“No es lo mismo haber nacido a orillas del Sena que en la confluencia del Apurito con el Guariquito”.
Eso afirmó Jesús Sanoja Hernández cuando prologó un libro de Ángel Eduardo Acevedo, el poeta de Garcita. Luego, Jesús Sanoja Hernández establece una relación muy íntima entre la obra poética de Acevedo y su lar nativo, donde tiene enterrado ombligo y alma, como si estuviese amarrado al botalón de la infancia.
Partió de Garcita y se hizo “itinerante, caminante, pero no viajero, incursionista mas no excursionista”. Físicamente, lo define pálido y espigado, con inexpresivo rostro cruzando los pasillos de la Facultad de Humanidades de la UCV, “en medio de rigores silenciarios, vastos recogimientos que en audición del mundo economizaba la palabra para dotarla del poder de la poesía. Iba y venía becerrero…”
Luis Alberto Crespo recuerda la procedencia fluvial de Acevedo, entre el Apurito y el Merecurito “cuyas aguas no consiguen refrenar las furias del verano”. Recuerda también su canto, lleno de “pasión por el aguacero regañado por los incendios, desde Garcita a La Culebra”.
Angel Eduardo Acevedo se inició en el mundo de las letras en El Guariqueñito en San Juan de los Morros, junto Valera Mora y Adolfo Rodríguez. Estudió literatura en la UCV. Participó en círculos literarios como Tabla Redonda (1959). Colaboró con las revistas Letra Roja (1963), Sol Cuello Cortado (1963) y en el papel literario de El Nacional. En 1964 obtuvo el premio de la Asociación de Estudiantes de Letras. Luego recibió el premio de Poesía Latinoamericana de la revista Imagen. Entre sus libros tenemos: Papelera, Rústico, Mont Everest y Baladas y Romances.
FÁBULA
La vida vuelve siempre.
No ha sollozado el tiempo
en tus pómulos que eran morder la luna
en tu boca rosa salvaje.
Tu juventud se acuesta
encima del destino y lo olvida.
Comiste amor como los niños se hartan de frutas
y en tus labios no quedan los labios de nadie.
Cualquiera podrá amarte siempre nuevamente.
No hay marca de besos en tu corazón
también te perfecciona el fuego
flor sin hoy y mañana.
Ningún día fue una cicatriz.
Cada noche sólo el gran tesoro.
Detrás de tus senos nacía el sol.
Si amo contar el tiempo es en tu cara
si beber lágrimas será
en la manzana que juega a sufrir.
Fuente Consultada: Las Mercedes del Llano, blog
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