Francisco Tamayo en Los Llanos de Venezuela, nos dice que durante la temporada seca, la temperatura ardorosa es atemperada por los vientos alisios, que soplan del Este y constantemente durante ese período, llegando a ser a veces tan fuertes, que pueden derribar árboles y techos de casas. Dice igualmente que "es en las últimas horas de la tarde y en la prima noche cuando por lo general amainan cada día, pero entre 11 y 12 p.m., vuelven a soplar hasta el atardecer del día siguiente. De las 12 pm hasta la madrugada inclusive, se siente frío, lo cual obliga a abrigarse".
Dice igualmente Don Alberto Arvelo Torrealba:
" Entre los meses de octubre, noviembre y diciembre, empiezan a soplar los alisios. Este viento, "a veces se retrasa en su inicio o su cesación, pasa de largo por territorio venezolano hacia la cuenca amazónica y determina, barriendo el vapor de agua de la atmósfera local, nuestro lapso periódico de sequía. Cuando cesa, las calmas permiten la saturación atmosférica y originan así las lluvias" Humboldt.
La primera experiencia la llevamos todos en imborrable recuerdo de infancia. Recorramos los cielos del pueblo nativo, al inicio del verano, que es, por antonomasia, la temporada de la brisa; y revivirá la visión de los cometas multicolores, tenso el freno de los cáñamos, serpeantes las armadas colas, siempre hacia el lado de la puesta del sol. Recordemos también aquellas fragosas carreteras de tierra con rumbo al Sur, empenachadas bajo el tránsito veranero con largas polvaredas retorcidas hacia el Poniente. Sin que se nos escapen de la juvenil rememoración las coloniales mansiones provincianas de enclaustrados patios, en las que el corredor del Oeste, cuando la sequía aploma, es el que se colma a diario con la sonorosa hojarasca de los caseros arbustos. Y ¡no va a saberlo el llanero! El orienta sus chozas sabaneras de Este a Oeste, para eludir el impacto de la brisa, en veces huracanada; y en el Bajo Apure, cuando se navega de verano en un “fuera de borda”, recibe en la cara y pecho, con el de la brisa, el cuerazo del agua. Fue, seguro, en los claros días en que el alisio torna, cuando emergió, en la bajante orilla, la fiel ternura del cantar:
Para abajo corre el rio
Para arriba corre el viento."
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