Otra vez el Sr. B. es el protagonista de este cacho, el cual aún cuando es muy sorprendente, queda en la apreciación del lector, su veracidad:
“El daño mayor que puede ocurrir a un jinete derribado de su caballo en plena sabana, es el de quedarse abandonado.
Nuestro amigo B quien se encontró una vez en semejante situación, nos contó su aventura jurando por todos los santos que le había ocurrido hacia poco: Estaba una vez – dijo - metido en una cogida de ganado en compañía de un grupo de vaqueros en las grandes sabanas de Merecure, que forman el gran cuerpo de sabanas entre los ríos Cunaviche y Arauca. Habíamos juntado gran cantidad de reses, pero en un momento lograron romper el cerco y se perdieron de vista. Tan grande fue la nube de polvo que se levantó, que cuando por fin aclaró, B., cuyo caballo durante la confusión había metido la pata en el hoyo de una lechuza sabanera, se encontró solo en medio de la sabana y tan aislado que no pudo descubrir la menor huella por donde guiar sus pasos en aquellas soledades. Abrumado por la fatiga, se echó al suelo descorazonado, al notar que no tenia soga para procurarse alimento. Pasó dos días buscando comida y al tercero, vio un gordo becerro al que pudo capturar después de una corta persecución. Luego de descuartizarlo, lo asó completamente y comió. Después de unos días, cuando ya se había agotado nuevamente la comida, y observando que la madre del becerro parecía estar buscándolo, mugiendo y quejándose tristemente, se cubrió con el cuero del becerro y se acercó para alimentarse con las fuentes maternales de la vaca; lo hizo con tal seguridad, que la madre después de unos resoplidos de incredulidad, se sintió convencida que era un becerro y lo aceptó.
Pasó así un año sin que extrañara su casa y amigos y tan poderoso era su nuevo método de vida, que materialmente se le había quitado todo su anterior aspecto y como quiera que la piel de becerro se le había pegado a la suya, él mismo se creía serlo.
Después de un tiempo, en un rodeo, el mayordomo del hato capturó gran numero de reses entre las que estaba un torete con un hermoso par de cachos de 12 pulgadas de largo, mas difícil y rebelde que todos los demás, que burlaba a sus perseguidores (el torete era el Sr. B). No obstante, al fin el lazo lo tumbó y al momento, un robusto zambo sacó un cuchillo y empezó a amolarlo en los cachos de este nuevo minotauro, preparado para ejecutarle las acostumbradas operaciones. Pero, qué lengua podrá expresar jamás el asombro de todos los que le sujetan, cuando el supuesto toro, quitándose el peludo disfraz, se paró del suelo exclamando “-Párense amigos, ustedes como que se han olvidado de su viejo compañero B, que hace un año se perdió en la cimarronera? De allí sus amigos los convencieron de dejar la vida salvaje y de volver con ellos. A partir de entonces, con su disfraz de becerro y conocedor de la vida de éstos y sus escondites, ayudaba a sus amigos cuando andaban sabaneando buscando reses…..
Fuente: La Vida en los Llanos de Venezuela- Ramón Páez
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