triángulo y se lanzaban los trompos, el que caía más lejos le tocaba servir, la idea era ir empujando ese trompo servidor con los otros trompos, dándole topetazos, sin que se detuvieran. Participaban uno a uno, aquel que se le apagara el trompo o no hiciera contacto con el que servía, se convertía en servidor. Y así se iban desplazando hasta el final. Si caían en arenales, se sacaba la batata, hasta que se saliera del mismo y luego se seguía jugando con el trompo normal.
Cuando llegaban al final, el ganador sacaba el trompo matador (el que tenía dos puntas aplastadas a modo de destornillador, que actuaba como una hachuela) para tirárselo al perdedor y romperle el trompo. Todos tenían su trompo matador.
En el avance del trompo, se le metía la mano y el trompo seguía bailando en la palma; la expresión “bailar el trompo en la uña” es absolutamente cierta, un buen trompo y un buen jugador, puede pasar el trompo de la palma, al costado de la uña del pulgar, sin que se apague.
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