La Fiesta
Acento de Cabalgadura
Enrique Mujica
Serían como las tres de la mañana cuando se
apareció aquel Rigoberto con el haz de garrotes. Un persogo e palo como e treinta palos.
De oreja e ratón, o de caruto, o de guásimo. Ese
bojote palo fue el que zumbaron en el medio
e la fiesta. Ya habían apagao las lámparas y
las cuerdas del arpa se salvaron porque Ceferino se fue ligero.
Eso fue allá en San Rafael,
en una casita como esa que tú ves ai, igualita
a esa dese cuadro, un ranchito tal cual, fíjate,
el cañizo, las dos aguas de paja, el boquetico e
la ventana, la misma cerquita vieja con dos pelos de alambre. Así era, tal cual, la casa e Sinforio. Ai era ande hacía las fiestas. Sinforio Tovar, el carretero, el de las mulas toas manetas
y pandas con las patas embojotás en trapo y bajero e topocho. Le embojotaba las patas y las llagas pa que no se le pelaran cuando viajaba
diez y quince leguas. Los otros carreteros, los
que tenían mulas buenas, lo encontraban casi
siempre, de invierno, atascao en un barrial. Un
dia, allá en la posá e Segunda, un hombre le
preguntó al Joso, otro carretero, que si no habia visto a Sinforio, que le traía una carga e
queso. Me acuerdo que el Joso le dijo: "Si, por
allá venía. Venía con las mulitas que decían:
y sigo y sigo y sigo". Ai le dijo el otro: "Ese
vendrá llegando a media noche". A media noche llegaba Sinforio, a curá las mulas. Descargaba y dejaba la carreta abajo un naranjo viejo junto e la casa.
En esa misma carreta traía Sinforio las mujeres. unas de Palomo, otras de Las Cruces,
otras de Los Caros. Entonces le decía a diez o
veinte hombres y ponía la fiesta. Ai les vendía
el aguardiente, a locha el palo e caña y a medio el de ron. A las mujeres les vendía zarcillos y peinetas, papeletas de polvo dese Sonrisa y frasquitos de loción. Esa quincalla la compraba
en Calabozo y la cargaba embojotá en unos cueros de venao amarraos con unas trenzas de soga.
A veces soltaba ese miriñaquero y le aparecían
los zarcillos quebraos, y las peinetas esdientás
y las sortijas sin piedra. Eso era cuando mostraba la quincalla. Si la gente no le compraba,
entonces cogía to aquello, así medio bravo, y
lo volvía .meté otra vez entre los cueros. Ai
amarraba, duro, los bojotes con las trenzas de
soga.
Un sábado, me acuerdo, le dije yo a Hilario,
este que es primo e nosotros, que fueramos pa
un baile allí case Sinforio, que ya el me había
dicho. Ese día, oscureciendo, cogimos camino.
Llegamos de noche allá al rancho. En el patio
tenían una rama grande de hoja e topocho,
alumbrá con cuatro lámparas de querosén. Las
lámparas las ponían altas, porque en na venía
uno y las apagaba pa formá un alboroto. En un cuartico tenía Sinforio, en una mesita, dos
tinajas de guarapita de caña y limón, un garrafón de caña clara y varias botellas de ron. Temprano empezó a llegá gente, unos a pie, otros a caballo. Yo me entusiasmé porque sabía que
era Ceferino el arpista. Porque ese sí tocaba
arpa, ese le apagaba los bordones con el talón de
la mano y le daba jalao pa que le sonara como bagre en caramero.
"Allá viene el arpa",
me dijo Hilario. Entonces vi a Ceferino que
traía el arpa en un burro rucio, tapá con una
colcha roja. Ai entró y se acomodó en un rincón. Al cálculo eran como las nueve, porque ai
nadie tenía reló. Marchena, que tocaba hasta
media noche, se asomaba y buscaba en el cielo
cuatro luceros. Entonces decía: "La canoa se
enderezó, ya son las doce". Ai no tocaba más,
buscaba la colcha, embojotaba el arpa y se iba. Ceferino, no. Ceferino amanecía y seguía.
Hasta se quedaba dormío arriba el arpa, pero
sin dejá de jalale los bordones.
Esa noche le
estaba sonando el arpa clarita. El Renco Luis
Manuel, que cantaba bastante, se puso a improvisá con Alberto Acevedo. Hasta yo me animé
y canté como tres joropos. Así siguió la fiesta,
palo y palo y bordón tramao. "Arpa, que me
rinde e1 sueño”, decía el maraquero. Pero serían como las tres cuando llegó Rigoberto Castillo
como con cinco más. Llegaron a caballo.
Azarientos llegaron. A Ceferino se le puso que
iba habé rubiera y paró el arpa. Le tiró la colcha roja y la sacó pa una orilla pande estaba el
burro. Se la pegó al burro y salió. Adentro ya
habían unos discutiendo. Afuera otros remoliniaban. Entonces empezó una mujé a da gritos
atrás de la casa. Ai se vino un rollo e gente pacia la rama dándose empujones. "Esta vaina
ta bien fea, mejor es que nos vayamos", le
dije yo a Hilario. En ese momento me le acerqué a uno que estaba bien rascao y le pregunté:
¿Que vaina es la que pasa?" Entonces ese me
dijo, en una media lengua: "No sé ... la mujé
de un carajo ai, que se la trajeron". Entonces nos salimos pa lo oscuro y nos fuimos. Al rato,
como a media legua, toavía oíamos los gritos
del alboroto. Después supe que habían apagao
las lámparas con un pito e lechosa y ai mismo,
en lo oscuro, habían zumbao el persogo e garrotes.
Maneta: patas deformadas; pandas: torcidas
1 comentario:
Muchas gracias por este otro relato, voy a comprar ese libro si Dios quiere, me gusta que lo escriben a lo vegueriao.
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