Este es otro de los relatos sobre espantos apureños, contenido en el libro Espectros del Profesor Hugo Arana Páez, valioso testimonio de las creencias viejas de San Fernando de Apure:
En el desaparecido sector Los Robles, situado entre las calles Fonseca, Ricaurte, Muñoz y actual avenida Carabobo (cerca de la sede actual de la CANTV), referían viejos sanfernandinos que cuando algún trasnochador pasaba por el lugar, le lanzaban un enorme saco de huesos de seres humanos. Otros veían que un hombre alto, muy alto y delgado saltaba de uno de los robles que le daban nombre al lugar, invitando a pelear al desprevenido transeúnte que atinara a pasar por ese lugar. El extraño ser le decía al peatón que si lograba derribarlo tres veces de una trompada, le daría una tinaja repleta de morocotas que se hallaba enterrada en ese sitio. Un fulano que estaba medio prendío, aceptó el desafío. Inmediatamente comienza la singular pelea, en las primeras de cambio, el parroquiano logra derribar al espanto una vez y una segunda también, tumbándolo de un fuerte tanganazo. Sintiéndose triunfador el hombre, muy envalentonado reta al extraño personaje. En esta ocasión, el joven toma al retador por el pecho y lo que logró asir fue un costal de huesos. Fue tanto el susto del muchacho, que de la carrera que pegó, llegó rapidito al puerto Mi Cabaña, distante como doce cuadras mas abajo y donde vivía con su anciana madre. En la vivienda, su progenitora que era una fiel devota de la Virgen del Valle, invitó al cura de esa capilla para que se trasladara al lugar a bendecirlo y conjurar al espanto que tenía aterrorizados a los vecinos de ese popular lugar. Dicen que desde entonces no se vio más al extraño personaje haciendo sus diabluras de madrugada. Sin embargo se comentaba que algunas veces, a los pocos transeúntes que se atrevían a circular a medianoche por Los Robles les lanzaban de alguno de los árboles, un enorme saco de huesos, a la vez que se escuchaban unas pavorosas carcajadas.
Otros vecinos referían que a veces se veía una hermosa mujer vestida de blanco pidiendo una colita. A los que no se detenían se les montaba en el vehiculo, sin que el sorprendido chofer atinara a saber como se había embarcado y al andar un corto trecho, desaparecía misteriosamente, a la vez que escuchaban una estruendosa carcajada en el automóvil.
Muchos vecinos contaban que la aparición de estos espantos era porque no se había instalado la luz eléctrica en el pueblo, el cual apenas era alumbrado por algunos faroles alimentados por carburo que generaban una débil luz. Hoy posiblemente ya no salgan estos espantos, no porque exista luz eléctrica, sino porque los hermosos árboles de roble ya no están.
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