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....Y vió que el hombre de la llanura era, ante la vida, indómito y sufridor, indolente e infatigable; en la lucha, impulsivo y astuto; ante el superior, indisciplinado y leal; con el amigo, receloso y abnegado; con la mujer voluptuoso y áspero; consigo mismo, sensual y sobrio. en sus conversaciones, malicioso e ingenuo, incrédulo y supersticioso; en todo caso alegre y melancólico, positivista y fantaseador. Humilde a pié y soberbio a caballo. Todo a la vez y sin estorbarse, como están los defectos y virtudes en las almas nuevas" Don Rómulo Gallegos

10 de febrero de 2012

Espectros Apureños: El Caminante de El Guasimito

A continuación otros de los cuentos del libro Espectros de Hugo Arana Páez, que contiene además la descripción del  San Fernando de antaño:

"El Guasimito fue un importante puerto fluvial de San Fernando, que se hallaba en el cruce de las calles Comercio y Urdaneta; este puerto estuvo activo hasta comienzos de la década de los años setenta del siglo veinte. Inicialmente se le llamó Puerto Panza, por cuanto, allí estuvo la casa de familia del inmigrante Italiano Don Ángel Panza. Años mas tarde, a comienzos de la década de los años cincuenta se instalaron unos armeros procedentes de Hungría y allí  fundaron su taller de reparación de armas de fuego conocido como Taller Panonia. También en este puerto funcionó la primera fábrica de hielo y el primer pastificio de la ciudad, propiedad de  un italiano  venido allende los mares a finales de la década de los años cuarenta; mas tarde  otro italiano, Anselmo Rugiere fundaría allí un botiquín llamado El Guasimito, en honor a ese viejo árbol que le había dado nombre al  puerto.
             
Desde principios del siglo veinte y diagonal al puerto, había una magnifica casa de dos pisos, estilo antillano donde funcionaría durante muchos años la oficina de correos, que en el invierno recibía la valija que transportaba un hidroavión, el cual acuatizaba una o dos veces a la semana frente a dicho puerto. Entonces esta oficina era administrada por un extraño personaje llamado Alejandro Aponte a quien los apureños apodaron Fantoches. Este individuo llegó a San Fernando a principios del siglo veinte. Era un hombre alto, risueño, moreno, pelo ensortijado, usaba sombrero blanco de pajilla, el cual cambiaría por el de fieltro, posiblemente fue un Borsalino, que combinaba con un saco blanco y  corbata, por supuesto, no le faltaba su inseparable paraguas. Comenzó a trabajar en la ciudad como un parroquiano mas, hasta que se empleó con su estrafalaria indumentaria en el correo que funcionaba para entonces en la casa de dos pisos situada frente a Puerto Panza (luego Puerto El Guasimito). Antes del año 1946, el jefe de la oficina de correos era un señor de apellido Isturíz, al que apodaban El Conde Isturíz. Fantoches comenzó a trabajar en esta dependencia a las órdenes de Isturíz, como portero y mensajero. Pasó  mucho tiempo en este cargo, hasta que por su honestidad llegó a ser el jefe del Correo. Esta oficina para la época registraba mucho movimiento de correspondencia. La razón de que esta oficina estuviera en Puerto Panza, obedecía a que en esos años la valija de correos en invierno se transportaba en  un magnifico hidroavión que  acuatizaba en El Guasimito muy cerca de dicha oficina. Una vez en el correo, la valija se abría en el mostrador, donde inmediatamente se comenzaba a “cantar” la correspondencia (nombrar en voz alta a cada uno de los destinatarios), así  Fantoches con su voz de barítono decía carta para fulano de tal o paquete para fulanita de tal y así sucesivamente este  hombre iba nombrando a las personas que ansiosas esperaban su correspondencia. Años mas tarde el correo mudaría sus oficinas  para la casa de los Rizzo, donde Fantoches  continuaría con la misma cantaleta.
            
Fantoches era una especie de comunicador social, por cuanto, era el que informaba a los vecinos de San Fernando de las buenas o de las malas noticias de la época, por lo que la gente de este pueblo lo respetaba y estimaba. Alejandro estaba hecho y moldeado de circunstancias especiales  y su sonrisa a flor de labios y su parsimonia al saludar, lo hacían heredero de una educación aprendida en la escuela de la vida. Transcurre el tiempo y envejece hasta alcanzar su jubilación y se retira a vivir una vida monacal  al lado de su compañera en su casa ubicada en la calle Bolívar, entre las calles Coto Paúl y Urdaneta, donde lentamente se consumía esta vida, que fue un icono del pueblo por su estrafalario vestir. En calma se fue apagando este mensajero, que se fue a llevar su carta a su último destino. Fue un típico personaje de nuestra ciudad, jamás dejó Fantoches su paraguas, su corbata negra y su indumentaria de “jefe”, pero con el valor de haber cumplido su deber con honestidad y humildad. Así vivió y así se fue este mensajero del pueblo de San Fernando.
     
Desde entonces decían viejos apureños  que cuando algún parroquiano se atrevía a pasar a medianoche por el Guasimito, detrás del actual Vicerrectorado, inmediatamente aparecía un hombre muy alto, vestido a la usanza de los patiquines caraqueños de principios del siglo veinte. Este extraño ser lucía un impecable flux blanco, corbata negra, sombrero de pajilla y un enorme paraguas negro en la diestra. Amén de tan desactualizada y estrafalaria vestimenta, iba detrás del asustado transeúnte pronunciando una retahíla de nombres y direcciones. Los seguía a hasta la esquina de La Leñería en el cruce de las calles Bolívar y Urdaneta, donde estuvo la Bomba Esso, propiedad de Don Alejandro Urbano Taylor, allí doblaba a la izquierda por la calle Bolívar y al llegar a la puerta de una modesta vivienda que se hallaba a media cuadra de La Leñería, inesperadamente en presencia del asustado caminante se esfumaba sin dejar rastros de su presencia. Otros contaban que cuando transitaban por ese lugar, sentían detrás de ellos la presencia de alguien que pronunciaba nombres y direcciones de personas, es decir, una extraña cantaleta y al voltear para ver quien  los seguía, no veían a persona alguna; no obstante continuaban escuchando la retahíla de nombres. Ahí era cuando el aterrorizado viandante pegaba la indetenible y veloz carrera hasta su casa.
        
 Referían los entendidos que esa era el alma en pena de Alejandro Aponte, Fantoches, que de noche vagaba errabundo desde  El Guasimito (donde en otra época estuvo su lugar de trabajo, el correo) a su casa, que se hallaba en la calle Bolívar a media cuadra de la Leñería.
    
    Había quienes contaban otra versión y es  que en la plazoleta que ahora se halla donde anteriormente estuvo El Puerto El Guasimito, se observaba a medianoche a un hombre sentado  en uno de los bancos, como si estuviera leyendo un libro o escribiendo en un cuaderno. Otros decían que lo veían   tocando una flauta o un violín. Asimismo algunos narraban que cuando pasaban por allí, veían que un extraño hombre se incorporaba del banco  de la plaza y comenzaba a caminar detrás de ellos como si iba rezando en una procesión. En cambio, otros contaban que no eran rezos sino una letanía como si estuviera declamando algún poema. Mientras que algunos referían que iba detrás de ellos tocando una flauta algunas veces y otras un violín y que al voltear para ver al extraño músico, se sorprendían que nadie los importunaba. Los entendidos aseguran que esa era el alma en pena del poeta Juan Vicente Torres del Valle, nacido en San Fernando el año 1879,  quien vivió cerca de ese lugar en su choza-taller y que ahora va a cuidar la plaza, donde en su honor y por decreto del Gobernador  Eduardo Hernández Carstens, fue colocado un busto el 24 de julio de 1975 y que ese fantasma es el espíritu del desparecido bardo apureño, que furioso viene a  espantar a aquellos individuos que han tomado ese hermoso parque para cometer toda clase de desafueros.

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