Las Maracas
Francisco Castillo Serrano
Esta maraca que suena
tiene lengua y quiere hablar
solo le faltan los ojos
para ponerse a llorar.
Maracas elaboradas por José Leonardo Jiménez, luthier de Apure |
Las ideó la fantasía indígena para divertir su alma melancólica.
Nacieron del bambú y sonaron al conjuro de las piedras de oro que
llevaban por dentro, el bambú les dio el ruido salvaje del viento
cuando irrumpe en su follaje y las piedras el bronco son de los torrentes crecidos.
Al agitarse fueron tristes, regulando danzas y contorsiones de la infinita pureza de la etnia primitiva, pero habían nacido para transmitir alegrías, para acompañar músicas violentas y sólo quedaron relegadas cuando la noche del coloniaje tendió sus sombras desoladoras sobre los viejos caribes.
Para celebrar victorias los españoles trajeron sus bullangueras castañuelas, y cuando la hora gris de la derrota, los burdos instrumentos forjados con materia y alma de la naturaleza tropical, renacieron en decoradas taparas y como respiraban aires de entusiasmo, fueron risueñas y nerviosas desde entonces.
El hombre indígena nos legó la maraca, que sacudida por la
mano del piache tenía un sentido ritual, misterioso; sin embargo,
con el tiempo, perdió aún entre ellos mismos su carácter sagrado, y
era usada como instrumento profano para bailes y danzas.
La danza, desde los periodos primitivos de la civilización humana, es una suerte de representación escénica destinada a despertar
recuerdos, excitar sentimientos o deseos determinados; las cuatro categorías de danza que se acompañaban con maraca eran: la de la guerra, la de caza, la de amor y la religiosa.
Según Izikowitz, "el origen de la maraca está en Mesoamérica de donde se dispersó al resto del continente; los Aztecas, Mayas Quechuas e Incas las utilizaron en sus ceremonias, pero su nombre actual, castellanizado, se atribuye a dos posibles raíces: "mbaracá" de la lengua guaraní, o "marakha" del tupí de Brasil; aún se confeccionan en México y centro América empleando como materia prima la calabaza seca, fruto originariamente empleado en tiempos prehispánicos por los Mayas y Aztecas".
En nuestro suelo este sencillo instrumento de percusión
idiófono se confecciona con taparas pequeñas, redondas, y dentro
algunas semillas de capacho, lo cual le da una sonoridad grave; y con
semillas más finas o perdigones para una entonación mas aguda, con
mango o sin él, para sonarlo como sistro; también se fabrican con
cualquier madera dura, nueces de coco u otro material; hoy forma
parte de la música popular y su ejecución es generalmente a pares,
una más grande que la otra, con sonidos alto y bajo acompañando de
ordinario al canto, marca el compás a los demás instrumentos y, en
el caso del joropo, comunica vivacidad y alegría a su interpretación,
por eso están siempre presentes en las agrupaciones de este género.
Como corolario podemos decir que el inconfundible ritmo
de estos diminutos objetos forman parte de las melodías folklóricas de casi todos los países del continente, por ejemplo: en las
rumbas y guarachas cubanas, en la música veracruzana de México,
en las bachatas dominicanas, en los valses peruanos y en la música
colombo-venezolana.
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