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....Y vió que el hombre de la llanura era, ante la vida, indómito y sufridor, indolente e infatigable; en la lucha, impulsivo y astuto; ante el superior, indisciplinado y leal; con el amigo, receloso y abnegado; con la mujer voluptuoso y áspero; consigo mismo, sensual y sobrio. en sus conversaciones, malicioso e ingenuo, incrédulo y supersticioso; en todo caso alegre y melancólico, positivista y fantaseador. Humilde a pié y soberbio a caballo. Todo a la vez y sin estorbarse, como están los defectos y virtudes en las almas nuevas" Don Rómulo Gallegos

5 de octubre de 2010

Las Queseras del Medio - VUELVAN CARAS!!!!

El siguiente es un episodio emocionante, inflamado de heroísmo, su lectura eriza la piel, donde se pone en evidencia que el “llanero es del tamaño del compromiso que se le presenta”.

Corre 1819, Morillo intenta nuevamente someter a la llanura venezolana, 8500 realistas contra 2000 patriotas. Páez, ha venido acosando a Morillo, con grupos pequeños que avanzan preferiblemente al amparo de la noche, atacan y se retiran, una y otra vez, hacen correr caballos a los que han atado cueros que arrastran levantando polvo, haciendo creer a los realistas que se acerca un ejército, los asusta, los descontrola, los cansa.

3 de abril de 1819, llegan los realistas comandados por Morillo a orillas del Arauca. El ejercito patriota dirigido por Simón Bolívar,  lo observa en la margen opuesta del río, se miran, ninguno da el primer paso…..

Páez escoge 150 centauros, “la flor de los lanceros del Apure” y lanza su caballo al Arauca; cruzan a nado sin ser vistos por el enemigo y llegando a la orilla opuesta a unos 3 km del ejercito español, con un grito de guerra saludan a sus asombrados compañeros de la otra orilla y ellos le responden con vítores y aplausos. Se encaminan entonces,  al campo enemigo….

Los sorprendidos realistas se preparan, se alínean, se protegen las espaldas con el bosque, se colocan frente a la llanura, el silencio reina en ambos bandos.

Apenas llega Páez y sus lanceros a cien pasos de las líneas enemigas, éstas rompen fuego, los llaneros no se amilanan, avanzan, dominan sus caballos asustados por el estrépito  y avanzan.

Morillo dispone su ejército, hace que se coloquen como dos grandes alas para dar aun abrazo mortal a los insolentes llaneros. Estos, acorralados, embisten en el centro, se repliegan hacia un flanco, embisten el otro, mientras que el General Páez con 40 hombres rompe las filas de una de las alas dejando una brecha  abierta y por allí se escapan los llaneros, fingiéndose vencidos.

Morillo ordena seguirlos y arroja sobre ellos 1200 caballos. Páez divide su pequeña fuerza en siete grupos de valientes, dirigidos por Mina, Fernando Figueredo, Muñoz, Rondon, Juan Gómez, Carmona y Aramendi, los cuales se alejan a toda carrera llevando detrás la caballería de Morillo.

Los llaneros avanzan veloces lanzando gritos, insultos y amenazas. Páez, a su espalda, entre ellos y el ejército realista va “ladeado en la silla hacia el enemigo, a quien provoca y enardece con su actitud y sarcasmos”

De esta manera recorren importante distancia, el resto del ejército realista se forma nuevamente y espera. Los llaneros disminuyen la velocidad, haciendo mas corta la distancia entre ellos y el enemigo, que acelera sus caballos.

Tres cuerpos de caballo apenas los separa del codiciado instante: los brazos se extienden, los sables se levantan, la sangre va a correr. Llegó el momento.

Un grito agudo resuena de improviso, dominando el estrépito; grito imperioso y breve, que encierra orden terrible. La de Páez: todos la oyen, y simultáneamente la obedecen los suyos con la pasmosa rapidez del rayo.

Aquella orden suprema, aquel heroico grito, encerraba esta frase estupenda: “¡Vuelvan Caras!”

Lo que entonces pasó no tiene ejemplo en los fastos del heroísmo humano.

La pluma se estremece al describir aquel suceso; la razón se resiste a creerlo; pero ahí está la historia, y la tradición, y los contemporáneos, y el testimonio de Bolívar y medio siglo de incontestables alabanzas y los mismos émulos de Páez que no se atreven a negarlo.

Con la velocidad del pensamiento, los llaneros revuelven sus caballos, dan la cara al enemigo; centellean las levantadas lanzas, y un choque terrible, formidable, como el encuentro de dos rápidas nubes, de dos furiosas tempestades, hace temblar la tierra.

La primera fila de la caballería española queda por tierra revolcada; la segunda vacila; nuestros lanceros la acuchillan; en el centro, embarazado por los caballos en las filas destrozadas, replíegase en desorden; giran sin tino buscando reponerse y da el flanco a la cuchilla de aquellos diestros segadores, que cortan sin piedad”

La velocidad de los llaneros no le da tiempo a los realistas a reponerse ni a defenderse, y los que no mueren allí corren a refugiarse con el resto del ejército. Los llaneros los siguen, dejando rastro sangriento en la llanura.


Morillo los ve con preocupación y piensa que la estampida  de su caballería ocasionará daños al resto de su  ejército y decide el mal menor: "   El sacrificio de una parte, puede salvar el todo. Morillo decide. Apunta sobre ellos sus cañones, los envuelve en una nube de metralla y los fusila sin misericordia.
Pero nada detiene aquel espanto. Acribillada de frente por las balas y alanceada por la espalda, aquella mole sangrienta y palpitante persiste en su designio"   .

El ejército sin dejar de disparar a sus propios compañeros, va retrocediendo tratando de llegar al bosque, pero antes de lograrlo, la ciega caballería se estrella contra las bayonetas, rompiendo las filas y todos, infantes  y jinetes se protegen en el bosque.

"  Nuestros guerreros impetuosos, arrojando estentóreo grito de victoria, clavan sus lanzas en los primeros árboles del bosque"    


Fuente consultada: Venezuela Heroica - Eduardo Blanco

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